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Modernidad Posmodernidad y Ciencia Álvaro Flores y Fiorella MattainiÁlvaro Flores y Fiorella Mattaini. Docentes Escuela Superior Ciencias de la Salud. UNICEN
Año 2013.
Resumen: El presente artículo intenta situar las condiciones de producción de subjetividad y de conocimiento en la modernidad y la
posmodernidad. El problema de la ciencia y la medicina respecto de la actualidad y en el contexto de los debates bioéticos.
Palabras Clave: modernidad, posmodernidad, ciencia, cuerpo, subjetividad, conocimiento, derechos humanos, bioética.
Abstract: This article attempts to place the conditions of production of subjectivity and knowledge in modernity and postmodernity. The
problem of science and medicine regarding the present and in the context of Bioethical debates.
Keywords: modernity, postmodernism, science, body, subjectivity, knowledge, human rights, bioethics.
Modernidad/ Modernidad líquida/ Posmodernidad
La época actual ha recibido múltiples nombres, que aluden al énfasis en que cada rama teórica, disciplina e incluso cada autor, ha optado
por referirse según donde crea que está la característica principal o más significativa para denominarla. Aquí tomaremos solo dos de esos
términos. Uno quizás porque es el que más popularidad ha obtenido, bien simple y que alude a que es una época que adviene luego de la
modernidad, estamos hablando del término POSMODERNIDAD. El otro, en realidad, sostiene la idea de que seguimos en la MODERNIDAD, en
tanto considera que las características principales y principios que ella enarboló persisten, y que solo ha cambiado la consistencia
(modernidad líquida, modernidad tardía o modernidad reflexiva).
Mientras que el período que va desde la Revolución Francesa (con la que se inauguran algunos de los principios insignia de la modernidad:
Fraternidad, Igualdad y Libertad) junto con la Revolución Industrial (momento en que estos principios se cristalizan y toman su forma casi
definitiva, impulsados por los reclamos obreros en función al aumento en la desigualdad social y la precarización de las condiciones de vida)
y hasta aproximadamente la Segunda Guerra Mundial, se sostenía una solidez e incluso rigidez en sus instituciones principales (Estado,
Iglesia, Escuela, Familia), donde todos sabían qué tenían que hacer, qué esperar del otro y el circuito que debían recorrer en la vida, la
llamada MODERNIDAD LÍQUIDA implica justamente la dilatación de estas instituciones y la relación entre ellas. El individuo librado a su
suerte, pero cada vez más atado a la necesidad de consumir por parte de un sistema que le impone reglas, se vuelve cada vez más
individualista. Si hoy nos fijamos, los productos tecnológicos[1] no son compartibles, la racionalidad de fondo es vender (segmentando al
mercado en su unidad más pequeña, el individuo). Aunque la promesa es estar conectado, siempre lo es a distancia. Por ejemplo hay
televisores inteligentes que permiten, mientras se ve televisión, estar en las redes sociales, entonces, nos dicen que así estaremos más
conectados con nuestros amigos, pero no nos dicen que estaremos más absortos en la pantalla y más desconectados de quien tenemos al
lado. En esto radica una de las principales características de la posmodernidad: el predominio de sistemas abstractos que tercerizan la
experiencia cotidiana. Con esto aludimos a fenómenos comunes en nuestra vida posmoderna, como cuando establecemos relaciones con
otras personas por medio de internet. Un medio técnico (en este caso las computadoras e internet, pero también pueden ser los teléfonos
móviles, y otras tecnologías de la comunicación) se establece como el soporte para vincularnos con el otro. Pero esta vinculación no se
realiza en un tiempo y lugar comunes, cara a cara; por el contrario, la experiencia se realiza en un espacio sin lugar[2] y en tiempos
diferentes (ej: cuando chateamos con alguien que vive en un lugar con otro uso horario, o uno deja un mensaje en un momento que el otro
no está, y este lo prosigue en otra hora, armando un sistema diferido, pero siempre presente).
Esquematizando un poco este recuadro permite visualizar de algún modo las características de una época y la otra.
MODERNIDAD POSMODERNIDAD
· Estado Nación, Escuela, Familia· Tiempo encadenado, sólido· Territorios Naciones· Cuerpo Máquina, Biológico, Orgánico, Fuerza de trabajo.· Subjetividad integrada, Identidad· Vínculos sólidos, duración en el tiempo.· Ciudadano· Verdad absoluta. Imperativos categóricos.· Modelo científico positivista. Certeza y fijeza.
· Mercado· Instante, reemplazo, fluidez.· Islas, conexiones WEB, tecnologías de la comunicación, Globalización.· Cuerpo Superficie, Imagen, Transformable.· Subjetividad desmembrada, vínculos líquidos, por instante.· Consumidor· Verdad como construcción discursiva socio-histórica.· Modelo científico basado en la incertidumbre, sistemas abiertos y complejos.
Quisiéramos aclarar que de ningún modo esto es exhaustivo, y que podríamos hacer este contrapunto con mil dimensiones de nuestra
existencia, pasando por los sentimientos preponderantes, las enfermedades físicas y psíquicas, la iglesia, la ciencia, la escuela, el deporte,
el trabajo, etc.
La modernidad ha estado caracterizada por la idea de que la Razón del hombre permitiría el desarrollo de la especie humana en su mejor
potencialidad, se basaba en la idea de justicia e igualdad. En este sentido los Estados Nacionales cumplían la función de regular y ordenar el
conjunto de las relaciones sociales, construyendo de este modo un tipo subjetivo que es el ciudadano, esto implica un sujeto que se concibe
con derechos y obligaciones para con la sociedad, entendiendo las serie de pasos o recorridos que hacer para crecer, confiando en que las
instituciones son garantía de que ese recorrido sea fructuoso, solo debe trabajar y estudiar con esfuerzo y respetando las normas sociales.
La ciencia es el elemento clave del progreso, donde se construye un método científico que persigue la “objetividad”, buscando las reglas de
funcionamiento del universo, la verdad, tomando como paradigma la naturaleza con un modelo mecánico, momento de los grandes relatos
que pretenden abarcar la totalidad de la existencia del hombre.
Tomando la razón como paradigma e instrumento de crecimiento, el cuerpo se transforma en un envase, su valor está en la industria donde
la fuerza de trabajo ocupa un lugar principal. De este modo, y junto con Descartes se escinde mente/cuerpo, en un sentido diverso al que
tenía en la Edad Media, el cuerpo deja de ser el continente del alma y el lugar del pecado, para ser, a través del trabajo cognoscente de la
mente, fuente de verdad y donde encontrar la lógica del funcionamiento, de allí surgirán múltiples metáforas que se trasladaran a todas las
disciplinas y que recorrerán los últimos siglos. De este modo comienzan a crearse muchas disciplinas para estudiar la experiencia humana.
Persiguiendo el paradigma científico, el esquema con el que se piensa es naturalista y biologicista, concibiendo que la garantía está en que
es la naturaleza humana, liberada, por la razón, del oscurantismo religioso, la que permitirá llegar a la verdad de las cosas y llevar al
hombre hasta el infinito. Es así prácticamente hasta el siglo XX, donde empiezan a aparecer formas e ideas diferentes, en un tiempo de
guerras y cambios en lo socio-político que a mediados-fines de siglo darán origen a la posmodernidad, o capitalismo tardío o modernidad
líquida.
Si bien hubo diversos autores que criticaban el status quo de la sociedad moderna, algunos poniendo de relieve que la producción del
mundo no era una cuestión natural, sino estructuras, o superestructuras culturales, sociales y económicas[3], persistía en ellos una lógica
de progresismo, incluso concibiendo este momento histórico como dando origen a otro más justo.
Sin embargo eso aun no ha ocurrido y nos encontramos con una desrealización[4] (Lewkowicz) de los estados-nación, esto significa que
aquellas instituciones que regulaban la vida y le otorgaban un sentido, pierden la potencia justamente para eso, comienza la era del sin
sentido, de un estar perdido, abrumado por los múltiples estímulos que provienen del mundo, en ocasiones no pudiendo decodificar el
mensaje, recibiendo un sentido cerrado que apunta al “consuma ya, satisfacción garantizada”, pero que en cuanto se adquiere o compra
ese objeto aparece en algún medio de difusión la última versión, esta sí, que garantizara la satisfacción. Quien comienza a ser el articulador,
o donador de sentido de la vida contemporánea es el mercado con los Mass Media, pero estos no proponen en su esquema un vínculo entre
los consumidores, sino de cada consumidor con el objeto que provee el mercado. Vínculos unilaterales, transitorios, espontáneos, acotados,
utilitarios (la lógica del zapping).
Lo que en algún momento de mediados de siglo pasado significo la liberación (podríamos citar muchos movimientos: feministas, gays,
hippismo, etc.), y efectivamente lo fue, no estamos con esto desmereciendo lo que tuvieron de potentes esos reclamos, hoy es la deriva
absoluta, angustia existencial, insatisfacción permanente, búsqueda incansable sin saber a quién reprocharle, porque el mercado no
responde, entonces se le reclama al kiosquero, médico, psicólogo, cajero por lo que anda mal, o no hace efecto. En el libro “Un mundo feliz”
de Aldous Huxley, se relata como en una sociedad que ordena y exige la felicidad, quien no puede o no quiere someterse, sufre
profundamente por no poder pertenecer, buscando a su vez el reconocimiento, lo que conlleva una intensa desdicha. De esta manera
podemos sumar a las características de la posmodernidad antes mencionadas (resaltando la idea de mercado) la de generar permanentes
contradicciones: el pasaje de roles, de ciudadano a individuo[5] libre pero cada vez más atado al consumo; los Premios Nobel de la Paz que
autorizan bombardeos; una ciencia que puede llegar a la luna pero que no cura enfermedades, las cronifica y saca rédito de esto; un
sistema productivo que es capaz de producir mercancías a escalas planetarias pero que se nutre de la miseria y destrucción de los
ecosistemas; un sistema que condena las adicciones pero las demanda; un mundo donde se amplían las posibilidades y también los riesgos.
Es así que el tiempo en la posmodernidad es del instante, por sustitución. Lewkowicz plantea que en la modernidad a un tiempo 1, le
sucedía un 2, y un 3, mientras que en la posmodernidad siempre es tiempo 1, que se actualiza borrando sin rastro lo que estaba antes,
cualquiera puede imaginar escenas constantes de lo cotidiano que ejemplifiquen esto, piensen en todas aquellas mas invisibles pero que
persiguen la misma lógica.
De este modo, se crea una subjetividad consumidora, que no construye una historia e identidad por re-significación o construcción
experiencial de lo vivido, sino que está en la búsqueda constante de conexiones que le garanticen algo de esa felicidad perdida, que se cree
que alguna vez se tuvo. El individuo posmoderno encuentra placer no ya cuando tiene un objeto, lo posee. Su sentido no radica en su
utilidad o funcionalidad: el placer ha sido modelado y condicionado al acto mismo de comprar. Esto da lugar a fenómenos como los que
podemos ver cuando la gente que compra compulsivamente, volviendo a comprar sin haber abierto los paquetes de la compra anterior. O al
consumo abstracto: las personas que no tienen posibilidad de acceder a los bienes que el sistema impone como deseables, los consume por
medio de la visión a través de internet o circulando por supermercados y vidrieras sin comprar materialmente nada pero observándolos una
y otra vez.
El cuerpo dentro de este esquema tiene dos puntos, por un lado representa ese límite y ese contenido sufriente, aquello que estorba,
molesta. Por otro lado, es la carta de presentación, es aquello que nos nombra y es por estos dos sentidos que asistimos a una suerte de
transformación constante del cuerpo, en su dimensión de imagen-superficie, sobre él se hacen múltiples modificaciones, aun a costa de
daños en el interior del mismo. Es así como vemos la cantidad de ofertas en cirugías plásticas para hombres y mujeres, bajo la premisa de
“Siempre joven”, tiranía de la imagen perfecta, inmóvil, siempre agradable y con una sonrisa, acompasando esto, la cantidad de
publicidades ofreciendo productos mesías para detener el tiempo, congelarlo, o la obsesión en los gimnasios y las dietas cero calorías.
En los tiempos de la modernidad, el cuerpo enfermaba en términos biológicos, y la mente enfermaba por motivos psicológicos, aunque se
concebían patologías mixtas, se podía determinar con cierta claridad si el fenómeno corporal causaba el psíquico o a la inversa. Hoy vemos
que los médicos cada vez más reciben consultas sobre afecciones que más tarde o más temprano revelan necesitar de un espacio
terapéutico, por la implicancia psíquica de la misma, y cada vez más los psicólogos recibimos pacientes por afecciones que se ligan al
cuerpo, que por las tradicionales enfermedades psíquicas.[6]
Solo una última aclaración, lo que hasta aquí se ha marcado como dos épocas separadas, sucedidas cronológicamente una a la otra, no es
más que un modo de recortar lo propio de cada una y lo que es preponderante en distintos tiempos históricos, pero hoy día subsisten
modos de la modernidad en la posmodernidad, incluso de la edad media. Que el estado-nación esté en crisis y haya perdido potencia, o que
el tipo subjetivo preponderante sea el consumidor no significa que ya no haya ciudadanos. Incluso más, en el mundo globalizado, persisten
tantas formas diversas como naturalezas-cultura, tribus-pueblo(Najmanovich, 2009) existan, cada una armando su propio hacer,
construyendo un tipo subjetivo.
¿Y que pasó con la ciencia?
Siguiendo los desarrollos de Esther Díaz (2005), en su libro Posmodernidad, sostendremos que el método científico y el modelo reinante de
ciencia en la modernidad empieza a sufrir también algunos embates, que empujan a que esta también se acerque a un cambio de
paradigma, solo que no deja sus núcleos duros y se percibe un escenario en donde por un lado se sigue sosteniendo el ideal de verdad
absoluta en algunas disciplinas, pero empezando a ser reemplazado por la verdad de la técnica. La verdad de la técnica es ahora la
capacidad de que algo funcione, que sea posible en términos técnicos, lo que organiza el universo científico, le da validez y de ese modo
determina la verdad o no. En pocas palabras, algo se establece como verdad solo porque es factible de realizarse técnicamente y no porque
se posea el conocimiento y la reflexión (científica y ética) sobre sus alcances y limitaciones.
Con los cambios sociopolíticos, pero también científicos de mediados de siglo XX, la ciencia empieza a encontrarse con contradicciones y a
perder potencia su discurso abarcador, entra en crisis “el gran relato pierde credibilidad […]. Se conmueven leyes inmutables y
deterministas sobre las que la ciencia pretendió apoyarse, por una parte, y se deteriora su imagen de salvadora absoluta de la sociedad, por
la otra”. (ibid).
Pero este resquebrajamiento y crisis, introduce un movimiento que pretende restablecer el orden que tenía la ciencia, virando, o
apoyándose en la técnica, la tecnología como el nuevo método científico que representa validez. “La técnica ocupa hoy el lugar que antes
ocupaban los grandes relatos, pero en otro sentido. Esos relatos intentaban legitimar según una legalidad universal. En cambio, la técnica
legitima “de hecho”, mediante la eficiencia” (Diaz, 2005 PAGINA 25). Es decir que si funciona y es eficaz, entonces es verdadero, tiene
legitimidad científica.
Habiéndose tornado el eje de la ciencia en la técnica, implicando esto una dependencia económica de las investigaciones en función de lo
que los inversores consideran rentable y necesario en ese momento y para su economía, tomaremos la pregunta que se hace Esther Diaz y
que retomaremos en relación a otros temas en futuros textos. “La pretendida neutralidad ética de la ciencia, defendida hoy por el
desfalleciente neopositivismo y sus impotentes defensores actuales (racionalistas y filósofos analíticos), se enfrenta a la siguiente
disyuntiva: ¿Ciencia libre, al servicio de una investigación comprometida únicamente con la búsqueda de la verdad, o ciencia dependiente
de las inversiones económico-tecnológicas?”(Diaz, 2005 PAGINA 19). Esta argumentación adolece de plantear una disyuntiva que hace
parecer obvia la respuesta, y que lejos de permitir pensar una alternativa ética y saludable, lo que propone es un punto de vista que ya
pereció, y que corresponde a la modernidad, o un punto de vista posmoderno que cada vez se instala mas en la ciencia, la situación del
mundo y de la ciencia requieren otra respuesta, más ética, más local, menos utópica, menos tecnológica.
Bibliografia.
Augé, M., (1992). Los no lugares. Ed. Gedisa.
Bauman, Z., (2000). Modernidad Liquida. Ed. Fondo de cultura económica.
De Certeau, M., (2000). La invención de lo cotidiano I. Nueva edición por Luce Giard. México.
Diaz, E., (2005). Posmodernidad. Biblos.
Fernández, A. M., (2008). Pensar los cuerpos: mas de un problema y Biopoliticas y potencias de los cuerpos. En Lógicas Colectivas. Ed.
Biblos. 2008.
Guiddens, A., (1995). Modernidad e identidad del Yo. Ed. Península.
Lewkowicz, I. El concepto de subjetividad. www.estudiolwz.com.ar
Lewkowicz, I. Subjetividad contemporánea: entre el consumo y la adicción. www.estudiolwz.com.ar
Najmanovich D. El cuerpo del conocimiento, el conocimiento del cuerpo. (En cuadernos de campo 7. Mayo 2009).
[1] En general, todos los productos disponibles en el mercado. Desde ropa hasta artículos electrónicos. Una muestra de esto es el
teléfono, que pasó de comunicar lugares, instituciones, familias a comunicar personas, individuos (teléfono móvil). Otro ejemplo práctico lo
constituye el automóvil, ahora vendido para ser utilizado individualmente, que ha desplazado al transporte público de pasajeros y la
computadora personal.
[2] Se puede ver esta distinción entre espacio y lugar en Augé (1992) y Certeau (1990).
[3] Karl Marx, wilheim reich, cornelius castoriadis, Sigmund Freud.
[4] Lewkowicz, Ignacio. Subjetividad Contemporánea: entre el consumo y la adicción. www.estudiolwz.com
[5] La individuación consta en transformar a la identidad como algo natural, “dado” que hay que hacer, realizar, una actividad. Ver
en Bauman, 2000.
[6] Quisiéramos aclarar el nivel de simplificación en donde no estamos marcando con la precisión necesaria estas cuestiones, en
parte porque requeriría de otra extensión, pero a su vez porque está escrito para poder pensar algunas cuestiones y no se espera se tenga
un extenso conocimiento ni de la psicología ni de los modos de esta de entender la experiencia humana.
2014. Newsletter . ISSN 1850-261X Copyright © Facultad de Ciencias Sociales. UNCPBA. Argentina
Cuerpo y medicalización: ampliando la mirada médica. Dr. Marcelo Sarlingo
Aceptado: 20/05/2014
Recibido: 18/07/2014
Dr. Marcelo Sarlingo
Seminario de antropología médica – FACSO- UNICEN
Departamento de humanismo médico y bioética–Escuela Superior de Ciencias de Salud- UNICEN
Resumen
El enfoque biomédico que ha caracterizado la práctica de la medicina occidental moderna durante el siglo XX ha entrado en crisis hace ya
varias décadas. Se consignan aquí los elementos básicos de una perspectiva que plantea ampliar la concepción objetivista de la
enfermedad, reparando en los procesos de subjetivación que llevan a la construcción de la enfermedad como una experiencia. Desde este
plano es posible redimensionar el papel que juega el dolor e inclusive repensar los planos desde los cuales se construye la corporalidad en
cada cultura, en tanto articulación compleja de niveles políticos, sociales e individuales.
Palabras clave: enfermedad, perspectiva biomédica, experiencia.
Ya desde los años sesenta, las ciencias sociales abordan el proceso de medicalización en las sociedades avanzadas, aunque anteriormente
la antropología médica se había concentrado en las medicinas tradicionales y en las populares subordinadas a la hegemonía de la medicina
biomédica de base científica. Los trabajos referidos a la medicalización de la sociedad moderna (Conrad, P. 1982) han mostrado cómo este
proceso ha tenido, entre otras consecuencias, el poderoso efecto de que la definición y tratamiento de la enfermedad es un dominio
casi en exclusividad del saber médico. Friedson planteará: “verdaderamente, la misión del médico es encontrar enfermedad. Esto
quiere decir que la tarea es designar autoritariamente como enfermedad lo que una persona que sufre sospecha que es una enfermedad, y
también se trata de designar como enfermedad lo que previamente no había sido designado en absoluto, o estaba designado de alguna
otra manera bajo la jurisdicción de alguna otra institución” (Friedson, E. 1998:262). En el proceso por el cual se designa, se diagnostica y se
prescribe, el modelo biomédico concibe a la enfermedad como una propiedad física de comportamiento, o sea, como resultado de factores
eminentemente morfo-fisiológicos. A la enfermedad se la describe como una entidad autónoma, definida por criterios
universales, aislada de las vidas y experiencias de los pacientes. Unos años más tarde, Nancy Scheper-Hughes y M. Lock
argumentan cómo el legado del dualismo Cartesiano ha impregnado y fortalecido esta disociación entre el cuerpo cosificado y el cuerpo que
experimenta. Desde esta tradición epistemológica, que separa mente de cuerpo, espíritu de materia, y lo real (lo visible, lo palpable) de lo
irreal, el pensamiento occidental ha ido construyendo y determinando las maneras en las que el cuerpo ha sido percibido en la biomedicina
científica. El legado Cartesiano a la ciencia natural y social, y obviamente a la medicina clínica, se traduce en una concepción mecánica del
cuerpo y de sus funciones y en una noción de causalidad fundamentalmente orgánica, biológica, de los estados somáticos. Las mismas
autoras describen cómo, aún en la lucha por definir otras fuentes de causalidad (por ejemplo, mental) de la enfermedad y de los
padecimientos tal como han encarado los psiquiatras con formación psicoanalítica y la medicina psicosomática, hay una tendencia a
reproducir esta concepción dual, tratando las aflicciones humanas en términos de un origen orgánico o psicológico en términos excluyentes.
Profundizando varios aspectos del trabajo de Friedson, David Mechanic describe muy bien cómo los médicos están entrenados para
direccionar selectivamente lo que los pacientes dicen, en términos de poder categorizar, clasificar el relato (síntomas) dentro un cuadro
diagnóstico de enfermedades. Los médicos, planteará Mechanic, “sienten la necesidad de dirigir, interrumpir, o cortar la presentación del
paciente para arribar a un diagnóstico en un tiempo realísticamente posible. La tarea para la que fueron entrenados es ver, maximizando la
información, en un tiempo designado, suprimiendo irrelevancias y digresiones. Qué es irrelevante o una digresión, sin embargo,
frecuentemente no es tan obvio, y los médicos a menudo finalizan los encuentros diagnosticando y tratando afecciones discernibles, pero
no necesariamente aquellas que motivaron al paciente a buscar ayuda.” (Mechanic, D.1995:1207). Obviamente, este proceso es una de las
consecuencias de un siglo de enseñanza de la medicina bajo la orientación del modelo Flexner, y en particular diversos médicos son
conscientes de las limitaciones de este esquema y amplían de manera individual sus capacidades de escucha e interrogación, pero la
formación a nivel mundial recién está intentando modificar sus esquemas fundamentales.
Si bien hay una importante producción de investigaciones que abordan cómo la relación médico - paciente es un proceso interactivo en el
que se “negocian”, se “resiste” los términos del diagnóstico y del tratamiento (por ej. Friedson 1978) o cómo éste se encuadra dentro de un
sistema cultural que otorga las configuraciones específicas de significados sociales y culturales que incluye tanto a los curadores como a los
pacientes (por ej., Kleiman 1980), hay una dimensión que queda excluida en cualquiera de estas perspectivas: la de la enfermedad como
una experiencia.
Los enfoques de Byron Good y Paulo César Alves intentan introducir esta dimensión en el análisis de la enfermedad. El conocimiento médico
es una interpretación ‘objetiva’ del cuerpo enfermo o de los síntomas del paciente pero, para éste, el cuerpo, no es simplemente un objeto
físico o un estado fisiológico, sino una parte esencial del “self”, del “sí mismo”, planteará Good. El cuerpo sufriente del enfermo es
principalmente el fundamento mismo de la subjetividad o experiencia del mundo. El cuerpo físico no puede separase de los estados de
conciencia, y ésta no es simplemente objeto de cognición y conocimiento. “Creemos que el punto de partida para la comprensión de la
enfermedad es que está necesariamente ‘presa’ en una experiencia. Es la experiencia de sentirse mal la que, por un lado, origina, por sí
misma las representaciones de la enfermedad, y, por otro lado, pone en movimiento nuestra capacidad de transformar esta experiencia en
conocimiento” planteará el autor, y, “es a través de las impresiones sensibles producidas por el malestar físico y/o psíquico que los
individuos se constituyen en enfermos” (Alves, C 1993:268). Este retorno al sujeto para definir la enfermedad, no se remite únicamente a la
experiencia sensible del individuo que “siente su malestar”, sino que remite “a los sentidos atribuidos a esta experiencia”, es decir, que la
idea de enfermedad circunscribe las reacciones corporales en un sistema de significantes (Alves, C. 1993:268). Para que las impresiones
sensibles sean organizadas, aprehendidas, es preciso que éstas se articulen en un proceso significativo. La enfermedad, en ese sentido, “se
constituye en una interpretación y un juicio sobre la materia prima de las impresiones sensibles producidas por el cuerpo. Enfermedad no es
un hecho, sino una significación”, dirá Alves (Alves, C. 1993:269). Estos procesos de interpretación no constituyen un resultado aislado, sino
que se realiza poniendo en juego procesos interpretativos adquiridos en la vida cotidiana, asumiendo una entidad real para los miembros de
la sociedad porque se origina, precisamente en el mundo del sentido común.
Byron Good propone de modo semejante una teoría de la experiencia de la enfermedad, focalizando en el cuerpo como fuente creativa de
experiencia. Planteará que la enfermedad se explica en términos de relaciones de lo que él llama “embodied experience” - experiencia
corporizada -, el significado intersubjetivo y las narrativas que reflejan y remodelan la experiencia de la enfermedad. Realiza su propuesta
analizando un caso: Brian, quien padece de una enfermedad crónica. Su agudo análisis lo lleva a plantear que en el caso del dolor crónico,
la comprensión de la distinción entre el mundo de los objetos físicos y de los estados mentales se oscurece, se hace ininteligible. Good
planteará: “el dolor crónico pone en tela de juicio principios centrales de la biomedicina: el conocimiento objetivo del cuerpo humano y de la
enfermedad como inseparables de la experiencia subjetiva. La distinción entre el mundo de la realidad objetiva y de la experiencia subjetiva
también pone en crisis el gerenciamiento del dolor en el “cuerpo social” y en el “cuerpo político”, pues las políticas económicas
relacionadas con las compensaciones o los pagos por discapacidad o invalidez, están atravesadas por debates acerca de cómo contar con
indicadores objetivos del dolor”. (Good, (1994). Este señalamiento de Good, nos permite aproximarnos a la propuesta de N. Scheper-Hughes
y M. Lock.
Nancy Scheper-Hughes y Margaret Lock en su artículo “The mindful body: a Prolegomenon to Future Work in Medical Anthropology” se
proponen deconstruir los conceptos acerca del cuerpo y comenzar a analizarlo examinando tres perspectivas bajo las cuales ha sido
visualizado: 1) el cuerpo como una experiencia fenoménica individual de sí mismo, 2) como cuerpo social y 3) como cuerpo político. En su
exhaustiva revisión ejemplifican cómo la interpretación dualista que escinde cuerpo/mente ha impregnado la constitución del pensamiento
occidental. En tanto, muestran cómo en otras sociedades, concepciones monistas y holísticas, de una visión integrada de la unidad
cuerpo/mente, permean y estructuran visiones del mundo, de manera tal que la salud y la experiencia de la enfermedad adquieren otra
significación.
Los “tres cuerpos” representan no sólo tres unidades de análisis separadas y superpuestas simultáneamente, sino tres aproximaciones
teóricas y epistemológicas. El análisis del primer cuerpo implica abordar al cuerpo individual, entendido en un sentido fenomenológico, es
decir aprehendiendo la experiencia vivida del cuerpo en sí mismo. Esta aproximación remite a una infinita variabilidad de experiencias
referidas a la vivencia de la salud y de la enfermedad, capaces de ser comprendidas a través de un enfoque fenomenológico. El segundo
punto: el cuerpo social refiere al uso representacional del cuerpo como símbolo natural, con el cual pensar la naturaleza, la sociedad y la
cultura. Consideran que aproximaciones estructuralistas y de la antropología simbólica pueden revelar interpretaciones muy sugestivas en
ese sentido. Retomando, entre otros, a Mary Douglas, consideran que el cuerpo es un símbolo natural que suministra algunas de las más
ricas fuentes de metáforas. Construcciones culturales de y acerca del cuerpo son muy útiles para sustanciar particulares visiones de las
relaciones sociales y sociedad. “El organismo humano y sus producciones naturales de sangre, leche, lágrimas, semen y excrementos
pueden ser usadas como un mapa cognitivo para representar otro natural, sobrenatural, social y aun de relaciones espaciales.
(Douglas,1970:65, citado en Schepper-Hughes, N y Lock,M:19). La literatura antropológica tiene innumerables ejemplos en ese sentido.
Algunos de ellos, aluden a las teorías de la reproducción descriptas por la etnobiología, en correlación con la clasificación y explicación de
las relaciones de parentesco. Otros trabajos apuntan a la asociación de enfermedad y salud con tensiones sociales, hostilidades, tales como
el mal de ojo, el susto, o el desequilibrio simbólico del síndrome frío-caliente de algunas medicinas folklóricas de América. En algunos casos,
hasta el mundo es corporizado. Así, por ejemplo, los Qollahuayas de los Andes bolivianos entienden a sus cuerpos en términos de la
montaña y consideran a la montaña en términos de su propia anatomía, o los Dogón del oeste de Sudán deben orientar y distribuir la
edificación de la aldea reproduciendo el cuerpo de un hombre yaciendo de espaldas. La metáfora del cuerpo también se desarrolla en el
interior de las casas. Obviamente que, en estas cosmologías esencialmente humanísticas y monistas, los principios de fusión y de
separación, inminencia y trascendencia, influyen en la interpretación y práctica de la salud.
El tercer punto: el cuerpo político refiere a la regulación, vigilancia y el control de los cuerpos (individuales y colectivos), pensados en
diversos planos: en su sexualidad reproductiva, en el placer y el trabajo, en la enfermedad y en otras formas de desvío social. Mientras que
las relaciones entre los cuerpos individuales y sociales aluden más a un metáfora y representaciones colectivas de lo natural y cultural,
éstas aluden a cómo las relaciones de poder y control se “corporizan”. Retomando nuevamente a Mary Douglas, las autoras plantean que
cuando una sociedad se experimenta a sí misma como amenazada, responderá expandiendo sus controles sociales y regulando las
fronteras del grupo. “Los tres cuerpos - individual, social y político - pueden cerrarse, aproximarse y protegerse bajo el control de sus
‘entradas y salidas’. En estas circunstancias, una vez más, el cuerpo político se asocia con el cuerpo humano en el cual lo que es bueno se
localiza en el interior y lo malo es todo lo de afuera. Cuando el sentido del orden social es amenazado, los símbolos de auto control se
intensifican junto con todos los mecanismos de control. Las fronteras entre los cuerpos políticos e individuales son barridos, apareciendo
una serie de mecanismos simbólicos que posibilitan la protección (rituales, sacrificios, etc). Fuera de los tiempos de crisis, las sociedades
también reproducen y socializan la clase de cuerpos que necesitan. Retomando a Crawford y a Foucault ejemplifican cómo en nuestra
sociedad, fenómenos tales como la bulimia y la anorexia y desórdenes en las imágenes corporales, expresan “corporizándose”, las
tensiones sociales y los mecanismos de control en relación a las expectativas e ideales de salud que la propia sociedad construye.
Finalmente, para entrelazar la propuesta de las autoras con lo expuesto anteriormente, recuperamos la afirmación que refiere que una
antropología del cuerpo necesariamente supone una teoría de las emociones. “Las emociones afectan la manera en las cuales el cuerpo, la
enfermedad, el dolor son experimentados y proyectados en imágenes de bienestar o pobreza de un cuerpo social y político funcionando”
(Schepper-Hughes, N y M,Lock, 1987:28). Las autoras proponen que las emociones se indaguen en las diversas circunstancias de la vida
cotidiana si se intenta quebrar con la clásica dicotomía: mente/cuerpo, individuo/sociedad, naturaleza/cultura, pasión/razón. En tanto, las
emociones, como la experiencia, suponen sentimientos y orientaciones cognitivas, una moralidad e ideología cultural, su análisis permite
establecer un puente entre cuerpo y mente. Son en circunstancia “de la experiencia de la enfermedad, como en momentos de profundo
trance o transporte sexual, que mente y cuerpo, “self” y otros devienen uno. El análisis de estos eventos ofrece una llave para entender un
‘cuerpo pleno de mente’ (mindfull body), tanto como el self, el cuerpo social y el cuerpo político” (Schepper-Hughes, N y M,Lock, 1987:29).
La enfermedad, dirán las autoras, “no es un evento aislado, ni un desafortunado roce con la naturaleza. Es una forma de comunicación -el
lenguaje de los órganos- a través de los cuales, naturaleza, sociedad y cultura hablan simultáneamente. El cuerpo individual es visto como
el más inmediato, el terreno próximo donde las verdades y contradicciones sociales son puestas en juego, tanto como el locus de la
resistencia social y personal, la creatividad y la lucha” (Schepper-Hughes, N y M,Lock, 1987:31). Que la práctica de la medicina biomédica
de base científica tenga en cuenta las perspectivas que pueden provenir de estas conceptualizaciones es un objetivo central del trabajo que
hacemos en el seno del Departamento de Humanismo Médico y Bioética de la Escuela de Ciencias de la Salud de Olavarría. Si los futuros
médicos lograrán re-humanizar sus prácticas no lo sabemos todavía, pero en esta dirección marcha nuestro intento.
BIBLIOGRAFIA
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2014. Newsletter . ISSN 1850-261X Copyright © Facultad de Ciencias Sociales. UNCPBA. Argentina
“¿Qué hacer si el paciente decide morir?” Paulo Catanzaro
Paulo Catanzaro, estudiante avanzado de la Escuela Superior en Ciencias de la Salud. UNICEN
Recibido: 30/05/2014
Aceptado: 18/07/2014
E-mail: paulocatanzaro@icloud.com
Resumen: Este trabajo intenta analizar las condiciones del pensamiento médico actual y como éstas influyen sobre el concepto de
eutanasia. Se explican las distintas corrientes ideológicas, la ética y moral del profesional de salud en las distintas épocas y como éste se ha
enfocado y ha afrontado cuestiones como la muerte y el sufrimiento. Se describe al paciente como persona, ciudadano y consumidor del
servicio de salud y la influencia que este ejerce sobre la práctica médica.
Finalmente se realiza una reflexión ética para poder comprender estas cuestiones, dando lugar a posibles respuestas de cómo debe actuar
un médico ante el pedido de un paciente por morir.
Palabras clave: Subjetividad; cuerpo, modernidad, medios masivos de comunicación, muerte, eutanasia, sufrimiento, dolor, medicina.
Abstract: This paper attempts to analyze the conditions of the current medical thinking and how they influence the concept of euthanasia.
Different ideological trends, ethics and moral health professional at different times and how it has focused are explained and has addressed
issues such as death and suffering. Patients as persons, citizens and consumers of health care and the influence this has on medical
practice is described.
Finally ethical reflection to understand these issues is performed, resulting in possible answers of how a doctor should act on the request of
a patient to die.
Keywords: Subjectivity; body, modernity, mass media, death, euthanasia, suffering, pain medicine.
Introducción
La sociedad científica médica reconoce la amplitud y la complejidad del conocimiento necesario a la hora de elaborar determinados
diagnósticos y llevar a cabo terapéuticas sobre los mismos. Las mismas nociones sobre conceptos biomoleculares, que a pesar de que
intentan o aspiran hacer de este tipo de conocimiento un saber exacto, reconocen la fragilidad de sus afirmaciones y teorías. Las
concepciones biologicistas fomentaron una corriente de ideas que llevó al personal de salud a adoptar el modelo predominante actual, eje
de la profesión médica, conocido como biomédico. En los mismos pilares, donde se centra la solidez de este modelo, se afirma que este tipo
de saber admite la posibilidad del error y del fracaso, y, además, la probabilidad de que fuerzas desconocidas e incontrolables puedan
distorsionar la aplicación del saber en la terapéutica. No existen garantías o pronósticos 100% exactos en el comportamiento del cuerpo en
cuestiones de salud. Aún la genética, uno de los paladines del modelo, ejemplifica esta cuestión; en el 99,9% de certeza de sus estudios,
admitiendo la posibilidad del error.
La relación médico-paciente está bajo cambios, producto de la crisis que el mismo modelo generó. La soberbia del profesional y la confianza
a casi ciegas del paciente produjo el inevitable fracaso de numerosos casos; que demostrando la ineficacia de la práctica médica por
reducirla a cuestiones meramente biologicistas no pudo enfrentar ni comprender la naturaleza de las problemáticas que exceden a este
encuadre.
Se generó una desconexión con la realidad y se deshumanizó al hombre, construyendo al enfermo, como un algo menos que pierde su
condición de persona, en un objeto, un cuerpo-carne. El enfermo es persona y ésta es subjetividad. La medicina biomédica rompe el nexo
del cuerpo con el intelecto (espiritualidad-alma), cualidad propia de la condición humana. La división de lo indivisible, lo orgánico de lo
psicosocial, fomentó que el médico tomara lugar sobre el cuerpo del prójimo que dejó de ser prójimo. El cuerpo-carne no tiene voluntad, no
decide. Por ende, se creó este juego con estas reglas, el paciente cedió involuntariamente o inconscientemente las facultades y libertades
de su propio organismo a aquel responsable de curarlo. Y esto fue lo que desencadenó el mal, el abuso y el fracaso de la medicina
biomédica.
El sufrimiento del otro es más fácil de cargar y por ende es más fácil experimentar y decidir de manera fría y ligera sobre la vida ajena. El
médico puede negar, dar la espalda, no mirar o menospreciar el sufrimiento ajeno con el fin de adquirir mayor fortaleza emocional y firmeza
para continuar con su praxis. El no reconocer el sufrimiento del enfermo deshumaniza tanto al que padece por ser menospreciado como al
que menosprecia por perder cualidades propias de la condición humana. Ignacio Lewkowicz dijo: “la negación niega la negación misma”.
Conscientemente, la negación termina generando lo inconsciente, el negar la negación. La negación miente, engaña y termina por
confundir a quien la practica. Y la mentira del modelo, es que el enfermo es cuerpo-carne, que las demás experiencias humanas, incluyendo
al sufrimiento, entorpecen y dificultan el diagnóstico médico. La bibliografía médica dictamina cuales son los síntomas, las enfermedades;
entonces se aceptó que, en el ejercicio de la profesión, lo que se escapa o se aleja de lo escrito es una distracción sin sentido.
Aunque no de manera directa, se ha fomentado la idea de que la formación médica otorga poder, a aquel que la recibe, de imponerse por
encima de la voluntad del paciente. Quien decide sobre las cuestiones de salud debe ser “quien sabe”, el médico. Siendo notorios los
problemas de esta cuestión, los gobiernos legislaron con el fin de regular y poner límites al abuso de la actividad médica a favor de la
autonomía de sus ciudadanos.
Hoy el paradigma está en crisis, y se enfrenta a un nuevo modelo de medicina conocido como biopsicosocial. La medicina busca reformarse
teniendo una nueva mirada sobre la salud y el enfermo. Se reconocieron algunos de los fracasos del pasado y se pretende dar respuestas y
soluciones a los mismos. A partir de esto, se ha descubierto cómo el sistema neuroendócrino, a partir de los estados anímicos, tiene
correlato directo sobre cuestiones de salud; demostrando el error de la medicina dualista. Asimismo, además, se reconoció científicamente
al efecto placebo; que confirma como el simbolismo y las metáforas que las personas otorgan a la enfermedad influyen sobre las cuestiones
de salud. A pesar de los cambios y las nuevas corrientes ideológicas, el personal de salud, su mayoría, se formó y educó con las bases
biomédicas. Es simple encontrar los ideales biomédicos aún presentes. Por lo cual, este marco situacional determina que el profesional de
salud se encuentre inmerso en un mundo donde los ideales, principios y valores confunden y obstaculizan en cuanto a ver lo obvio, que el
enfermo es persona, un semejante, y que el conocimiento médico aún por amplio que parezca no es suficientemente para invalidar con
ligereza la voluntad del paciente. Cualquier decisión, cualquier elección, plantea incertidumbres. Existe el riesgo de la posibilidad de que
aparezca un efecto adverso o de que la toma de una decisión no sea la correcta.
Los casos de eutanasia son cuestiones que entran en juego a esta puja de ideales y modelos de medicina. Son situaciones extremas, pero
estadísticamente frecuentes, que ponen a prueba al profesional no sólo en su formación y nivel de instrucción académico sino, además, su
integridad moral y ética. Las posturas son varias acerca de qué debe hacerse cuando el paciente decide morir, o pide morir; y creo que no
existe una sola respuesta que alcance la complejidad de las singularidades de los casos. Por esto el objetivo de esta redacción es intentar
describir la problemática ética de la situación y contribuir a facilitar su análisis.
Cuerpo y subjetividad contemporánea
El cuerpo humano es una realidad existencial del hombre que se puede conceptualizar como una estructura, en la cual se interrelacionan
procesos biológicos, psicológicos y sociales. El cuerpo es y se hace; por lo cual, existen procesos intrínsecos y extrínsecos que lo
determinan. Yo soy pero el entorno también me hace, y viceversa. Mis emociones, mi percepción sensorial y mi intelecto, que a su vez
influyen sobre mis estructuras biológicas, se forman en relación directa e íntima con el entorno social en el cual me encuentro inmerso. La
salud, entonces, debe ser conceptualizada desde estas perspectivas. El médico necesita entender y aplicar en su práctica esta concepción,
dejando de lado los estigmas de la ciencia positivista y la medicina biomédica.
No se debe ignorar cómo los procesos psicosociales influyen sobre la salud de la persona. Un ejemplo de esto es cómo el estrés genera
cambios sobre las estructuras nerviosas y demás tejidos del organismo. La salud mental del paciente en función de lo psicosocial, puede
condicionar la biología y viceversa.
Prefiero, sin embargo, que se deje de lado la concepción del cuerpo, porque un médico atiende a personas; y, entonces, este tipo de
lenguaje confunde y desvía del saber. La persona es la que enferma, padece y muere. Por lo cual la salud debe definirse obligatoriamente
desde la perspectiva de la persona y no desde el cuerpo. La interacción de los procesos biopsicosociales determina que el cuerpo es un todo
indivisible conformando y perteneciendo al ser humano. La cultura, la religión, el lenguaje y demás cuestiones que conforma la subjetividad
del hombre determinan el significado que éste le atribuye a la enfermedad y a la salud. Entonces, como las construcciones psicosociales de
los individuos influyen sobre las cuestiones de salud es necesario que también sean consideradas por el médico.
Lo que se define como patológico no necesariamente corresponde a lo existencial y estructural de la biología. Quienes perciben y
construyen la enfermedad como tal, se encuentran bajo la influencia de los procesos socioculturales que se encuentran inmersos. Un
ejemplo es como la condición homosexual, el racismo y demás construcciones de la cultura de la época, fomentaron la determinación de los
conceptos de enfermedad y de patológico sobre el fundamento de una visión sociocultural y no sobre cuestiones estrictamente científicas.
La subjetividad del individuo es plástica, mutante y con cualidades singulares. Por lo cual si la salud se encuentra en interacción con la
percepción del individuo, se debe reconocer la importancia del rol que ejerce. Los positivistas y la medicina biomédica intentaron imponer el
dogma de que el científico debe ser objetivo, sin embargo está demostrado como aún por más que uno intente serlo, no puede alcanzarlo y
la subjetividad se impone. Todas las experiencias de la vida determinan la singularidades de nuestra persona y como damos significado e
interpretamos la realidad.
Aquello que determina el orden de pensamiento de una sociedad, el cual es el producto de la corriente ideológica de determinado
momento, se entiende como la subjetividad de una época. Hoy en día conviven distintas ideas con respecto a cuestiones de salud. La
subjetividad capitalista, con respecto al cuerpo humano está siendo remplazada, en cierta medida, por la subjetividad contemporánea.
Contrarias en su naturaleza, en propósitos y sentidos; una determina que la felicidad esta en el progreso mediado por la productividad y la
otra, respectivamente, que el acto de consumo es el responsable de vivificar la existencia humana. En la subjetividad contemporánea la
felicidad se determina por el consumo y éste por el dinero. Se eleva al mercado como la institución que ordena al mundo, dejando al
Estado, la Iglesia, la Escuela y la Familia, como entes subordinadas para administrar y dar cumplimientos a los deseos del consumo. Si bien
no es la única fuerza que ejerce acción sobre la opinión pública es la que mayor poder tiene. Hoy conviven distintas maneras de interpretar
y percibir la realidad humana. Distintos autores describen al cuerpo humano, desde la visión capitalista, como una fuerza de trabajo; que el
sentido de productividad confiere al ciudadano el significado de la vida y de esta manera se determina los roles y relaciones sociales. El
orden social, entonces, según esta visión, estaría determinado por el cuerpo como fuerza y poder de trabajo y la productividad como
herramienta del progreso y la felicidad. Si bien estas ideas pueden tener algo de verdad, no creo que se determinen los roles y las funciones
en la sociedad actual de tal manera. Si todos buscáramos ser productivos porque esto nos determina un mejor status social, y en esto el
progreso individual y la felicidad, los roles sociales deberían corresponderse a esta idea pero, sin embargo, esto no sucede. En el mundo
contemporáneo existe la trampa, donde el que tiene poder no produce sino consume, utiliza y abusa. Se destruye al medioambiente, se
deja de pensar en el futuro. Y esta metáfora del hoy y la conducta impulsiva son llevadas aún a cuestiones de la vida cotidiana y de la salud.
La visión del cuerpo como una construcción social que aparece del entramado de las relaciones productivas cooperativas es una ilusión. No
es necesario trabajar ni producir para obtener dinero, lo cual determina el poder del consumidor. Esta es la paradoja del mundo actual. La
contradicción de lo que debiera ser con lo que es.
Los medios masivos y el marketing han influido sobre la opinión pública colocando al acto de consumo como reflejo de poder y felicidad, por
lo cual se nos infiere la idea de que el dinero mueve a la sociedad. Terminamos comprando y consumiendo cosas que no necesitamos. Y
esto no es que voluntariamente se apruebe o se simpatice pero sucede. Se estigmatizan la adicción y el capricho pero se promueve la
conducta impulsiva que las desencadena. En la ignorancia y en la ausencia de moralidad y de pensamiento crítico; el egoísmo fomentado
por la misma cultura individualista e impulsiva que fomenta el consumo, genera desigualdades, injusticias y desequilibrio. Aunque la
moralidad cristiana del amor al prójimo sea aceptada de manera popular; esto no quiere decir que las sociedades la apliquen. El amor,
paradójicamente, es una cualidad estimada por la sociedad pero por otro lado contraria a la subjetividad contemporánea del mundo
capitalista, al mercado y al consumidor. Mucho se habla de los males del presente pero aún el hombre, en su conformidad, no cambia de
actitud.
La subjetividad contemporánea determina la forma de vivir de las personas y por ende a su salud. Las cuestiones morales también se
encuentran bajo influencia de estas ideas. Es necesario considerar el significado que se da a las construcciones simbólicas de los conceptos
de salud, vida, muerte, sufrimiento y dolor desde las distintas perspectivas que fueron evolucionando en las distintas culturas hasta la
particularidad de la época actual.
Eutanasia y sufrimiento
Eutanasia es una palabra de origen griega que, en las culturas greco-romana, se refería al estado mental o espiritual de la persona en su
momento final; si ésta se encontraba serena, autocontrolada, psicológicamente equilibrada. La eutanasia era una forma de morir, no un
acto que producía la muerte. Más tarde esta cuestión se diferenció de las prácticas en donde se adelantaba u ocasionaba la muerte,
denominándose eutanasia pasiva y activa a los respectivos casos.
La paradoja de la época se enfocaba sobre cuestiones del orden de lo natural y la naturaleza, para lo cual se determinó que morir era un
fenómeno natural del hombre, entonces se sostenía que ayudar esta naturaleza en el sentido de ayudar a la persona a alcanzar una buena
muerte era lo recomendable y por otro lado, si la muerte y aún el sufrimiento son naturales por ende no se debía intervenir en el desenlace
de lo mismos, ya que estos tienen un significado y un sentido propio a la existencia terrenal.
Luego, de la constitución del cristianismo como religión oficial del imperio romano en el siglo IV, el catolicismo surgió y los valores pro-vida
judeo-cristianos transformaron la opinión pública. Estas ideas pro-vida terminaron en argumentaciones como que el momento y las
circunstancias de la muerte se hallan en las manos de Dios. El suicidio entonces fue concebido como incorrecto por corromper el espíritu de
los creyentes e ir en contra de la voluntad de Dios y además a oponerse al principio básico en favor de conservar la vida. Tanto las ideas
greco-romanas como las catolicistas en favor de no interferir en el desenlace de lo natural o aquello que es voluntad de Dios, se justificaban
en que la muerte y el sufrimiento otorgan virtud a aquel que los parece. La conducta valiente de enfrentarlas era ejemplar. Rom 5:3: “Nos
glorificamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza”. El dolor y
sufrimiento de Jesucristo crucificado se volvieron inspiración para algunos; que, incluso, se autoflagelaban con el fin de agradar a Dios. El
humanismo renacentista del mundo católico, dejando de lado el justificativo del sufrimiento como castigo del pecado y orden establecido
por lo divino, determinó como más natural la buena muerte. En su nuevo rol: el médico debía aliviar el dolor causado por el estado <<no
natural>> de la enfermedad. La ciencia y la medicina, entonces, podían reiterar o interrumpir los tratamientos innecesarios para las
situaciones en que la enfermedad se percibía como irremediable.
En la actualidad existen concepciones y legislaciones distintas con respecto a la eutanasia. En las sociedades de una misma nación, se han
tomado los valores morales y las experiencias del pasado según su cercanía ideológica y de esta manera se influyó sobre determinadas
leyes y ordenanzas establecidas.
Más allá de que se haya autorizado en algunos países la eutanasia, respaldando y sustentando el derecho del paciente terminal a optar por
la no iniciación o la irrupción de tratamientos innecesarios; aún, incluso, si al hacerlo estos aceleran el desenlace fatal de la enfermedad,
existe el límite en causar la muerte de forma activa e intencionada. Pero, paradójicamente, se puede generar un coma farmacológico, lo
cual es una experiencia semejante a la muerte, con el fin de evitar el dolor. Esta situación y realidad de los pacientes que optan por morir es
controversial por los principios morales de los individuos que entran en juego. Sin embargo creo que es necesario resaltar que la noción de
eutanasia aceptada está fundada en la idea de que es una forma de morir y no el acto mismo de poner fin a la vida.
La concepción ideológica de que en la situación extrema y extraordinaria del paciente terminal, las personas pueden optar por aceptar y
adelantar el fin de su existencia entra en choque con la cercanía de la conducta suicida. Y por esto se genera la controversia y el choque de
posturas. El problema se da en la similitud de la temática pero a pesar de esto, los actos son distintos. El suicida elige morir, quiere morir;
mientras que el paciente terminal no puede elegir, la muerte se le impone y éste aceptando lo inevitable opta morir de mejor manera.
A partir de la eutanasia en los casos de enfermos terminales surge la cuestión de qué hacer con las personas que sufren y no puede revertir
su situación y que también piden morir. ¿Qué hacer con los pacientes que por su condición de enfermos crónicos, no pueden revertir el
dolor, el malestar, la incapacidad, etc.? ¿Cómo definir con certeza suficiente cuando el mal en el que se encuentra inmersa la persona
justifique el fin de su existencia? ¿Debería un ciudadano tener el derecho de suicidarse?
El dolor y el sufrimiento son experiencias comunes en la humanidad. Han estado presentes en el desarrollo y crecimiento de las sociedades
y sin embargo el hombre, superando situaciones adversas extremas, ha demostrado una fuerza intrínseca por querer vivir. El dolor es una
experiencia subjetiva, sensorial y emocional, asociada a padecer daño o perjuicio; mientras que el sufrimiento, además de ser una
experiencia semejante, carece de sentido. Esto puede explicarse con la siguiente frase de Víctor Frankl: “El dolor pide calmantes, el
sufrimiento reclama sentido”. La persona puede cargar con el dolor, si es que encuentra un propósito que amerite el soportarlo; mientras
que con el sufrimiento la persona se debilita biológica y psicológicamente. Esta concepción puede permitir entender y concebir las
diferencias entre conductas resilientes y el distrés. Si ante una situación adversa, la persona puede encontrar el sentido, puede hacerle
frente; mientras que si no lo hace se consume. El dar sentido o comprender la violencia del dolor padecido se produce un alivio al temor de
lo desconocido del mal que se padece. Al darle nombre y significado a la causa del mal se restablece la iniciativa del paciente y se anulan
las hipótesis negativas que alimentan la ansiedad y la intensidad del sufrimiento. En caso contrario la persona puede alcanzar el punto de
ser física y mentalmente incapaz de lograr algunos de los objetivos que considere fundamentales en su vida y, entonces, por este estado de
malestar y confusión, perder la conciencia y voluntad, al límite de hacer que ésta pida morir. Los estados afectivo-emocionales, como
ansiedad, angustia o agitación, pueden deformar la percepción y la personalidad o estructura psicológica del paciente. Es por esto que el
sufrimiento desmedido destruye la voluntad y la conciencia del hombre y que el pedido de morir tenga un significado distinto de ayuda
desesperada contra el hartazgo del mal que lo corroe.
La vida está sujeta al sentido de un propósito, la felicidad. Si la esperanza de alcanzar la felicidad muere, el ser muere. ¿Si hipotéticamente,
la vida humana fuera un sinsabor inmerso en el sufrimiento sin oportunidad de revertir esta situación, quién quisiera vivir? ¿A quién le gusta
sufrir, o quién lo elige? ¿Y si el sufrimiento se impone y uno no puede cambiar esta condición ni hoy ni mañana, por qué vivir? ¿Si éste
ocupa la mayor parte de la vida y el posible porvenir “bueno” no es lo suficiente o no vale la pena para soportar aquello que aflige, qué
sentido tiene tolerar o forzarse a buscar el bienestar futuro, si en el fin uno muere y deja de existir? Uno no se pregunta o racionaliza estas
cuestiones. Siente. Vive intuitivamente, sensualmente. Por eso mientras se está anímicamente bien, se vive por inercia, se busca continuar
de la misma manera, sintiendo y experimentando lo que uno cree que le hace bien. Por lo cual, lo común es cumplir con la moralidad a
favor del deseo de vivir. Pero cuando lo adverso se presenta se busca huir y cambiar esta realidad. Al no poder hacerlo, se busca un sentido
y una respuesta al porqué continuar. Y, entonces, surge la cuestión de porqué vivir para sufrir si todo fuera para nada. Porque si cuando uno
muere, todo se termina, todo deja de importar, ya se sea rico o pobre, inteligente o no, feliz o no; se termina en la nada y se deja de ser.
Todo pierde sentido. Por esto si se adelanta la muerte se evita el posible sufrimiento; pero a su vez, se pierde la posibilidad de alcanzar
situaciones futuras de felicidad. ¿Cómo medir o hacer un balance real de la felicidad y el sufrimiento de la existencia humana? Si
hipotéticamente se pudiera hacer y se razonaran las posibilidades que se tienen de alcanzar la felicidad y se concluyera que el sufrimiento
es o va a ser irremediable; entonces, el poner fin a la vida parece ser lo inteligente. Pero no hay nada seguro en lo futuro. Se puede creer
que lo seguro es el malestar del hoy y que no aparenta cambiar. Y si la certeza es que lo que venga no remedia, ni cura, ni consuela el vacío
del malestar del existir, y si todo termina en la nada, de qué sirven las buenas o malas experiencias que se puedan tener en la vida. Si se
muere o se deja de ser hoy, mañana o dentro de miles o millones de años, nada vale, todo pierde sentido. La vida, con todo lo que implica,
pasa a ser vanidad. Entonces, a partir de esto, afirmo que la vida se encuentra sujeta al propósito de la felicidad, pero también, asimismo, al
de la eternidad. Mayor es el peso de la primera para la voluntad del ser porque la condición humana determina primero sentir. Pero, luego,
pensando me doy cuenta que aún la felicidad de un período no justifica la existencia. Porque por más que se ponga en la balanza los
momentos buenos con los malos y resulten más los primeros, si se deja de existir, nada tiene sentido. Y sé que lo que veo y entiendo son
matices más o menos oscuros de lo que en teoría concibo por realidad. Aún por más objetivo que intente ser, mi punto de vista puede no
considerar el todo; puedo estar equivocado. Mi moral, mis ideas, mis símbolos, mi percepción puede colapsar y cambiar. En mi universo, el
código con el cuál ordeno mi pensamiento, admito la posibilidad de la existencia de las singularidades de situaciones desconocidas que
puedan irrumpir y cambiar, éste, mi saber previo. Que surjan excepciones a las reglas establecidas y/o nuevas leyes que modifiquen aquello
que concibo como particular al hoy y, entonces, se amplíe o modifique mi código moral. Por lo cual, mi universo me dice que la moral no es
universal, porque si lo fuera no colapsaría como lo hace y que mi saber rige en cuanto tenga validez y no se compruebe lo contrario.
Pero lo que con cierta seguridad sé es que si una persona pone fin a su existencia es el fin de todo. Y yo creo que todo ser, intuitivamente,
quiere vivir y quiere ser feliz. Si aun por complicada que sea la condición del paciente, la enfermedad o el mal, el poner fin a la vida implica
el final de todo; se pierde la esperanza de recuperación o la posibilidad que esa persona pueda superar el mal. Aún la ilusión y la esperanza
mientras existan, por poco probables que parezcan, obligan a la persona a luchar por vivir. La idea de la posibilidad de alcanzar la
eternidad, o cualquier otra que amerite y de valor, sentido o propósito al sufrimiento vivifica la existencia. Este futuro que no se conoce,
esta ignorancia del porvenir, otorga la posibilidad de la libertad del imaginario, dentro del límite del orden del pensamiento científico, de
concebir la inmortalidad y la felicidad como posibles; o de aceptar cualquier otra noción o idea, dando sentido y justificando la existencia del
hombre. Si se lo hace, se fortalece y se libera al individuo del mal de la duda, del sinsentido que consume y se valida y justifica el resistir al
malestar. Es por eso que, a mi criterio, se encontraría, tal persona, ahora obligada por la conciencia a optar por luchar y vivir en búsqueda
de alcanzar la esperanza de las cuestiones que vivifican la existencia del hombre. Pero, sin embargo, el riesgo ante lo desconocido, la
ignorancia e incertidumbre implican que no puedo obligar o forzar a hacer pensar o desear a alguien algo que a mí me parece. Vivir tiene
que ver con la calidad de vida de la persona. Reconocer la dignidad de la persona y como ésta, en su diferencia, concibe y define a la vida
es primordial para tratar o hablar sobre la autonomía del paciente.
Es decir que la óptica de lo anterior conlleva al médico a focalizarse en la lucha contra el sinsentido. La ansiedad que se produce destruye al
paciente, por esto es necesario aclarar que a pesar de que el sufrimiento no tenga sentido y que sea una realidad, no significa
necesariamente que la vida deje de tenerla. La idea del fracaso generalmente conlleva al sinsentido; por lo cual, el profesional puede dar
testimonio de algo que es capaz de hacerse incluso cuando se fracasa. Torres Quiroga mencionó que el problema no está en si es posible un
mundo sin mal o no; ya que resulta clara su inevitabilidad, sino si merece la pena el mundo y la vida a pesar del mal que lleva consigo.
La voluntad de vivir es una cuestión sumamente singular y subjetiva. La salud mental y tanto los factores protectores de la misma son de
suma importancia para poder hacer que la persona pueda encontrar, en el límite de la situación que padece, las respuestas y los sentidos
que alivien su sufrimiento. La paciencia, la tolerancia, el equilibrio emocional son herramientas y cualidades que fortalecen y permiten
alcanzar la construcción de estos nuevos símbolos sobre la enfermedad, el dolor, la vida y la muerte. La importancia de cómo cada persona
interpreta estas cuestiones es de suma relevancia a la hora de entender qué es lo que está pidiendo o necesitando alguien que pide morir.
Es necesario entender que las personas construyen distintos símbolos e interpretaciones a partir de hechos iguales y que estas
construcciones, no sólo influyen sobre el estado anímico del paciente, sino sobre su voluntad y también sobre su salud. Por esto es
importante considerar la realidad del sujeto que sufre, reconocer en éste su dignidad y diferencia para poder tomar decisión alguna.
Reflexiones Finales
Los debates médicos y jurídicos ya no versan tanto sobre el carácter lícito o ilícito de la eutanasia, sino más bien sobre su mayor o menor
conveniencia en casos concretos, sobre las normas que deberían regular su aplicación y sobre su aceptación social y política.
Si se considerara al prójimo, su situación, su realidad, su percepción, sus símbolos, su cultura, su religión y sus intereses en la postura de no
hacer al otro lo que uno no desearía que hicieran consigo mismo se cumplirían, y además se podría incluso ordenar el pensamiento ético del
profesional de salud bajo, los 4 principios básicos según Beauchamp y Childress: No maleficencia, Justicia, Beneficencia y Autonomía del
paciente. Poner fin a una vida, mas allá del debate ético, debiera ser justificado con argumentos sólidos y claros a favor del principio
general de la vida y de la dignidad de la persona oponiéndose a conductas cobardes e impulsivas cercanas al suicidio (principio
de beneficencia). Se debe considerar la dignidad de la persona y excluir las prácticas innecesarias que no garantizan una cura para la
enfermedad ni otorgan alivio satisfactorio para el sufrimiento (No maleficencia). Además se debe considerar la autonomía del paciente
que es un ser subjetivo con una realidad propia. Un médico no puede obligar a una persona a hacer que ésta desee vivir o pierda el deseo
de morir. Es tarea difícil condicionar el pensamiento y los sentimientos de una persona. Y la autonomía se fundamenta principalmente en la
ignorancia del saber médico. Sujetar un paciente ante el capricho de sostener a todo costo, sin considerar el sufrimiento que se genera, con
el fin de perpetuar la existencia física, puede ser considerado moralmente incorrecto. Incluso es el ejemplo más aceptado para el principio
de no maleficencia. La equidad de la práctica médica, el principio de justicia, debe estar focalizado en que el médico debe ser en su
accionar constante e igualitario para con todas las personas indiferentemente de su condición socioeconómica, género, cultura, etc.
El temor de generalizar la eutanasia promoviendo conductas suicidas creo que es una paranoia que desvirtúa el mismo propósito y
desmerece el fundamento de la práctica. La eutanasia no irrumpe el derecho o el respeto a la vida humana, si es que se considera la
práctica desde el punto de visión de la génesis de su significado, como una forma de morir dignamente y no de ocasionar la muerte. Quien
destruye no es el médico o la persona sino la enfermedad. Ante el desenlace fatal inminente se reconoce el sufrimiento del paciente y se le
otorga dignidad a su muerte. Es necesario e importante conceptualizar la eutanasia no como una herramienta para evitar el dolor sino como
una práctica que se da lugar en situaciones extremas y extraordinarias, donde las reglas morales del acto médico colapsan dando lugar al
debate ético, aceptando los límites de la ciencia y la muerte como realidades.
La vida de un ser humano no debe confundirse con la existencia biológica o resumirse exclusivamente al funcionamiento de determinados
tejidos y/u órganos. La persona y el cuerpo no son sólo biología. Es por esto que el sentido de beneficencia debe ser considerado desde la
perspectiva de la dignidad del ser y de su diferencia. Invalidar la conciencia moral y voluntad del otro para imponer las propias es otra
cuestión ética, donde la responsabilidad moral del médico tambalea frente a la autonomía del paciente.
La medicina actual no es una ciencia a ciertas, y jugar a la lotería con la vida es algo muy cuestionable. Las ciencias estadísticas afirman
demasiados errores bajo intereses personales y económicos. Entonces, ¿Cómo determinar con suficiente exactitud e imparcialidad, desde el
sistema de salud, que un caso sea o no terminal o que el desenlace fatal de la enfermedad sea un hecho o no? Las encuestas y los
números, sobre eutanasia, pretenden ordenar y hacer lo particular de algunos casos en algo general. Terminan frivolizando la cuestión de la
complejidad de cada caso y pretenden marcar una tendencia sobre algo sumamente singular de la persona como lo es el deseo por vivir.
Los profesionales de salud deben considerar la diferencia entre dolor y sufrimiento y que ambas son experiencias influenciadas por la
subjetividad singular de cada persona. Y ante el interrogante de qué hacer ante un paciente que pide morir, la primer actitud que se debe
tomar es escuchar atentamente y entender cuál es el marco situacional de la realidad de esa persona. Muchos médicos se esfuerzan en
demostrar que el sufrimiento puede y debe ser controlado; que se puede llegar a su raíz, cambiar su significado y que su final puede ser
previsible. Sin embargo, numerosos pacientes cancerosos, todavía en la actualidad, no pueden lidiar con el dolor y el sufrimiento producido
por la enfermedad. No obtienen un alivio satisfactorio a pesar del abanico de terapias y medicamentos que se les ofrecen. Y aún, la
obsesión del médico en la lucha a favor de la vida, termina contrariamente sometiendo al enfermo a tratamientos innecesarios donde se
potencia y magnifica el malestar del mismo.
Además, es muy frecuente que pacientes por sus creencias y su cultura religiosa sostengan que soportar el dolor es una virtud, por lo cual,
habrá gente que piense que expresar su dolor no es correcto, es vergonzante y signo de debilidad. La muerte es un fenómeno propio de la
condición humana. Está en nuestros genes y la humanidad posee íntima cercanía con la noción de su condición mortal. Sin embargo, como
mencioné antes, no todos pueden aceptar o considerar esta realidad, algunos pueden creer o se ilusionan en un futuro en el que el avance
de la tecnología podrá, algún día, ofrecer la eternidad. Otros vuelcan esperanzas en la creencia de la resurrección, o en la rencarnación, o
demás ideas de distintos tipos de religión; o cualquier clase de idea que sirva para evitar la noción del fin de su existencia. La mortalidad
del hombre es un cotidiano, pero sin embargo la posibilidad y la esperanza de revertir esta situación es el motor que mueve y da fuerza a
los religiosos y demás a sobreponerse al sufrimiento. Pero paradójicamente, son justamente los espirituales los que mayor eco hacen sobre
la falacia naturalista: lo que es debe ser. Entonces bajo la idea de lo natural reflejo del orden divino se instituye al pensamiento de la
sociedad a favor de rechazar y repudiar, hipócritamente, determinadas prácticas en contra de la naturaleza mientras que se aplauden otras.
Esta situación genera una desventaja al individuo que debe afrontar el padecimiento de su existencia, porque se lo obliga a creer que su
dolor y malestar emocional tienen un fundamento; y éste sin entender sus causas, sufre en la lucha y el desgaste de la ansiedad y la duda
que se generan al tratar de encontrar los argumentos que le permitan aceptar su condición y/o poder cambiarla para poder hallar paz. El
Cristianismo, que a pesar de sus variantes ramas e iglesias, es la religión de mayor influencia en la sociedad occidental, contradice a las
instituciones religiosas cristianas, que afirman que el sufrimiento, la enfermedad y la muerte son producto del pecado de las personas. Es
por esto que se sostiene erróneamente desde las iglesias que aquel que las padece se encuentra sujeto a algún castigo divino y entonces
su remedio es el encontrar la causa del pecado y solucionarlo si es posible por medio del arrepentimiento y del perdón divino. Y ésta es la
gran mentira que fomenta y potencia tales males sobre aquel individuo que intenta comprender la naturaleza de su situación. Los escritos
de la biblia judeo-cristiana reflejan historias de personajes como Job y Cristo entre otros, que sufren, enferman y mueren no por su
condición personal sino por un plan divino que es ajeno de las causas de si se merece o no la situación en que se encuentran por pecado. Se
instituye de esta forma al sufrimiento, la enfermedad y la muerte no como castigo divino sino como herramientas de un propósito mayor en
el cual las personas que las padecen son instrumentos de un plan celestial; determinando de esta manera que tales prácticas se incluyen
bajo la justificación de un fin determinado. Un ejemplo claro de cómo la enfermedad no se adjudica al pecado está en la Biblia en libro de
San Juan, capítulo 9 donde se le pregunta a Cristo por un ciego: “¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego?”- y Jesús
responde: Ni él pecó, ni sus padres, sino que esto sucedió para que la obra de Dios se hiciera evidente en su vida. Entonces el ciego nace
con la enfermedad para que Dios pudiera actuar sobre él. Ésta es la contradicción de las afirmaciones de las instituciones tanto judías como
cristianas que desde hace muchísimo tiempo instituyeron en la sociedad las ideas de que los males que acontecen a la persona se justifican
en su pecado. Se impone la idea de que si a la persona le suceden buenas cosas es porque Dios premia o bendice por su accionar y si le
acontece mal es porque ha pecado y Dios lo castiga. Es fácil y simple ver que esto no sucede en la realidad, aún más allá de que las
escrituras bíblicas, además, lo confirmen. Entonces el énfasis de la justificación que se le dió al padecer determinados males de la
enfermedad y a la muerte en el pecado se colapsa ante esta nueva interpretación y se suplantan la antigua concepción por la noción del
que los fines divinos justifican tales males como medios para llevar a cabo y cumplir con sus objetivos. El comprender si es moral o ético si
hay o no justificativo al sufrimiento y a la muerte humana desde está perspectiva corresponde a religiosos y filósofos. Pero es interesante
resaltar como aún, y a pesar de que los hechos y los escritos bíblicos siempre existieron, las instituciones religiosas han negado la
numerosa evidencia sobre los casos de hombres que sin culpa o pecado también mueren y sufren. Y lo aún peor como esta negación se
transmitió, instituyendo al engaño a lo largo de las sociedades como verdad absoluta. El problema de está situación no sólo radica sobre
cuestiones religiosas sino que, debido al rol que la iglesia ha tenido y tiene en las sociedades y sobre los individuos, se ha impuesto como
una institución que influye en gran medida sobre la opinión y accionar pública. Las contradicciones de sus fundamentos no sólo afectaron a
sus creyentes, sino al resto de la sociedad. Además, en sus afirmaciones y dogmas equivocados entorpecen a las personas a poder
comprender la realidad del sufrimiento. Se dan significados errados y se construye una subjetividad que dificulta visualizar la verdad y la
realidad de la condición humana, obstaculizando el desarrollo de las herramientas necesarias para fomentar la resiliencia de las personas
para sobreponerse a las situaciones adversas. El negar la realidad, desvirtúa y debilita a los individuos para poder enfrentar al sufrimiento.
La sociedad actual disciplina al ciudadano, esclavizándolo y a su vez lo confronta, dejándolo desnudo ante el pensamiento critico. El modelo
u orden social instaurado en la actualidad se enfoca en el mercado. Paradójicamente este sistema, aún conscientemente, se destruye a sí
mismo con el fin del bienestar de unos pocos. La sociedad termina diciéndole al cuerpo del hombre como debe ser o como debe
comportarse; lo disciplina. Se nos ordena cómo vivir, qué vestir, cuáles deben ser nuestros gustos, qué podemos hacer y qué no. Pero sin
embargo esta realidad es maquillada en la idea de que se vive en un mundo libre pero existen los límites a la tolerancia social y no siempre
éstos están basados en la razón. Se nos gobierna y limita bajo la noción de nuestra propia beneficencia y del orden para la convivencia; y
en contradicción se justifican las desigualdades, el egoísmo y el odio de los actos de aquellos privilegiados que temen, muchas veces
injustificadamente, la perdida del equilibrio del orden instituido, que fomentó y generó los mismos privilegios adquiridos. Entonces, se
resisten los cambios al orden social establecido porque implican el malestar de las personas que se llevan bien con el sistema. Al ver
amenazado el fundamento de los significados y las reglas en las cuales viven, luchan para evitar adaptarse a lo nuevo. Son justamente, los
que más se encuentran beneficiados por lo establecido socialmente los que, por estar conformes y satisfechos, se oponen y no quieren
entender o considerar el cambio que puede incluir medidas necesarias con el fin de un mayor bienestar para el conjunto de la sociedad. Se
rechaza cualquier idea o noción de sacrificio para adaptarse a lo que puede ser el progreso. Consideran que es un gasto de energía para
algo que no necesitan y, como prefieren la confusión y aún el engaño con tal de resistirse al cambio, no pueden ni dejan dar lugar a la
transformación de algo distinto a lo que se han acostumbrado. Y aún la historia demuestra la soberbia, el odio y la intolerancia que se
puede alcanzar por defender tradiciones y costumbres. Es por estos enfrentamientos de las relaciones de los individuos que se presentan
obstáculos que debilitan la moralidad de la sociedad actual. Y de esta condición surge el conformismo de la resignación al intelecto. Porque
el fin que se busca, que es el cambio hacia una mejor calidad de vida de las personas y de la totalidad del conjunto, se ve enfrentada por
una sociedad que condena y margina a aquellos que pueden buscar el mismo fin, pero que no encajan en su sistema y modo de vida. El
ciudadano se encuentra vulnerable para enfrentar la realidad ante el colapso del pensamiento moral actual, que a su vez es lo que instituye
y ordena al comportamiento de la sociedad. Al no saber como procesar y responder ante la disconformidad que se impone por el fracaso de
no encontrar respuesta o solución a determinada problemática que se escape del sistema moral actual; y a su vez encontrarse marginado
por su propia condición, el sujeto es llevado al límite, dificultando la resolución y el encontrar una solución a la cuestión.
Los pacientes cansados y quemados de la terapéutica, desesperanzados en el distrés de la situación y creyendo no tener oportunidad ni
posibilidad de cambiar su realidad se encuentran en una situación parecida a la anteriormente descripta. A su vez por su condición enferma
y estar aturdidos, no piensan bien y terminan actuando impulsivamente, tomando decisiones incorrectas y ligeras sobre cuestiones como
querer vivir o morir, lo que termina pareciendo ser un acto cercano a la conducta suicida. Los pacientes pueden pedir poner fin a su vida sin
considerar, oportunamente, el abanico de posibilidades que desconocen para enfrentar y revertir su estado. Quien pide morir, entonces,
puede estar en un trasfondo de pedir algo distinto. Y entonces, inconscientemente, puede ser el caso de que la persona que esté pidiendo
morir esté en realidad queriendo revertir su situación y deseando vivir. El hartazgo de su situación, y la fragilidad en que se encuentra
conlleva a la posibilidad de un mensaje oculto contrario y engañoso de las verdaderas intenciones que el médico debe ser capaz de
entender y dilucidar.
Considero inapropiado que haya publicaciones que hablen de costos para el sistema de salud sobre cuestiones como la eutanasia o
intentando validar el suicidio asistido con tales argumentaciones. Como si el gasto de dinero justificara tal práctica. Con este discurso frívolo
se justificaría la anulación de cualquier práctica médica por ser costosa. Lo único que, tristemente, reflejan estas afirmaciones es como los
intereses financieros están por encima de las demás cuestiones de la condición humana. Justamente esto mismo además refleja la crisis de
los intereses de un sistema de salud enfocado en el mercado. A mi criterio, el dinero esta lejos de responder a la problemática de qué hacer
ante el pedido de un paciente por morir.
El no reconocer la dignidad de la vida, justifica el sufrimiento de la existencia y deshumaniza, pervierte y mortifica al ser humano. Ya se
trate de cualquier institución o sociedad que desvirtue tal cuestión fomenta un gran mal consigo. La justificación del sufrimiento en el otro
bajo intereses egoístas es contraria a toda moralidad.
Otra cuestión importante de resaltar es el hecho de que muchos se horrorizan frente al debate de formalizar la eutanasia o considerar su
problemática, mientras que no se actúa ante la realidad cotidiana de los hospitales donde se practica el suicidio asistido, y la eutanasia
activa involuntaria. El profesional de salud juega a ser juez de quien merece o no merece sobrevivir a la enfermedad, o quién debe o no ser
un costo para el sistema de salud. La conformidad de un modelo de salud o de una sociedad con tales prácticas, que hoy en la Argentina
persisten, preocupa de igual forma que si existen casos que realmente merezcan ser tratados por eutanasia.
En fin, el rol del médico ante la muerte y el sufrimiento del paciente es un debate abierto hasta que se alcancen las respuestas que den
soluciones, de manera eficaz, a las necesidades de las sociedades.
Hoy el saber médico flaquea debido a que el conocimiento que se posee es insuficiente para afrontar la complejidad ética y moral de dar
respuesta al interrogante de qué situaciones son las que corresponde que una persona deba, a pesar de su enfermedad y del sufrimiento,
vivir o morir.
El aceptar la eutanasia como muerte digna y como un bien para la humanidad implica la complejidad de no poder aceptar riesgos sobre la
eficacia de su práctica, debido a la suma importancia del valor de la vida del ciudadano. El médico está formado para contribuir a la salud
de las personas contrariamente a lo que la eutanasia superficialmente aparenta que es poner el fin de una vida. Es relevante entonces
determinar cuál es el concepto de salud que se adopta en la toma de decisiones para los casos extraordinarios, pero de no menor
importancia, de aquellos pacientes que solicitan una muerte digna.
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- SONTAG. La enfermedad y sus metaforas. El sida y sus metaforas.
2014. Newsletter . ISSN 1850-261X Copyright © Facultad de Ciencias Sociales. UNCPBA. Argentina
Cuerpo… Medicalización… Muerte Minich María Loren
Minich María Lorena, Alumna avanzada de la Escuela Superior de Ciencias de la Salud. UNICEN E-mail:lore_minich@hotmail.com
Recibido 25/04/2014
Aceptado 18/07/2014
Resumen: La exigencia actual de evadir todo sufrimiento y permanecer en la juventud, implican evitar el pensamiento de la muerte como
un proceso que implica dolor, ya sea físico o emocional, involucrando al médico en este dilema, ya que el mismo se ve inmerso en la misma
exigencia. El devenir de la posmodernidad con sus principios puso en primer plano esta cuestión cotidiana de la medicina, quedando ella
misma atrapada y reproduciendo esas lógicas.
Palabras Clave: Medicalización; cuerpo; muerte, tecnología; sufrimiento; modelo médico hegemónico; subjetividad; modernidad; medicina.
Abstract: The present requirement of avoiding all suffering and staying in youth involve avoiding the thought of death as a process that
involves pain, whether physical or emotional, involving the physician in this dilemma, since it is immersed in the same requirement. The
evolution of postmodernism with its principles brought to the forefront the issue of everyday medicine herself and getting caught playing
these logics.
Keywords: Medicalization; body; death, technology; suffering; hegemonic medical model; subjectivity; modernity; medicine.
Cuerpo… Medicalización… Muerte (y un poco de historia)
El cuerpo es la encrucijada donde se encuentran procesos genéticos, biológicos, psicológicos y sociales, dando lugar a un cuerpo individual,
y a un cuerpo colectivo, que es resultado de los procesos de formación de orden social (Anton y Damiano 2010) Es también una instancia
simbólica, un sistema a través del cual se significa el orden social.
Tiene una posición central en la vida humana, y su imagen está sometida a las múltiples pautas culturales de cada comunidad o grupo.
Estas mismas variables conducen a experimentar el mundo y organizar la experiencia de la vida de maneras muy distintas.
A su vez, la concepción del cuerpo se ha ido modificando en el tiempo, según las pautas culturales reinantes. En el Renacimiento, por
ejemplo, el cuerpo era concebido desde un punto de vista cristiano, separando al cuerpo físico del alma, el cuerpo era la cárcel del alma, y
el destino del cuerpo era morir para liberar el alma contenida.
Desde el siglo XVIII, la existencia, la conducta, el comportamiento y el cuerpo del ser humano, se desarrolló, inmerso en una red de
medicalización cada vez más compleja.
La investigación médica, cada vez más profunda y amplia, comenzó a abarcar múltiples facetas de la vida cotidiana, como las condiciones
de las viviendas, la planificación civil de las ciudades, los desagües cloacales, las vías de circulación, etc.
El capitalismo, surgido a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, fue la corriente que socializó el cuerpo, como una fuerza productiva,
laboral, priorizando la parte biológica, física de este cuerpo, que era la herramienta para el progreso, el cuerpo trabajando era lo que
permitiría el cumplimiento de los sueños y anhelos de cada uno.
Pero la medicina no reconoció el cuerpo de esta manera, sino hasta la segunda mitad del siglo XIX. (Foucault,1990). Durante este siglo, el
cuerpo, constituye el territorio estable del sujeto, donde se desarrolla una subjetividad y racionalidad. Esta subjetividad está condicionada y
es condicionante del desarrollo de las comunidades.
La manera como la comunidad, percibe al mundo, los individuos asimismo, a los demás, la percepción de lo que les rodea y lo que les
sucede.
Todo este conjunto de percepciones, por así decirlo, está relacionado, formando una especie de telaraña en la que cada hilo es parte y sirve
de fijación para otros sobre los cuales está fijado.
Para explicar un poco más el concepto de subjetividad, podemos decir que el hombre no es hombre solo por serlo, sino por la manera de
pensar y concebir la realidad social.
Las formas de entender la realidad, determinan las prácticas, que a su vez se imparten a los hombres, desde recién nacidos y condicionan y
determinan sus actividades, instituyendo lo que se debe hacer y limitando su accionar, dándole un sentido, dependiendo de cada situación
o momento histórico.
Estas prácticas están determinadas por la subjetividad social de ese momento, y son las que producen las lógicas sociales y al mismo
tiempo fundan la constitución individual. Es decir que las prácticas (la subjetividad) producen efectos en las dimensiones sociales e
individuales.
Las prácticas son producto de la subjetividad pero no por eso le dan sentido sino que la subjetividad usa a las prácticas para producir
marcas en la lógica social y sobre el individuo.
Foucault habla del “privilegio de las prácticas por sobre su representación”, premisa sobre la cual se organiza el discurso médico en el que
intervienen dos tipos subjetivos, el profesional de la salud y el paciente y su relación.
Desde este sentido las prácticas toman las palabras y las cosas y las organizan, entonces el discurso no es lo que se dice sino lo que se
hace (Lewkowicz, 1999).
Decimos que la subjetividad es un conjunto de prácticas, que se hace colectiva y pertenece a quienes comparten una visión de la realidad,
pero también tiene un componente individual, el de la realidad que cada uno habita.
Después que la concepción cristiana del cuerpo entró en crisis como consecuencia del avance de la medicina científica, durante el siglo XX
se produjo una reorganización de la vida y el desarrollo social. El cuerpo se transformó en un objeto público, producto de las relaciones
sociales y las pautas establecidas como lo normal y lo prohibido, lo lindo, lo feo, etc.
Las pautas son determinadas por la cultura y los procesos sociales, que a su vez se dan en el territorio del cuerpo (Anton y Damiano, 2010).
La visión y el tratamiento de la enfermedad, también se ven afectadas, por las distintas prácticas (subjetividades).
La enfermedad debe ser percibida y aceptada tanto por el paciente como por los demás que le rodean, el grupo social, se hace una
construcción simbólica que representa y explica la enfermedad. En este punto, se espera que el enfermo adopte conductas que son
reconocidas culturalmente, como propias del estado de enfermedad, a su vez que el grupo social, modifica sus acciones con respecto al otro
que reconoce enfermo.
La enfermedad supone una nueva construcción del cuerpo, cuyas dimensiones han sido modificadas por la enfermedad misma, por la
percepción del sujeto, de cómo se verá afectado a partir de ella, y por la percepción sujeto sobre su enfermedad.
En definitiva el cuerpo ya no se percibe como era antes. En este punto, también se pone en juego que se hizo en la vida antes de la
enfermedad, parece que algunos pacientes, perciben menos dolorosa la inminente muerte si ellos consideran que tuvieron una vida
“heroica” de alguna manera.
En la actualidad, gracias al gran progreso de la medicina científica se vende la posibilidad de un cuerpo, considerado culturalmente
perfecto, alimentando expectativas de salud perfecta y una larga vida.
Estos procesos son alentados por los medios de comunicación, la política y diferentes ramas de la industria como la farmacéutica (Heath,
2008) Dentro de estos valores, que podríamos tildar de utópicos, el objetivo de la medicina parece ser el de la prolongación de la vida a
cualquier costo, incluso a cuenta de una calidad de vida digna.
La influencia de los valores sociales, políticos y económicos, es notoria sobre la concepción del cuerpo, la salud y la enfermedad, los
servicios médicos, la formación de los profesionales de la salud y la regulación de sus prácticas.
En otros tiempos, ni mejores ni peores, solo diferentes, el médico era quien acompañaba a su paciente y la familia, a través del proceso de
la muerte. Era el familiar de la muerte.
Cada familia y cada comunidad, decidía por sí misma como enfrentar la enfermedad y la muerte. Esto se ve modificado claramente por el
proceso de medicalización de la vida del individuo ya sea por parte del estado, la urbanización, de la política o de la economía, el sujeto se
vio intervenido por las prácticas médicas.
Como otra prueba de esto, cabe mencionar también que el hospital, como instrumento terapéutico, es un concepto que data de fines del
siglo XVIII, alrededor de 1760, y es gracias a la implementación de la disciplina militar.
Estaba atendido por personas caritativas, que estaba en el hospital para hacer obras de misericordia, que le garantizaran su salvación, y era
manejado por personal religioso, que se encargaba de la salvación del alma del enfermo.
En este tiempo, la intervención del médico, giraba en torno de la crisis. El médico debía observar a los pacientes, pronosticar su evolución, y
favorecer el triunfo de su aliada, la naturaleza, por sobre la enfermedad. El saber médico consistía en el conocimiento de los textos y la
trasmisión de recetas. Esto cambió, debido a que se introdujo la disciplina al medio hospitalario. La disciplina es un conjunto de técnicas a
partir de las cuales los sistemas de poder, tienen por objetivo y resultado, individuos singularizados. Su instrumento fundamental es el
examen, la vigilancia permanente, no solo de los resultados si no de las acciones que llevaron a esos resultados, para optimizarlas y
aprovecharlas al máximo.
Pero no solo fue este cambio en la organización de los hospitales, la que permitió su medicalización, sino que también hubo un cambio en el
quehacer médico.
En el sistema del siglo XVIII, el modelo de las enfermedades era comprendido desde el punto de vista de clasificación botánica de Linneo.
Por lo tanto las enfermedades eran concebidas como un fenómeno natural, una acción del medio sobre el individuo.
El agua, el aire, la dieta, son la base a partir de la cual se desarrolla el individuo y cuando estas no son adecuadas, tienen lugar las
enfermedades.
Por lo tanto, la medicina, ya no se orientaba a atender las crisis de la enfermedad, sino hacia el medio que rodea a los individuos, y que las
produce.
Estos dos procesos, el de aplicación de la disciplina y el desplazamiento del accionar médico, fueron los que dieron lugar al hospital médico.
El hospital médico, tendría como función llevar a cabo la observación y vigilancia de los fenómenos patológicos, e individualizar a cada
paciente, de modo tal que fuera posible, manipular el medio en el que se encontraba, para mejorar su estado de salud o al menos no
empeorarlo.
También hubo dentro de los hospitales, un pasaje de poder, que hasta mitad del siglo XVIII, estuvo a cargo del personal religioso, ahora es
el médico quien asume la responsabilidad de su organización interna y hasta de asesorar en su construcción y ubicación. Se normalizaron
las prácticas médicas, el número de visitas y el tiempo de cada una. También podría decirse que se estableció el primer servicio de guardia,
un médico que durmiera en el hospital, para garantizar que en cualquier momento se pudiera recurrir a él.
La formación médica, también cambió, pues el saber ahora ya no se encontraba en los libros y recetas, sino en la experiencia y en los
registros hospitalarios, que se actualizaban constantemente, y describían los fenómenos patológicos que ocurrían.
El individuo entonces, paso a ser objeto del saber y de la práctica médica. Pero como también era posible la observación de una gran
cantidad de personas, permitía comprobar los fenómenos epidemiológicos que afectaban a la población.
Finalmente, se estableció la obligación de los médicos de confrontar sus saberes y registros, con el fin de determinar si existían semejanzas
entre los fenómenos patológicos de las poblaciones, y comparar tratamientos más eficaces. (Foucault, 1990).
Ahora más que nunca, la vida del hombre, estaba intervenida por la práctica médica, desde el parto mismo. Aunque esto no quiere decir,
que no coexistan otros modelos de medicina a los que las personas recurrían. A diferencia del siglo XVIII y XIX, en los últimos años, han
aparecido enfermedades crónicas, y comenzó a circular un término muy particular: factores de riesgo. Un factor de riesgo es un hábito del
paciente que pone en riesgo su salud, o más bien la fisiología del cuerpo. La presencia de estos factores de riesgo, conlleva a que los
pacientes tengan, desde el punto de vista médico, el deber de realizar ciertos controles, y someterse a determinadas prácticas, para
controlar el efecto que han tenido la acción de estos factores sobre el cuerpo.
Toda actividad del medio natural humano o industrial tiene como posible consecuencia que se produzcan efectos adversos espontáneos, o
por defectos del proceso productivo. Actualmente las amenazas más reconocidas son las enfermedades crónicas y la tecnología
contaminante.
Ante la posibilidad de las enfermedades crónicas, existen dos posturas, una que confía que el avance tecnológico permitirá encontrarles
solución o alivio, y la otra es la posición del escepticismo, debido al gran avance de los fármacos antiinflamatorios, y a la utilización de
medicinas alternativas.
La aceptación de ciertos riesgos por parte de los individuos, es un acontecimiento cultural. Y esto tiene que ver, con la percepción de riesgo
de las sociedades, que muchas veces no concuerda con la cuantificación del riesgo por la comunidad científica. Entonces el ambiente y la
humanidad se enfrentan a riesgos de la tecnología por:
Manipulación de los alimentos
Diferentes residuos
Sustancias Carcinógenas
Armas biológicas
Se pueden citar varios ejemplos, de cómo la sociedad moderna convive con todo tipo de riesgos para su salud, y que, como todas las
cuestiones, estos riegos son ponderados de una manera u otra, por las diferentes culturas, aun contrariándose entre sí, y con la comunidad
científica. Como ejemplos, puedo nombrar el uso de fuentes de energía nuclear, que con un gran control de seguridad y alta tecnología
aplicada a las centrales nucleares, es capaz de abastecer muchas comunidades, de un modo limpio. Sin embargo, debido a los accidentes
que han ocurrido en el pasado, (ejemplo, Chernobil en 1986) y a sus graves consecuencias sobre la población vecina, y el medio ambiente
circundante, hizo que las personas de muchas comunidades, rechacen su utilización, considerándola un riesgo inaceptable.
Por otro lado, es bien conocido y han sido muy difundidos, los riesgos de la contaminación atmosférica producto de la utilización de
combustibles fósiles, en automóviles y plantas fabriles que producen altas cantidades de residuos, el humo del cigarrillo, que es
carcinógeno, sin embargo los medios están plagados de sus publicidades, aunque también afectan la salud. Pero como lo que está en juego
es una imagen y/o la comodidad, o cierta calidad de vida que ofrece el consumo de artefactos creados para usar este tipo de energía, son
menospreciados sus negativos efectos sobre la salud y es considerado un riesgo aceptable.
Esto nos muestra como muchas veces, la valoración de riesgos de la comunidad científica, no coincide con la de la sociedad general, y esto
favorece la permanencia de conductas que resultan contaminantes para el medio ambiente y nocivas para nuestra salud.
Los profesionales de la salud actualmente profesan incansablemente, que siguiendo una serie de recomendaciones para actuar sobre estos
factores, se garantiza una vida más larga y saludable.
Se puede decir entonces, que la medicina y sus prácticas tienen ahora el objetivo de prevenir la muerte, como si esto fuera posible, a partir
de la adopción de determinadas hábitos de vida recomendados, con el fin de evitar el efecto de los factores de riesgo.
Bajo este rol de los médicos, preventores de la muerte, capaces de prolongar la vida, se llevan a cabo prácticas y tratamientos que resultan
costosos y que finalmente parecerían causar más daño que beneficio en algunos pacientes, como ser personas mayores, cuyos cuerpos
están desgastados por la edad, o enfermos terminales. En estas circunstancias, muchas veces no es tenido en cuenta el deseo de los
pacientes de someterse o no, a los tratamientos.
Desde esta perspectiva, se pone en juego la manera, en que cada grupo social, le da significado a la muerte. En el texto de Ayuda para
morir, dice contando la historia de un personaje llamado F:
“En su juventud había pocos médicos en esta región alpina y las personas estaban acostumbradas a manejar la enfermedad (y la muerte)
entre ellas.” (Heath, 2008).
Esto nos da cuenta claramente como en otros tiempos y en las poblaciones alejadas con escaso acceso a la atención médica, la muerte era
tratada dentro de la comunidad, tomando sus propias decisiones al respecto.
Más adelante, apareció en el pueblo, el progreso, aumentó el acceso a la atención medica, y la gente comenzó a depender de un
consultorio médico, esto trajo consigo, un pasaje de autoridad hacia los profesionales de la salud en cuanto al tratamiento de la enfermedad
y de la muerte, la población ya no decidía que hacer con sus enfermos, ni con sus muertos.
Enfermar, morir, y atender la enfermedad y la muerte, constituyen hechos sociales, para los cuales las comunidades necesitan construir
acciones, significados, simbolizaciones y representaciones colectivas de los mismos. Estas construcciones sociales son las que dan lugar a
por ejemplo la institucionalización de la salud, la consulta a los profesionales, el carácter y la formación de estos, entre otros aspectos.
Es decir que cada conjunto social necesita y desarrolla estrategias para lidiar con los padecimientos que colectivamente reconoce como
tales, instituyendo una determinada manera de pensar y actuar sobre las enfermedades y sobre los enfermos.
En la sociedad occidental, la medicina científica es la principal forma de institucionalización de la atención de la enfermedad y muchas
veces es la forma identificada como la más correcta y eficaz de atender el proceso salud/enfermedad en algunas sociedades (Menéndez,
1994).
Podemos hacer referencia en este punto, a los grupos de profesionales, que prestan servicio ante lo que denominamos, emergencias
médicas, socorren a los heridos en accidentes viales, a los enfermos terminales, etc. Las personas llaman consternados a estas entidades,
con el fin de que rescaten en forma urgente al enfermo o herido.
La atención medica durante los últimos momentos, resulta en un afán desenfrenado por transportar al enfermo, hacia una unidad de mayor
complejidad: “F murió en lugar alguno” (Heath, 2008).
Esto se debe a que, en la actualidad, el objetivo que entiende la medicina es, prolongar la vida a cualquier costo, sin tener en cuenta el
deseo del paciente, o con una calidad de sobrevida muy cuestionable.
Aquí considero oportuno, hacer referencia a una frase “El cadáver que respira”, que se ha utilizado para representar, la imagen de enfermos
terminales, destinados para el trasplante de órganos, la frase en sí misma, gráfica tan claramente la situación, que no haría falta más
aclaraciones. Sin embargo, pretendo orientarla en este caso, a como la sociedad actual, se niega a concebir a la muerte como parte natural
de la vida, y como la medicina intenta incansablemente prolongarla, a pesar del sufrimiento o el deseo del paciente y/o la familia.
Considero prudente en este punto, citar una descripción personal, que realicé en mi primera visita a la Sala de Cuidados Intensivos del
Hospital Municipal de Olavarría:
“Solo había pacientes añejos, con los ojos cerrados, sus cuerpos desnudos, apenas cubiertos, conectados a todo tipo de instrumental
médico, pero desconectados del mundo, de ellos mismos, en un sala con un silencio sepulcral, a pesar de los múltiples sonidos que emiten
los instrumentos de medición.
Pacientes totalmente “estabilizados” pero también totalmente fuera de sí mismos, de sus deseos, de sus cuerpos.
Una mujer que estaba acompañando a su esposo, hablaba sola y muy bajo, por un lado no quería perturbarlo, por el otro, sentí cuando me
miro, que quería gritar para que él abriera los ojos”
Esto marca la gran diferencia entre, como los pacientes, que antes morían en sus hogares, acompañados por el médico, rodeados de sus
pertenencias, y seres queridos, y actualmente, lo hacen en una fría sala de hospital, después que su cuerpo atraviesa por una, más o menos
larga, agonía.
Y lo que me pregunto es, si quienes fueron dueños de esos cuerpos, que los habitaron, que los sufrieron y los disfrutaron, ¿están ahí en ese
momento?
Aquí considero pertinente, explicar porque hablo de dueños del cuerpo y no de cuerpos en sí.
Pues bien, el ser humano viene a este mundo desprovisto de las herramientas que le permitirían sobrevivir fuera del útero. Es un cuerpo,
que depende de otro, que satisfaga sus necesidades y hasta cierta edad, su vida consiste en eso mismo, satisfacer las necesidades que ese
cuerpo exige, para mantener la vida a partir de una dependencia de otro que cuida, que alimenta, que abriga, higieniza, que estimula a
partir de muestras de cariño, de caricias.
Cabe aclarar que no considero prudente establecer límites definidos de edades entre una etapa y otra, puesto que hay mucha variación
entre las distintas bibliografías, y además se han sucedido cambios sociales que hicieron que estas etapas o cambios se vivan a una edad
más temprana, gracias a la estimulación y los cambios en los estilos de vida y organización de las familias, cuyas madres, debieron o
quisieron salir del hogar a trabajar, y adaptarse a exigencias laborales que, no son posibles de complementar con el tiempo que requiere el
cuidado de los niños. Por su parte, los hombres, también están más exigidos laboralmente, ya que las tendencias actuales del consumismo,
no dan lugar al fracaso de las transacciones laborales.
A partir de más o menos los 5 o 6 años, el niño pasa de ser un cuerpo a tener un cuerpo, que es capaz de realizar su propia construcción de
la realidad, de sí mismo, del medio y de los otros.
Esto se reivindica en la edad de la pubertad, etapa en la cual, existe un cambio biológico, hormonal, que da como resultado un cambio en
los modos de relacionarse de ese individuo con el resto de los seres humanos, con el propio cuerpo y con el cuerpo de los otros.
Para retomar el tema de la medicina actual, que plantea la utópica posibilidad de evitar la muerte, o prevenirla, también es necesario
analizar las diversas reacciones que se dan entre el personal médico.
Por un lado, lleva al médico a intentar todo lo conocido, con tal de salvarle la vida al paciente, aun siendo muchas veces iatrogénico.
Por otro, aumenta la presión y la sensación de angustia con que estos trabajan. Este podría ser el resultado del desplazamiento del modelo
de atención medica paternalista, hacia un modelo de responsabilidad compartida, los pacientes tienen mayor acceso al conocimiento y la
información; se interesan por participar más activamente de las prácticas que afectan su vida. Esta autonomía puede considerarse positiva
ya que revaloriza la dignidad del paciente e implica una relación entre la sociedad y la medicina. (García Barreno, 1997). O bien puede ser
negativa, pues la mala información, junto con una determinación inflexible del paciente ante la posibilidad de hacer un tratamiento o no
hacerlo, puede tener consecuencias sobre la salud del mismo. En ese caso lo que se podría estar poniendo en tela de juicio es la credibilidad
del médico, ya que depende de la postura que asuma el paciente.
Este cambio de modelo de responsabilidad trae consigo nuevos cuestionamientos éticos.
La palabra ética proviene de una raíz que significa costumbre, y con el tiempo se dio ese nombre a la ciencia que se ocupa de los ideales de
la relación humana. En realidad quiere decir que aquello que es costumbre es también lo bueno. Conscientemente entendemos la ética
como un deber que justo y aceptado.
Cuando la ética se refiere a una conducta, adquiere la forma de un código, que establece un comportamiento como deseado, con respecto a
determinada situación.
Si separamos a la ética universal que afecta a todos los hombres y la dividimos obtenemos por ejemplo la ética médica, que constituye el
código de comportamiento del accionar médico. Sin embargo, si caemos en ese error, el código ético termina siendo una serie de premisas
que resultan el accionar médico, y cuya función es la de proteger a este gremio de los pacientes.
En términos del que hacer médico, es vital que se comprenda que el hombre no es una cosa, y que la única manera de comprenderlo, a su
enfermedad y a su modo de percibirla, es a partir de una relación hombre a hombre con él. Es fundamental que el paciente sea visto como
un ser humano completo, dentro de su contexto social, económico, cultural e histórico.
Los medios de comunicación, tampoco ayudan…
Venden la posibilidad de una salud perfecta y una vida longeva sin sufrimiento, sin dolor; y hasta en estos tiempos posmodernos sin penas
o angustias existenciales.
Otra forma de decir, los terrestres posmodernos no tenemos permitido sufrir, solo podemos buscar experiencias satisfactorias, aunque la
sensación de satisfacción sea tan momentánea y a veces tan corta que ni la alcanzamos a percibir.
Las personas, y esta es una reflexión personal, toleran menos el dolor y son más exigentes a la hora de someterse a los tratamientos,
quieren disfrutar pero no esforzarse, quieren ganar, sin cansarse en la carrera.
Otro punto que me gustaría abordar es el del dolor, que se puede definir como una desagradable experiencia, sensorial y emocional,
asociada a una lesión, según la Asociación Internacional del Estudio del Dolor.
El significado de esta experiencia es atribuido por aquel que lo padece, dependiendo de su cultura, de su propia percepción del mundo y de
sí mismo. Percepciones que son condicionantes una de la otra.
Las experiencias del dolor y el sufrimiento son consideradas universales, pues no hay cultura ni tiempo, en que los seres humanos no hayan
tenido que lidiar con ello, de distintas formas y otorgándoles diversos significados. (Barbero Gutierrez, sin fecha).
El dolor, que podemos tomar en este caso, como equivalente de enfermedad, ya que esta puede ser la causa del sufrimiento, ya sea en un
aspecto biológico, psíquico o social, también se le ha otorgado diferentes significados, según las culturas y los paradigmas reinantes en las
distintas épocas. Como por ejemplo en la década de 1930 y el lugar dar más detalles, el cáncer era asociado a una muerte lenta y dolorosa,
en cambio, la tuberculosis, se pensaba que era una muerte “fácil”. Siendo que realmente, había enfermos de tuberculosis que morían con
terribles dolores y una larga agonía, y enfermos de cáncer que sentían poco o ningún dolor. (Sontag, 2003).
Estos atributos otorgados a las enfermedades por las sociedades, no son más que una forma de darle sentido a través de metáforas, a la
enfermedad que los azotaba.
Las formas en que los grupos sociales utilizan los diferentes recursos de atención para resolver sus problemas de salud, principalmente el
dolor, se construyen a partir de las sucesivas prácticas que se llevan a cabo para enfrentar la enfermedad. Estas estrategias tienen como
objetivo lograr la curación o el alivio del dolor.
Esto es más notorio en los pacientes que padecen dolor crónico, ya que este es un aspecto fundamental que repercute en la calidad de vida
y a partir de ese hecho se ve trastocado todo su mundo.
Esto se debe a dos razones, una la relativa eficacia que tiene el tratamiento en lograr el alivio, y segundo, la poca capacidad para transmitir
el sufrimiento, lo que influye en la personalidad y forma de vida del individuo, que muchas veces deja de lado sus tareas cotidianas, para
salir en busca del alivio.
En medio de esta búsqueda es muy posible que, el paciente recurra a distintos modelos de atención, que pueden ser:
- Autoatención: que consiste en el diagnóstico y atención que hace el propio enfermo o sus allegados, sin recurrir a un profesional o
especialista. Este modelo coloca a la salud como bien de uso, percibe la enfermedad como mercancía, la participación es simétrica, está
legitimado por el grupo social, basada en la experiencia, y toma practicas tanto de la medicina tradicional como de la biomedicina.
- Modelo médico hegemónico: en este modelo se integran los tres niveles de atención que surgieron en Inglaterra a fines del siglo XVIII,
el asistencial, el privado y el administrativo o de gestión. Se caracteriza por el biologismo, el determinismo, es ahistórico e individualista.
Percibe a la salud como una mercancía, propone una relación de subordinación entre médico-paciente, los profesionales tiene una
formación formal, y usa el criterio de racionalidad científica para excluir el resto de los modelos. Tiende al control social e induce al
consumismo médico.
- Modelo médico alternativo: dentro del cual se integran las prácticas de la medicina tradicional. Tiene un concepto globalizador de los
padecimientos, sus prácticas terapéuticas tienen una eficacia simbólica, la relación curador-paciente es asimétrica y tiende a la
mercantilización.
Estudios han demostrado que el primer nivel de atención médica, es el de auto atención, luego el modelo hegemónico y por último se
recurre a medicinas alternativas (Barragan Solís, 2005)
Ante estas múltiples cuestiones planteadas, como: ¿Quién toma la decisión de someterme a uno u otro tratamiento? ¿Confío en que el
médico va a hacer lo que yo espero que haga?
Y por otro lado, ante la imposibilidad del médico de no poder elegir entre actuar y no actuar, y su deber de agotar las últimas posibilidades
de salvar la vida, muchas personas han tomado la decisión de dejar instrucciones, acerca de sus deseos de recibir o no ciertos tratamientos,
en caso de que, llegado el momento, la gravedad de su estado, no les permita manifestarse (Hetah, 2008)
También cabe mencionar, la aparición de formularios, que se denominan consentimiento informado, que los pacientes y/o los familiares,
completan y firman antes de someterse a cualquier tratamiento afirmando por escrito su conformidad con la realización del mismo.
Conclusiones:
Nuestro cuerpo, es nuestro modo de materializar de alguna manera la vida, es el terreno donde se siembran las semillas, y se cosechan los
frutos. Desde el nacimiento recibimos del otro, estímulos, a los cuales según la experiencia el individuo les otorga significado propio y
colectivo.
Dependemos mucho tiempo de otras personas para sobrevivir y aprender a vivir, dentro del marco que nos impone la comunidad en la que
estamos inmersos. Sin embargo esto no nos debe impedir el formar nuestro propio juicio y crear nuestro marco individual.
El cuerpo está azotado por penas y enfermedades, pero también por alegrías. La enfermedad así como la muerte, son tan inherentes a la
vida como comer o respirar. Lo que sí es seguro que todos las “viviremos” de una manera u otra. Creo que si algo es positivo, es la libertad,
de elegir como vivir y como morir también.
La importancia de la integración de las distintas disciplinas y ejes, es importante pues abre la posibilidad de una comprensión del individuo
y su enfermedad, de los modos de enfermar y de cuáles son las estrategias que se utilizan para ir en busca del alivio o cura. El objetivo de
comprender al individuo, es el de mejorar las prácticas para que sean más efectivas, para que se comparta la responsabilidad sobre la
salud, y el sujeto sea participe de la toma de decisiones con respecto a su propia salud. Si bien no hay que descalificar el enfoque biologista,
que permitió grandes avances en el estudio y tratamiento de las distintas patologías. Ni tampoco al sistema tecnológico que también
permitió realizar grandes avances en este sentido, pero lo primordial es no olvidar que no solo tratamos con enfermedades, u órganos
afectados, sino también con personas completas que viven el mundo a su manera.
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2014. Newsletter . ISSN 1850-261X Copyright © Facultad de Ciencias Sociales. UNCPBA. Argentina
¿Qué hacer si un enfermo pide ayuda para morir? Occhi, Stefanía
Recibido: 30/04/2014
Aceptado: 18/07/2014
Occhi, Stefanía , Alumna superior de la Escuela Superior de Ciencias de la Salud. UNICEN
E-mail: stefa_chochi@live.com.ar
Resumen: Una enfermedad grave, la edad avanzada, circunstancias que llevan a pensar en cómo querer finalizar la vida, la pregunta por la
muerte y sus enigmas, el deseo de que sea sin sufrimiento, la búsqueda del hombre por evitar sufrir, ponen al médico en la situación de
pensar a sus pacientes y a sí mismo en ese momento y como actuar frente al pedido de terminar dignamente la vida.
Palabras Clave: Eutanasia; muerte; bioética; paternalismo; medicina; padecimiento; cuerpo; simbólico; posmodernidad; subjetividad;
singular; universal; particular; enfermedad.
Abstract: A serious illness, advanced age, circumstances that suggest how life will end, the question of death and its mysteries, the desire
to be without suffering, man's quest to avoid suffering, the doctor put in the situation of thinking to their patients and themselves at the
time and how to act against the order terminating the life of dignity.
Keywords: Euthanasia; death; bioethics; paternalism; medicine; condition; body; symbolic; postmodernism; subjectivity; singular;
universal; particular; disease.
“Si el hombre comprendiera la grandeza y la dignidad de la enfermedad y la muerte, vería lo ridículo del empeño en combatirla con sus
fuerzas”
(Dethlefsen & Dahlke, 2003)
El ser humano recorre a lo largo de su vida una serie de fases durante su ciclo vital que implican la sucesión de etapas que requieren
actividades evolutivas específicas. Tal es así que cada individuo enfrentará determinados desafíos a través de los cuales pueda superar las
crisis que emerjan con el fin de llegar a la etapa siguiente. Erik Erikson establece “las ochos edades del hombre” haciendo una breve reseña
sobre las actividades y consiguientes crisis normativas, propias de cada etapa. La última de ellas es la edad de la Vejez o adulto maduro.
Explica que es este el final del ciclo de la vida en la cual el individuo puede alcanzar o no la concreción de sus anhelos y así poder lograr
una aceptación de la muerte como parte del ciclo[1]. Puede verse cuan fácilmente podemos encasillar una vida cualquiera en pos de hacer
un estudio más acotado y normatizado de una mayoría de vidas que pueden compartir o no las características que identificarán a cada
grupo reconociendo el carácter reduccionista que las ciencias médicas ofrecen para explicar a las personas desde niveles más cómodos.
Vale decir, recién cuando uno llegara a viejo debiera al fin aceptar que el espacio de tiempo desde su nacimiento hasta el momento de su
muerte ha de llegar con el consiguiente incremento de la vulnerabilidad y disminución de la viabilidad del organismo asociados con una
creciente dificultad en las posibilidades de adaptación[2], propios del envejecimiento.
La primer cuestión reside en si realmente uno debe esperar a la vejez para afrontar el fallecimiento sabiendo que existen diversas
enfermedades que implican una muerte cercana o casi segura y que se desarrollan en cualquier momento de la vida. Meléndez Gracia hace
referencia a aquellos pacientes que durante esta etapa de senectud se encuentran afectados y los engloba dentro de los enfermos
terminales por lo cual no se hará referencia a otros momentos del ciclo vital en los que pueda emerger enfermedad alguna que suscite una
cercanía a la muerte.
Refiere también que muchos, sino la gran mayoría, de esos pacientes terminales padecen alguna patología oncológica que los ha llevado a
concebir un sufrimiento. Se puede hacer aquí una breve alusión a Wilhelm Reich quien define el cáncer como “una enfermedad que nace de
la represión emocional; un encogimiento bioenergético, una pérdida de esperanzas”[3]. Es posible reconocer determinados tipos de valores
que se le asignarán a la persona en tanto enferma y llegarán a estigmatizarla ofreciendo frases atribuibles a ciertas dolencias como por
ejemplo que “hoy el cáncer es el precio de la represión” (Sontag), lo cual representará la realidad perceptible por los sujetos brindando
nuevos símbolos que codificarán culturalmente a cada lenguaje. Esto sólo puede concretarse en base a estructuras lingüísticas que cada
sujeto utilizará para dar significado a su propia experiencia de enfermar y a sus padeceres preexistentes estableciendo una articulación
valorativa; tal es la definición de metáfora. Es valerse del lenguaje para abrirse camino entre los padecimientos y su expresión. Es
manifestar el sentido personal basado en la construcción del propio sujeto de un modo particular de explicar su enfermedad y sufrimiento.
Es instaurar esa percepción subjetiva que nos permita enunciar el devenir del sentimiento a través de las palabras. Asimismo, el autor
rescata que en cada uno de estos pacientes se encubre un real sufrimiento que bien puede ser físico o emocional pero que se desenvuelven
dentro de un sufrimiento global del enfermo terminal. Como explican Kleinman y Benson, la experiencia de estar enfermo se concreta en
cómo quienes sufren (…) conviven con y responden a los síntomas, a las incapacidades y al sufrimiento[4].
Desde niños somos enseñados a valorar las cosas que nos pasan en pos de un lineamiento general mediante el cual uno puede
considerarse inmerso dentro de una estructura social que se desempeña en un tiempo histórico y un lugar físico concreto.
Aprender a comer con cubiertos, esperar el primer día de clases, ponerse nervioso ante algún examen reprobado son algunos de los actos
que limitarán nuestro desempeño futuro frente a las situaciones cotidianas. Actos que nos permiten conocer el mundo que nos rodea a la
vez que modifican la forma de percibirlo en tanto vayan variando las relaciones sociales dadas dentro de un entorno físico, que nos
proveerán de un contexto al que deberemos adaptarnos y que deberemos adaptar para lograr una reciprocidad armónica y duradera. Como
nos propone Menéndez “son los conjuntos sociales los que, en función de sus necesidades, construyen nuevas eficacias simbólicas”[5]. Esta
sugestibilidad colectiva generada por el grupo al que pertenezca cada uno condicionará el modo de conocer, valorar e interpretar el mundo,
en base a conceptos y símbolos arraigados a cada vivencia, a cada acontecer que luego serán racionalizados en un sistema de ideas. Esto
último será posible si consideramos que la mente posee cierta plasticidad que le permitirá relacionar y asociar símbolos a cada situación
para hacerla racional[6].
Cada cual se valdrá de ese conjunto total de realidades subjetivas para ir construyéndose como persona. Cada grupo determinará las
características básicas que deberá asumir cada individuo para considerarlo pertinente al mismo. La autonomía, la integridad, la
responsabilidad son algunas de las más universales condiciones vinculadas a lo que significa ser humano respecto a su complejidad
corporal, psicológica y social.
Estar enfermo implica un cambio personal mediante el cual la imagen que nos define en relación a nuestra integridad corporal se afecta
ofreciendo un nuevo espacio de intercambio de conocimiento y devolución de lo que acontece en relación al medio. Pellegrino (1989)
considera que todos vivimos en un equilibrio único, que hemos logrado con los años, entre nuestras esperanzas y aspiraciones y la
limitaciones impuestas por nuestras deficiencias fisiológicas, psicológicas o físicas.
Se hará referencia a la situación particular de estar y concebirse enfermo, y que la sociedad lo reconozca como tal. Meléndez Gracia
considera al individuo que padece como paciente terminal, lo que no es un dato menor. Uno cuando enferma debe establecer una relación
con el entorno que lo rodea diferente a la cotidiana, a la “normal” del día a día.
“La enfermedad grave obliga a enfrentarse con el efecto que en esa imagen tienen la discapacidad, el dolor y la muerte”[7]. Es esta tarea
de afrontar la nueva realidad en la que se encuentra inmerso el sujeto lo que lo lleva a repensar sus formas de hacer frente a la adversidad,
lo que lo llevará a replantearse si realmente quiere seguir viviendo en ese estado de malestar físico y psicológico. Lo que se convierte
muchas veces en deseo de contrarrestar el dolor o de superar la discapacidad se va transformando en un pedido casi suplicante de finalizar
con la vida. Esa vida que ahora se centra en la enfermedad, en el padecimiento, en las cosas que ya no se pueden hacer con ese cuerpo
convaleciente, que encuentra inevitablemente la cercanía de su fecha de caducidad. Esa vida que se encuentra, en efecto, ante la certeza
de la muerte biológica pero que, además del detenimiento del organismo biológico, “arrastra consigo al conjunto de relaciones sociales que
él viabilizaba”, arrastra al “conjunto de acciones recíprocas que los cuerpos –ese cuerpo- viabilizan” (Antón y Damiano). Si continuamos con
la temática que Antón y Damiano plantean, es acertada la idea de considerar que el cuerpo sería entonces un reflejo de la sociedad[8]. Esto
forma parte de una de las tantas dimensiones a partir de las cuales se puede abordar la noción de cuerpo.
Cabe destacar que todos esos procesos se llevan a cabo en el cuerpo de cada persona particular. El concepto de cuerpo que más aplica a
las instancias que encuadran este trabajo es el que propone Najmanovich, quien expresa que es un proceso de autoproducción en
intercambio con el ambiente que es universo entero, aunque obviamente no todo nos afecta del mismo modo ni con la misma intensidad[9].
Aún así, me atrevo a disentir en su idea de universo entero al coincidir con Lewkowicz en que lo “universal es lo que va más allá
de todos”[10]. Cada persona podrá hacer uso de un habeas corpus particular que estará condicionado por la situación que amerite el
reconocimiento de una singularidad producida a raíz de una intervención subjetiva que le supondrá irrumpir en un proceso situacional en
que su cuerpo total devenga en desequilibrio. Ese discomfort que sugerirá la idea que el sujeto tiene de su cuerpo simbólico, esto es, su
percepción subjetiva expresada en su propio lenguaje. Esta dimensión del cuerpo puede adoptar múltiples concepciones según cada
individuo, así como según el momento histórico y territorio en que se presente a tal o cual persona relativo a su padecer.
Actualmente, nos encontramos en un contexto histórico diferente a los anteriores pero que inevitablemente se continúa y origina, a la vez,
de aquellos. Desde mediados del siglo XX los cambios sociales, económicos y políticos a nivel global dieron origen a una nueva época que
acontece luego de la modernidad hasta nuestros días, definida como Posmodernidad.
Situados en este momento es fundamental definir dicha etapa. La vida posmoderna se ve enmarcada por un contexto económico del
consumo que fluye a través de las conexiones web y nos intenta conectar al mundo desde un simple artefacto electrónico. Se ve enmarcada
por un contexto social donde los roles de los individuos se encuentran relativizados y limitados por ficticios ideales de belleza y juventud. Se
ve enmarcada en un contexto político que ha llevado a la desrealización de los Estados-Nación[11] sin dejar nuevos establecimientos a
cargo de regular y dar sentido a la vida de los ciudadanos, como se daba con anterioridad durante la modernidad. Esta desrealización de los
Estados ha generado una creciente falta de instituciones a las que anhelar a lo largo del ciclo vital. Hoy, la muerte no necesariamente sigue
siendo el fin último de aquellas instituciones.
Involuntariamente se ofrece una alusión a lo que Lewkowicz denomina subjetividad, entendida como la que “se constituye como un
conjunto de láminas sin articulación posible de una identidad”, situada en esta posmodernidad donde los vínculos entre lo que acontece son
unilaterales y acotados. Vínculos que no son vínculos en última instancia dada su vertiginosa fluidez y despersonalización.
Jean-François Malherbe reseña que “El ser humano, considerado como objeto de las ciencias biomédicas, es considerado como
universalidad orgánica y no como singularidad existencial”[12] .Podemos discurrir entonces en la incógnita que plantea Foucault y volver a
preguntarnos si “¿la medicina moderna[13], en la medida en que está vinculada a una economía capitalista, es una medicina individual o
individualista que conoce únicamente la relación de mercado del médico con el enfermo e ignora la dimensión global, colectiva de la
sociedad?”[14]. En los tiempos que corren parece cada vez más difícil ofrecer una visión de las personas en congruencia al grupo social al
que pertenecen. Es difícil establecer un grupo de pertenencia en sí cuando las reglas del juego están planteadas en base a la búsqueda del
progreso y el bienestar individual que ya no repara en lo que desea el otro, en lo que necesita el otro, en lo que se comparte con otros.
Será que la persona enferma terminará siendo un objeto mas a sustituir por todo este mercado global donde lo nuevo irremediablemente
desplaza a lo anterior con un caprichoso porque sí disculpado en la idea de que lo mejor está por venir. Será que anhelaremos al reemplazo
de tal objeto olvidando que es sujeto, desechando lo anterior pero asumiendo que debe seguir aplicando a las leyes de consumo que lo
incluyen en el proceso de medicalización, que lo obligan a mantenerse en un estado de cronicidad consumista que perpetúan su
sufrimiento.
Qué hacer si al relegar al sujeto lo convertimos en objeto, ese objeto que deja de ser lo esperable para el mercado, lo necesario para la
mayoría. Ese objeto que ya no cumple con las expectativas de esta sociedad consumidora de promesas obsoletas ¿Qué hacer cuando ese
conjunto consumista no logra satisfacerse de este objeto/sujeto (¡que es persona!) y la única alternativa es la sustitución o, peor aún, su
eliminación?
Ese conjunto general que deja de desarrollar esa experiencia subjetiva de placer generado por el objeto deseado/deseable debe renunciar a
la universalidad de lo insuperable cuando el sujeto decide hacer uso de su capacidad existencial de integridad y decide morir.
Si se habla de la muerte en tanto decisión personal de finalizar con la vida podemos hacer referencia a la eutanasia. El término proveniente
del griego eu- buena y thanatos –muerte ha concebido diferentes concepciones a lo largo de la historia.
Gascón Abellán sostiene que hoy en día, el sistema de salud pública y la propia práctica médica han creado en el imaginario popular la idea
de un «final hospitalizado y alargado y posiblemente doloroso», por lo cual la idea de una buena muerte resulta especialmente seductora
para la población[15]. En vista a los avances de la medicina que permiten alargar la vida hasta extremos antes insospechados pero que no
logran evitar el sufrimiento que acarrean ciertas enfermedades en la persona, esta salida resulta en verdad atractiva o, al menos,
considerable.
Discutir sobre eutanasia implica la posibilidad de provocar o de no evitar la muerte de alguien. Es en esta instancia que aparece la figura del
profesional de la salud en tanto se procura su participación en el acto de ayudar a morir a alguien.
Ya desde la Antigüedad, el médico cumplía el papel de facilitar la desaparición del enfermo crónico mediante la negación de cualquier tipo
de asistencia médica. Aunque durante la Edad Media el médico cobró menor importancia respecto de las prácticas eutanásicas vuelve a
adquirir protagonismo en el Renacimiento. Durante este período, la implicancia estaba dada por la retirada o interrupción del tratamiento
en tanto y en cuanto la enfermedad del paciente se percibía como irremediable[16].
Más allá de considerar las terminologías en las que discurre el concepto de eutanasia y los diferentes tipos que surgen de ello, reconozco de
mayor importancia el hecho de que ante cualquiera de las opciones se involucra al médico. Involucrar al médico es dar por sentada la
preexistencia de una relación entre el mismo y la persona que se encuentra enferma. Sosteniendo que la enfermedad está constituida por
desarreglos orgánicos y bioquímicos que se encuentran entrelazados con elemento psíquicos, personales y sociales, se deduce que frente al
profesional se situará un ser que necesita ayuda, comprensión, y por sobre todas las cosas, protección y contención afectiva y espiritual
(Ayala, 2003).
La relación médico-paciente ha sido descripta según analogías que permiten una mirada general sobre las condiciones en que se ha
desarrollado. El paternalismo es una de ellas. Esta tiene como esencia el actuar paternal para con sus hijos. De este modo la gente que
requiere de una intervención acepta subordinar su visión del mundo por debajo de alguien que representa mayor autoridad de conocimiento
que le confiere cierta jerarquía. El profesional actúa en base a la beneficencia por lo que serán encargados de procurar lo que es mejor para
los pacientes.
Con el pasar de los años, dicha relación se ha vuelto tecnocrática. Dado que la medicina pasa a formar parte del mercado global y se
instaura como un negocio, el médico pasó a sólo ocuparse de resolver los aspectos técnicos de la situación. Ya no puede obligar al paciente,
que ha adquirido una mayor autonomía frente a las prácticas y tratamientos a los que será sometido. La decisión de qué hacer frente a
cada diagnóstico se negocia con este en relación a lo que la medicina puede hacer con ello, pautando así una relación de camaradería.
Incluso si debiéramos elegir entre alguna de las opciones antes expuestas nos encontraríamos en la cuestión de que en ninguno de los dos
casos el médico es capaz (o responsable al menos) de registrar la vida moral del paciente. En ningún momento el profesional se ve obligado
a conocer esa carrera que el paciente comienza a transitar de acuerdo al diagnóstico que recibe, del cual dependerá su rol social y, en
consecuencia, su comportamiento.
Ante la problemática que encubre una decisión sobre el morir de una persona nos encontramos frente a una situación en la que no todas las
veces en posible obtener una respuesta clara y acorde a los estándares que rigen en nuestra sociedad. De esta forma, se hace necesario
pensar cuando el saber no asiste. Lewkowicz plantea que aquí aparece la ética, cuando el saber deja de existir y nos obliga a encontrar un
nuevo sendero para lograr satisfacer dichas incógnitas. Esta disciplina del pensamiento viene aparejada de un término referente a la
dimensión del saber, la dimensión moral. El mismo autor considera que los imperativos morales tienen que cubrir el grueso de las
circunstancias, debe poder orientar a un sujeto en todas las circunstancias de la vida.
En este sentido, la ética sólo se considerará en los casos excepcionales donde los actos lógicos y habituales no sean válidos. Serán las
obligaciones morales que le exigirán al enfermo hacer uso de su responsabilidad y autonomía, y del médico se pretenderá que actúe en
base al principio de beneficencia que supondrá el acompañamiento de la persona enferma.
Bioética del bios-vida y el ethiké-ética viene a dar sentido a la disciplina que se encarga de conjugar biología y moral en síntesis
paradigmática de ciencia y conciencia, hechos y valores, ser y deber ser (Mainetti, 1990). Esta disciplina consta actualmente de cuatro
lineamientos generales. A saber, beneficencia, no maleficencia, justicia y autonomía. Coincido personalmente en que “Las perspectivas de
la bioética no sólo son cuatro, sino en realidad infinitas, si tenemos en cuenta la multiplicidad de combinaciones que se abren ante la
diversidad de tipos de pacientes y médicos, así como de sus respectivas circunstancias. Solo la adecuada comunicación entre las partes en
juego, así como el consiguiente respeto a aquello decidido por el enfermo permiten lograr un acto médico genuino”.
Consideraciones finales
Para finalizar y a modo de conclusión no puedo hacer más que rescatar la frase que cita Meléndez Gracia, donde se señala que muchas
veces quien pide ayuda para morir está pidiendo ayudar para vivir. Creo que es totalmente factible que un sujeto que se encuentre en
estado terminal, ya sea definido por el profesional de turno o por la visión social que se haga de su condición, podrán generar en él una
pérdida de la finalidad misma del propio proyecto vital, provocar una desesperanza tal que el desenlace encuentre en el momento más bajo
y trascendental del sufrimiento un espacio claro para su concreción.
Asimismo considero de suma importancia recibir lo que el paciente emite, reconocer su singularidad, saberlo otro que nos ofrece una
historia nueva de la cual sólo “el que está sufriendo la cosa sabe cómo es”, como bien dijo la Dra. Mercedes Franco en su paso por la
institución en la cual soy alumna, (Escuela Superior de Ciencias de la Salud,
Unicen).
Entiendo como proceso de salud-enfermedad a la construcción social e histórica que se ve reflejada y expuesta en cada cuerpo, de cada
persona. Cuerpo que será el constructo (en tanto obra en desarrollo), donde tengan lugar diversidad de acontecimientos que condicionarán
su imagen así como su forma de verla y de mostrarla a los demás. A partir de ellos cada cual construirá un modo determinado de explicar
su enfermedad y sufrimiento, y le dará un sentido personal que distará del modelo científico que podamos ofrecer frente a su padecer.
Será nuestro deber como custodios de la integridad del paciente el relacionar todo lo que nos es transmitido para luego convertirlo en
narrativa. Conseguir descubrir las historias que nos cuenta cada persona en relación a su enfermedad y a la forma que utiliza para hacerle
frente es ponernos del lado del enfermo para indagar en conjunto y conseguir la mejor manera de confrontar el sufrimiento.
Como pretende rescatar Maglio en su “escuchatorio”, ya Hipócrates manifestaba hace mas de 2500 años que “mucho enfermos se curan
solamente con la satisfacción de un médico que los escucha”.
Implica poder ofrecerle al sujeto una herramienta para buscar y, por qué no, entender sus metas considerando que “cuando se tiene un por
qué vivir, se asume cualquier cómo vivir” tal cual lo plantea Nietzsche.
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[1] Zenarutzabeitía Pikatza, Amaya y Lopez Rey, Margarita. “Herramientas para el diagnóstico de la Disfunción familiar: El Genograma y la
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[2] Andrea López-Mato [et. al.]. “Psiconeuroinmunoendocrinología III: los últimos serán los primeros”. 1ra ed. Buenos Aires: Sciens, 2008.
[3] Sontag, Susan. “La enfermedad como metáfora.El SIDA como metáfora”
[4] Kleinman, Arthur y Benson, Peter. “La vida moral de los que sufren enfermedad y el fracaso existencial de la medicina”. Humanitas,
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[5] Menéndez, Eduardo. “La enfermedad y la curación ¿Qué es medicina tradicional?”. En: Alteridades 4 (7). Pp 71-83.
[6] La patología de lo simbólico. Razones sociales y papel terapéutico de determinadas creencias
[7] Pellegrino, Edmund D. “La relación entre la autonomía y la integridad en la ética médica”. Texto del discurso pronunciado en el Tercer
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[10] Lewkowicz, Ignacio. ”Universal, particular, singular. En ética, un horizonte en quiebra”
[11] Lewkowicz, Ignacio. “Subjetividad contemporánea: entre el consumo y la adicción”
[12] Ayala, José M. “La medicina posible”. Buenos Aires. Prometeo libros. 2003.
[13] (Aclaro que el término medicina moderna que utiliza Foucault está enmarcado en lo que se denominó anteriormente en el texto como
posmodernidad)
[14] Foucault, Michel. “La vida de los hombres infames”. Madrid, La piqueta. Capítulo 7. Historia de la medicalización. Pp 121-152
[15] Gascón Abellán, Marina. “¿De qué estamos hablando cuando hablamos de eutanasia?”. Humanitas. Humanidades Médicas - Volumen 1
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[16] Drane, James. “Eutanasia y suicidio asistido en las culturas antiguas y contemporáneas”. En Humanitas. Humanidades Médicas,
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