Post on 13-Mar-2016
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Érase una vez… una liebre que se jactaba
de correr más veloz que nadie, y que
tenía la fea costumbre de burlarse
siempre de una parsimoniosa tortuga,
hasta que un día ésta la desafió:
-¿Pero quién te crees tú que eres? Sí, de
acuerdo, quizá seas muy veloz, pero yo
puedo ganarte.
La liebre se rió de la osada tortuga:
-¿Ganarme tú en una carrera? ¡Soy tan
veloz que nadie puede ganarme! ¿Me
desafías acaso? ¿Qué apuestas?
La tortuga, molesta por tanta presunción,
aceptó el desafío. Fijaron el trayecto de la
carrera y, a primeras horas del día
siguiente, se reunieron en el lugar
acordado para la salida. La liebre
bostezaba de aburrimiento mientras la
tortuga iniciaba el recorrido. En vista de
la lentitud del adversario, la liebre, cuyos
ojos se cerraban de puro sueño, creyó
oportuno tumbarse y dormir un poco.
-¡Sigue, sigue, no te detengas! ¿Sabes?
Mientras tú te adelantas voy a echar una
cabezadita y luego, en cuatro saltos, ya te
alcanzaré.
Tuvo una pesadilla y se despertó
sobresaltada. Buscó a la tortuga con la
mirada, pero, al verla, se tranquilizó, ni
siquiera había andado un tercio del
recorrido.
La liebre, recuperada del sobresalto,
creyó que disponía de todo el tiempo del
mundo para ganar la carrera. Tanto es
así, que se dirigió a un campo de
zanahorias que tenía cerca y se puso a
comer con apetito. Sea por el atracón
que se dio, o por el calor que hacía a
pleno sol, el caso es que se sintió de
nuevo amodorrada. Miró de forma
despectiva a su rival que justo entonces
llegaba a la mitad del recorrido. Aún
tenía tiempo de echar otra cabezadita
antes de que la tortuga llegara a la meta.
Se durmió con una beatífica sonrisa,
pensando en la cara que pondría la
tortuga al verse rebasada. Al poco,
roncaba feliz.
El sol había iniciado su caída hacia el
horizonte, cuando la tortuga, después de
haber hecho el recorrido lenta y
fatigosamente, vio por fin la meta a un
metro escaso. La liebre se despertó
asustada al ver a la tortuga tan lejos. De
prisa se lanzó en su persecución.
Moviendo sus largas patas, adelante y
atrás, impetuosamente, con la lengua
fuera, la liebre casi la alcanzó.
-¡Todavía un poquito más y la victoria
será mía!
Sin embargo, el último salto que dio no
fue suficiente.
Cuando la liebre lo inició, la tortuga había
traspasado ya la línea de meta. ¡Pobre
liebre! Cansada y humillada se derrumbó
al lado de su rival que la miraba
sonriendo en silencio. Finalmente, la
tortuga le dijo:
-Te das cuenta, ¡no por mucho correr se
llega más temprano!