La Finca de Teobaldito

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La Finca de Teobaldito

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LA  FINCA  DE  TEOBALDITO  

Había una vez un niño que vivía en Piedra Hincada, cerca del barranco. Se llamaba Teobaldo, como su padre, como su abuelo, y su bisabuelo, y su tatarabuelo… Pero de cariño, a él le decían Teobaldito.

Cada día bajaba a Agua Dulce, a visitar a su abuelo a la finca, e incluso a veces se quedaba a dormir. Allí se divertía con cualquier cosa… Hasta que un día dejó de entretenerse…

- Abuelo, ¡estoy aburrido! Todos los días vengo a la finca y no hay nadie. El verdino, cuando oye mis pasos se va a esconder; y lo mismo hacen por la noche el cernícalo y la coruja. ¡Estoy aburrido! ¡Qué vacía está esta finca!

Y así se pasó sentado, pensando y refunfuñando dos días. Hasta que una mañana muy temprano, Teobaldito oyó:

- ¡KikiriiKiiii, Kikirii… Kiiii!

Teobaldito salió corriendo deseando descubrir que era ese sonido.

- ¿Tú quién eres?

- ¡Un gallo!, no lo ves. Yo cacareo todas las mañanas para despertar a todos los de la finca.

- Pero… ¡si no hay nadie!

Ese día fue diferente porque el gallo le contó muchas cosas a Teobaldito que escuchó atentamente chismes y canciones. Todo empezaba a cambiar.

Al día siguiente cuando el sol salió oyó:

- ¡Kikirii… kiiii! ¡Kikirii… Kiiii!

- ¡Bee, Beee! ¡Bee, Beee!

- Y…, ¿tú quién eres?

- ¡La oveja con mi corderito! Y balamos todos

los días para estar juntos y abrigaditos… Podemos darte calor cuando te sientas con frío.

Teobaldito y el gallo, se sentaron para escuchar historias de la oveja y su cordero. Se lo estaban pasando muy bien, hasta que de repente…

- ¡Ayyy!, pero, ¿qué es ese ruido?, se extrañó el gallo que no podía escuchar lo que contaba la oveja.

- Parecen piedras rodando del barranco, contestó Teobaldito.

-¡Ah! Pero si es la cabra, se fijó la oveja.

- ¿Pero tú qué haces aquí? ¿Tú no tiras siempre para el monte?, preguntó Teobaldito.

- Bee, bee… ¡Eso no es más que un dicho! Además yo doy buena leche para que puedas crecer sano y fuerte, por eso oí de este lugar, y de un niño que estaba aburrido, y decidí venir hasta aquí.

Y la cabra se sentó a contarle a sus nuevos amigos: el gallo, el cordero y la oveja, y Teobaldito, algunos cuentos y dichos que había aprendido.

Teobaldito se sentía tan contento que no pudo aguantar expresar su alegría:

-Abuelo, la finca está tan alegre con tantos animalitos…

Y mientras el abuelo escuchaba al nieto, paseando por la finca, vieron algo:

- ¡Abuelo, abuelo! ¿Qué es eso?

- Cagarrutas de conejo. Tienen que estar cerca de su madriguera… ¿Ves ese agujerito en la tierra?

- ¡Ya los veo!

-¡shhhhhh! Baja la voz Teobaldito, o se asustarán e irán a esconderse.

- Mira abuelito, ¡qué orejas más largas tienen! Y fíjate, sus patas traseras son más grandes y fuertes… ¿por qué será?... -Bueno pequeño, vamos a recoger las cagarrutas que nos servirán de abono para la tierra.

Y pasó el día Teobaldito con sus amiguitos el gallo, la oveja y el cordero, y la cabra, en busca de madrigueras y cagarrutas.

Recogieron tantas, que tuvo que acercarse hasta su abuelo para vaciar la bolsa. Y fue entonces cuando…

- ¡Oing, oing! ¡oing, oing!

-Abuelo, ¿de dónde salen esos gruñidos?

- De el chiquero, hijo, pero creí que también estaba vacío…

Teobaldito se acercó a la pocilga y vió un cochino con un lechón, que al ver su cara de sorpresa, le dijeron:

- Nosotros también queremos estar en la finca. Además, podemos ayudar comiendo todo lo que sobre.

Y fue así como Teobaldito pasó de estar aburrido, a tener muchas cosas que hacer y amigos a los que cuidar y acompañar.

- Abuelo, creo que la finca ya está llena.

- ¡Eso parece, Teobaldito!, ¡eso parece!

Y colorín coloradito, aquí termina el

cuento de “La finca de Teobaldito”.

AUTORAS:

Rita M. González Ravelo. Rosario Reyes Melián Patricia Trujillo

Barreto