Post on 12-Jan-2016
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Experimento casero
Experimento ilustrativo
Experimento discrepante
Experimento demostrativo
Experimento mental
Quizá el más conocido sea el del ascensor cósmico [ver ilustración]. Hay que situarlo en el contexto de las tensiones
entre la mecánica clásica y la electrodinámica, que su teoría especial de la relatividad había contribuido a resolver, pero
sólo con respecto al movimiento inercial. Esa solución consiste en relativizar la noción de simultaneidad a un marco de
referencia espacio-temporal. Hacía falta hacer algo parecido con respecto al movimiento acelerado. La vía de solución
del conflicto, la equivalencia de la masa inercial y masa gravitacional, se encuentra en la formulación de este
experimento mental.
Einstein plantea la posibilidad de un ascensor que está siendo elevado por una fuerza constante en el espacio.
Dentro del marco de la mecánica clásica hay que presuponer que el ascensor está en un sistema inercial, un sistema con
respecto al cual puede hablarse de movimiento absoluto, y por tanto, su movimiento puede ser considerado como
uniformemente acelerado. Sin embargo, para un observador que esté dentro del ascensor no está claro que las cosas
tengan que ser así. Podría creer igualmente que lo que ocurre en realidad es que el ascensor está estacionario,
sometido al campo gravitatorio de una masa próxima. Dicho de otro modo, no es posible distinguir, en tal situación,
entre una posibilidad y otra. Para ilustrarlo, Einstein plantea que un rayo de luz entre por un orificio lateral del ascensor;
o más intuitivamente, que se deje libre un objeto en el interior. Es de suponer que el objeto caería, pero el observador
interior no podría decidir si se trataba de un fenómeno gravitacional o resultado del movimiento acelerado del ascensor.
No se trata en este caso de una contradicción directa, sino de detectar un "punto ciego" en la teoría clásica. Para
Einstein, el propio experimento mental indica cuál es la vía para enmendarla: prescindir de las nociones clásicas de
sistema inercial y movimiento absoluto, y partir de la equivalencia de masa inercial y masa gravitacional, es decir, asumir
que las dos posibilidades en realidad son sólo una. Este es el punto de partida de la teoría general de la relatividad.
No todos los experimentos mentales que encontramos en la ciencia han sido tan decisivos como éstos que
hemos presentado, desde luego. Ni tienen la misma finalidad. A veces se presentan como experimentos mentales
situaciones que plantean simulaciones mentales de "casos límite" o de órdenes de magnitud diferentes al conocido.
Pero los que son como éstos contribuyen sin duda al progreso científico, al avance teórico. A primera vista, presentan
ciertas características distintivas: integran una dimensión destructiva o crítica respecto a una teoría establecida, y una
dimensión constructiva, al sugerir la dirección para la nueva teoría, aunque esta dimensión está vinculada al diagnóstico
del problema detectado. No consisten en aportar nueva información -¿cómo podrían conseguirlo?-, pero son
informativos, al poner de manifiesto que ciertas posibilidades inaceptables, o ignoradas, se siguen de esa teoría
establecida, y que para tenerlas en cuenta, o remediarlas, es preciso modificar los conceptos manejados. No necesitan
ser reproducidos efectivamente -muchas veces es completamente imposible hacerlo- para ser valiosos. No se limitan,
además, a lo meramente posible desde un punto de vista nomológico, como a veces se ha sugerido 1, ni se basan en la
1Wilkes (1988) sostiene que los experimentos mentales son aceptables en la ciencia
porque consideran posibilidades nomológicas, pero inaceptables en filosofía porque
implican posibilidades metafísicas con respecto a las cuales carecemos de criterios de
experiencia común a la comunidad científica2: el ascensor de Einstein es claramente una imposibilidad física y no se basa
en la experiencia común. Es más, el experimento mental contribuye a establecer tales posibilidades nomológicas, fijadas
por la nueva teoría.
Ahora bien, las conclusiones obtenidas no están fuera de toda duda, al contrario, son falibles. No proporcionan
una vía de acceso a un conocimiento privilegiado, sino que su aportación depende directamente de las críticas hechas a
la teoría anterior. Es preciso fijarse en los experimentos mentales fructíferos para reconocer su papel en la ciencia, pero
no hay un algoritmo para generarlos, ni un método para garantizar su éxito. El experimento mental no basta, por sí
mismo, para dar lugar a un cambio teórico. Pero todo esto no es algo especial, sino que es propio de la dinámica
científica: hasta que no hay una alternativa desarrollada no se abandona la teoría establecida, a pesar de las posibles
anomalías -en el sentido de Kuhn- que la afecten. Lo importante es que los experimentos mentales puedan contribuir al
cambio teórico, y que de hecho han contribuido en los cambios teóricos más importantes. El reto que plantean es
explicar como es ello posible.
plausibilidad.2Kuhn (1977) ha sostenido que la eficacia de los experimentos mentales se basa en partir
de la experiencia común a la comunidad científica, además de en poner de manifiesto la
tensión conceptual. Pero, como el ejemplo de Einstein ilustra, ello no tiene porqué ser
así. Kuhn asume un constructivismo psicológico con respecto a los conceptos que es en
sí mismo problemático.