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Enero / Julio 2015
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Tiempo y Escritura No 28
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UNIVERSIDAD AUTÓNOMA METROPOLITANA
CASA ABIERTA AL TIEMPO
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Salvador Vega y León
Secretario General
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UNIDAD AZCAPOTZALCO
Rector
Romualdo López Zárate
Secretario de la Unidad
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División de Ciencias Sociales y Humanidades
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Departamento de Humanidades
Marcela Suárez Escobar
Área y Cuerpo Académico Historia y Cultura en México
María Norma Durán Rodríguez Arana
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TIEMPO Y ESCRITURA No 29
Editora
Marcela Suárez Escobar
Comité Editorial
Margarita Alegría de la ColinaNorma Durán R.A.Teresita Quiroz ÁvilaMa. Elvira Buelna SerranoEdelmira Ramírez LeyvaGuadalupe Ríos de la TorreMarcela Suárez EscobarJosé Carlos Vizuete Mendoza
Cuidado de la edición
Álvaro E. Uribe e Isabel Alcántara
Diseño del Numero 29
DCG. Enrique Gómez Alegría
Diseño de Sitio Web
DCG. Enrique Gómez Alegría
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Tiempo y Escritura publica artículos especializados, inéditos, transcripciones documentadas, reseñas, entrevistas y creación literaria vinculada a la Historia.
Número de reserva 04-2002-072217384400-203 ISSN: 2395-8553
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TIEMPO Y ESCRITURA
Año 2015, Número 29, julio-diciembre 2015, es una publicación semestral de la Universidad Autónoma Metropolitana a través de la Unidad Azcapotzalco, División de Ciencias Sociales y Humanidades, Departamento de Humanidades, Área y Cuerpo Académico Historia y Cultura en México. Prolongación Canal de Miramontes 3855, Col. Ex-Hacienda San Juan de Dios, Delegación Tlalpan, C.P. 14387, México, D.F., y Av. San Pablo Núm. 180, Col. Reynosa Tamaulipas, Delegación Azcapotzalco, C.P. 02200, México, D.F.; Tel. 5318-9439, Página electrónica de la revista: http://www.azc.uam.mx/publicaciones/tye
Editor Responsable Marcela Suárez Escobar. Certificado de Reserva de Derechos al Uso Exclusivo de Título No. 04-2002-072217384400-203 ISSN 2395-8553, ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Diseño de sitio web: DCG. Enrique Gómez Alegría. Soporte Técnico: Coordinación de Sistemas de Cómputo. Responsable de la última actualización de este número: Unidad Azcapotzalco, División de Ciencias Sociales y Humanidades, Departamento de Humanidades, Área y Cuerpo Académico Historia y Cultura en México. Marcela Suárez Escobar; fecha de última modificación: diciembre 2015. Tamaño del archivo XX MB.
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Índice
7 La capilla de visita de san Martín Cuetlajuchitlán: un vestigio del avance agustino en el Estado de Guerrero, México.
Jorge Arturo Talavera González
Teresa Eleazar Serrano Espinosa
25 La conquista de la Nueva España o sobre el origen de un contrato social
Germán Luna Santiago
37 Los pioneros de la industria textil. El caso de Cayetano Rubio
Lilia Carbajal Arenas
52 Federico Gamboa y José Luis Blasio: correspondencia (1888 – 1918)
Julián Vázquez Robles
67 Lágrimas en sepia; la representación de la mujer mexicana en la obra de Yolanda Vargas Dulché, 1944-1953.
Juan Manuel Pedraza Velásquez.
86 Rosario Castellanos: La voz de los sin vozChristine Hüttinger
María Luisa Domínguez
98 A cien años de la Primera Guerra Mundial. Revisión y crítica a la obra Guerra y Revolución: las grandes potencias y
México, 1914-1918 de Esperanza Durán.Alma Rosa Chávez Medellín
102 Severino Salazar en las páginas de Fuentes HumanísticasTeresita Quiroz Ávila
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La capilla de visita de san Martín Cuetlajuchitlán: un vestigio del avance agustino en el Estado de Guerrero, México.
Jorge Arturo Talavera GonzálezTeresa Eleazar Serrano Espinosa1
Resumen
Este trabajo da a conocer el papel social y político de la capilla de
visita de san Martín Cuetlajuchitlán, ubicada en el estado de Guerrero;
fue fundada por los religiosos agustinos en el año de 1545, cuando se
adentraron en la región de Tierra Caliente, en su afán por evangelizar a
la población indígena. Esta fundación resulta importante debido a que
es una de las pocas capillas de visita que se conservan en el área, esto da
la oportunidad de identificar su disposición arquitectónica y entender
cómo los religiosos agustinos se valieron de estas construcciones
para integrar a los naturales al sistema español. Con un enfoque en la
Arqueología Histórica, se utilizaron fuentes clásicas sobre el proceso
de evangelización de esta zona, mismas que se complementan con
el análisis de documentación de archivo, de obras bibliográficas y de
restos arqueológicos que permitieron explicar su desarrollo histórico.
Abstract
This work reveals the social and political role of the chapel of san
Martín Cuetlajuchitlán visit, located in the State of Guerrero; this Foun-
dation was due to the Augustinian religious in the year 1545, when they
1 Jorge Arturo Talavera González, doctorante en la especialidad de Historia y Etnohistoria por la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Profesor-investigador de la Dirección de Antropología Física del Instituto Nacional de Antropología e Historia. Teresa Eleazar Serrano Espinosa, doctora en Historia y Etnohistoria. Profesora-investigadora de la Dirección de Etnohistoria del Instituto Nacional de Antropología e Historia.
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go to the Tierra Caliente region in its effort to evangelize the indigenous
population. This Foundation is important since it is one of the few chapels
of visit in the area, this gives the opportunity to identify its architectural
layout and understand how Augustinian religious made use of this type
of construction to integrate the Spanish system to the natives. With a
focus on historical archaeology, classical sources on the process of evan-
gelization of this area were used, same that are complemented with the
analysis of archaeological remains and bibliographical works file docu-
mentation; that allow us to explain its historical development.
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“...se entendían el indio, y los frailes, como los ángeles que se entienden y se preguntan, y se responden solo con la intención...” (Grijalva 1929, 44).
Introducción
Es importante dar a conocer cómo en los últimos años ha crecido el interés por el estudio de la Arqueo-
logía Histórica en nuestro país, disciplina que fundamenta sus estudios en el análisis de documentos
escritos y que a la vez hace uso de técnicas específicamente arqueológicas, con el fin investigar la
comprobación de los datos históricos (Besso-Oberto 1977, 4-14). Dentro de este campo se expone el
estudio de caso referente a la capilla de visita agustina2, antiguamente denominada San Martín Cue-
tlajuchitlán o Cuetlajuche, la cual ofrece una oportunidad para acercarse al proceso de evangelización
del área de Tierra Caliente del estado de Guerreo.
El acceso a esta comunidad es por la autopista Cuernavaca-Acapulco hasta la caseta de cobro de
Paso Morelos, de ahí se continúa por la desviación hasta llegar a la población del mismo nombre.
Esta localidad comunica con la cabecera municipal a través de un camino pavimentado que une los
poblados de Huitzuco-Atenango del Río y Copalillo. Ver Figura 1:
2 El inmueble en estudio se localiza en el poblado de Paso Morelos, municipio de Huitzuco de los Figueroa, en el noreste del Estado de Guerrero, México. Sus coordenadas geográficas son 18° 13’ 17” de latitud norte y 99° 12’ 55” de longitud oeste; las U.T.M. corresponden con 1914150 N y 477650 E.
Figura 1. Localización de la zona arqueológica y la capilla de visita de Cuetlajuchitlán. Elaboración: Higinio Aguilar.
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Como es sabido, las órdenes mendicantes llegaron a la Nueva España para realizar la conquista
espiritual y la evangelización de los distintos grupos indígenas conquistados, los primeros en llegar
fueron los franciscanos, en 1523; después lo hicieron los dominicos en 1526 y posteriormente arriban
los agustinos en 1533; estos últimos religiosos, de interés para nuestro estudio, se establecieron en
las regiones que habían dejado desocupadas las dos primeras órdenes, así desempeñaron su labor de
adoctrinamiento al sur de Michoacán y de Guerrero y la franja de la huasteca Potosina y Veracruzana,
desde Querétaro hasta Tantoyucan (Cuevas III 1992, 27). En estos territorios, los agustinos se propu-
sieron la nada fácil empresa de imponer una nueva religión en la Tierra Caliente, un territorio de cuyo
pasado se conoce muy poco.
La Orden de San Agustín en Guerrero
Los primeros siete agustinos que llegaron a la Nueva España desembarcaron en el puerto de Vera-
cruz el 22 de mayo de 1533, dicha orden fue la tercera en llegar a la Nueva España y encontraron
que parte de las tierras ya habían sido asignadas a los franciscanos y dominicos, por ello, les fueron
concedidas las regiones que se extendían entre las sierras de abrupta topografía, regidas por climas
extremosos y habitadas por una abundante población indígena que casi no había establecido contacto
con la cultura occidental (Curiel 1986, 688).
Pocos meses después de su arribo, los agustinos fundaron su primer convento, dedicado a Santiago
Apóstol, en Ocuituco, estado de Morelos. El religioso fray Agustín de Coruña fue destinado para evan-
gelizar la llamada sierra baja, en el actual estado de Guerrero, zona conformada por las poblaciones
de Tlapa 1533 y Chilapa 1534 como centros principales, siguiendo las rutas comerciales prehispánicas,
avanzó hacia “Tierra Caliente”, por lo cual se avocó de inmediato a aprender la lengua náhuatl.
Asimismo, en su avanzada, los agustinos evangelizaron la región desde Tepecoacuilco, Guerrero,
a donde llegaron en 1538, y erigieron diversas fundaciones en el valle del mismo nombre (una de las
cuales era Cuetlajuchitlán), como en la cuenca del río Balsas-Mezcala. La descripción del arzobispado
de 1570 se refiere a las fundaciones de los agustinos en dicha zona:
Tiene 36 estancias y en cada estancia hay un alguacil y un tequiato que los manda, en cada uno de estas estancias hay una iglesia, donde se juntan los domingos y fiestas de las doctrinas. Las igle-sias, ansi de la cabecera, como de las dichas estancias se fundaron en tiempo del obispo Fr. Joan de Zumarraga y los frailes agustinos las mandaron edificar do al presente están (García Pimentel 1897).
Sin embargo, los sacerdotes agustinos no duraron mucho, ya que se retiraron de Tepecoacuilco en
1565. Estos territorios agustinos respetaron la cédula expedida en 1534 por el Consejo de Indias que
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establecía que cada obispado tenía como territorio 15 leguas a la redonda de su iglesia catedral y lo
demás podía ser repartido por cercanía entre los obispados.
En esta parte del norte de Guerrero, los pueblos de indios o República de Indios quedaron eclesiásti-
camente incluidos en el Obispado de México, posteriormente llamada Provincia del Arzobispado de
México, erigida en enero de 1545 con un inmenso territorio, desde Acapulco en el Pacífico hasta la
bahía del Pánuco en el Golfo. A él pertenecían Huitzuco y Tepecoacuilco, las minas de Zumpango del
Río y el puerto de Acapulco, dependientes de la jurisdicción de Iguala.
El cronista de la provincia agustiniana describe lo que, a la manera medieval, descubrían a su paso
estos religiosos; refiere que dichos lugares estaban habitados por legiones de demonios, por lo que
estuvieron atentos a las reacciones de los “espíritus malignos”. Así lo señala Grijalva cuando refiere:
“Desde que levantaron altares y dijeron misa, ni se escuchó la voz, ni dio respuesta algún demonio de
los muchos que había en aquellas sierras: siendo así que antes eran familiarísimos...” (Grijalva 1924,
52-53). Asimismo, al vivir los continuos sismos que se daban en la región, relataban que eran gigantes
quienes cimbraban la tierra o cuando los “hechiceros indígenas se convertían en fieras”, en todo ello
veían la obra del demonio por lo que recurrían constantemente al De divinatione Daemonum de san
Agustín3 para explicarse a sí mismos estas manifestaciones naturales y culturales que nunca habían
experimentado:
[...] los temblores de Chilapa son continuos como lo experimentamos cada día con general lastima y tan grandes estos temblores, que nos derribó los años pasados el más hermoso edificio que había en todo el reino.
Pudo tener el demonio observación de este temblor, porque sucede ordinariamente ó tal tiempo: con ocasión de pocas aguas, y muchos vientos, y de extremada sequedad. Conocerían también, que aquel edificio iba alto, por que crecía con mucha prisa, y sin maestro, que mucho adivinase su ruina (Grijalva 1924, 88).
Esta lucha contra los demonios puede explicar la premura que tenían los frailes mendicantes por
evangelizar a los indios con bautizos masivos y la prontitud para la construcción de conventos, iglesias
y capillas “[...] ibanlos catequizando y bautizando con tanta prisa, que había muchos días de ciento, y
un día de quinientos [...] pero tomose por buen expediente este, para ir ganando tierra y apoderán-
dose de la multitud [...]” (Grijalva 1924, 52).
Dentro de la organización eclesiástica, a la unidad territorial mayor se le conocía como una provincia
(para el presente caso de estudio, estaba inserta en la del Santo Nombre de Jesús de México), a la
que se integraban fracciones menores cuya jurisdicción quedaba a cargo de los conventos llamados
3 Es tratado sobre la adivinación de los demonios, en el cual, Agustín intenta condenar la adivinación de los cultos paganos, no sin dejar de señalar el modo en que los demonios se insinuaban a los hombres.
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prioratos; al fraile superior se le conocía como prior y dependía directamente del provincial, como fue
el caso del convento de Ocuituco. Las cabeceras extendían sus funciones a través de casas menores
denominadas doctrinas donde habitaban permanentemente dos o cuatro frailes y su superior se
llamaba Presidente o Doctrinero, como la de Tepecoacuilco. Tanto los prioratos como las doctrinas
tenían a su cargo pueblos comarcanos y poseían casas que recibían el nombre de visita, debido a que
más o menos de dos o tres días al año, el doctrinero moraba en ellas y administraba los sacramentos;
como la de san Martín Cuetlajuchitlán, cuyas primeras referencias históricas datan de mediados del
siglo XVI, y mencionan que era dependiente, en lo religioso y político, de la cabecera de Tepecoacuilco
(García Pimentel, 1897).
Para comprender cómo funcionaba una visita agustina, en primer término se debe hacer refe-
rencia al patrón de asentamiento disperso que mantenían los antiguos pobladores de la región: “[...]
los indios no estaban entonces en poblaciones como ahora, sino derramados por aquellas sierras, o
familias, y en caseríos sueltos [...]” (Grijalva 1942, 51). Por lo que la primera intención para conseguir un
mayor control sobre ellos fue congregarlos en poblaciones más grandes, emplazadas en áreas bajas
que tendrían como elemento de atracción una capilla, frente a la plaza del mercado, justo en el centro
de estos nuevos asentamientos. Esta política de “reducción” vería sus frutos años más tarde:
Cobraron fuerza los religiosos, y empezaron a reducir aquella gran multitud que estaba derra-mada por las sierras, a poblaciones...Formaron sus pueblos en tan buena disposición, que son hoy hermosísimas ciudades, y aunque la fábrica de las casas no es muy grande, la plata de los pueblos es tan buena como sí la hubieran fundado grandes artífices, calles, plazas, entradas y salidas (Grijalva 1924, 53).
Este método fue muy similar al empleado por los franciscanos y dominicos, sin embargo, George
Kubler señala una particularidad agustina: “[...] desplegaron un humanismo radical, que a diferencia
de las demás órdenes mendicantes en México, hacía hincapié en la alta capacidad moral de los indios y
admitía para estos la comunión y la extremaunción [...] aceptaban la disposición espiritual de los indí-
genas, reduciendo su período de tutelaje [...]” (Kubler 1984, 26). Congruentes con dicha filosofía, luego
de fundada una nueva doctrina, los religiosos se daban a la tarea de recorrer las áreas circundantes
identificando asentamientos importantes, presencia de autoridades locales, lugares de culto de los
antiguos dioses y sitios con buenas condiciones geográficas para desarrollar un nuevo asentamiento.
En estos puntos significativos construían conjuntos arquitectónicos de menor tamaño y complejidad
que daban solución a las necesidades de la liturgia cristiana y que visitaban periódicamente durante
la doctrina, pero que por lo regular quedaban en manos de “diputados indígenas” conversos a los
que consideraban suficiente avanzados en las cuestiones de la fe. Esta práctica la describe fray Juan
de Grijalva: “[...] y en los conventos y visitas, algunos Indios ya bien enseñados para que en ausencia
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de los religiosos tuviesen cargo de hacer cantar la doctrina, y de enseñar a los que no lo sabían [...]”
(Grijalva 1924, 61).
Por otra parte, desde el Capítulo4 de Ocuituco, celebrado en junio de 1534, los agustinos habían orde-
nado que: “[...] Mandamos que cuando se dijiere misa en los pueblos donde hubiese infieles: si hubiere
Iglesia decente se diga misa y si no lo fuere no se diga [...]” (Grijalva 1924, 63).
Una vez construida la capilla, los recién conversos tomaban parte en el desarrollo de la misa, ya como
vigilantes cuidando que no se infiltrara ningún infiel, ya como “cantores de coro bajo”, en ocasiones
como músicos usando chirimías y/o flautas, como ayudantes del oficiante o esperando la conclusión de
la ceremonia para iniciar, en el atrio, la instrucción de los niños.
La capilla se volvió, además, el elemento regulador del nuevo calendario ritual, las campanas regían
tanto el ciclo diario como el anual. El año quedó dividido por las solemnidades de Navidad, semana
santa, pascua, fiesta de San Agustín y del santo patrono: este edificio era el símbolo que confería iden-
tidad y sentido de pertenencia en los angustiosos momentos de la conquista. Los habitantes de cada
pueblo de visita convergían a la doctrina agrupados bajo el patrocinio de una deidad titular, que en la
mayoría de los casos fue sincrética a sus antiguos dioses: “[...] en todos los pueblos de visita hay una
imagen de talla, en sus andas doradas, de la vocación dentro de un mismo pueblo [...] pues el día que
ha de haber precesión general, acuden los indios de todas partes, todos traen sus andas con un estan-
darte, y la música de aquel pueblo [...]” (Grijalva 1924, 63).
El modelo de vida a seguir era el comunal impuesto por el obispo Vasco de Quiroga en el pueblo de
Santa Fe: “[...] daba [...] tierras a los que allí se recogían para que allí sembrasen, y cogiesen, lo que
parecía ser suficiente para el sustento de sus familias y que lo restante del tiempo lo gastasen en ejer-
cicios de perfección. De manera que aquellos indios imitaban en algo a los religiosos viviendo en tierras
comunes, y ocupándose en oración, y vida más perfecta [...]” (Grijalva 1924, 55).
En suma, la capilla de visita y sus anexos constituían uno de los referentes materiales generados a
partir del proceso de aculturación de los grupos humanos americanos recién sometidos al dominio de
la Corona Española. Allí se les adoctrinaba para luego bautizarlos y, ya iniciados, los hacían participes de
los demás ritos: misas, confesión, comunión, procesiones, fiestas patronales, matrimonio, culto a los
muertos, extremaunción y, finalmente, sepultura de sus restos mortales en los atrios. Cada momento
de sus vidas estuvo regido por sacramentos, desde el nacimiento hasta la muerte; su reconocimiento
quedó certificado en la capilla de visita; aunque los registros escritos se llevaban en la doctrina. Este
tipo de edificaciones fueron de los más interesantes experimentos sociales y políticos en el continente
4 Estos se entienden como las reuniones que realizaban los religiosos, cuya periodicidad variaba de acuerdo a cada orden mendicante, generalmente era de uno a dos años, donde atendían las necesidades y problemas de sus conventos.
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americano: “[…] indujeron a los nativos a asimilarse a la vida occidental mediante un sistema en el que
prevalecía una forma de gobierno patriarcal en la que los misioneros ocupaban la misma relación hacia
los indios, que la de padre a hijos” (Davis 1945, 119-120).
El sistema de visitas pretendía propagar la filosofía cristiana a un mayor número de personas, evitar
el desplazamiento de los naturales para administración de los sacramentos hasta el centro conventual,
hacer efectivas las políticas de congregación en pueblos y a la manera de bastiones proteger la inte-
gridad territorial de la provincia ante las posibles intrusiones de otras órdenes, pero principalmente
del clero secular.
En la Nueva España la Iglesia Católica se dividía en dos cleros, el regular y el secular: el primero,
dotado de una gran libertad de acción, conocedor de las lenguas y costumbres americanas, principal
promotor del arte indocristiano, no cobraba diezmo a los indígenas que vivían bajo su jurisdicción,
aunque sí les obligaban a tributar con mano de obra y en especie; el segundo, inmediatamente subor-
dinado a los obispos, exigía diezmo a los naturales. Desde 1510, le correspondieron a la Corona los
diezmos que se captaban de los metales y una tercera parte de los recaudados como productos de los
frutos del campo (Piho 1991, 12), por lo que a la Real Hacienda le convenían más los territorios admini-
strados por curas seculares, ante lo cual, la Corona inició la secularización de las parroquias, relegó a
las órdenes mendicantes a unos cuantos conventos y las sustituyó en los territorios ya evangelizados.
En consecuencia, los agustinos se vieron obligados a ceder sus fundaciones y, a partir de 1567, aban-
donaron la Tierra Caliente.
Ya verificado el proceso de secularización, la visita de San Martín Cuetlajuchitlán siguió en funcio-
namiento, atendida desde la vicaría de Huitzuco, cuyo vicario, Rodrigo de Rivera, refiere que estaba a
cargo del clero secular de la siguiente manera:
Cuetlajuchitlán que es cabecera que está en la real corona, hacia el sur. Tiene un gobernador, y dos alcaldes y dos regidores, un mayordomo y un escribano, y once alguaciles en las estancias y cabecera, con el alguacil de la iglesia. Tiene cinco estancias. Tiene ochenta tributarios casados, ocho muchachos de confesión: viudas diez. Esta de la ciudad de México treinta leguas, y de Huitzuco dos leguas y media (García Pimentel 1897, 76-77).
Asimismo, describió, en 1569, su culto itinerante:
La forma que tengo de visitarlos es esta: que salgo de Huitzuco y voy a Cuetlajuchitlan, y duermo en el dicho pueblo y digo misa por la mañana y administro allí todos los sacramentos y si hay necesidad, y después de comer me parto y voy á Zacango, y hago lo que soy obligación de adminis- trar los sacramentos y decir misa, y ando visitando estos pueblos arriba dichos y estancias, y me ocupo de ello quince o veinte días, según y cómo hay necesidad de detenerme en cada pueblo, y vuélvome a Huitzuco y estoy en él […] todos los indios que tengo a mi cargo han admitido y
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admiten la doctrina, y están doctrinados y saben el Ave María, Pater Noster, Credo y Salve Regina, en latín y lengua mexicana; y no hay ninguna otra lengua en mi partido, si no es la mexicana; y los mandamientos y artículos de fe, y obras de misericordia, y cinco sentidos corporales y potencias del ánimo; se les enseña cada domingo en lengua mexicana (García Pimentel 1897, 76-81).
A finales del siglo XVI, se alude a Cuetlajuchitlán nuevamente como población de habla náhuatl y se
sabe que por causas político-administrativas pasó a formar parte del nuevo curato de Atenango del
Río. En esas fechas se encontraba construida una iglesia o capilla de visitación que contaba con atrio,
sacristía, cuartos para mayordomo, vigilancia, caballeriza, nave “cuadrada” con su arco tipo romano y
espadaña (AGN Ramo Indios, 188).
Hasta la primera mitad del siglo XVII, la capilla de Cuetlajuchitlán seguía abierta al culto. Entre 1617
y 1646 Hernando Ruiz de Alarcón, párroco en Atenango del Río, escribió: “[...] queda dicho de la india
Cuetlaxxochitlan, sucedió que habiéndole averiguado que tenía unos destos cestillos sin que ella lo
imaginase la cogí en la iglesia para hacerla confesar su delito [...]” (De la Garza 1988, 43).
A partir de la segunda mitad del siglo XVI, los datos consignados en el registro documental sobre
la capilla de Cuetlajuchitlán se hacen más escasos; posiblemente esto se debió a que la mayoría de
los ritos católicos se desvinculaban definitivamente de los espacios arquitectónicos y en la región se
experimentaban fuertes alteraciones poblacionales.
Los trabajos arqueológicos en la visita de San Martín Cuetlajuchitlán
El objetivo principal consistió en la conformación de un esquema del desarrollo cultural de la zona de
estudio, desde el Preclásico hasta el siglo XX, y en lo particular para aumentar los conocimientos refe-
rentes a la presencia agustina en el área de Tierra Caliente, iniciada en 1545, el proceso de secularización
de 1567 y el abandono definitivo de la visita en un período aún por precisar (mediante la recuperación
de las asociaciones de elementos, se explica el evento del abandono, caracterizado por ser diferencial
dentro del contexto general del asentamiento).
El desarrollo de los trabajos se vio limitado porque no se tuvo la libertad para elegir las áreas de
excavación, ya que en el siglo XX las ruinas de la capilla y sus anexos fueron reutilizados como cemen-
terio del pueblo de Paso Morelos, por ello, los trabajos de excavación arqueológica se enfocaron a
sondeos concentrados en los espacios libres de tumbas, los cuales correspondieron al costado sur del
presbiterio en donde estuvo la sacristía.
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Conociendo de antemano el carácter ritual de los artefactos y elementos involucrados en las acti-
vidades desarrolladas en una sacristía, resultaba poco probable la existencia de objetos empleados
para oficiar las misas, entre ellos: vasos sagrados, vestiduras, libros o iconos, que pudieran haber sido
abandonados “in situ”, máxime si el evento había sido planeado con anticipación. Estos bienes segu-
ramente se retiraron para reintegrarse a un nuevo espacio de culto, por ello se optó por enfocarse al
conocimiento de la historia post-deposicional del sitio.
Gracias a los datos proporcionados por los trabajos arqueológicos realizados en 1992, se sabe que
existieron tres tipos de espacios arquitectónicos que integraron al conjunto religioso (Figura 2).
I. Los relacionados con la liturgia y el ritual cristiano: la capilla, la sacristía y el atrio-cementerio.
II. Los servicios: como las habitaciones en donde el fraile visitante reponía las fuerzas perdidas por el viaje, se alimentaba y se preparaba para las siguientes etapas del culto itinerante.
III. Los patios que articulaban las zonas de culto con las de servicio.
Al efectuar un análisis detallado sobre el tipo de construcción empleado en la capilla, se establece
que data de finales del siglo XVI, constaba de una sola nave orientada hacia el oeste (Imagen 1). Tiene
un sólido arco triunfal y ábside recto con espadaña (Imagen 2). Los muros del presbiterio, así como
su ábside, son de núcleo de piedra caliza y pizarra con acabado de cantera rosa careada unida con
Figura 2. Planta general de la capilla de visita de Cuetlajuchitlán. Elaboró: Higinio Aguilar.
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argamasa de cal y arena. Esta roca, usada para el revestimiento, procede del sitio prehispánico de
Cuetlajuchitlán, distante dos kilómetros del poblado de Paso Morelos (Manzanilla y Talavera 1994,
124).
En los muros y contrafuertes, junto con las rocas careadas,
se observan bloques circulares llamados popularmente
como “quesos,” algunos de los cuales están decorados
con círculos concéntricos o espirales. El sitio arqueológico
de Cuetlajuchitlán, de donde proceden estas piezas, es de
cronología Preclásica terminal (600 a.C. a 300 d.C.), (Manza-
nilla y Talavera 1993, 105).
A los lados norte y sur del presbiterio se encuentran dos
puertas con arco sencillo de medio punto (Imagen 3) que
comunicaban con las dependencias anexas a la capilla.
De éstas aún se conservan los cimientos de dos cuartos
que podrían pertenecer al baptisterio y la sacristía; otros
cimientos al exterior podrían corresponder a lo que fueron
la barda del atrio y las caballerizas (Manzanilla y Talavera
1994, 124).
Imagen 1. Vista general de la capilla de visita de San Martín Cuetlajuchitlán.
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Se conserva también el arco triunfal flanqueado por dos contrafuertes (Imagen 4). Aún tiene su
piedra clava, pero las dovelas han sido retiradas por los vecinos de la localidad para usarlas como
cabeceras en las tumbas de sus difuntos, con la marca de una cruz en ellas; lo mismo ocurre con las
piedras de los arcos de las puertas. Tanto en la cara interna del arco como en las paredes del presbi-
terio y el ábside, se conservan restos de un sencillo aplanado de cal, aunque no es posible distinguir en
éstos algún rastro de pintura.
Imagen 3. Detalle de los sillares de hoja de cantera rosa.
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En el techo, sobre el ábside, se conservan los soportes cuadrados de una espadaña sencilla que, al
parecer, sostuvo una sola campana, esta ubicación se debe a la falta de solidez de la fachada.
Contrastando con la buena fabrica del recinto sagrado, la nave está construida de manera más
sencilla, con muros angostos unidos con lodo (Imagen 5). Aunque no existen evidencias físicas, se
supone que el piso fue de madera y el techo de viguería a dos aguas. Desafortunadamente, tampoco
se conservan restos de la fachada, ya que sus muros fueron destruidos en el siglo pasado por la
excavación y apertura de tumbas.
Imagen 4. Vista frontal del arco toral de la capilla de visita de San Martín Cuetlajuchitlán.
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En lo referente a la historia post-deposicional del sitio, se identificaron acarreamientos edáficos y
rellenos artificiales que alteraron las relaciones contextuales: así, tipos cerámicos como el Paso rojo y
el Huitzuco blanco (Preclásico), compartían niveles métricos iguales con los Yestla-El Naranjo y Azteca
ID (Postclásico), recuperados sobre los pisos expuestos durante el siglo XVII, situación que resulta
explicable al considerar su reutilización como cementerio, lo que implicó continuas superposiciones
de material de acarreo, utilizado para aumentar la capa de suelo y permitir la inhumación de restos
humanos del siglo XX sin perturbar los enterramientos novohispanos (Imagen 6).
Imagen 5. Muros de la nave conformados por piedras unidas con barro y fragmentos de cerámica.
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Con el paso de los años, esta visita sirvió como banco de materiales constructivos para la edificación
de otros edificios religiosos, entre ellos podemos mencionar la parroquia de Atenango del Río y la
nueva capilla de Paso Morelos.
Comentarios finales
En este artículo se propone que la capilla tuvo dos etapas constructivas principales. La primera, bajo
la dirección de los frailes agustinos, con una temporalidad que va de 1545 a 1567, fecha en que fueron
cedidas las doctrinas de Tierra Caliente al clero secular, durante la cual, el inmueble funcionó como
una capilla abierta aislada que cumplió con la necesidad de oficiar la misa a espacio abierto, dando
continuidad a la costumbre que tenían los indígenas antes de la conquista de realizar oficios multitu-
dinarios al pie de los enormes templos, de esta forma hubo una constancia sincrética favorecedora
para los frailes que ayudó a convertir a la fe cristiana a los grupos indígenas de la región y así lograr
Imagen 6. Reutilización actual de los espacios libres de la capilla de visita, como panteón del pueblo.
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su sometimiento para proveer de mano de obra a la construcción de este tipo de edificaciones, a las
encomiendas agrícolas y ganaderas, así como a las minas, principalmente las de Taxco y Zumpango del
Río, donde se explotaban minerales de oro y plata, así como las de Huitzuco, de donde se extraía el
mercurio utilizado en la elaboración de azogue, básico para la separación de estos minerales preciosos.
El recurso de la capilla abierta aislada fue frecuentemente utilizado por los agustinos, como lo
prueban los vestigios de Totolapan, Morelos (Artigas 1983, 107). También está presente en el postrero
avance septentrional con casos tan relevantes como San Juan Atzolcintla y Santa María Xihuico en
Metztitlán, Hidalgo (Artigas 1983, 39-63), por lo que no resulta extraño que también la usaran en la
evangelización de Tierra Caliente, siendo la de Paso Morelos, Guerrero, sobresaliente evidencia de ello.
En la segunda etapa constructiva, su función cambió probablemente debido al proceso de secular-
ización; la nave de la capilla fue cerrada con dos muros paralelos que se sobrepusieron al presbiterio
de la capilla abierta. Este cambio pudo deberse a la transferencia generalizada de las doctrinas, admi-
nistradas por los religiosos, a los clérigos diocesanos, los cuales creyeron que la conversión ya estaba
realizada y que ya no era necesario llevar a cabo la evangelización en masas. En lo referente a las cu-
biertas, dada la región y lo temprano de la construcción, la solución apunta hacia la tijera de madera
recubierta con algún elemento vegetal.
De la segunda fachada principal, nada se conserva: se lograron aproximar sus proporciones aten-
diendo a la separación entre los dos lienzos paralelos que delimitan la nave, lo que indica ocho metros,
pero, tomando en consideración la pérdida de revestimientos y enlucidos, esta distancia debió ser
menor.
Esta edificación resulta un testimonio arquitectónico que jugó un papel social y político de gran
importancia, debido a que fue usado como un espacio que ayudó al indio a integrarse a la vida occi-
dental. Luego de su abandono definitivo, quedó inmersa en un complejo proceso de transformación y
destrucción de sus espacios, hasta que, en la actualidad, se encuentra integrada al panteón del pueblo.
Asimismo, es una relevante evidencia sobre el avance evangelizador en un primer momento y,
posteriormente, fue testigo de las pugnas entre el clero regular y secular, por lo que continuar su
investigación y promover su restauración, conservación y difusión resulta una imperiosa necesidad.
De igual manera, es importante dar a conocer este tipo de construcciones, patrimonio de México, que
ayuda a entender una etapa de su desarrollo histórico.
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La conquista de la Nueva España o sobre el origen de un contrato social1
Germán Luna Santiago2
Resumen.
Desde la última década del siglo xx, Alfonso Mendiola ha sugerido
releer las crónicas de la Conquista desde su mundo original; para él,
buscar en ellas verdades positivistas, es incorrecto pues las crónicas,
en todo caso, contienen verdades romanescas comprensibles para
los lectores del periodo. Este artículo reflexiona en torno a una de
esas verdades romanescas: las referencias del vasallaje indio dado a la
Corona. En un mundo regulado por los vínculos de vasallaje y ante la
voluntad real de tener a los indios como sus vasallos, resulta de lo más
natural que los cronistas se empeñaran en afirmar que los indios, en la
Conquista, “dieron la obidiençia” al Rey.
Abstract
Abstract: Since the last decade of the 20th century, Alfonso Mendiola
has suggested rereading the chronicles of the Conquest from its original
world; to him, searching positivist truths in them is incorrect because the
chronicles, in any case, contain verdades romanescas, which are compre-
hensible for the readers of the period. This article reflects on one of
these verdades romanescas: the references of the Indian vassalage given
1 Artículo redactado a partir de la ponencia “La Conquista de la Nueva España: hecho histórico y romanesco” expuesta el 6 de octubre de 2015 en el Coloquio Estudiantil de Historia Novohispana de la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa (uam-i).2 Lic. en Historia por la uam-i. Ganador de la Medalla al Mérito Universitario de esa institución (generación otoño 2010-primavera 2014).
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to the Crown. In a world regulated by the entailments of vassalage,
and in the face of the real will to consider the Indians as their vassals,
it seems very natural that the chroniclers had insisted on affirming that
the Indians —in the Conquest— “dieron la obidiençia” to the King.
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Puesto que ningún hombre tiene autoridad natural sobre su semejante, y puesto que la fuerza no constituye derecho alguno, quedan sólo las convenciones como base de toda autoridad legítima entre los hombres.
Rousseau 1983, 32.
Desde hace algunos años, Alfonso Mendiola ha insistido en la necesidad de cuestionar el tipo de
lectura que comúnmente se hace de las crónicas de la Conquista de la Nueva España. Para él, es
imposible pensar que en ellas se narra al pie de la letra lo que realmente pasó. Escritas bajo los moldes
de la retórica y la ficción, e insertas en la viejísima historia cristiana de la salvación, las crónicas nos
hablan, más que de hechos singulares, de los valores de la sociedad que reproduce la narración, del
mundo moral o normativo y del tipo de producción historiográfica al cual pertenecen, es decir, el medie-
val. Por todo esto, las crónicas dicen verdades romanescas, y no verdades en el sentido positivista o
moderno (Mendiola 2003a, 2003b y 1995).
En este contexto, las referencias a cierto vasallaje de los indios dado a la Corona, en las crónicas, se
presenta como un fenómeno tan interesante como la propia explicación que se le puede dar.
Dos cuestiones explican los afanes de los conquistadores de decirnos que los indios se dieron por
vasallos del Rey:
En primer lugar, inmersos aún en la Edad Media –o en un mundo donde las relaciones políticas se
sustentaban en los contratos bilaterales mediante el rito de vasallaje u homenaje–, era evidente que
los conquistadores no podían sino reproducir la ceremonia que, según su experiencia, inauguraba los
vínculos de hombre a hombre, los vínculos que perseguían –en palabras de Marc Bloch (1986, 466) –
“ligar los poderes”. Aunque con economía en los gestos y ademanes (es decir, limitado a la fórmula
Alfonso Mendiola y portadas de dos libros suyos (Mendiola 2003a y 1995)
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elemental “se dieron por vasallos”), el ritual rememorado en las crónicas evidencia que –pese a la
originalidad y a la autonomía de sus instituciones respecto del feudalismo clásico de allende los Piri-
neos– la noción feudal señor-vasallo no dejó de hacer sentir su influencia en la península ibérica, si
bien en un grado superficial: el homenaje ibérico, por ejemplo, pudo así prescindir de todo formalismo
y consistir en un simple besamanos, “susceptible de repetirse con frecuencia, como acto de simple
cortesía” (Bloch 1986, 161-251 y 465-466), hecho que explica la conformidad de los cronistas con la feliz
expresión: “dieron la obidiençia a Su Magestad”.
“He aquí, frente a frente, a dos hombres: uno quiere servir, el otro acepta o desea ser jefe. El primero, junta las manos y las coloca, así unidas, en las manos del segundo: claro símbolo de sumisión, cuyo sentido se acentuaba, a veces, con una genuflexión. Al propio tiempo, el perso-naje de las manos cerradas pronunciaba algunas palabras, muy breves, por las que se reconoce el hombre del que tiene enfrente [...] Para designar al superior que creaba [el vínculo], ninguna otra palabra más general que señor [...] el subordinado es llamado, sin más, el hombre de este señor. Alguna vez, con más precisión, su ‘hombre de boca y manos’. Pero también [...] vasallo o [...] encomendado” (Bloch 1986, 162). Arriba, (1) homenaje al Diablo, (2) homenaje a la dama (Bloch
1966, s. p.), (3) rito de vasallaje provenzal registrado por un notario (Español 2014).
Representaciones medievales de los vínculos de vasallaje
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En segundo lugar, es natural que los conquistadores se vieran obligados a referir episodios de vasa-
llaje porque la Corona –desde los primeros años de la colonización y a través de diversas cédulas,
ordenanzas y las futuras Leyes de Indias– había asumido su relación con los indios, como la de un señor
con sus vasallos. En las Leyes Nuevas de 1542, por ejemplo, la Corona enfatizaba que los indios debían
ser “muy bien tratados como vasallos nuestros, como lo son” (Morales Padrón 1979, 444); durante
la inminente política reformadora de la dinastía borbónica del siglo xviii, la realeza española podía
aún recordar del mismo modo la relación señor-vasallo existente entre ella y el indio: el tributo de los
indios, dice la Real Ordenanza de Intendentes de 1786, es ofrecido a la Corona “en reconocimiento
del vassallage y suprema proteccion que les está concedida” (cit. en Guardino 2009, 140). Los sucesos
políticos de 1808, en definitiva, confirmaron la imagen de un reino y un Imperio gobernados por el
señor español, a quien sus vasallos –indios como no indios– le deben deferencia y ayuda (Guerra 1992,
caps. iv y v; Landavazo 2001, caps. 1-3). “Las palabras señor, vasallo, vasallaje, fidelidad, lealtad son
omnipresentes en [...] esta época [...] Los indios, al igual que los demás vasallos, participan como
cuerpo en las ceremonias americanas y ofrecen también su ayuda al rey cautivo” (Guerra 1992, 151-152).
Enseguida se presentan las referencias de los cronistas de la Nueva España sobre el vasallaje indio
ofrecido a la Corona; ellas son –por así decirlo–, para los lectores contemporáneos de las crónicas, los
orígenes fácticos, los principios del contrato social concertado entre indios y reyes.
Sin duda, es difícil afirmar que los cronistas registraron un vasallaje verídico. Durante la acalorada
discusión de lo realmente ocurrido durante la Conquista, fray Bartolomé de las Casas aseguraba con
aplomo que el vasallaje dado por los indios –según cuentan las crónicas– era falso, inventado “para
lisonjear y vender su tiranía por servicio grande al rey” (Casas 1986, 439). Sin embargo, en el transcurso
de la vida colonial, quien leía episodios de vasallaje en las crónicas podía admitirlos como verosímiles,
pues, a la sazón, quien decía “indio” decía “vasallo” del rey hispánico. En otras palabras, las crónicas
son testimonio tal vez no de algo visto y hecho realmente, sino las huellas de lo que en su tiempo se
consideraba natural oír y decir.
f
Las crónicas y relaciones de Hernán Cortés (Gayangos 1866), Bernal Díaz del Castillo (2005) y Andrés
de Tapia (1971), cada una con estilo peculiar (con más o menos recursos retóricos), narran las diversas
ocasiones en que pueblos, ciudades, villas y señoríos –en no pocos casos después de breves escara-
muzas– ofrecieron servir al rey español, dándose por sus súbditos y vasallos.
Más exactamente, los relatos rememoran cómo los principales, caciques o señores de la tierra, en
nombre de sus vasallos, dieron la obediencia al Imperio, la cual, generalmente, era acompañada de
una forma de tributo en comida, bastimentos, mujeres y tamemes. Que el homenaje lo hayan rendido
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los iguales del Rey (los caciques, los señores, hombres nobles en fin), no es fortuito: “los vasallos
no se reclutaban indiferentemente entre todas las clases sociales [...] El vasallaje era la forma de
dependencia entre todas las clases superiores, que distinguían, ante todo, la vocación guerrera y la de
mando”, señala Marc Bloch (1986, 163).
Por otro lado, hasta donde pudo recordar, el cronista de Medina del Campo escribió, con un modelo
retórico constantemente socorrido en los relatos, cómo los caciques de Cintla (en Tabasco) fueron
informados de la potestad del “enperador nuestro señor, cuyos vasallos somos, tiene a su mandar
grandes señores y qu’es bien que ellos le den la obidiençia; e que en lo que ovieren menester, ansí
fabor de nosotros o cualesquiera cosa, que se lo hagan saber donde quiera que estuviésemos, que
él les verná ayudar”. Naturalmente, los indios otorgaron obediencia y fueron, además, “los primeros
vasallos que en la Nueva España dieron la obidiençia a Su Magestad” (Díaz del Castillo 2005, 89).
Proteger, amparar, ayudar y favorecer, estas eran las tareas de un señor: “El único señor verdadero
era el que daba algo” (Bloch 1986, 161-190). Los cronistas lo sabían; recién convertidos en los hombres
del Rey, los caciques y principales de Cempoala, recuerda Bernal Díaz del Castillo, temerosos de los ejér-
citos de Moctezuma, pidieron a Cortés licencia para abandonar el viaje rumbo a Tenochtitlan: “Nunca
Dios quiera que nosotros llevemos por fuerça aquestos indios que tan bien nos an servido”, pensó el
conquistador. En reciprocidad obligada a la lealtad mostrada hasta entonces por tales vasallos, Cortés
aceptó la petición y les premió, además, con “mantas ricas” y la protección contra los mexicanos o
cualquier agravio de la hueste española (Díaz del Castillo 2005, 212). Precisamente la protección contra
el yugo y la esquila inmoderada de Moctezuma –según noticias de los indios (Tapia 1971, 561-563 y 578;
Díaz del Castillo 2005, 111, 113-114, 119 y 122-123) – fue señalada una y otra vez por los cronistas como uno
de los argumentos en favor de la Conquista: el suyo es un señor benevolente y amoroso.
Hay otro rasgo del rito de vasallaje registrado en las crónicas. Si bien se valieron ante todo del “yo lo
vi” o “yo estuve ahí” para confirmar la veracidad de su relato, los conquistadores refieren la presencia
de algún escribano durante los homenajes. La relación de Bernal Díaz del Castillo ilustra maravillosa-
mente el asunto: “dieron la obidiençia a Su Magestad [los caciques de Cempoala] por ante un Diego
de Godoy, el escrivano” (Díaz del Castillo 2005, 116). Según Cortés, también hubo tinta, papel y pluma
durante el homenaje de los señores de Cholula: “desde entonces se daban y ofrecian por vasallos de
V. S. M. y que lo serian para siempre, y servirian y contribuirian en todas las cosas que de parte de V. A.
se les mandase; é así lo asentó un escribano por las lenguas que yo tenia” (Gayangos 1866, 72).
Las crónicas narran que los conquistadores, desde la península yucateca y durante su arribo a la
Cuenca de México, recibieron pueblo tras pueblo el vasallaje de los indios. La subordinación más espe-
rada por el lector de hoy como el de la época colonial es, sin duda, la de Moctezuma. Los tres cronistas
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coinciden en señalar un vasallaje obligado por la creencia del tlatoani en el vaticinio de sus anales del
regreso de “cierta generación de donde nosotros descendimos [...] á nos mandar é señorear”. La
subordinación era, pues, legítima. Moctezuma habría dicho en este sentido: “esto han siempre afir-
mado nuestros dioses é nuestros adevinos, é yo creo que agora se cumple: quiero os tener por señor,
é ansí haré que os tengan todos mis vasallos é súbditos á mi poder” (Tapia 1971, 558-581; cfr. Díaz del
Castillo 2005, 270 y Gayangos 1866, 86).
Sin ningún reparo, Hernán Cortés recordaba en su segunda relación su promesa de apresar o matar a
Moctezuma, o bien, de hacerlo “súbdito á la corona real de V. M.” (Gayangos 1866, 52). Andrés de Tapia
escribió cómo Cortés confirmó al tlatoani en sus posesiones: “é prometió á Muteczuma que siempre
mandarie en su tierra como antes, é serie tan señor é mas” (Tapia 1971, 581). Bernal Díaz del Castillo,
de la misma forma, reprodujo el rito con el cual –según dictaba la “costunbre”– el soberano mexica
habría de convertirse en el hombre del rey español: “que pues ya avía entendido el gran poder de
nuestro rey e señor e que de muchas tierras le dan parias e tributos y le son sujetos grandes reyes, que
será bien qu’el y todos sus vasallos le den la obidiençia, porque ansí se tiene por costunbre, que primero
se da la obidiençia que dan las parias e tributos” (Díaz del Castillo 2005, 269, cursivas mías). El vasallaje
de la realeza mexica, como la de tantos señores “de la tierra”, significó la anexión de la misma al poder
político supremo del Imperio hispánico, no su eliminación.
Por todo esto, en las crónicas, la Conquista se presenta como el origen de un mundo –el novohis-
pano– en equilibrio y sostenido mediante los vínculos de vasallaje y no el de un orden despótico y
hostil. Las crónicas, en suma, registraron el origen de un contrato social, una convención semejante a
la que años después Rousseau defendió como la única capaz de generar derechos entre los hombres
y mantener en el poder a una autoridad.
f
Presos tal vez de la visión ilustrada de las relaciones políticas –la cual nos dice que una autoridad es
legítima sólo si es reconocida como tal a través de un contrato escrito–, presos quizá de viejas e infun-
dadas prenociones, hemos asumido que la relación entre los indios de la Nueva España y los españoles
no pasó de un martirio de indefensos, o cuando menos no hemos combatido ex profeso y a profun-
didad tal visión de nuestro pasado. Por este hecho hay quienes todavía pueden atreverse a decir que
Hernán Cortés “se pasó de tueste” como para poder premiarlo con el lustre del bronce (Tejada 2014,
3a). Desde luego, no se trata de abogar por la erección de una estatua al conquistador, sino de matizar
la verdad histórica en torno a la Conquista3.3 En un artículo que sintetiza sus hallazgos en torno a los rasgos y a las actitudes de la hueste conquistadora, Bernard Grunberg (2004, 109) indica, en este sentido: “La Conquista debía traducirse, naturalmente, por violencia [...] pero su actitud [las de los conquistadores] no fue monolítica: en sus relaciones con los indios, algunos distinguieron a los indios de paz (los aliados) y los indios de guerra (sus enemigos). Por otra parte, algunos de los recién llegados no dudaron en casarse con indias. En ningún caso las crónicas de los conquistadores traducen
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Las crónicas, por ejemplo, en lugar de rememorar el inicio de un martirio total, irresoluble y ad infinitum,
hablan más bien del nacimiento de un contrato social establecido entre los indios y el Imperio español.
Desde el principio se puede considerar la preocupación de los cronistas por asegurar la subordinación
consensuada de los indios ante el Rey como algo más que una máscara de una realidad “colonial” hoy
polarizada toscamente entre perdedores y ganadores; todo lo contrario, pues de no ser porque en la
compleja conciencia colectiva colonial el indio pasaba por un súbdito más del monarca español, las
alusiones a cierto vasallaje celebrado entre estos dos hubieran pasado por absurdas: “la crónica sólo
existe en las concretizaciones de quien las lee”, las crónicas “no pretenden frustrar la expectativa de
sus lectores, sino cumplirla” (Mendiola 2003a, 12 y 13).
Siguiendo a Mendiola, parece que la Conquista reconstruida en las crónicas es un hecho romanesco
porque se le relata junto a una usual forma de pensar, es decir, esperada en el lector coetáneo. Quizás
el cronista registró un vasallaje verídico, tal vez lo inventó; el reto actual es comprender el porqué
creyó necesario hablar de ese hecho. La respuesta se encuentra en el tiempo histórico: el novohispano
medieval.
La Conquista en las crónicas es romanesca debido al “mundo moral” o “normativo” que éstas repro-
ducen, en lugar de relatar a pie juntillas el suceso –según Mendiola– y también porque, en los hechos,
quien decía “indio” decía “vasallo” del señor hispánico: las historias de la Conquista, en suma, no
hacían sino situar el origen fáctico del vínculo contractual que unía al triburatio indio con su señor –el
rey de Castilla–, lo que las hace, si las leemos desde su horizonte cultural, historias verdaderas.
La Conquista, por otro lado, es un hecho histórico porque ocurrió en verdad, en el sentido positivista
de la palabra. No todo es fábula en la historigrafía medieval, se narran hechos verídicos (Mendiola
1995, 70). Lo demás pasa por verdad romanesca, útil y comprensible para la conciencia colectiva que
hacían eco las crónicas. Escritas al calor de la Conquista –entre 1519 y 1526–, las noticias cortesianas
del vasallaje indio son, empero, para la historiografía moderna, algo más que verdades romanescas:
tienen la peculiaridad de decirnos, realmente, la naturaleza contractual del suceso bélico, de comuni-
carnos la convención feudal de vasallaje que normaría las relaciones entre indios y reyes: “suplico á
V. A. me mande perdonar si todo lo necesario no contare el cuándo y cómo muy cierto, y si no acer-
tare algunos nombres, así de ciudades y villas, como de señoríos dellas, que á V. M. han ofrecido su
servicio y dádose por sus súbditos y vasallos”, escribía Hernán Cortés en 1520 (Gayangos 1866, 52)4.
De esta suerte, la hipótesis común de que el pacto entre los vasallos indios y el monarca español
–hecho verídico, por lo demás– habría sido elaborado sólo en el transcurso de la colonización, no antes
un desprecio por sus enemigos”.4 Alfonso Mendiola afirma que en las crónicas “no hay ningún dato histórico en el sentido moderno, porque los cronistas no tenían, ni podían tener, ese interés”, aseveración que no es convincente. (Mendiola 2003a, 413, énfasis mío).
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y en forma ex profesa por la Corona y los conquistadores, debe ser desechada, matizada o puesta en
cuestión (véase Gallego 1996 y Owensby 2011).
Como señala Luis Weckmann (admitiendo la veracidad de lo relatado en las crónicas), seguro los
indios no comprendieron a fondo la fórmula de vasallaje y si decidieron subordinarse fue por cues-
tiones prácticas (Weckmann 1994, 87). Pero andando el tiempo, los indios entenderán y hablarán la
lengua del homo politicus hispánico. Luego entonces, en la mentalidad india de la época, el tiempo de
la Conquista y la Colonia compaginará más con el tiempo de pacto y vasallaje relatado en la Historia
verdadera... de Bernal Díaz del Castillo que con la historia patria de nuestros días en la cual el indio es
representado como una víctima indefensa y condenada a no poder ser o querer ser otra cosa5.
Algún día asumiremos como una perogrullada que la “obediencia” totonaca dada al monarca español
ante el escribano, según informa –mejor, reafirma– Bernal Díaz del Castillo, fue, para el reino novohis-
pano y el Imperio en general, el origen fáctico de la relación jurídica que a la sazón unía a los súbditos
indios con el lejano Rey. Entonces se reconocerá a la Conquista, al igual que lo hicieron los indios de la
época, como el tiempo de pacto y vasallaje, tal como lo refieren –en palabras de Juan Cirilo de Castilla,
un cura y noble tlaxcalteca del siglo xviii– “las historias” (cit. en Alberro 2013, 203-208).
5 En los “títulos primordiales” de los indios del siglo xvii, señala Serge Gruzinski (1991, 120): “El choque militar, el trastorno político que la Conquista española representa a nuestros ojos en general se relegan a un último plano o simplemente se hacen desaparecer [...] De la lejana Castilla y de la posta obligada de México emana toda autoridad [...] En este contexto pacífico o pacificado, desdramatizado [...] recibe el pueblo sus tierras ‘en nombre de Su Majestad y por la gracia de Dios’ [...] la narración adopta los términos de un pacto. A cambio de la merced, los indios se comprometen a pagar el tributo al rey [...]”.
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Los pioneros de la industria textil. El caso de Cayetano Rubio
Lilia Carbajal Arenas1
Resumen
Los pioneros de la industria en México establecieron las primeras
fábricas durante los años de 1830-1853, la producción de hilados y tejidos
de algodón destacó debido al apoyo que otorgó el gobierno a través del
Banco de Avío2 y a la inversión del capital privado. Durante esos años
se emprendieron dos proyectos que permiten conocer la recepción de
los empresarios decimonónicos sobre la revolución industrial tanto en
Inglaterra como en Estados Unidos. Por un lado, se encuentra Estevan
de Antuñano con su fábrica textil La Constancia Mexicana inaugurada
en Puebla en 1835, quien se distinguió por su entusiasta promoción para
el establecimiento de las fábricas en México y, a través de sus folletos,
exalta la ventaja de utilizar las máquinas como un paso necesario para
la independencia económica del país; por otro lado, está Cayetano
Rubio, reconocido agiotista, con su fábrica El Hércules quien invirtió en
la producción de textiles en Querétaro como uno más de sus lucrativos
negocios. Este trabajo tiene como objetivo mostrar la estrategia seguida
por Cayetano Rubio para asegurar el éxito de su fábrica en una etapa en
que el mercado nacional no existía y la actividad comercial estaba sujeta
al pago de un impuesto a través de una red de aduanas internas que
encarecían las mercancías. 1 Profesora investigadora adscrita al Depto. de Economía, Universidad Autónoma Metropolitana.2 El Banco de Avío fue creado en 1830, bajo el gobierno de Anastasio Bustamante y por iniciativa de Lucas Alamán, los solicitantes de crédito recibieron equipo, maquinaria y préstamos para establecer sus fábricas.
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Abstract
The pioneers of the industry in Mexico established some factories
during the years of 1830-1853, the production of cotton yarn and fabrics
highlighted by the support granted by the government through the
Bank of Avio and investment of private capital. During those years two
projects that provide insight into the reception of the nineteenth-cen-
tury entrepreneurs on the industrial revolution in England and the
United States were undertaken: Estevan de Antuñano established his
textile factory La Constancia Mexicana launched in Puebla in 1835, the
poblano entrepreneur was distinguished by his enthusiastic promotion
for the establishment of factories in Mexico through their leaflets exalts
the advantage of using the machines as necessary for the country’s
economic independence step. Then there is Cayetano Rubio, known
speculator, with its factory Hercules, he invested in the production of
textiles in Queretaro as one more of their lucrative business. This work
aims to show the strategy followed by Cayetano Rubio to ensure the
success of his factory on a stage in the domestic market when there was
no commercial activity, besides it was subject to payment of a tax by a
network of internal customs.
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Foto 1. Fuente: http://calesa-hercules.blogspot.mx/2010/03/antecedentes-historicos.html
El inicio y la prosperidad
Cayetano Rubio llegó a la Nueva España en 1809 junto a sus hermanos Juan Nepomuceno y Fran-
cisco de Paula. Con la cuantiosa herencia de sus padres, se instalaron en Querétaro y fundaron la casa
comercial Rubio hermanos y Cía., que operaba en los puertos de Veracruz y Tampico, además formaron
una empresa de transportes de arrieros en San Luis Potosí, la cual prosperó debido a los préstamos
que concedían a las autoridades locales quienes, a cambio, les permitían mantener el monopolio del
transporte. Rubio también participó en una sociedad anónima que construyó y administró los muelles
en Veracruz3, expandió sus relaciones con otros agiotistas como Manuel Escandón así como con
funcionarios públicos, de esta forma disminuyó el riesgo de perder el dinero prestado; ejemplo de sus
negocios fue la posición de su yerno Joaquín María Erazu, gobernador de San Luis Potosí y su amistad
con Antonio Garay ministro de Hacienda en 1834. Este tipo de relaciones le permitió incrementar su
actividad comercial ya que él y sus socios controlaban buena parte del comercio internacional, y así, el
dinero en efectivo recibido era destinado a los préstamos.
3 Riszard Rijkard van der Rich (2011) escribió la biografía de Cayetano Tomás Miguel Rubio de Tejeda y Álvarez Condarco.
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En 1837, Cayetano Rubio obtuvo del gobierno mexicano, junto a los empresarios Francisco Rubio,
Felipe Neri de Barrio, Miguel Bringas y Manuel Escandón, el arrendamiento del Estanco del Tabaco,
con quienes fundó la Compañía Nacional de la renta del Tabaco. Su buena relación con el gobierno
de Anastasio Bustamante le permitió ser invitado con otros agiotistas a fundar un Banco cuya misión
oficial era retirar de la circulación las monedas de cobre, al igual que la administración del patrimonio
restante de los jesuitas expulsados de México.
Entre 1827 y1834, el grupo de agiotistas incrementó su riqueza debido a que el gobierno mexicano
dependía totalmente de estas personas porque no había podido cumplir con los pagos de la deuda
contraída con agentes financieros de Londres, lo que lo llevó a solicitarles préstamos a corto plazo con
altas tasa de interés de las cuales el gobierno recibía un reducido porcentaje en efectivo y el resto en
bonos, pero quedaba obligado a reconocer una deuda del 100 por ciento (Tenenbaum Barbara 1985,
83-84).
Establecer una fábrica textil requería de una fuerte inversión de capital debido a las distintas necesi-
dades a cubrir: los amplios salones para la instalación de los husos y los telares, el uso de grandes tinas
para el lavado de las telas; las máquinas funcionaban mediante la fuerza hidráulica, lo que implicaba
construcciones que enlazaran las fábricas con los ríos; el traslado de las mercancías a los centros de
consumo, esto requería acondicionar transportes y vías de comunicación. Si bien el Banco de Avío era
un apoyo necesario, no era suficiente para financiar un proyecto de estas dimensiones por lo que un
empresario debía aportar la mayor cantidad de capital.
Rubio pertenecía a los agiotistas más poderosos distinguidos por su diversidad en los negocios, entre
los que destacaban las actividades productivas. Este grupo estaba encabezado, además, por Manuel
Escandón, Isidoro de la Torre y Antonio Garay quienes, para asegurar el monopolio de los préstamos al
gobierno, se aseguraron de ocupar la secretaría de Hacienda durante el gobierno de Anastasio Busta-
mante y de Santa Anna (Meyer Cosío 1985, 112).
En 1838, animado por el éxito obtenido por Manuel Escandón, amigo y compañero agiotista, Rubio
compró el molino Colorado y un extenso solar donde construyó la fábrica El Hércules, en la ciudad de
Querétaro, cuya fuerza motriz obtenía del río Blanco situado al norte de la ciudad. La fábrica inició con
4,200 husos y empleaba a 1,500 hiladores y tejedores.
Dos años antes se había iniciado la construcción de un acueducto, la cual concluyó en 1846 y le
permitió a Rubio unir el sistema de presas con la fábrica y así utilizar el agua para obtener la fuerza
motriz necesaria para el funcionamiento de las máquinas.
El mercado de sus textiles era el Bajío, la fabricación de tejidos prosperó muy rápido ya que, por ser
uno de los principales prestamistas del gobierno, obtenía importantes descuentos para la importación
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Foto 2. Fuente: http://www.travel-leon.net/2012/09/la-fabrica-hrcules-un-gigante-de-quertaro/
de maquinaria de Inglaterra y para la importación del algodón en rama. La venta de sus productos
estaba asegurada también porque, en 1839, Rubio obtuvo numerosos encargos del gobierno, poste-
riormente, en 1844, se le otorgó un contrato por cinco años con el fin de suministrar mensualmente
tela para 800 o 1,000 uniformes destinados al ejército de mar y tierra. Este tipo de contratos le permitía
producir lo que estaba seguro que vendería, además, como eran ventas al gobierno, no pagaba alca-
balas. En la fábrica El Hércules se producían inicialmente tejidos de lana, pero pronto se produjeron
también los de algodón.
La construcción de la fábrica El Hércules era amplia y tenía grandes ventanales que le brindaba buena
iluminación en el día, al tiempo que mantenía a los trabajadores sujetos a una vigilancia permanente,
obligados a trabajar con intensidad horarios de entre 12 y 16 horas diarias. La inexistencia de una ley
laboral permitía a los empresarios fijar los salarios, las jornadas laborales y las condiciones de trabajo.
Una constante queja de los trabajadores de la fábrica El Hércules eran los descuentos que les hacían
por las mermas de materia prima durante el proceso de producción. Estas condiciones de trabajo les
redituaron a los fabricantes excelentes ganancias.
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Debido a su éxito como fabricante, Rubio fue vicepresidente de la Asociación de Industriales Mexi-
canos en 1841 y el presidente era Antonio Garay. Ese mismo año, decidió asociarse con Anselmo de
Zurutuza, Juan de Dios Pérez Gálvez y adquirir la fábrica de Cocolapan, ubicada en Veracruz, porque
los propietarios no podían pagar a sus acreedores. Mediante una hipoteca, Cayetano Rubio pasó a ser
uno de los dueños de la fábrica. Lucas Alamán, responsable de los créditos pactados por la Compañía
de Cocolapan, tuvo que garantizar ante los agiotistas los préstamos recibidos con sus propios bienes,
tales como las haciendas de Las trojes y San Juan, así como una fábrica de paños ubicada en Celaya,
que también pasó a manos de Cayetano Rubio.
Las fábricas textiles establecidas durante estos años eran pocas pero muy grandes con relación al
mercado de consumo de esa época, como consecuencia, mantenían una competencia permanente
para abastecerse del algodón en rama, su materia prima, ya que los productores nacionales no tenían
la capacidad de satisfacer la cantidad demandada por los empresarios.
A pesar de que Estevan de Antuñano, dueño de La Constancia Mexicana, había establecido algunas
despepitadoras movidas a vapor en varios lugares de Veracruz (Quintana Miguel 1957, 199) quedaba
en desventaja con empresarios como Cayetano Rubio cuando el mal tiempo traía lluvias excesivas o
prolongadas sequías que dañaban las cosechas del algodón. El empresario poblano tampoco pudo
Foto 3. Fuente: http://www.conexionenlinea-unioncampesina.com/noticias/index.php?option=com_content&view=article&id=8242:desmantelan-y-privatizan-la-constancia-mexicana-denuncia-el-comite-mexicano-para-la-conservacion-del-patrimonio-industrial&catid=57:municipio&Itemid=87
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importar la materia prima ya que desde 1837 estaba prohibida la introducción de algodón extranjero al
país. Fuera del círculo de los empresarios agiotistas, los otros fabricantes enfrentaron problemas para
obtener el algodón en rama, para vender su mercancía en su localidad por la oposición de los artesanos
hacia las fábricas y para llevar sus productos fuera del estado pues tenían que pagar las alcabalas, lo
que incrementaba el costo, así como el precio, lo que les impedía competir con los textiles importados.
Estevan de Antuñano denunció a “los malos mexicanos” que utilizaban sus relaciones con el gobier-
no para acaparar los permisos para importar el algodón en rama (Labastida Horacio 1979a, 517). En
1843, el presidente Antonio López de Santa Anna concedió un permiso exclusivo a Agüero, González y
Cía., para importar 60 mil quintales de algodón, la compañía aceptó pagar seis por quintal por lo que
el gobierno recibió 360 mil pesos en efectivo; al terminar el año se otorgó otro permiso para importar
20 mil quintales de algodón con las mismas condiciones, el cual pasó a manos de Cayetano Rubio
(Potash Robert 1986b, 211), quien también participó en el monopolio algodonero junto con la casa
bancaria Jecker, Torre y Cía, la misma que emitió los bonos Jecker. Al mismo tiempo, Rubio apoyó a
los algodoneros para la compra de máquinas despepitadoras y así asegurar que las cosechas de estos
productores fueran para él.
Los agiotistas que no tenían fábricas se dedicaron a especular con el algodón revendiéndolo a precios
altos por lo que la Dirección General de la Industria se dio a la tarea de convencer a otros productores
para que flexibilizaran su postura hacia las prohibiciones del Arancel de 1837 y aceptaran, se aplicara
un impuesto general a la importación del algodón en rama con el propósito de evitar la quiebra de
sus fábricas; sin embargo, la prohibición se mantuvo y los fabricantes de textiles quedaron sujetos a
las condiciones impuestas por los agiotistas. Esta situación se prolongó varios años, varias fábricas
cerraron, Antuñano murió en 1846 sin poder ver que cambiara la situación crítica de la naciente indus-
tria textil y la Constancia Mexicana pasó a manos de uno de sus acreedores.
Foto 4. Fuente: http://es.wikipedia.org/wiki/La_Constancia_Mexicana
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La fábrica El Hércules y La Constancia Mexicana son claro ejemplo del tipo de instalaciones que
construyeron estos empresarios. De acuerdo con las imágenes, se aprecia la gran extensión de terreno
ocupado y de sus fachadas: eran grandes construcciones para albergar miles de trabajadores frente
a telares apiñados en amplios salones. En el informe de la Dirección General de Industria, presentado
por el director Lucas Alamán por el año de 1845: se dice que los trabajadores realizaban una jornada
de 14 horas diarias en promedio y, de acuerdo a la disponibilidad de materia prima, las horas de trabajo
podían aumentar. Cayetano Rubio empleaba a aproximadamente tres mil trabajadores; Antuñano
empleaba cerca de dos mil trabajadores entre mujeres viudas y esposos con hijos bajo el argumento
de que se aumentaba el ingreso familiar (Labastida 1979b, 265-272).
La imagen del interior de la Constancia Mexicana muestra la capacidad del almacén para la materia
prima y las mantas producidas. Lucas Alamán reportaba en la citada memoria que en La Constancia
Mexicana se producía un promedio de dos mil mantas mensuales con 7,680 husos. Antuñano tenía otra
fábrica textil, la Economía Mejicana, que contaba con 3,900 husos pero en el informe no se reporta
producción pues, como ya se mencionó, tenía problemas para vender sus mantas y, para enfrentar la
oposición de los hiladores y tejedores poblanos hacia la fábrica, ofreció a los tejedores comprarles sus
mantas a cambio de que adquirieran el hilo producido por la Constancia Mexicana (Antuñano Estevan
1837, 5). Al parecer, el sistema tuvo poco éxito ya que los hiladores y tejedores poblanos fueron quienes
lucharon porque se estableciera un arancel altamente proteccionista.
En la fábrica El Hércules se producía un promedio de 3,200 mantas mensuales con una instalación de
4,200 husos; la fábrica de Cocolapan, de la cual Rubio quedó como accionista, reportaba una produc-
ción promedio de 4,500 mantas mensuales con una instalación de 10,944 husos de los cuales 666
estaban inactivos.
Foto 5. Fuente: http://archinect.com/carlosgarcia/project/la-constancia-mexicana
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En la Memoria también quedó registrado dónde las fábricas se encontraban ubicadas: dos en Saltillo,
cinco en Durango, tres en Jalisco, 21 en la ciudad de México, de éstas, la Casa de Iglesias de Andrés Lyell
reporta una producción promedio de tres mil mantas mensuales y contaba con cuatro mil husos, de
los cuales 840 estaban inactivos; la de San Antonio Abad producía 800 mantas mensuales, el mismo
dueño poseía la fábrica la Magdalena que reportaba cuatro mil mantas mensuales en total contaban
con 8328 husos pero 2,200 estaban inactivos, el dueño era Garay y Cía.; en Puebla, la fábrica Patrio-
tismo de Velasco y Cía., reporta una producción promedio de 4,500 mantas mensuales con 7248 husos
(Alamán 1846, 239). Había otras fábricas pero se han tomado aquellas que por su producción se iguala-
ban a la fábrica El Hércules.
Foto 6: Fuente: http://doradosdevilla.blogspot.mx/2010/04/orizaba-fabrica-textil-de-cocolapam.html
La imagen del interior de la fábrica de Cocolapan permite conocer el lugar de trabajo: eran amplios
salones donde se encontraban, en hileras, grandes telares que mantenían a los trabajadores laborando
al ritmo de las máquinas, poco espacio quedaba entre ellos, lo que propiciaba el aumento de calor y de
posibles incendios. Las características de esta fábrica pueden ser atribuidas a otros establecimientos
destinados a la producción de textiles.
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Cayetano Rubio se mantuvo como agiotista ya que la necesidad del gobierno era permanente a
causa de la escasez de recursos en el erario y porque, para mantenerse en el poder, necesitaban dinero
de manera inmediata y la única forma de obtenerlo era a través de los agiotistas. El estudio realizado
por Barbara Tennenbaum permite ver que la era de este sector, a la cual perteneció Cayetano Rubio,
fuente principal de su vasta fortuna, inició desde su llegada a México hasta 1857, fecha en que los
prestamistas realizaron negocios con el gobierno de Ignacio Comonfort.
El éxito obtenido en su primera fábrica y las ganancias que le reportaron sus acciones en otras, como
la de Cocolapan, le animó a emprender un nuevo proyecto. En 1854 compró el molino Blanco, cerca
de la fábrica El Hércules, y construyó la fábrica textil La Purísima. Sus relaciones con el gobierno local
y nacional, así como su alianza con el grupo de agiotistas, le permitieron mantener la diversificación
en sus actividades productivas. Rubio fue propietario de la fábrica de tabaco de Querétaro, la cual, en
1844, empleaba a 1600 operarios, en su mayoría mujeres, cuya cifra anual de ventas ascendía a unos
600, 000 pesos, con un margen de ganancia del 12%. En ese año se fabricaron 6.2 millones de cajetillas
de cigarros y 4.1 millones de cigarros con un valor de venta de 650, 000 pesos y con un beneficio neto
de 75,000 pesos. 10 años más tarde, tanto la cifra de ventas como el plantel de obreros se habían
casi duplicado, aproximadamente 3000 operarios con lo cual se había alcanzado el nivel de los años
anteriores a la independencia.
La fabrica Hércules y su impacto social en la región
A pesar de que la fábrica ofrecía empleo a 1,500 trabajadores y era un símbolo de modernidad para
la zona, pronto entró en conflicto con los habitantes porque en Querétaro el agua era escasa ya que es
un territorio semiárido. En la población se mantenía un Padrón de agua, el cual les permitía distribuir
el agua de manera equitativa y cuidar su uso; no obstante, en la fábrica se utilizaba gran cantidad de
líquido para la limpieza de la lana, el blanqueado y lavado de los tejidos terminados, que posterior-
mente era vertida al río contaminando el resto del agua. Para evitar una confrontación, Rubio prometió
aumentar el número de empleados y ofreció a los habitantes construir una cárcel o un teatro; los
vecinos eligieron un teatro al cual se le nombró Teatro Iturbide.
Debido a la rápida expansión de sus actividades en la fábrica, Cayetano Rubio pudo cumplir la
promesa de duplicar el número de trabajadores, además, inició la construcción de viviendas cerca de la
fábrica para los hiladores y tejedores que empleaba. Conforme pasaron los años, el conjunto de vivien-
das aumentó y los hermanos Rubio instalaron comercios donde los trabajadores tenían que cambiar
los vales que recibían como pago de su jornada de trabajo. El historiador Félix Zavala escribió que en
la fábrica había un médico para atender a los operarios pero también existían prisiones donde encar-
celaban a los que cometían faltas o no le eran leales a Cayetano Rubio (Zavala Félix 2008).
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El crecimiento de la fábrica llevó al empresario a efectuar obras necesarias para la realización de sus
operaciones; con este propósito, contribuyó a la instalación del telégrafo. Para 1854 la línea del norte
unía Querétaro, a través de San Juan del Río, con la Ciudad de México y se extendió más tarde hasta
San Luis Potosí. Cayetano fue socio de la compañía telegráfica junto con otros industriales como Juan
de la Granja, Hermenegildo de Villa y Cosío, Manuel J. de Llano y José de la Vega, este último era uno de
los directores. Asimismo, en 1856, mandó instalar un gasómetro que abastecía sus fábricas y permitía
el alumbrado de la colonia, impulsó el tratamiento del agua utilizada en el proceso de producción
y terminado de los textiles para poder reusarla, se vio en la necesidad de crear el primer cuerpo de
bomberos debido a que los incendios en los depósitos de las fábricas textiles eran muy frecuentes y,
con el mismo propósito, se instaló un sistema de tuberías de riego.
Aunque la intención inicial no era favorecer a la población, el desarrollo de sus empresas obligó a
Rubio a realizar obras para agilizar sus negocios y que, en algunos casos, trajeron un beneficio social
los habitantes de Querétaro.
La fábrica El Hércules estaba apartada de la ciudad, por lo que el acarreo del algodón, así como
el traslado de las mantas producidas, debía realizarse por caminos de tierra en carretas, lo que se
prestaba a constantes asaltos. A pesar de que Cayetano Rubio disponía de una policía privada de
50 hombres de infantería y de 15 jinetes bien equipados, que cobraban 4 reales diarios, no pudieron
evitar por completo los asaltos por lo que se vio obligado a pagar a la “carambada”4 un derecho de
peaje para cada transporte; a partir de ese momento, cesaban los problemas y el derecho se cobraba
puntualmente cada mes (Riszard 2011).
Pese a que Cayetano Rubio era un hombre de negocios y no un político, tuvo problemas y temores con
el triunfo de los liberales en 1854 por las Leyes de Reforma y de la Constitución de 1857. En Querétaro,
el encargado de aplicar las reformas fue el gobernador José María Arteaga, quien se enfrentó a la
resistencia de los conservadores encabezados por el general Tomás Mejía. Ante el temor de que le
expropiaran sus propiedades, Rubio empezó a vender las tierras que tenía dispersas en la región pero
logró mantener sus fábricas.
Cuando era un anciano se fue a vivir a la ciudad de México y confió sus fábricas a dos de sus hijos:
Carlos y Manuel, quienes siguieron fielmente la enseñanza de su padre ya que mantuvieron una relación
cercana con el gobierno y llegaron a ser diputados e incluso gobernadores interinos. Las relaciones
que mantuvieron con el gobierno de Querétaro y con el gobierno federal les permitieron mantener las
fábricas El Hércules y La Purísima en funcionamiento.
4 Grupo de bandoleros de la época.
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Conclusiones
El primer intento de industrialización que se realizó durante los años de 1830 a 1854 obligó a los
empresarios a buscar distintas estrategias para asegurar el éxito de sus proyectos. La actitud de los
pioneros de la industria, sobre todo la textil, se caracterizó por el afán de contribuir a la conformación
de un país independiente o por la oportunidad que ofrecía un gobierno inmaduro para realizar nego-
cios muy lucrativos.
Dentro de esta cambiante situación, el caso de Cayetano Rubio queda como ejemplo del empresario
moderno que desde la perspectiva de sus negocios busca y cuida constantemente su cercanía con los
servidores públicos a fin de que las medidas económicas sean favorables a sus intereses: exenciones
de impuestos, privilegios que le permitan mantener un monopolio para la expansión de sus inver-
siones, medidas de seguridad y estabilidad respecto a las relaciones obrero-patronales.
En el caso del empresario queretano y poderoso agiotista, su estrategia le funcionó a la perfección,
sus fábricas lograron sobrevivir a las difíciles condiciones de la primera etapa de la industrialización
ya que superó sin dificultad el problema de la escasez de materia prima al obtener, junto con otros
agiotistas, un permiso exclusivo para la importación del algodón en rama; aseguró la venta de su
mercancía al firmar un ventajoso contrato con el gobierno para abastecer la tela necesaria para
los uniformes del ejército y la marina; sobrellevó las relaciones con los habitantes al realizar obras
filantrópicas como fue de Teatro Iturbide y beneficiarlos con otras construcciones que, si bien eran en
beneficio de sus negocios, trajeron ventajas sociales, como fue el caso del telégrafo, el mantenimiento
de caminos y el cuerpo de bomberos. Pero ante todo, siempre tuvo claro que era un empresario y lo
demostró ampliamente con las medidas aplicadas a sus trabajadores.
Friedrich Katz escribió que, durante el porfiriato en la fábrica Textil Hércules, los obreros se quejaban
del arbitrario sistema de castigos establecido por la empresa: cualquiera que llegara un solo minuto
después de las cinco de la mañana, hora de inicio de la jornada laboral, podía ser despedido inmedia-
tamente. (Katz 2001a, 130)
Por un artículo de periódico, escrito por Elizabeth Mejía del INAH y publicado en el Diario de
Querétaro en el 2014, se sabe que la primera huelga de los trabajadores de las fábricas El Hércules y La
Purísima fue en 1877, provocada por los descuentos que les hacían los dueños (Mejía 2014). El historia-
dor Juan Felipe Leal comenta que, a principios de 1895, en ambas fábricas iniciaron la segunda huelga
en contra de los descuentos a los salarios, lo que justificaba la lucha de los obreros por sindicalizarse
en búsqueda de mejores condiciones de trabajo (Leal Fernández 1991, 57).
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Fue hasta 1917 cuando en la Constitución de ese año se establece una jornada laboral y un salario, así
como las condiciones de trabajo, pero tal logro lo obtuvieron los obreros después de una revolución
que dio fin al régimen porfirista.
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Federico Gamboa y José Luis Blasio: correspondencia (1888 – 1918)
Julián Vázquez Robles1
Resumen
Federico Gamboa (1864 – 1939), además de escritor y diplomático, fue
un memorialista disciplinado. De acuerdo con una autobiografía y siete
diarios, se sabe que el escritor mexicano mantuvo una correspondencia
copiosa con diversos intelectuales de la época; desafortunadamente, la
gran mayoría de estas cartas se encuentran desaparecidas y las pocas de
las que se tienen noticias están dispersas en ediciones de otros autores
o en distintos fondos de bibliotecas, tal es el caso de la relación epis-
tolar entre Gamboa y su primo, José Luis Blasio (1842 – 1923), quien fuera
secretario particular del emperador de México (1863 – 1867), Maximiliano
I de Habsburgo. Las 20 cartas que se encuentran en el Centro de Estudios
de Historia de México, Carso, son tan sólo una pequeña muestra de este
tipo de papeles personales, pero que permiten cotejar tanto la faceta de
joven desenfadado que Gamboa dejó entrever en su temprana autobio-
grafía (1893), así como muchos datos sobre su exilio (1914 – 1919) o la
vida social y literaria mexicana.
Palabras clave: Federico Gamboa, José Luis Blasio, Cultura escrita,
Papeles personales, Memoria.
1 Doctor en ciencias con especialidad en investigaciones educativas (CINVESTAV, ciudad de México). Actualmente realizo una estancia pos doctoral como investigador invitado en el Instituto de Filosofía del Centro de Ciencias Humanas y Sociales (CCHS) del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en Madrid, España.
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Abstract
Federico Gamboa (1864 – 1939), was a writer and diplomat, but also
was a prolific and disciplined memorialist. His self-referential works,
composed of an autobiography (Impressions and memories, 1893) and
five journals published in Life (two posthumously), known as My Journal:
much of my life and some of the others, narrated more than fifty years
in the life of a protagonist and perceptive observer of the Mexican way
of life (1880 – 1939). It is known that this Mexican writer maintained a
voluminous correspondence with many intellectuals, unfortunately the
majorities of these letters are missing and as few are found scattered
in other editions of authors or libraries. This is the case of the episto-
lary relationship between Gamboa and former private secretary of the
Emperor of Mexico (1863 – 1867), Maximilian I, José Luis Blasio (1842
– 1923). The 20 letters, conserved in the Centre for Historical Studies,
Mexico, CARSO, are just a small sample of this type of personal papers,
but allow collate both facet of carefree young Gamboa hinted in his early
autobiography, and many facts about his exile (1914 – 1919) and its devel-
opment in Mexican diplomacy.
Federico Gamboa, José Luis Blasio, written culture, personal papers, memory.
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1. El personaje
Federico Gamboa (1864 – 1939) fue el autor del “primer best seller mexicano […] (y) al mismo tiempo
su contrario: el long seller, el libro que continúa leyéndose a lo largo de muchos años” (Pacheco1995,
XVI). José Emilio Pacheco, sin duda el más lúcido lector de Gamboa, se refiere a la quinta novela de
Gamboa, Santa (1903), la cual continúa editándose hasta la fecha de este artículo (2015)2.
Gamboa, antes de Santa, ya era un personaje destacado en el mundo social-intelectual de la época. A
partir de 1885, es común encontrar su nombre en periódicos y revistas mexicanas, tanto en su calidad
de cronista/periodista, dramaturgo, traductor, escritor como de diplomático. Si uno se aboca a revisar
memorias, correspondencias o diversos textos mexicanos de aquellos sujetos que narran, especial-
mente el cruce de los dos siglos (XIX – XX), es fácil encontrar el nombre de Federico Gamboa, tanto en
comentarios positivos como en negativos. Gente como el periodista, escritor y poeta mexicano José
Juan Tablada es un buen ejemplo de lo anterior. Por un lado, en sus memorias habla de la admiración
que en su adolescencia le despertó cierta obra de Gamboa (¡Vendía cerillos!, novela corta incluida en
Del natural, 1889): “Descubrí en su estilo que me cautivó por ciertos caracteres ajenos a la literatura de
entonces, los prestigios de las modernas escuelas francesas […], la ciudad y la vida […] me revelaron
nuevos encantos” (Tablada 1991, 145); por otro lado, en su diario, que no se publicó mientras vivió,
Tablada hizo una serie de observaciones que pueden ser leídas como la reacción de un cierto grupo
de pares, frente a lo que había sido la vida “libertina” del joven Federico, especialmente por el hábito
de Gamboa de frecuentar burdeles, bailes populares, sitios de mala nota y relacionarse con músicos,
actores y actrices, y todos aquellos que eran considerados de mala reputación, lo que no le impidió
ocupar cargos importantes dentro del Servicio Exterior Mexicano (SEM)3:
Arrepentimiento banal, como sus banales correrías por burdeles y tabernas, en compañía de toreros y golfos; toda esa vida nauseabunda con que Gamboa hizo su Santa [...] ¿Pondrá Gamboa en su diario la brutal verdad de Juan Jacobo en sus Confesiones o el arte, la sutil psicología, el alma aristócrata de los De Goncourt? ¿Se cree Gamboa un Verlaine pecador e iluminado y reputa que su vicio de hortera y su arrepentimiento de sacristán sean estados de alma o exteriorizaciones artísticas dignas de publicarse? (Tablada 1992, 64).
2 Santa, para 1935, iba en la 10ª reedición, con un tiraje de 60,000 ejemplares. Para el año 2005, el Colegio de México organizó un seminario interdisciplinario para discutir y analizar dicha novela (Olea Franco, R. (editor) 2005. Santa, Santa nuestra, México: El Colegio de México). En el 2010 fue traducida al inglés por Charles Chasteen y publicada en E.U.A., con el nombre de: Santa: A Novel of Mexico City by Federico Gamboa por la editorial de la Universidad de Carolina del Norte. Santa ha sido adaptada al cine en seis ocasiones (1918, 1923, 1943, 1949, 1969, 1991), y en muchas más para obras de teatro y vodevil, así como para una telenovela en 1978 (Televisa, México). La fama de este personaje le permitió tener su propia calle en el barrio de Chimalistac en la ciudad de México.3 Entre otros cargos en el SEM, Federico Gamboa fue segundo secretario de la legación mexicana en Guatemala (1889 – 1890), primer secretario de la legación mexicana en Argentina y Brasil en (1891 – 1893), encargado de negocios ad interim en Guatemala en 1898, primer secretario de la legación mexicana en Washington en 1903, ministro plenipotenciario en Guatemala (1905), subsecretario y encargado de despacho de la Secretaria de Relaciones Exteriores en 1910, así como uno de los organizadores de las fiestas del Centenario de la Independencia (1910); ministro plenipotenciario en Bélgica y los Países Bajos (1911 – 1913) durante el gobierno de Francisco I. Madero, y Secretario de Relaciones Exteriores por un poco más de mes y medio (09 de agosto de 1913 a 24 de septiembre de 1913) durante el gobierno de Victoriano Huerta.
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Más allá de filias o fobias, Gamboa fue un escritor conocido y reconocido, cuyas obras gravitaron en
el ánimo de los lectores mexicanos durante una buena cantidad de años4 y que, como en el caso de
Santa, continúan siendo estudiadas y utilizadas como una fuente para conocer aspectos de las mentali-
dades o de las cuestiones de género durante el Porfiriato, por hablar de algunos acercamientos. La
producción de Gamboa, a pesar de exilios, famas y consignas, es rica en meandros y escondites, pero
sobre todo, “como a Don Porfirio, nadie ha podido quitarle el don a Don Federico” (Pacheco 1995,
XXV).
Gamboa, además de novelas, obras de teatro o crónicas en periódicos, legó una vasta obra memo-
rialista. El corpus autorreferencial está compuesto por una autobiografía (Impresiones y recuerdos,
1893), publicada cuando el autor tenía 28 años, cinco diarios publicados en vida (1908, 1910, 1920, 1934
y 1938), más otros dos diarios editados de forma póstuma (1995 / 1996), todos ellos conocidos como
Mi Diario: mucho de mi vida y algo de la de otros. Este material abarca, en su conjunto, más de cincuenta
años (1880 – 1939) de la vida de un atento observador de su entorno, el cual no se circunscribió solo a
México, ya que su labor desde el SEM le permitió vivir en países como Guatemala, Argentina, Estados
Unidos, España o Bélgica.
Por ello, no es extraño que desde hace años Federico Gamboa aparezca constantemente en la
escena del análisis y la discusión académica, ya sea en su carácter de embajador de una época y/o de
una corriente literaria5, o en su calidad de proveedor de información y citas textuales que lo mismo dan
para una novela6, como para artículos, tesis7 o libros8. Dichos estudios analizan desde los personajes
femeninos en sus novelas hasta la participación de Gamboa en el mundo diplomático, pero poco hay
sobre la relación epistolar que mantuvo con muchos intelectuales de la época9. La razón es sencilla:
4 En la propia obra memorialista de Gamboa hay registros de su presencia entre el gusto de los lectores. Por ejemplo, para 1914, Gamboa escribió en su diario el 21 de agosto, “cierto diputado […] me ratificó lo que ya habíanme dicho: que entre los presos políticos de la Penitenciaría […] los únicos libros que se prestaban unos a otros, para alivio de su cautiverio, fueron Mi Diario, Reconquista y La llaga” (Gamboa 1995ª: 166).5 Gamboa suele ser presentado como el representante del naturalismo (francés) en México. Para ahondar en el tema consultar: Prendes Guardiola, M. (2002) La novela naturalista de Federico Gamboa, Logroño: Universidad de la Rioja.6 Uribe, A. 2008. Expediente del atentado, España, Tusquets.7 He localizado diversos trabajos de tesis, tanto de maestría como de doctorado. Como ejemplo: Woolsey, A, W. 1930. The novels of Federico Gamboa, Tesis de Maestría, Universidad de Texas; Sedycias, J. A. 1985. Crane, Azevedo and Gamboa: A Comparative Study, Tesis doctoral (Doctor en Filosofía), USA, State University of New York at Buffalo, o Prendes Guardiola, Manuel 2002. Direcciones de la novela naturalista hispanoamericana, Tesis de doctorado (Filología Hispánica) Universidad de la Rioja, España.8 Existen muchos libros sobre la vida y obra de Gamboa, al menos, desde 1909 (Viramontes Leonardo S. La novela en México y el realismo en el arte. A través de “Reconquista”, último libro del Sr. D. Federico Gamboa, México, A. Carranza e hijos), hasta este siglo XXI, por ejemplo, en Alemania (Kurz, Andreas, 2005, Die Entstehung modernistischer Ästhetik und ihre Umsetzung in die Prosa in Mexiko. Die Verarbeitung der französischen Literatur des fin de siècle. Ámsterdam: Rodopi, especialmente el Capítulo 3 / 3.3 “Das Tagebuch Federico Gamboas: der Versuch einer umfassenden Epochenbeschreibung”). Dentro de la producción más reciente, destaco el texto que el Fondo de Cultura Económica, en coordinación con la Universidad Nacional Autónoma de México y la Fundación para las letras Mexicanas publicaron en el 2012: Todos somos iguales frente a las tentaciones. Una Antología General. Federico Gamboa; Adriana Sandoval (Selección, estudio preliminar y cronología); y el de Viveros Anaya, Luz América 2015. El surgimiento del espacio autobiográfico en México. Impresiones y recuerdos (1893), de Federico Gamboa, México, Universidad Nacional Autónoma de México / Instituto de Investigaciones Filológicas (UNAM) / Seminario de Edición Crítica de Textos (Resurrectio. Estudios; 5).9 En diversas anotaciones de los diarios de Gamboa se encuentran referencias a la correspondencia que el escritor mexicano sostuvo con diversos intelectuales y amigos. Por ejemplo, el 29 de diciembre de 1914, se puede leer: “Escribí hoy a Hilario Losoya, en San Antonio,
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hay carencia de estas fuentes, y las pocas de las cuales existe noticia no han sido aún compiladas.
Es conocido que, por ejemplo, hay una carta que le escribe Rubén Darío a Gamboa, “Tenemos que
defendernos ante una tropa de judíos e ignorantes de nuestra intelectualidad americana” / A Federico
Gamboa (en Bélgica) / (París, 7 de mayo, 1911), gracias al texto compilatorio Cartas Desconocidas de
Rubén Darío (1882-1916). Ernest Moore, en su Bibliografía de obras críticas de Federico Gamboa, escribe:
“El autor presente posee varias cartas de Gamboa en las que habla de Santa, el naturalismo y otras
cosas” (Moore, 1940, 275), pero no hay muchas noticias del contenido de esas cartas, ni sobre el
destino de estos documentos.
Es por ello que, cuando el autor del presente artículo se topó con 20 cartas que Federico Gamboa le
escribió a su primo José Luis Blasio (tanto de su puño y letra, como en máquina de escribir), consideró
necesario hablar de ellas, e intentar destacar la importancia que este tipo de materiales tienen dentro
del estudio de los llamados papeles personales (diarios, autobiografías, cartas, etc.), ya que estos
pueden ser utilizados como fuentes que amplíen el análisis y la comprensión de un objeto de estudio,
en tanto personaje, y que a su vez permiten un asomo a una época en particular, tanto en el terreno
de las prácticas como en el de las ideas, creencias o conceptos de determinados grupos sociales, desde
una mirada en particular.
En resumen, estas misivas permiten comprender mejor las estrategias narrativas del autor, conocer
de sus opiniones sobre temas como el mundo editorial, así como ver la evolución de un autor que igual
conoció la fama que el exilio, amén de ser un testigo directo del esplendor y la caída del Porfiriato,
tiempo en el que le tocó combinar sus labores de diplomático con las del escritor, como parte de un
matrimonio no siempre bien habido entre intelectuales y burocracia, ejemplo que se repitió en muchos
de sus contemporáneos y, por supuesto, de sus sucesores (desde Alfonso Reyes hasta el premio Nobel
Octavio Paz).
2. Los caminos
Las cartas que Federico Gamboa Iglesias le escribió a José Luis Blasio y Prieto (1842 – 1923) forman
parte del Fondo Ernesto Cuevas Alvarado, archivo José Luis Blasio, serie Manuscritos de José Luis
Blasio, las cuales se encuentran en el Centro de Estudios de Historia de México, Carso. Es decir, el
personaje central es Blasio.
siempre sobre “pulítica”, como llamaba en broma el maestro Altamirano a esta inclasificable plétora. (Véase toda mi correspondencia con amigo tan cariñoso)”. (Gamboa 1995ª, 205). Desafortunadamente no he podido localizar ni estas ni otras cartas de las que el confeso da cuenta en sus diarios.
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De acuerdo con la página web de Carso10 y con la tesis de licenciatura en Historia (1998 / UNAM)11
de María del Carmen Cuevas Pérez, dirigida por la Doctora Margarita Carbó Darnaculleta, este fondo
fue donado por el general y doctor mexicano Ernesto Cuevas Alvarado, padre de la tesista. La autora
fue la encargada de catalogar y clasificar dicho material. Cuevas Pérez comenta que el padre recibió
como herencia de su madre (1944) los papeles y documentos de Blasio, ya que éste era el padrino de
bautismo del general, amén de que “había vivido sus últimos años con mis abuelos, ya que ellos le
daban hospedaje debido a su precaria situación económica” (1998).
Todos los archivos que dan cuerpo al Fondo DCLIV están digitalizados y pueden ser consultados en
línea12. En este Fondo, el cual forma parte de los “Documentos Selectos”13, es posible localizar otras
misivas que los miembros de la familia Gamboa Iglesias enviaron a José Luis Blasio, ya que estaban
emparentados tanto por el matrimonio de Blasio con Adela Iglesias, hija del último hermano (Agustín
Iglesias) de Lugarda Iglesias, madre del clan Gamboa, como del lado paterno. Soledad Gamboa,
hermana de Federico, por ejemplo, solía escribirse con Adela Iglesias de manera continua. Después
de la muerte de esta última, más o menos a finales de 1893, Soledad continuó escribiéndose con José
Luis Blasio de manera frecuente, la última carta de Soledad es de tres años antes de su muerte (1917).
También hay misivas para Blasio del padre de Federico – Manuel Gamboa –, así como del hijo mayor de
la familia Gamboa, el jurista José María, de la esposa de éste – Constanza –, del esposo de Soledad (y
suegro de Federico), el ministro de la suprema corte de justicia, Manuel Sagaseta, así como de Virginia
Gamboa, la primogénita de los Gamboa.
De las 20 cartas que Federico Gamboa le escribió a Blasio, dos de ellas son más bien notas cortas,
impresas en papel oficial de la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) de México, dado el cargo que
ocupaba Gamboa en esas fechas (1909 – 1910) como subsecretario del ramo, y ambas son de carácter
informativo. Las restantes cartas son más personales. Cabe destacar que, del total de misivas, hay dos
que no tienen estampada la firma de Gamboa.
Las cartas que se conservan en el Archivo presentan lagunas considerables entre una y la otra. Por
ejemplo, la primera carta de Gamboa a Blasio es de 1888 y la siguiente es de febrero de 1890, contin-
10 Desde la página Web (www.cehm.com.mx/Es/Documentosselectos/Paginas/JoséLuisBlasio.aspx) puede leerse: “El archivo se conforma de 33 fólderes con documentos, un sobre con fotografías y postales y un cuadro con la fotografía del personaje […] Su clasificación es por legajos y es la siguiente “ECA – 01-01”.Las primeras siglas se refieren al fondo al que pertenece la documentación a Ernesto Cuevas Alvarado, la segunda al legajo y la tercera al número consecutivo de expediente. Y van del ECA – 01 al ECA – 34 […] Los documentos que contiene son principalmente cartas familiares entre las cuales hay correspondencia de José Luis Blasio con Federico Gamboa, actas de defunción, facturas, periódicos y recortes de periódicos, recibos, revistas, folletos, certificados de bautizo, boletines, mapa, invitaciones, programas de ópera, registros de Inscripción, notas, esquelas, dibujo, telegramas, fotografías y postales”.11 La tesis se puede consultar en línea: http://www.biblioweb.tic.unam.mx/libros/tesis/#ref2512 www.cehm.com.mx/Es/archivo_digital/Paginas/Consulta_de_archivos_digitales.aspx13 Los otros documentos llevan por nombre: Plan de San Luis / Archivo Roberto Montenegro y el Fondo DCLXIII (8 legajos del siglo XVIII).
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uamos con una de 1900 y una de 1904, tres de 1905, dos de 1906; una por cada año: 1909, 1910 y 1911,
cinco de 1912 (entre febrero y diciembre de ese año), dos de 1915 y cierra una de 1918.
José Luis Blasio, quien en un corta pero significativa época de la vida política y social mexicana
fue secretario particular14 del emperador de México, Maximiliano I de Habsburgo15, de 1863 a 1867,
mantuvo una correspondencia copiosa con Federico Gamboa, lo que puede deducirse por el contenido
mismo de las cartas y, además, en los siete diarios de Gamboa es frecuente encontrar comentarios
relacionados con José Luis Blasio, no solo por el parentesco antes citado, sino como parte de una
rutina familiar y una cercanía como amigos que incluía asistencia a diversos tipos de eventos y, en
muchos casos, dadas las características de la época (lento avance de la medicina, precario sistema de
salud social, ciertas prácticas sociales, etc.), por el deceso de amigos y familiares.
En orden cronológico, la primera carta de Federico Gamboa a José Luis Blasio, desde Guatemala,
Guatemala (15 de diciembre de 1888), permite conocer esa faceta del Gamboa bohemio, un tanto
desfachatado, que corrobora muchas de las observaciones que diversos contemporáneos hicieron
sobre su capacidad como conversador, alegre, bullicioso y ocurrente.
Mi querido fatman16:
“Si oyes contar de un bárbaro la historia….”17, asegura sin temor que es la mía, y cuando leas a Hoffman18 en sus terribles cuentos suponlo un Perrault ilustrando niñeras. Pero si yo te narro sin exageración, mi existencia en estos rumbos, tiembla y tiembla por dos razones; primero, porque mi estilo19 epistolar será un estilete que lastimará cruelmente tu buen gusto literario; y segundo, porque conocerás que el África ancestral, las Patagonias y los Manchurias son unos Campos Elíseos muy superiores en bellezas a los que entusiasmaron a tus clásicos, comparándolas con lo mejor de Centro América, que es Guatemala. Me ha acontecido lo que a los populares “Maderos de San Juan”, pedía yo pan y me dieron un hueso, tieso hasta lo imposible. Mi delito fue querer vivir en alguna ciudad superior a nuestro perfumando y calumniado México; nadie conoce su bien hasta que lo ve perdido. Afortunadamente sigo en mis trece y me he convertido en un sonámbulo perfecto. Si allá suspiraba por Europa20, aquí es lo mismo que me sostiene; tal idea es mi oxígeno, me es indispensable para alentar. (Gamboa, Fondo DCLIV. Legajo 3. Carpeta 337).
14 El cargo era: Empleado de los sitios imperiales y viajes del Emperador.15 Años después, Blasio escribió y publicó unas memorias sobre esa etapa. Blasio, José Luis (1905) Maximiliano íntimo. El Emperador Maximiliano y su corte. Memorias de un secretario particular, Librería de la V. de C. Bouret, París, México.16 Desde esta primera carta, Gamboa se refiere a Blasio como “Fatman”. En el prólogo que se hizo para la reedición del texto Maximiliano íntimo, en 1996, por la UNAM, Patricia Galeana confunde a Blasio con Gamboa y cree que algunas de estas cartas las escribió José Luis Blasio a una persona llamada Fatman. La tesis de licenciatura en Historia de María del Carmen Cuevas Pérez, por la UNAM, hace referencia de este error ya en 1998.17 Extracto de la obra: La flor de la calabaza (o del zapallo) (Parodia de flor de un día): capricho melo-mímico-traji-cómico-dramático-burlesco en un acto, 1861 (impresa 1865), de José Ortiz y Tapia. Escena IX: Diego dice: “Si oyes contar de un bárbaro la historia, ya que el que no se acuerda es el que olvida; ¿tendrás un nicho para mi memoria?”18 (E)rnst (T)heodor (A)madeus Hoffmann (17761 – 1822), escritor romántico alemán, conocido por sus obras fantásticas y de terror.19 Los subrayados provienen del texto original.20 Dicha aspiración era compartida por una gran mayoría de mexicanos que veían en Europa, y caso específico, en París, el núcleo civilizatorio por excelencia. Para el caso de Gamboa, será a mediados de 1890, con rumbo a Buenos Aires, que podrá al fin conocer, primero, Londres (quince días) y después, su anhelado París, ciudad en la que se quedará durante siete meses, a la espera de poder abordar otro barco para dirigirse a la Argentina en su nuevo encargo diplomático.
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El cronista y escritor mexicano Manuel Gutiérrez Nájera describió, en 1893, a Gamboa como un
jovenzuelo achispado, bien educado, a quien se le escapaban “miradas trepadoras que recorrían el
cuerpo de las actrices, desde la punta de los pies hasta la cresta de rizos […] enamorado, no de una
mujer sino del sexo, inteligente, agudo […] aunque venialmente pecador de cuerpo” (Gutiérrez 1893).
Para muchos de sus contemporáneos, y años después para muchos de sus detractores, esta catego-
rización de pecador fue un sello que distinguió al escritor mexicano, así como quizás sirvió como una
suerte de respaldo acerca de sus conocimientos sobre la vida prostibularia de la época, pues tal como
lo señaló con sorna su amigo y contemporáneo, Nemesio García Naranjo, Santa no fue escrita por las
investigaciones concienzudas del escritor, al mejor estilo de Zola, “con el objeto exclusivo de docu-
mentarse y presentar en seguida sus pavorosos inventarios de patología social” (García Naranjo 1940,
55); por el contrario, “Federico no fue nunca a un centro de placer, en calidad de tenedor de libros,
sino con el propósito de divertirse” (ídem).
Federico Gamboa, a siete días de cumplir los 24 años, le escribe con bastante familiaridad y confianza
a su primo José Luis Blasio, quien en menos de un mes cumpliría 47. La diferencia de edad no parece un
impedimento o un estorbo para establecer una relación epistolar en la que se intercambian emociones
y sentimientos, incluso prácticas como el ejercicio de la sexualidad, especialmente en una época en
que las jerarquías familiares solían estar teñidas de ceremoniales y ejercicios que iban desde el diferen-
ciador usted y tú, hasta la idea de respeto por aquel que ocupase una posición superior, sea por edad,
estatus laboral/social o parentesco. Andrés Molina Enríquez, desde una perspectiva “científica social”,
pensaba que “constituida la familia, su evolución ha sido la consecuencia necesaria del desenvolvi-
miento natural de los sentimientos orgánicos [...] Esos sentimientos constituyen al padre en jefe de la
familia, a la mujer en persona subordinada al jefe, y a los hijos en derivación de la madre y sometidos
como ella al jefe de la familia” (Molina 1909, 349). Lo que sí queda de manifiesto es que, entre amigos,
el intercambio de información podía prescindir de algunos elementos de forma y fondo, al menos de
aquellos que la sociedad mexicana de la época exigía cumplir (o al menos intentarlo) en el ámbito de
lo público. Tal como puede leerse en la carta de Gamboa:
Donde me divertí bastante, previendo lo que me pasa ahora, fue en S. Francisco; pues aunque comparado con N. York21 vale poco, no es tan malo para unos días como los que allí pasé usando y abusando de las mil distracciones que ofrece. Me procuré una indigestión de primas por saber de antemano que aquí es una necesidad indispensable vivir casto. Figuraos que en tan delicada materia no existe más que una casa a la que por irrisión sin duda denominando “Café Concierto”, habitada por mujeres casi infectas, pruébalo el baratísimo precio de la visitas: dos duros por barba, aunque vayan parroquianos tan escasos de ella como yo. Siempre habría creído imposible que un
21 Gamboa vivió en Nueva York entre 1880 y 1881, con su padre y su hermana Soledad.
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acto tan trascendental inspirara repugnancia, pues hombre – lo que ilustra el viajar –, te protesto que lo hago cerrando los ojos para no ver con las que pierdo ni lo que es posible que pierda. (Gamboa, Fondo DCLIV. Legajo 3. Carpeta 337).
Uno de los motivos por los cuales el padre de Gamboa “deportó” a su hijo de Nueva York a México,
fue precisamente por aquella tendencia del adolescente (16 años) a quererse comer la manzana, una
y otra vez, pues ya desde esa etapa, el joven Federico veía “muchas mujeres, muchísimas, incontables,
infinitas, que absorbían mi cuerpo, mi voluntad, mis anhelos, premiándome con caricias y dolores
de todos géneros” (Gamboa, 1893, 29). Por lo menos así lo confiesa Gamboa en su autobiografía.
Confesiones que en su momento fueron calificadas por algunos como un ejercicio de obscenidad, en
el mejor sentido de la palabra, ya que este texto suponía poner a la luz algunas de las prácticas e ideas
que permeaban entre ciertos varones y ciertas mujeres de la época.
El periódico mexicano El tiempo, de corte católico, de forma muy velada pero concisa decía en una
pequeña nota sin firma del 26 de agosto de 1893, que si bien la autobiografía estaba elegantemente
impresa, contenía algunos “artículos de un crudo realismo y de una franqueza excesiva al referir ciertos
hechos que mejor habría sido dejar en el tintero.” Bajo el seudónimo de Brummel, en el periódico mexi-
cano El Partido Liberal, Manuel Puga y Acal publicó el 14 de septiembre de 1893 un artículo al respecto
en el que dice: “¡Qué cosazas cuentas, amigo mío! Has hecho de tu libro un espejo en que reflejaste tu
vida, y lo que es peor, no sólo la tuya, sino también la de los demás. ¿Quedarán todos contentos de tus
indiscreciones?”. El intelectual argentino, Rafael Obligado, por su parte, en una carta que reprodujo
el periódico mexicano El Partido Liberal (previamente apareció en La Prensa y El Nacional, de Buenos
Aires, 17 de julio de 1893), el 23 de septiembre de 1893, reflexionaba sobre las críticas que se vertieron
a propósito de la autobiografía de Gamboa: “el punto más discutido de tu libro es el eterno femenino,
donde algunos lo encuentran pornográfico hasta el punto de pedir su retiro de las librerías por escan-
daloso y malsano”.
Pero todo indica que así fue planeado el texto, ya que el confeso escribe en su primer diario que el
Impresiones y recuerdos estaba listo para “asustar críticos impotentes y lectores hipócritas” (Gamboa
1908, 101), aunque también es posible entenderlo como parte de una estrategia que buscaba llamar
la atención de sus contemporáneos así como de sus posibles lectores, en el mismo tenor de hacer las
paces con su pasado (bohemio) frente a un futuro como hombre de letras y diplomático.
Para Gamboa, las daifas son parte importante en el andamiaje narrativo, sea en el área de los ego-docu-
mentos, como en el de las novelas. En algún momento, Gamboa llega a decir que “se sentía atraído
por ellas, ejercían sobre mí inexplicable y misterioso atractivo […] Yo las quería, éranme simpáticas,
parecíanme todas las hijas legítimas de la infortunada Margarita Gauthier y me sorprendía no mirarlas
envueltas en lágrimas y camelias” (Gamboa 1893, 80 – 81). En la citada carta escrita desde Guatemala,
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por el contrario, Gamboa plantea a un tipo de hetairas sucias, cuyos baratos precios hablan de posibles
enfermedades, de un aspecto físico poco atractivo, aunque no lo suficiente como para que Gamboa
deje de frecuentar los colchones de las “excomulgadas de la dicha” (Gamboa 1893, 80).
La narrativa de la carta no se contrapone con aquellas que se vierten en la autobiografía; lo que
permite ver es que una cosa era ser un escritor audaz y otra un escritor suicida, amén que para Gamboa
quedaba claro que una cosa era escribir una carta dirigida a un familiar y amigo que un texto con
destinarios diversos. Los límites en la época y la sociedad mexicana respecto del sexo, las relaciones
entre varones y mujeres, entre otros temas, eran claros y definidos; aquellos que pasaban las fronteras
sabían bien de castigos y eran llamados al orden. Es poco probable que Gamboa buscara esto último,
pero sí fue un provocador, por lo menos en sus inicios. Además, estaba ávido de reconocimiento y
atención, especialmente de aquel grupo que, bajo el genérico “nosotros”, hablaba de escritores,
varones de la clase media, con un alto sentido de responsabilidad tanto por sus prácticas como escri-
tores como por aquellas actividades inherentes al estatuto de sujeto público, moderno y civilizado.
Aunque también supo que para pertenecer a la nobleza de la burocracia, ser reconocido por propios
y extraños, e incluso vivir de la escritura, debía atenerse a ciertos códigos de comportamiento, espe-
cialmente aquellos que hablaban de esas figuras más míticas que reales, condensadas en la idea de
la familia, el matrimonio y la descendencia. Esto no impidió que Gamboa publicara una novela (Meta-
morfosis, 1899), que detalla el caso de una monja que es secuestrada por el padre de una alumna del
convento-escuela y cómo, tras muchas dudas, reflexiones, sudores y penas de ambos protagonistas,
el padre “transforma” a la monja en mujer, aunque sí que le impidió poner en escena una obra de
teatro casi al final del mandato de Porfirio Díaz. De acuerdo con los recuerdos de Gamboa, la puesta
en escena de A buena cuenta (1907) se atrasó porque su jefe Ignacio Mariscal se lo prohibió. En asiento
fechado 7 de marzo de 1909, en el último de los diarios que publicaría en vida, se puede leer, “leído
en tres sesiones de la Academia, y excomulgado por el señor Mariscal […] quien al fin me recomendó
seriamente que no pensara yo en ponerlo en escena mientras fuese subsecretario de Relaciones Exte-
riores” (Gamboa 1938, 14).22
Todo parece indicar que Gamboa aprendió a jugar con sus dos rostros (hombre de letras / diplomático)
con bastante habilidad. Lo cual habla de un escritor que entiende y percibe el medio social y político
en el que se desenvuelve, además de un intelectual que sabe que para ciertos temas se requiere de un
poco de astucia y estilo.
La despreocupada narración de esa primera carta no se recupera en ninguna de las subsecuentes,
no al menos con las que se cuentan en el Fondo Ernesto Cuevas Alvarado. Pero es fácil pensar que
pudo haber más cartas de este estilo durante los primeros años que Gamboa incursionó en el mundo 22 La obra se estrenó cuando Díaz se encontraba exiliado y Gamboa ya no pertenecía al cuerpo diplomático (1914).
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de la diplomacia mexicana, o mejor aún, antes de que él asumiera el papel de hombre de letras, más o
menos alrededor de 1893 y, años después, su papel de esposo y padre de familia (1898).
Si la famosa habilidad y ligereza verbal – para muchos de sus contemporáneos: el sello de Gamboa –,
no es fácil de encontrar en sus novelas, la fama de adicto a los lupanares sí que lo acompañó por
muchos años. En 1916, gente como Gonzalo de la Parra, director del periódico mexicano El Nacional,
decía de Gamboa que, “como sus labios ya no pueden besar, rezan; como sus manos temblorosas no
pueden asir los pechos palpitantes de una mujer, aprietan convulsiva y desesperadamente las cuentas
del rosario”, ya que según Gonzalo de la Parra “Gamboa es una ruina viviente que, pulverizada por los
vicios, a la hora suprema del reuma, de la dispepsia y de la neurastenia, busca el perdón de sus pecados
en un tardío e insincero arrepentimiento”. Es decir, a pesar de los años de diferencia que había entre
aquel pasado bohemio y ese presente en el exilio23, para algunos, la figura de Gamboa había quedado
firmemente atada a esa “debilidad” por las féminas24.
Las otras cartas que Gamboa le escribe a Blasio son una muestra de un escritor más moderado,
con un estilo bastante fluido, pero se vislumbra al preocupado padre de familia o al diplomático que
entiende la responsabilidad que tiene con su país de origen. Interesante resulta la carta, fechada en
Washington el 19 de diciembre de 1904, en la que Gamboa aconseja a Blasio en asuntos de edición y
manejo de una obra narrativa.
Blasio le comparte que acaba de firmar con la prestigiada casa editorial de la Viuda de Charles Boueret,
para la primera impresión de su texto Maximiliano íntimo. Gamboa, que ye tiene cinco novelas publi-
cadas a esas fechas, algunas obras de teatro y la autobiografía, se congratula de que Blasio busque la
traducción en los Estados Unidos, ya que es costumbre de aquel país hacer tirajes más grandes que
en México. Gamboa habla de que “las ediciones mínimas (en los Estados Unidos) alcanzan la para
nosotros prodigiosa cifra de 100 o 200,000 ejemplares” (Gamboa, DCLIV. 6. 555). Le recomienda,
asimismo, registrar la obra en la “Biblioteca del Congreso de Washington y estampar en cada ejemplar
la constancia del copyright” (ídem), pues se corre el peligro de ser timado. Asunto que Gamboa ya
había vivido en carne propia, principalmente con sus primeros textos25, los cuales, además, tuvo que
imprimir por su cuenta y gasto. Como último punto, Federico le propone a su primo: “Haz que desde
que el libro aparezca te lo alabe durante una semana siquiera “The Mexican Herald”, que suele leerse
23 Gamboa, su esposa e hijo, vivieron en el exilio de 1914 a 1919.24 Es importante destacar que Gamboa fue el centro de muchos ataques, especialmente desde la prensa escrita a partir de 1914, ya que su imagen quedó atada a un pasado que rumiaba los entonces sabores más agrios, el Porfiriato y el Huertismo, por lo que es fácil comprender que este tipo de artículos de opinión fuesen en términos de desprecio y descrédito para quien era considerado un enemigo jurado de la revolución. Todavía en 1925, Isidro Fabela, en el periódico Excélsior, lo tachó de “traidor a la patria” y presentó como pruebas una fotografía, así como una carta comprometedora, supuestamente firmada por Gamboa, dirigida al ex embajador de los Estados Unidos en México, Henry P. Fletcher. (La querella se resolvió a favor de Gamboa en 1926).25 Por ejemplo, su segunda novela, Apariencias, fue plagiada el mismo año (1892) al aparecer como una edición apócrifa, en forma de folletín del diario El Oeste (Mercedes, Argentina). Y en 1913, se repetiría la historia con una edición apócrifa de Suprema Ley (1896) en un diario de Caracas, Venezuela.
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por estas regiones congestionadas de periódicos millones de veces superiores en todo a los que en
nuestra tierra ven la luz” (íbidem).
Lo más representativo de esta carta es el cierre, en el que Gamboa deja clara su opinión de estos
ambientes editoriales, al señalar que es necesario que un libro “cause muchísimo ruido para que estos
traficantes se arriesguen a exponer miles de pesos en una suntuosa edición que les rinda el décuplo
cuando menos de lo que inviertan” (ídem).
En una misiva del 12 de enero de 1905, también desde Washington, Gamboa le cuenta a Blasio, que
el mismo editor con el que está trabajando fue, digamos, injusto con su tercera novela Suprema Ley de
1896: “Yo quedé muy descontento con Raoul, que se portó con mi libro no como un editor sino como
un farmacéutico, pagándome muy poca cosa, so pretexto de que había perdido con la edición, cuando
yo sé que no hubo tal pérdida” (Gamboa, DCLIV. 6. 556). El, ya para esas fechas, experimentado autor
reconoce que uno de sus grandes anhelos, ser traducido a otro idioma diferente del español, aún no
se ha cumplido. A pesar de que lo intentó por varias editoriales y personas, Gamboa no pudo ver en
vida cumplido ese sueño y en sus diarios deja constancia de los muchos intentos y fracasos que vivió.
Gamboa fue de esos primeros escritores mexicanos que aspiraron un día a vivir de su oficio, el de
letra y no de los otros empleos que tuvo que desempeñar, pero la terca realidad, después de haberlo
exiliado por cinco años (y veinte días) de México y quedarse sin pensión de parte de la Secretaría de
Relaciones Exteriores, le obligó a trabajar como periodista26, así como en la Escuela Libre de Derecho,
en calidad de profesor de Derecho Internacional Público, en la Escuela Nacional Preparatoria, como
profesor de Literatura Castellana y en la Facultad de Altos Estudios, hoy Filosofía y Letras, de la UNAM,
en la que dio clases de Literatura española e hispanoamericana de los siglos XVI, XVII y XVIII y Litera-
tura castellana contemporánea.
En carta del 2 de febrero de 1905, se constatan varias de las facetas de Gamboa, no solo como un
escritor que está consciente del valor de una controversia, especialmente en materia literaria, sino
además en su afán por coleccionar lo que sobre él se diga o invente: “De todos modos, colecciona lo
que te digan y, sobre todo, lo que tú contestes, si es que te decides a contestar algo o la naturaleza
de los cargos que te echen encima, así lo exigiere” (Gamboa, DCLIV. 6. 557). Costumbre que Gamboa
mantuvo durante buena parte de su vida, tanto en lo que él bautizó como El proceso de mis obras,
como en los legajos que armó sobre asuntos varios que le afectaron directamente.
En otras misivas es común encontrar comentarios sobre muertes de conocidos y/o familiares, noticias
sobre posibles traducciones o avances de alguna novela, así como de epidemias o noticias relevantes
en México y en los países que le tocó habitar a Gamboa. Es una constante leer noticias sobre su mala
salud o la de su esposa, al igual que en sus diarios. 26 En uno de sus diario, con fecha 6 de enero de 1921, refiriéndose a lo que hizo el año anterior: “escribí unos ochenta o cien artículos, todos pagados para periódicos diversos” (Gamboa 1996, 10).
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En carta fechada 12 de octubre de 1911, se encuentra un dato que permite conocer más a fondo la
relación que tenía Federico con su hermano mayor José María, ya que tanto en la autobiografía como
en los diarios, el confeso no suele compartir muchos datos sobre la familia, pues considera que los
dolores íntimos se deben de quedar precisamente en la intimidad27. Por ejemplo, en ninguno de los
párrafos de su obra memorialista se habla del alcoholismo de José María, sin embargo, en esta carta,
de carácter eminentemente más personal y dirigida a alguien de confianza, vuelve a confirmarse la
estrategia narrativa del confeso respecto a los dolores y padecimientos del ámbito familiar.
En las subsecuentes cartas, destacan las tres que son escritas desde el exilio (una desde Galvestón,
EUA, y dos desde la Habana, Cuba), en las que ya puede leerse de las dificultades y penurias que eran
inherentes al destierro. Para 1915, Gamboa se da cuenta de que su hipótesis sobre los Estados Unidos
y las oportunidades de empleo estaba condenada al fracaso: “Mis demás tentativas encaminadas a
conseguir trabajo, han fracasado una por una. Verás, pues, que el porvenir nada tiene de halagüeño”
(Gamboa, DCLIV. 7. 647). Para 1918, el desencanto es ya total. Al revisar el diario número 6 de Gamboa,
editado de forma póstuma, se constata la tristeza y la dureza que todo exilio representa, no solo como
la pérdida de las redes afectivas o del ingreso fijo, sino de lo difícil y compleja que resulta la reinserción
de los sujetos exiliados a la vida cotidiana en el propio país de origen.
Esta fue una muy breve revisión de las cartas de Gamboa que alberga Carso, es solo un primer
acercamiento, pero sobre todo es una invitación para continuar indagando en la obra memorialista
de un testigo que aún tiene sus mejores cartas entre las líneas de un legado abierto y listo para ser
estudiado28.
27 Rastreando datos en otras fuentes (Como el archivo de la Secretaría de Relaciones Exteriores, por ejemplo), pude constatar que José María Gamboa, ocho años mayor que Federico, fue en primera instancia una figura sustitutiva del padre, ya que la temprana orfandad del escritor mexicano a los 18 años (su madre falleció cuando él tenía 10 años) lo obligó a emplearse en un juzgado en el que su hermano trabajaba. Después, durante muchos años José María fue siempre un hermano preocupado por las andanzas nocturnas del joven bohemio, y durante sus primeros años en el Servicio Exterior Mexicano, fue su defensor y principal promotor.28 Los cinco primeros tomos de Mi Diario fueron digitalizados por el sitio Internet Archive (www.archive.org) con apoyo de la Universidad de Toronto y pueden ser consultados, al igual que Impresiones y recuerdos, en línea.
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Lágrimas en sepia; la representación de la mujer mexicana en la obra de Yolanda Vargas Dulché, 1944-19531
Juan Manuel Pedraza Velásquez2
Resumen.
El presente artículo tiene como objetivo proponer un enfoque de
análisis histórico en los argumentos que Yolanda Vargas Dulché, prin-
cipal argumentista de historietas en el México del siglo XX, quien escribió
en el diario Pepín entre 1944 y 1953. Para ello, se atenderá la visión que
tenía la autora sobre el género femenino así como todo el sistema de
significados construidos alrededor de éste y su relación con el Estado
mexicano. Con ello no sólo se pretende un somero análisis de la histo-
rieta, sino proponer una nueva forma de investigación en el siglo XXI
para un medio de comunicación que fue vilipendiado por académicos,
así como revalorar a la historieta como una fuente historiográfica que
permite adentrarnos a nuevos procesos y horizontes histórico-culturales.
Palabras Clave: cómic, mujer, Vargas Dulché, representación, imagen.
1 Una versión preliminar de este trabajo fue presentada en el IV Congreso Internacional de Historia, Humanidades y Cultura, celebrado del 8 al 10 de octubre de 2015 en la Universidad Autónoma de Chapingo, Estado de México.2 Facultad de Estudios Superiores Acatlán, Universidad Nacional Autónoma de México.
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Abstract
This paper proposes an approach to historical analysis on the works
that Yolanda Vargas Dulché, main comic scriptwriter Mexico in the XX
century, wrote in the Pepín newspaper between 1944 and 1953. To do
this I will discuss the vision for the author of the female gender and the
whole system of meanings constructed around it and its relationship to
the Mexican State. This is not only a cursory analysis of the comic, but
the proposal of a new form of study in the XXI century for a mass media
that was despised by academics. Also reassess the comic books as a
historiographical source that allows us to enter new historical processes
and cultural horizons.
Key words: Comic book, women, Vargas Dulché, representation,
image.
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Introducción.
Historieta: palabra que la investigadora Annie Baron-Carvais definió como “una sucesión de dibujos
yuxtapuestos destinados a transmitir un relato, su propósito no es sólo divertir al lector, sino en
ocasiones transmite por medio de la expresión gráfica, lo que no siempre logra la expresión escrita”
(Baron-Carvais 1989, 13). Durante décadas fue vista por intelectuales y académicos como un género
que producía evasión de los temas sociales y políticos. No obstante, pese estos apelativos y sobrenom-
bres, poco a poco el cómic se ha ganado su lugar entre las ciencias sociales.
Los estudios que tienen a la historieta como tema de investigación son bastante benevolentes al
mostrar el derrotero de este medio de comunicación, así como un breve análisis sobre los temas que
abordan. De tal forma, existen investigaciones como las de Ariel Dorfman y Armand Mattelart, que
analizan cómo a través de las tiras cómicas de Walt Disney se propaga y difunde una ideología colo-
nialista y capitalista en Chile (Dorfman y Mattelart 1972), Irene Herner, que se encarga de estudiar las
publicaciones seriadas mexicanas (Herner 1979) y Juan Manuel Aurrecoechea junto a Armando Bartra
quienes, hasta el momento hicieron la mayor y mejor documentada historia del cómic en México
(Aurrecoechea y Bartra 1993).
Sin embargo, la historieta como material de investigación y fuente documental puede abrir dife-
rentes perspectivas de análisis para estudiar procesos históricos, políticos, imaginarios colectivos,
prácticas de lectura, entre otros temas que permitirían comprender el itinerario social y cultural que
siguió el país durante el siglo XX. Empero, la historieta supone un desafío metodológico más: el no sólo
desentrañar qué significado encierra la construcción de las imágenes, también el análisis del discurso
en los diálogos, así como propósitos de los editores, impresores, la censura y la recepción por parte de
los lectores y del Estado.
Una de las autoras más leídas en México a partir de la década de 1940 fue Yolanda Vargas Dulché.
Durante mucho tiempo sus argumentos se convirtieron en cánones del melodrama seriado en México.
No obstante, más allá de tratarse de un simple melodrama romántico, sus historietas como docu-
mento histórico permiten conocer ciertos aspectos de la historia mexicana, así como la dinámica social
y el imaginario que se tenía sobre ésta en aquellos momentos.
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La historietista Yolanda Vargas Dulché foto tomada del Archivo Gráfico El Universal http://archivo.eluniversal.com.mx/cultura/2013/yolanda-vargas-dulche-comic-aniversario-luctuoso-940890.html
El presente artículo tiene como objetivo principal demostrar cómo a través de la historieta podemos
adentrarnos a los procesos y los campos de conocimiento arriba mencionados. Para ello se tomará
como base la obra de Yolanda Vargas Dulché, su visión sobre la mujer y el papel que desempeñaba
dentro del Estado mexicano. Con esta breve investigación se pretende un acercamiento a y la valoración
de la historieta mexicana como documento histórico.
Una breve introducción a la historieta mexicana y su historia.
Algunos investigadores han rastreado los antecedentes de la historieta mexicana en la caricatura del
siglo XIX (Barajas 2009, 133), pero si tomamos en cuenta la definición del concepto, notamos que las
primeras historietas fueron hechas por Juan Bautista Urrutia hacia 1904 (Camacho Morfin 2002, 107).
Los monitos mexicanos se vieron interrumpidos por el proceso revolucionario, no obstante, una vez
que éste concluyó, la historieta tuvo en la prensa un nuevo espacio para su difusión.
Durante la década de 1920, la historieta mexicana vio una nueva etapa de desarrollo a través de
los suplementos dominicales en los diarios más importantes de la capital: en El Heraldo de México,
Salvador Pruneda e Hipólito Zendejas publicaron Don Catarino y su apreciable familia; en El Universal,
Hugo Tilghman y Jesús Acosta realizaron Mamerto y sus conociencias; Juan Arthenack, en el mismo
diario, satirizó al joven capitalino de clase media en Adelaido el conquistador y Andres Audiffred hizo
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lo propio con el trabajador oficinista en El señor Pestaña. Hacia principios de 1932 los suplementos
dominicales comienzan a decaer cuando los servicios de prensa mexicanos empiezan a importar tiras
cómicas norteamericanas.
En 1934, cuando todavía circulaban algunos suplementos dominicales como Adelaido el Conquistador,
el periodista Francisco Sayrols prestó atención a la revista Pin Pon, la cual compró dos años después,
le cambió el formato y la temática para volverla una publicación “historietil”; dicho de otro modo,
la publicación dio un giro de 180 grados. De esta forma, Sayrols tiene un producto que, si bien no es
novedoso, está listo para competir en el mercado bajo el nombre de Paquín, en honor a su creador.
Al ver que las revistas de monitos dejaban lucrativas ganancias, otros empresarios trataron de emular
a Sayrols, tal es el caso del coronel José García Valseca, quien Dos años después de Paquín, crea Pepín;
en 1937 salió a la venta Chamaco de Ignacio Herrerías. Muy pronto Pepín y Chamaco se disputaron el
mercado de historietas, y fue precisamente en estas revistas donde nuestra autora publicó sus obras:
melodramas que combinan una idílica visión de la sociedad con un argumento basado en la superación
personal por la vía de la moral y la educación.
Un melodrama a imagen y semejanza: los argumentos de Vargas Dulché.
Para analizar el significado de la obra y las representaciones que hace la autora, es importante tener
en cuenta algunas consideraciones teóricas al respecto.
La revista Pepín de José García Valseca. Imagen: Catálogo de Historietas de la Hemeroteca Nacional. http://www.pepines.unam.mx/serie/show/id/73
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Cuando se menciona la palabra “imagen”, generalmente el concepto nos introduce a una polisemia
en cuanto a sus posibles representaciones: una fotografía, una escultura, el cine, un cartel, son algunos
ejemplos que abarcan la noción de imagen. Durante mucho tiempo, las imágenes fueron utilizadas por
historiadores y científicos sociales como un material de apoyo, una especie de testimonio que comple-
mentaba la narrativa histórica. Sin embargo, las imágenes por sí solas poseen un significado, su valor
reside en la representación de las prácticas culturales, sociales, religiosas e incluso políticas (Burke
2001, 17). Empero, sería irrisorio suponer que las imágenes son una versión objetiva de la realidad,
más bien son “un punto de vista que además de representar una intención, permite complementar
o rectificar la información de una investigación historiográfica” (Hernández Aranda 1997, 36). Más
allá de ver el significado “real” del concepto, también es pertinente señalar la aclaración que hizo la
comunicóloga Lourdes Roca al mostrarnos que, ante todo, las imágenes son construcciones que nos
comunican un mensaje implícito y, en algunos casos explícito. El valor de las imágenes como fuente
histórica es entonces innegable, y su estudio ayuda a vislumbrar nuevas perspectivas de análisis (Roca
2004).
Asimismo, es necesario tener en cuenta que en la elaboración de una imagen pueden intervenir
elementos externos a los ideales del autor, pues éstas son también promotoras de una ideología, por
lo que quien financie y secunde su creación y difusión, implícitamente impondrá su punto de vista y
un mensaje hacia un grupo receptor. De esta forma, debemos ser muy cautos en cuanto al análisis y
uso como fuente histórica de las múltiples formas de imágenes. Este aspecto también lo señala José
Ronzón:
Como documento ofrece al historiador la posibilidad de aproximarse a evidencias de interpreta-ciones, argumentos y versiones, asimismo voces y actores que manifiestan sus ideas, concepciones, opiniones desde el reflejo mismo de las prácticas cotidianas y no intelectualizados hasta discursos elaborados y estudiados con finalidades precisas […] La imagen por sí sola mantiene una fuerza y
poder, al tiempo que está definida por la fuerza y poder del que la utiliza (Ronzón 2002, 134)
En el caso de la historieta, dicho nivel de interpretación se acrecienta cuando, aunado a lo gráfico,
tenemos un discurso o texto y personajes que incluyen roles de género, además de una trama argu-
mental cuyo significado encierra una interpretación por parte de la autora y, en algunos casos, de
componentes externos a ésta; en el análisis debemos tomar en cuenta los elementos externos que
intervienen en la producción y elaboración de historietas como editores, dueños, dibujantes, argu-
mentistas, impresores, censores del gobierno, entre otros, para tener un mejor acercamiento a su
posible significado y valor histórico.
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Como preámbulo, en el caso de nuestras historietas es preciso señalar que la cadena García Valseca
publicaba Pepín en formato un 1/3 de tabloide3, las tonalidades eran sencillas, se preferían los tonos
blanco, negro y sepia y sólo las portadas eran a color. En un principio, los pepines4 tenían 64 páginas,
empero, hacia 1941 éstas se redujeron a 48, en ellas se distribuían de seis a ocho series en las cuales
intervenían diversos argumentistas, dibujantes, impresores y editores.
Resulta interesante analizar cómo son representadas las protagonistas en los argumentos de Vargas
Dulché, en su gran mayoría provienen de clases populares o sectores económicamente poco benefi-
ciados: María Isabel, en Indita5, viene de una comunidad rural marginada; Violeta, en Violeta6, de una
colonia popular en la ciudad de México, cuya hermana sostiene sus estudios en un colegio exclusivo
de señoritas; Perlita, en Ladronzuela, es huérfana y trabaja como “papelerita”7 en compañía de sus
amigos; Silvia, en Sombras, es huérfana y maltratada por su madrastra y su hermanastro; “Chispitas”,
en Flor de Arrabal, mantiene a su padre quien no puede trabajar debido a una enfermedad.
Es importante señalar que, pese a que se pretende retratar a estratos sociales bajos, la gráfica es
bastante benévola al mostrar a los protagonistas de bellas facciones típicamente occidentales: altas,
bien formadas, admiradas por su belleza. Aunque se trate de representar a sectores populares,
siempre, o en su mayoría inmensa, los protagonistas repiten hasta el cansancio el ideal de belleza
propuesto por Vargas Dulché, incluso los personajes mayores de 30 años (Ana Luisa, en ¿Por qué?, y
Carmen, en La Solterona) presentan una bella fisonomía.
Otro aspecto importante que
debemos tener en cuenta es que,
salvo Indita (al inicio), Gabriel y
Gabriela, La Solterona y El hijo
de Emoé, los argumentos de
Vargas Dulché están contextua-
lizados en ambientes urbanos, en
especial en la ciudad de México.
Vidas Paralelas, ¿Quién?, Telé-
fono Público, Cruz Gitana, Alma
en los labios y El Pecado de Oyuki
se desarrollan en las metrópolis,
pero en escenarios idílicos, contextos ajenos a México, pero indudablemente cargados de cierta aura 3 Apróximadamente 13.0 x 10.0 cm. 4 Término coloquial actualmente en desuso para referirse a la historieta mexicana.5 La obra fue reeditada en el año de 1964 con el título María Isabel. 6 La obra reaparece en la revista Lágrimas, risas y amor con el título de Rubí en el año de 1963.7 Término usado para referirse a los voceadores.
La chica humilde (pero bonita) es la representación preferida en la obra de Vargas Dulché. Foto: Violeta en Pepín imagen del Catálogo de Historietas de la Hemeroteca Nacional. http://www.pepines.unam.mx/serie/show/id/141
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de “mexicanidad”8. La ciudad es el escenario predilecto por doña Yolanda, esto no sólo se debe a que
la autora residió toda su vida en ella, también responde a una cuestión social, pues, para 1950, la gente
vivía más en zonas urbanas que rurales.
Ahora bien, respecto a la gráfica empleada, ya sea fotomontaje, línea o medio tono, la técnica retrata
una ciudad en crecimiento, se abandona el ambiente rural, se alcanza a notar el alumbrado público,
las avenidas principales, los imponentes edificios y fábricas, los tranvías y camiones símbolo de la
modernidad en el transporte público, lugares de reunión, gente trabajando y estudiantes inmersos en
una rutina que incluye la casa, el trabajo y la escuela (Pepín, 8 de enero de 1949, 15-20).
La imagen de la ciudad contrasta enormemente con la del campo que en ocasiones se asemeja a los
estereotipos retratados por el cine mexicano de los años treinta. Por ejemplo, en Indita se muestra
un paisaje semidesolado, con animales de ganado que cumplen la función de ayudar en el arado, la
vegetación que se ve es de pastizal, abundan nopales, arbustos que conviven entre pocos árboles,
cuantiosos magueyes y plantaciones de maíz. Lo que tenemos es una imagen idealizada del campo,
apenas existen unas pequeñas casas en este panorama que dicho sea de paso, es la propiedad de un
poderoso hacendado (Pepín, 12 de diciembre de 1950, 3).
Sin embargo, lejos de ser prescindibles, las imágenes del campo y la ciudad encierran una signifi-
cación: Vargas Dulché no pretendía hacer un retrato fidedigno de las sociedades y costumbres de los
paisajes que retrataba, eso queda demostrado en el final de El Pecado de Oyuki, donde la autora se
disculpa por “las molestias ocasionadas al representar la cultura japonesa” (Pepín, 20 de septiembre
de 1950, 8) y en varias entrevistas donde aseguró que sólo buscaba la retención del lector sin ser muy
estricta la representación gráfica (D’Artigues 1999, 26), en sus propias palabras: “Jamás me puse la
meta de escribir El Quijote. Para lo que pensé hacerla [mi obra] lo logré. Que era transmitir a la gente
lo que pensaba hacerlo, gozar, entretenerse” (D’Artigues, 1997, 36).
Las imágenes del campo y ciudad cumplen la función de mostrarnos el cambio en México: el
contrastar un idílico campo con modernas ciudades demuestra que atrás quedó el México bucólico y
apacible, la vida rural es dejada atrás para dar paso a la modernidad industrial, que dicho sea de paso,
conserva tradiciones que se resisten a desaparecer. Esta modernidad también repercute en los valores
y costumbres de la sociedad, y precisamente, los modos de vida de las mujeres mexicanas cambiaron
debido a eso (Blanco Figueroa 2001: p 31). Los avances industriales alteraron de manera drástica los
valores, costumbres y tradiciones de la población. Y es en los melodramas seriados de Vargas Dulché
donde no sólo se retratará este cambio, sino que se formará una construcción sobre el deber, la idea y
las obligaciones de la mujer mexicana.
8 Respecto a esto: Nueva York, Los Ángeles, Paris y Tokio son algunas ciudades donde se desarrollan las obras de Dulché, pero donde la autora imprime cierto toque nacionalista al extrapolar las tradiciones, lenguaje y costumbres mexicanas a esos lugares.
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De los harapos a la opulencia: la construcción de la mujer mexicana.
A) Carácter y personalidad de la mujer.
Aunado a la descripción antes mencionada, lo primero que sobresale es que los personajes femeninos
de Vargas Dulché provienen de familias truncas, separadas o disfuncionales. Así por ejemplo podemos
citar numerosos casos: María Isabel, en Indita, vive con su padre y su madrastra quien la maltrata;
Ana Luisa, en ¿Por qué?9, sufre con su madre y su hermana Silvia; Oyuki, en El pecado de Oyuki, no
tiene padres, vive con su hermano el cual la explota inmisericordemente; Perlita, en Ladronzuela, es
huérfana desde temprana edad; Helen, en Vidas Paralelas, es adoptada por el matrimonio Harrison
quienes pronto se aburren del cuidado de ella, por lo que deciden internarla en una escuela para
señoritas; “Chispitas”, en Flor de
Arrabal, vive con su padre a quien
debe mantener.
Incluso en historietas que al
comienzo fueron destinadas al
público infantil podemos notar
esto. En Almas de Niño, que
después sería reeditada con el
nombre de Memín Pinguín, la
ausencia de una familia tradi-
cional o el cariño familiar es recurrente en la trama. Doña Eufrosina, madre de Memín, e Isabel, madre
de Carlos, son madres solteras mientras que Ricardo, el amigo con mejor posición social, es desaten-
dido por sus padres absortos en compromisos sociales. Ningún argumento de Vargas Dulché presenta
a la mujer viviendo en una familia tradicional, siempre falta algún miembro principal, papel que general-
mente nunca se suple en la historieta.
En un primer momento, esto puede responder a la vida de la autora misma (Yolanda y su hermana
fueron abandonadas por su padre), pero hacia 1940 es una situación común; el mito de la “familia
grande y unida” poco a poco se ve superado por una realidad evidente en los censos y las estadísticas
oficiales. Los divorcios, madres solteras e hijos abandonados aumentan en proporción directa a la
industrialización, la cual altera esta clásica concepción de “la familia unida y numerosa” (Salles y Tuirán
1997, 67).
9 La obra se publicó con el título de El Atardecer de Ana Luisa en 1971.
Las familias separadas o truncas son un recurrente en los melodramas de Vargas Dulché. Imagen: El Pecado de Oyuki. Disponible en http://www.pepines.unam.mx/serie/show/id/160/imagen/8578#imagenes
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Otro aspecto importante es la
edad de las protagonistas. Todas
son jóvenes adolescentes que
aún no han alcanzado la mayoría
de edad (21 años en aquel
entonces). La edad preferida
por la autora son los 15 años:
María Isabel, Perlita, Mayanin,
Helen, Gabriela y Violeta tienen
esa edad. Salvo Ana Luisa en ¿Por
qué? y Carmen en La Solterona, el patrón se repite constantemente: la chica joven que muestra interés
por formar una familia o desposarse tan pronto como sea posible, lo que para el presente puede
parecer motivo de escándalo (o promiscuidad inclusive), en aquel entonces no era algo extraordinario.
En el caso de los hombres, los que corresponden a las tasas de 20-24, 25-29 años y el relativo al resto de los grupos de edad. La situación de las mujeres es distinta desde el momento en que la nupcialidad es más elevada en los grupos de 15 a 19 y de 20 a 24 años; es decir, ocurre a edades más jóvenes que entre los hombres, la nupcialidad en las mujeres del grupo de 25 a 29 años se aleja de los grupos de más de 30 años. (Quilodrán Salgado 2001, 108)
La nupcialidad en las mujeres mexicanas en las décadas de 1940 y 1950 se presentaba con más
frecuencia de los 15 a los 24 años. En este sentido, se refleja o construye la noción tradicional de familia
o matrimonio: el casarse o mínimo esperar con ansias el matrimonio no es visto por Vargas Dulché
como producto de la ignorancia, sino como una necesidad cultural y social imperante de aquella época.
No obstante, lo que hace especiales a los personajes femeninos de la autora es su carácter y actitud
frente a la adversidad.
B) El ascenso social.
Las mujeres representadas, aunado a sus agradables facciones y sus deseos de enlazarse en matri-
monio con un varón, exhiben un carácter agresivo, sin llegar a lo violento; son trabajadoras, buscan
superarse, en algunos casos tienen gusto por el estudio y la educación, en la inmensa mayoría de los
casos padecen estrechez económica, no obstante, jamás se hace alusión ni se culpa directamente al
gobierno. La pobreza es una cuestión innata: uno nace pobre pero debe luchar para salir de esa condi-
ción, este aspecto lo notamos en el siguiente diálogo de Violeta:
La madre joven y soltera también es retratada en los argumentos. Imagen: El teléfono Público disponible en http://www.pepines.unam.mx/serie/show/id/223/imagen/6314#imagenes
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Violeta: La vida es injusta, mamá, ¿por qué Irma tiene tanto dinero si está coja?
Doña Refugio: Precisamente Dios tenía que recompensarla con algo.
Violeta: ¿Y por qué no tengo eso? ¿Por qué Dios no me dio un padre rico?
Doña Refugio: ¡Eres demasiado ambiciosa, hija! Uno debe conformarse con lo que Dios quiera dar. (Pepín, 6 de enero de 1949, 8).
La pobreza es vista no como una condición miserable o un asunto de inferioridad social, es algo nece-
sario para que la mujer progrese hacia un trascendente ascenso social, el cual se logra de tres formas: A)
La protagonista logra casarse con su idilio amoroso, un hombre de clase alta (María Isabel, Ladronzuela,
Gabriel y Gabriela, Cruz Gitana, Teléfono Público); B) La heroína descubre un talento, logra explotarlo
y consigue un triunfo y estabilidad económica (¿Por qué?, La Solterona, ¿Quién?) y C) La protagonista,
a base de vilezas o astucia, logra casarse con algún (des)afortunado pretendiente (Violeta, Noche).
Ejemplo de esta “lucha por la opulencia” la notamos en la introducción de Indita:
La historia de una mujer valiente y sufrida que supo vencer los obstáculos que puso en su vida el origen de su cuna humilde. Con todo el valor, la abnegación y la inteligencia natural de nuestra raza de bronce María Isabel se enfrentó al destino […] En la misma forma que sus pies descalzos cruzaron muchas veces entre las zarzas del camino sin herirse. Así su alma atravesó por un cúmulo
de angustias y de injusticias que sólo lograron elevarla más. (Pepín, 15 de diciembre de 1950, 3).
El ascenso social se busca pese al origen humilde del protagonista. Imagen: Introducción de Indita disponible en el Catálogo de Historietas de la Hemeroteca Nacional Imagen disponible en http://www.pepines.unam.mx/serie/show/id/186/imagen/8439#imagenes
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Salvo Alma en los labios, donde Evelyn, la protagonista, es de clase adinerada y tiene que sobrepo-
nerse a un matrimonio mal avenido, en la mayoría de las ocasiones se anhela una mejora económica,
salir de la pobreza con base en el esfuerzo, el sufrimiento, la correcta moral y la abnegación. Incluso
a veces, esto se configura desde la niñez del personaje principal. En Cruz Gitana, Mayanin, siendo aún
niña tiene ya esas aspiraciones:
Mayanin: Yo era una señora muy rica y ustedes venían a pedirme caridad.
Orlenda: Nada de eso, tú siempre quieres ser la rica y nosotras las pobres.
Mayanin: Pues si no quieren jugar lárguense.
Orlenda: Le diré a mi mamá que tú siempre quieres ordenarnos. (Pepín, 4 de diciembre de 1952,
38-39).
Lo que se construye aquí dista de ser la imagen tradicional de la mujer. Con todo y sus defectos y
virtudes, y en una sociedad de constantes cambios, para Vargas Dulché la mujer debe adaptarse, inte-
grarse a la modernidad industrial y qué mejor manera de hacerlo que tratar de lograr una meta, un
propósito, romper esquemas y lograr un progreso en todos los sentidos de la palabra; quizás el ideal o
la construcción del ascenso social en la mujer quede reflejado en esta afirmación que alguna vez hizo
la autora en vida:
Hay dos acepciones de esa palabra [feminista], una que llega en extremo al rechazar al hombre y yo no estoy de acuerdo con eso. Creo que la mujer tiene suficiente fuerza y capacidad para no necesitar el respaldo del hombre. Si no, volvemos a lo mismo a nuestra dependencia del hombre. Creo que es terminantemente beneficioso que la mujer se esté quitando su semblanza de mujer-
cita babosa que sólo sabe cocinar, lavar y tender camas (Miller y González 1978, 378).
Esta imagen iba acorde con los ideales del Estado mexicano. Para octubre de 1944, el gobierno de
Manuel Ávila Camacho, al ver la popularidad y el potencial de las revistas de historietas, creó la Comisión
Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas (Diario Oficial de la Federación, 11 de marzo de 1944,
Sec II, 1). El control y la censura hacia los cómics permitieron, a la vez, difundir la ideología del gobierno
y de su sistema político como bien lo demuestra Ann Rubenstein:
Tenía la misión de eliminar las revistas de historietas […] que desalentaran la entrega al trabajo o al estudio, que estimularan la pereza o la fe en la suerte, que mostraran que sus protagonistas triunfaban en la vida transgrediendo la ley o despreciando instituciones mexicanas establecidas […] que agraviaran la moral o las “buenas costumbres” o que fueran en contra del concepto democrático (Rubenstein 2004, 202).
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Si bien hubo un adelanto en cuanto a los roles de género, esto no necesariamente significó una
“liberación femenina”. Al estar censuradas y vigiladas por el Estado, las revistas de historietas se
convirtieron en un vehículo más difusor de la ideología oficialista. Sin embargo, frente a esta visión
actual persisten los cánones, costumbres y valores conservadores los cuales también recibirán una
crítica de nuestra autora.
Entre la tradición y la modernidad, crítica a los roles tradicionales.
Aunque también hubo un avance en cuanto al papel de la mujer, las políticas de Estado encami-
nadas a obtener un desarrollo industrial, el aligeramiento de algunos valores morales y los cambios
en los ritmos de vida, hicieron que el siglo XX significara también la aparición de las mujeres en la
vida pública. Muy pronto comenzaron a ocupar nuevos empleos, a liberarse de concepciones conser-
vadoras, incluso a inmiscuirse más en política, como lo prueba un mitin que hicieron para apoyar a
Miguel Alemán en 1946 (Sánchez Olvera 2004, 23).
Pese a estos avances en México, ciertos sectores de ultraderecha aún conservaban como baluarte
estándares conservadores sobre el papel de la mujer, esto se refleja en los refranes, dichos, y repre-
sentaciones en el cine. Las historietas de Vargas Dulché no son la excepción pues exponen una crítica
a la concepción conservadora de supuesta inferioridad de la mujer. Ejemplo, en Indita, Graciela, hija del
cacique Félix Pereira, le ofrece a su padre ayuda con la contabilidad de la hacienda, en dos páginas se
produce este interesante diálogo:
Graciela: ¿Qué tanto escribes papá? Me gustaría ayudarte a llevar tus libros… Don Félix: Es demasiado complicado para que tú puedas hacerlo, Graciela. Graciela: En la escuela nos enseñaron contabilidad y no creo que sea difícil, papá: Don Félix: Las mujeres son torpes y aunque estudien mil años nunca pueden con esta clase de trabajos. ¡Si tú hubieras sido hombre sería otra cosa! (Pepín, 18 de enero de 1951, 46- 47)
Félix Pereira, cacique que representa las costumbres y modos conservadores de vida, es exhibido
frente las ideas recientes de su hija Graciela; con la llegada de la modernidad industrial también llegan
nuevos valores. Otro ejemplo similar lo tenemos en Teléfono Público, cuando Gloria manda a Peter
(su novio) a lavar platos y cuidar al pequeño “Cuquito Smith”, asegura: “Nada de pobre, que se vaya
entrenado por si las moscas” (Pepín, 12 de diciembre de 1952, 12).
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Frente a un sector de la población ignorante, conservador, recatado en moral y costumbres, poco a
poco emerge una nueva generación femenina dispuesta a liberarse de las ataduras morales del pasado,
lo que revela también un conflicto generacional. Otro ejemplo, en Gabriel y Gabriela, en cuya historia,
desde pequeña Gabriela desarrolla un interés inusual por el oficio de su abuelo (la pesca) a tal grado
que asegura: “Quiero ser macho para poder ir a pescar”, incluso rechaza juntarse con las niñas de su
edad ya que. según su opinión “No crees que me veré algo ridícula jugando a las comadritas” (Pepín,
28 de diciembre de 1951, 9-12).
El hecho de que la mujer tenga
un trabajo es visto como algo
estrictamente necesario, todas
las protagonistas desempeñan
alguna labor y a partir de ahí
progresan hacia algo mejor:
Carmen, en La Solterona, es la
costurera del pueblo; María
Isabel, lavandera y después
empleada doméstica; Ana Luisa,
maestra de primaria; Emoé, lavandera; Gabriela, marinera y grumete en un barco de pasajeros. El
trabajo es benéfico y en ocasiones es lo único que ayuda a la protagonista a olvidar sus penas.
Otro aspecto importante a señalar es que el trabajo no justifica que la mujer deba alejarse de la
concepción tradicional que la pone como administradora del hogar y pilar fundamental del matri-
monio, principalmente como madre de familia. En las obras de Yolanda Vargas Dulché, se enaltece el
papel y rol de la mujer como madre dispuesta a apoyar a los miembros familiares, incluso se critica a
quien ponga en tela de juicio este rol; en Violeta vemos un claro ejemplo:
Violeta: Con que no hubieras ido a buscarme, con eso se hubiera solucionado todo.
Doña Refugio: Cuando se es madre no se puede pensar así, Violeta.
Violeta: Pues ojalá yo nunca llegue a ser madre para no volverme tan alarmista y ridícula.
Doña Refugio: ¡Cállate, Violeta! Ese deseo tuyo se hará realidad, Violeta. Tú nunca llegarás a ser
madre, para ello se necesita tener el corazón muy blanco (Pepín, 10 de marzo de 1949, 17-18).
Si bien es cierto que podemos hablar de ciertos adelantos, no se desecha del todo la imagen de la
mujer como sostén fundamental de la familia, incluso se hace una apología de “las buenas esposas”,
es decir, las mujeres que deciden tener una familia, casarse, criar hijos aunado a sus obligaciones
Crítica a los roles tradicionales en Gabriel y Gabriela. Imagen Yolanda Vargas Dulché y Antonio Gutiérrez. “Gabriel y Gabriela” en Lágrimas, risas y amor No. 86, p. 21.
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laborales. Incluso se alaba, en algunos casos, esta concepción del matrimonio tradicionalista, prueba
de esto es Luis en La Solterona donde afirma: “Ya lo creo, la mujer mexicana es la mejor esposa, sobre
todo si es una pueblerina como Celia, la mujer candorosa e ingenua es la que todo el hombre busca por
esposa” (Pepín, 3 de mayo de 1947, 17).
A lo largo de la obra de Vargas Dulché, se prefigura y construye una imagen de la mujer acorde
al nuevo estado industrial posrevolucionario. Es decir, se le da prioridad a la mujer trabajadora,
emprendedora, que se acopla a las necesidades inmediatas que exige la incipiente industrialización,
no obstante, sigue siendo el sostén del matrimonio, así como administradora del hogar y referente
familiar por excelencia.
Conclusiones.
La imagen proyectada de la mujer mexicana en los melodramas de Yolanda Vargas Dulché es una
representación que no contradice la moral del Estado mexicano y se somete a la visión del México
industrial y progresista que imperaba en esa época. Esto se nota en la imagen plasmada en las páginas
de la revista de la industrialización y al ver a los personajes adaptándose a esta nueva dinámica
económica.
A pesar de que tenemos cierta crítica a la desigualdad social, no existe en los argumentos ninguna
detracción a las políticas estatales, la pobreza y la desigualdad son vistas como cuestiones innatas. En
la obra de Vargas Dulché se exhibe una imagen de mujer emprendedora, criticando los cánones tradi-
En La Solterona y en otras obras de la autora no se rechaza el formar una familia tradicional. Imagen La solterona tomada del catálogo de Historietas de la Hemeroteca Nacional http://www.pepines.unam.mx/serie/show/id/240/imagen/7906#imagenes
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cionales de sumisión y labores del hogar, no obstante, se acepta a la labor doméstica en el hogar como
un complemento de la vida diaria.
Vargas Dulché logra imaginar, crear y distribuir la imagen de la “chica moderna”, que si bien se somete
todavía a estándares tradicionales como ser pilar fundamental de la familia y administradora del hogar,
también muestra ciertos progresos al liberarse de las concepciones tradicionales conservadoras que
la veían como un ser inferior. Trabajar, aunado a ser apoyo y el principal soporte del matrimonio sin
contravenir la política de Estado es el papel de la mujer ideal, no sólo proyectada en el cómic, sino la
que estaba en la óptica del estado posrevolucionario.
En conclusión, a lo largo de este recorrido por las páginas en sepia de diversos melodramas seriados,
se demuestra que la historieta entendida con todo y sus elementos verbo-icónicos, es ante todo un
producto y herramienta cultural que permite adentrarse en procesos culturales, políticos y sociales, es
incluso un referente en la historiografía contemporánea. El cómic, tanto en México como en el mundo,
exige una segunda oportunidad ante las ciencias sociales y humanidades.
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1948 Almas de niño: 26 de septiembre de 1945 a 20 de mayo.
1953 Cruz Gitana: 28 de octubre de 1952 a 31 de marzo.
1950 El Pecado de Oyuki: 16 de noviembre de 1949 a 20 de septiembre.
1953 El Teléfono Público: 23 de noviembre de 1952 a 2 de febrero.
1952 Gabriel y Gabriela: 27 de diciembre de 1951 a 27 de octubre.
1951 Indita: 15 de diciembre de 1950 a 7 de noviembre.
1947 La Solterona: 2 de mayo de 1947 a 27 de julio.
1947 Ladronzuela: 31 de agosto de 1947 a 21 de diciembre.
1948 Vidas Paralelas: 26 de enero de 1948 a 11 de junio.
1949 Violeta: 25 de diciembre de 1948 a 13 de julio.
1951 ¿Por qué?: 31 de agosto de 1950 a 29 de enero.
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Rosario Castellanos: La voz de los sin voz
Christine Hüttinger
María Luisa Domínguez1
Resumen
En diversas partes de su obra, Rosario Castellanos presenta las
razones que la llevan a escribir: para darles voz a aquellos a quienes les
fue negada, las mujeres y los indígenas. En la discusión sobre las mujeres
hay dos posturas principales, a saber, la reduccionista que busca mini-
mizar la “cuestión de las mujeres” a un ámbito separado, como un caso
particular, y la complementaria, en la que los filósofos y teóricos ven al
sexo femenino como complemento del masculino, enfoque predomi-
nante con el surgimiento de la burguesía y de la Ilustración. La escritora
presenta las diferentes formas de acción y roles sociales de las mujeres,
en los que la muestran en absoluta dependencia del hombre.
PALABRAS CLAVES
Mujer, identidad, ladino, reivindicación, indígena, sumisión, trascen-
dencia, víctima.
1 Christine Hüttinger es profesora-investigadora de tiempo completo en el Departamento de Humanidades de la Universidad Autónoma Metropolitana Azcapotzalco <chw@correo.azc.uam.mx>
María Luisa Domínguez trabaja en el Departamento de Investigación de la Escuela Berta von Glümer. <bertainvestigacion@gmail.com>
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Abstract
In different parts of her work, Rosario Castellanos presents the reasons
which motivated her to write and to make audible those who do not have
a proper voice: women and indigenous people. In the discussion about
the women´s situation we find two basic points of view: the one which
wants to reduce the “women´s question” to a separated field, treating
it just as a special case, and, on the other hand, the position of comple-
mentarity whereby philosophers and theoreticians see the woman as
complement of the man, being this the main approach since the time of
Illustration and the rise of the bourgeoisie. Rosario Castellanos presents
the different roles where women are shown totally dependent of men.
Key words
Women, identity, indigenous people, subordination of women
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Una campana, incluso si está rota, puede sonar y su tañido es distintivo porque justamente por esa
fisura penetra la luz. Anthem, famosa canción de Leonard Cohen se puede evocar al ver la biografía de
Rosario Castellanos con sus momentos desgarradores y de infelicidad. Ella estudió Literatura y luego
Filosofía para encontrar una respuesta a las grandes preguntas de la existencia que desde siempre
le habían inquietado. En diversas partes de su obra presenta las razones que la llevan a escribir para
darles voz a aquellos a quienes les fue negada: las mujeres y los indígenas. Es por esto que se recurre
a sus propias palabras para sustentar este trabajo.
En toda su obra, tanto lírica como narrativa, se pronunció enfáticamente a favor de las mujeres y
de los indígenas. Las citas textuales elegidas ilustran de manera contundente su postura al respecto.
Inmersa tanto en su época como en su contexto, Rosario Castellanos presenta las diferentes formas
de acción y roles sociales de las mujeres que las muestran en absoluta dependencia del hombre, tal
como se consigna en la Epístola de Melchor Ocampo, según la cual “la mujer debe dar al marido obe-
diencia, agrado, asistencia, consuelo y consejo” (Ley de matrimonio civil 1859, Art. 15). Este ámbito
mexicano es el que Rosario Castellanos se dedica primero a descifrar, después a explicar y, por último,
contra el que se rebela, contra la imagen que se tiene de la mujer. Sus escritos son de reivindicación de
los derechos de la mujer: “Una mujer intelectual es una contradicción en los términos, luego no existe”
(Castellanos 1979, 71). El título de la colección de ensayos Mujer que sabe latín, evoca el conocido refrán
que concluye diciendo “ni encuentra marido ni tiene buen fin”.
Amordazadas desde que “un gran demonio mudo anudó en nuestra lengua el nudo del silencio”
(Castellanos 1972B, 103) y condenadas a la sumisión, las mujeres se escuchan a través de Rosario
Castellanos, porque “el poeta es quien da voz a lo que no habla” (Castellanos 1972B, 200). Gracias a
su voz, la palabra de la mujer es capaz de enunciar: ya no “somos un cántaro vacío, una cítara muda”
(Castellanos 1972 B, 33).
No deja de llamar la atención que, a pesar de haber estado secularmente atenazada por “nuestras
instituciones más sólidas: la familia, la religión, la patria” (Castellanos 1975, 182) sea precisamente la
mujer quien perpetúa los valores de mansedumbre, lealtad, obediencia y abyección (Castellanos 1972
B, 209), como queda plasmado en este verso: “Mi madre en vez de leche me dio el sometimiento”
(Castellanos 1972 B, 126). En Cabecita blanca, su madre le dijo a Justina que debía practicar la virtud
de la prudencia, y “la señora Justina entendió por prudencia el silencio, el asentimiento, la sumisión”
(Castellanos 1979, 53).
El hombre, incapaz de comprender a las mujeres, las considera irracionales, tal es el caso de Fernando
Ulloa, personaje de la novela Oficio de tinieblas quien atribuía la actitud de su esposa “a la inestabilidad
del alma femenina, a los vaivenes fisiológicos impredecibles” (Castellanos 1972 A, 178). Si no se les
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comprende, entonces lo más que se puede hacer por ellas es soportarlas, “ejercitando la caridad cris-
tiana” como hace el padre Manuel Mandujano con su hermana Benita en la misma novela (Castellanos
1972 A, 222). Pero no sólo el hombre chiapaneco piensa así, también el capitalino, encarnado en Sergio
quien, en Rito de iniciación, le dice a Cecilia que “las mujeres no tienen más que tres argumentos: sí
porque sí; no porque no y sí pero no” (Castellanos 1996, 78-79). Para convencer a Cecilia de que acepte
su propuesta de casarse, Sergio invoca el significado del matrimonio como institución social: “rango,
seguridad económica, nombre. Es decir todo lo que una mujer no puede adquirir por sí misma” (Caste-
llanos 1996, 337).
En Álbum de familia, Elvira nos regala con la siguiente definición del matrimonio, digna del Diccionario
del diablo de Ambrose Byerce:
El matrimonio es el ayuntamiento de dos bestias carnívoras de especie diferente que de pronto se hallan encerradas en la misma jaula. Se rasguñan, se mordisquean, se devoran, por conquistar un milímetro más de la mitad de la cama que les corresponde, un gramo más de la ración destinada a cada uno. Lo que importa es reducir al otro a esclavitud. Aniquilarlo” (Castellanos 1979, 132).
La sociedad cataloga a las mujeres en dos grandes clasificaciones: en la cima está la casada, la que
ostenta con orgullo el calificativo de “la legítima”, en oposición a la querida. La esposa es “la bestia
que ya ha tascado el freno” (Castellanos 1972 B, 209), a quien se “le atribuyen las responsabilidades y
las tareas de una criada para todo” (Castellanos 1979, 15).
Dos estigmas pueden quebrantar este orden: el primero es ser estéril, en palabras de Gertrudis en
Los convidados de agosto “machorra” (Castellanos 1964, 26) o “La nuez que no se rompe para dar
paso, crecimiento y plenitud a la semilla” (Castellanos 1972 A, 316). El segundo estigma es haberse
divorciado; a este respecto, con el sentido del humor que la caracteriza, la autora pone en boca de
Lupita, personaje de El eterno femenino, las siguientes palabras: “Rosario Castellanos no tiene siquiera
la disculpa de ser soltera. Es algo peor: divorciada, lo que, a mi modo de ver, no la justifica de ninguna
manera, pero explica su cinismo, su desvergüenza y su agresividad. El fracaso conyugal, del que,
ninguna duda cabe, ella es la única culpable, la anima a dar un bofetón en la mejilla de una sociedad a
la que no es digna de pertenecer” (Castellanos 1975, 186).
En dos de sus novelas, Oficio de tinieblas y Balún Canán, presenta la afrenta de la esterilidad en una
mujer indígena. La primera es Catalina, “semejante al tallo hueco; al rastrojo que se quema después de
la recolección” (Castellanos 1972 A, 129), y la segunda es Juana, quien no pudo tener hijos porque un
brujo le secó el vientre y vivía agradecida de que su esposo todavía no había pronunciado la fórmula
de repudio, obligándola a volver al jacal de su familia (Castellanos 1983,174).
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Por otro lado, está la soltera, que se asoma al “balcón que le sirve de vitrina para exhibir disponibili-
dades”, como ridiculiza Castellanos este comportamiento en la novela Oficio de tinieblas (Castellanos
1972 A, 313). No conseguir marido se considera “saladura” (Castellanos 1964, 65), ya que aleja a la
mujer de la vida social y la obliga a refugiarse en la Iglesia, ya sea como monja o como su sucedáneo,
la “beata”, “rata de sacristía” (Castellanos 1972 A, 171), mientras que, en lo ínfimo de esta escala se
encuentran las “mujeres de mala vida”, “las gaviotas” (Castellanos 1972 A, 274).
Todo este universo está regido por los hombres, y la posición de las mujeres se reduce a ser “hembras,
barro que la mano del macho moldea a su antojo” (Castellanos 1972 A, 61). Son los hombres quienes
proporcionan a la mujer “respeto de varón” (Castellanos 1964, 144), personificados primero en el padre,
de quien “heredan un apellido, una situación, una norma de conducta”; en orden de importancia sigue
el esposo, el “colmador”, quien coloca a la mujer “en el rango para el que está predestinada”; debajo
de ellos se encuentran tanto el hermano, a quien se puede arrimar como “hiedrezuela” (Castellanos
1972 A, 285-287) como los hijos o –en última instancia– el padrote, como “El Cinturita”, personaje que
aparece en El eterno femenino.
Es interesante alejarnos un momento del ámbito de la literatura para tomar un hecho ocurrido en
la vida real: Rosario Castellanos recuerda (en un artículo publicado el 22 de julio de 1963) que, cuando
recorría el Estado de Chiapas con el exitoso teatro ambulante Petul, una muchacha de Yalentay se le
acercó al guiñol para preguntarle si la podían admitir como alumna en el internado que el Instituto
Nacional Indigenista tenía en San Cristóbal. Cuando la aceptaron, el padre se negó a entregarla sin más
a unos desconocidos, pero lo haría a cambio de mil pesos (Castellanos 1974, 181-184).
Cristina Rivera Garza apunta que en español la palabra “víctima” siempre es femenina (Rivera Garza
2007, 30) y quizá la forma más abyecta de esa victimización sea la violación, hecho impune que ocurre
con las mujeres indígenas en la obra de Rosario Castellanos. Basten algunos ejemplos tomados de
Oficio de tinieblas y de Balún Canán: Leonardo Cifuentes, “un codicioso de indias”, desvirga a Marcela
Gómez Oso, la hermana de Pedro González Winiktón tiene la marca del “pie traspasado por el clavo
con que un caxlán (hombre blanco o mestizo) la sujetó al suelo para consumar su abuso” (Castellanos
1972 A, 20 y 30). César, mientras recorre la finca de Chactajal en compañía de su sobrino, le dice: “Allí
están las indias a tu disposición, Ernesto. A ver cuándo una de estas criaturitas resulta de tu color”
(Castellanos 1983, 80).
En la obra de Rosario Castellanos, tal es el caso de la novela anterior, aparecen dos nanas indígenas,
guardianas de la tradición, quienes saben las leyendas inmemoriales que protegen el orden dado o el
destino del mundo tal y como ha sido transmitido de generación en generación para que pervivan:
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“nos arrebataron lo que habíamos atesorado: la palabra, que es el arca de la memoria” (Castellanos
1983, 9), en Oficio de tinieblas, Teresa Entzin López, “entretenía a la enferma [Idolina] rememorando
las costumbres, las supersticiones, las leyendas de su raza” (Castellanos 1972 A, 84-85).
Si desde tiempos muy remotos se ha considerado lo masculino como “conciencia, voluntad, espíritu,
sol que vivifica, viento que esparce la semilla, mundo que impone el orden sobre el caos; y lo femenino
como pasividad inmanente, inercia, mar que acoge su dádiva, tierra que se abre para la germinación,
forma que rescata de su inanidad a la materia” (Castellanos 1984, 8), ¿qué debe hacer la mujer para
romper este círculo y trascender, ya no sólo a través de la maternidad, sino a través de la cultura? Una
de las señoras que asiste al salón de belleza tiene la respuesta: “No basta adaptarnos a una sociedad
que cambia en la superficie y permanece idéntica en la raíz. No basta imitar los modelos que nos
proponen y que son la respuesta a otras circunstancias que las nuestras. No basta siquiera descubrir lo
que somos. Hay que inventarnos” (Castellanos 1975, 194), lo que en palabras de la autora es volverse
“contrabandistas” (Castellanos 1984, 84) como Safo, Virginia Woolf, Gabriela Mistral y Rosario Caste-
llanos, quien se acercó a la literatura “para trascender” (Castellanos 2005, 208). Escribe para nosotros,
porque “El sentido de la palabra es su destinatario: el otro que escucha, que entiende y que, cuando
responde, convierte a su interlocutor en el que escucha y el que entiende” (Castellanos 1984,108).
Rosario Castellanos busca en sus estudios de literatura y de filosofía, “respuestas para las grandes
preguntas: ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Cómo?” (Castellanos 1984, 205) y para ello desarrolla la tesis de que
el varón recurre a la producción cultural para trascender en el mundo, ya que “los actos culturales son
considerados vías para alcanzar permanencia y superar la finitud humana” (Castellanos 2005, 24) y la
mujer, en cambio, logra esa trascendencia a través de la maternidad. Así, escribir se vuelve un impe-
rativo, tanto poesía “porque se le presentaba una imagen con tal nitidez, con tal persistencia y con
tal fuerza que no le quedaba más remedio que describirla y que interpretarla” (Castellanos 1994, 72)
como relato, “un mundo poblado por entes de ficción” (Castellanos 1996, 98) “donde no es aquella
a quien la muerte ha desechado para elegir a otro, al mejor, al hermano. No es aquella a quien sus
padres abandonaron para llorar, concienzudamente, su duelo. No. Es casi una persona. Tiene derecho
a existir” (Castellanos 1984, 193). Ahora, la niña-narradora de Balún Canán, alter ego de la escritora, ya
tiene nombre, “existe, su cuerpo proyecta sombra, arroja peso en la balanza y […] su nombre es de
los que NO se olvidan” (Castellanos 1972 B, 293). Esta necesidad de trascender es infinita e igual que
la necesidad de escribir, no tiene fin. “Con la pluma en la mano inicio una búsqueda que ha tenido sus
treguas en la medida en que ha tenido sus hallazgos, pero que todavía no termina” (Castellanos 1984,
196).
Como ya se mencionó, la otra gran preocupación de Rosario Castellanos fue la cuestión indígena.
Para dar el contexto de la literatura indigenista hay que tener presente que en los años cuarenta,
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cincuenta y sesenta, la descolonización de muchos países africanos y asiáticos se reflejó en la crítica
literaria a través del enfoque postcolonialista que quiere reivindicar la voz de los hasta ahora sin voz,
excluidos del discurso hegemónico y dominante. Esta perspectiva tenía su primera expresión en el
pensamiento de Frantz Fanon y pretende restablecer la identidad digna del colonizado. En América
Latina, esta tendencia no tenía una repercusión amplia, debido en parte a que la Independencia de
principios del siglo XIX instauró en el poder y en los puestos de mando a los criollos, y no a la población
indígena. Sin embargo, en los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado, apareció en América Latina,
sobre todo en los países con mayor densidad de población autóctona, un renovado interés por su
mundo y el intento de darle cabida en la literatura. Desde el Perú, donde José María Arguedas procuró
una expresión auténtica al integrar el quechua en sus relatos y, al darse cuenta de que aquello no
bastaba, se sumió en el silencio, pasando por Guimarães Rosa con la Tercera orilla donde manifestó la
imposibilidad de dar justicia al otro, hasta Julio Cortázar quien, con voz delicada e irónica, exploró la
posibilidad de ser devorado por un pasado soñado y petrificado. En México se escribe el relato indi-
genista.
Es muy importante que un pueblo o un grupo integre sus recuerdos a la memoria colectiva ya que los
acontecimientos relevantes, así como también los deseos de qué pretende ser una comunidad están
íntimamente ligados a la construcción de la identidad, la cual depende en parte de la posibilidad de
este rescate (Seydel 2007, 60). A lo largo del tiempo, la cultura de la memoria permite un sentimiento
de cohesión en una comunidad determinada (Seydel 2007, 60). Tanto la mujer como el indígena
resultan invisibles de manera oficial y “su papel en la historia no forma parte de una memoria colec-
tiva.” (Carmen Ramos Escandón, citada por Seydel 2007, 34). En este sentido, le corresponde un papel
de suma importancia a la literatura porque nombra las cosas y las hace entrar en un canon y código de
comunicación (Alejo Carpentier), lo que permite así su entrada al discurso oficial y hegemónico.
Ahora bien, Rosario Castellanos ofrece un panorama complejo de la sociedad chiapaneca que analiza
con un realismo crudo y desencantado en el que el lenguaje juega un papel importante. Por un lado,
por la incorporación de giros lingüísticos propios de Chiapas, regionalismos en desuso en otras partes
de México, muchos de ellos para referirse despectivamente a los indígenas, como igualado, alzado,
levantisco, indiada, ajenar, atajadora, enganchado, arrimada, sobajar, aladinar, u otros, como coleto,
castilla, amole, desgonzado, dosel, calcañar, yday; por otro lado, la presencia del tsotsil en los nombres
(Jovel, Bolometic, Winiktón) y las denominaciones (pujil, ilol, caxlán, waigel, posh) cuyo significado
expresa la cosmovisión transmitida por el lenguaje. Pero también está presente la relación de dominio
y de poder que se refleja en el uso del castellano (“castilla”) y del tsotsil. El español es “Idioma, no
como el tzotzil que se dice también en sueños, sino férreo instrumento de señoría, arma de conquista,
punta del látigo de la ley.” (Castellanos 1972 A, 9). Los indígenas no tienen acceso al español, pero
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el ladino, el patrón y el enganchador manejan el tsotsil. Aún cuando lleguen a hablar en español, los
indios no son capaces de comprender cabalmente el significado de las palabras, por ejemplo en el
juicio por revuelta, Pedro González Winiktón, en busca de la justicia, es el indígena que se emancipa y
aprende a leer y escribir en español, lo que le permite el acceso a los documentos, a la información, a
la justicia. El esposo de Juana en Balún Canán es alfabetizado y se rebela contra su patrón. En cambio,
Marcela Gómez Oso, ultrajada y violada, es “[…] aturdida por el lenguaje extraño que le golpeaba los
oídos sin conmover su inteligencia” (Castellanos 1972 A, 17).
Si el indígena está reprimido, la mujer indígena lo es doblemente ya que sufre los desplantes
machistas y de dominio del hombre. “Le habían arrebatado, lo comprendía bien, una posesión, un
dominio suyo: Catalina. Y para recuperarlo no tenía al alcance más que la violencia.” (Castellanos 2005,
559). El papel ideal que debe asumir la mujer es el de la progenitora que perpetúa la estirpe; si no
puede “porque se le secó el vientre”, como a Catalina Díaz, busca la salida en el contacto con los
poderes ocultos, convirtiéndose en “ilol”. Asumir el papel de bruja se convierte en un acto de rebeldía
contra la ideología impuesta por la Iglesia y por la sociedad, circunstancia que evoca el papel asignado
a las mujeres sabias, hierberas y diferentes, en la larga noche de la persecución de las brujas en Europa,
ya que a la mujer se relaciona con la tierra, con los poderes ocultos que la conviertan en hechicera y,
por lo tanto, en manos de las mujeres hay un potencial de revolución y de cambio de paradigmas.
La cosmovisión prehispánica apenas está cubierta por una fina capa de aculturación: la “ilol” Catalina
Díaz Puiljá descubre en una cueva unos ídolos que, al ser destruidos, ella reelabora de barro y que se
convertirán en símbolo para la sublevación de los indígenas contra los blancos. Las vejaciones sufridas
a manos del caxlán constituyen “toda la memoria amarga que el indio adormece en la embriaguez
y en la oración.” (Castellanos 1972 A, 27). El vínculo que se establece en la veneración de lo sagrado
y las “puertas abiertas” de la percepción (William Blake, Aldous Huxley), propio de una cultura sin
pensamiento lineal teleológico, aparece una y otra vez en los escritos de Rosario Castellanos. Para
marcar la diferencia entre los unos y los otros, la distribución jerárquica en un arriba y en un abajo,
las diferencias insalvables entre las dos razas, la autora se expresa así: “Y en el aire –que consagró la
bóveda– resuenan desde entonces las oraciones y los cánticos del caxlán; los lamentos y las súplicas
del indio.” (Castellanos 1972 A, 10). La actitud del padre Manuel Mandujano es la siguiente: “Cada
torpeza de Xaw le irritaba como si el otro la hubiese deliberado. Indio bruto, se repetía, indio animal,
indio desgraciado. ¡Y hay quien te quiere considerar persona!” (Castellanos 2005, 469).
Los indígenas, víctimas de ultrajes, engaños y vejaciones, se han retraído detrás de una máscara inex-
presiva que no permite atisbar su identidad verdadera, asemejándolos a sus antiguos dioses. La flauta
suena como “balbuceo de una raza que ha perdido la memoria” (Castellanos 2005, 491). Contemp-
lando el rostro de la nana indígena Teresa, Julia Acevedo, la Alazana, medita: “En vano rastreaba, sobre
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aquel rostro inexpresivo, las huellas de un episodio tan cruel, de una generosidad tan desmedida o de
una abyección tan profunda. No hallaba más que un olvido mineral, una inhumana resignación” (Caste-
llanos 2005, 490). La memoria es potente, llama a la acción, se trata de despertarla y asociar el presente
miserable con los atisbos de la esperanza. “Y Catalina habló. Palabras incoherentes, sin sentido. Se
agolpaban en su lengua las imágenes, los recuerdos. Su memoria ensanchaba sus límites hasta abarcar
experiencias, vidas que no eran la suya, insignificante y pobre. En su voz vibraban los sueños de la tribu,
la esperanza arrebatada a los que mueren, las reminiscencias de un pasado abolido.” (Castellanos
2005, 558). Pero no sólo el pasado puede convertirse en portador de una esperanza emancipadora.
Una buena parte de la obra de Rosario Castellanos presenta el proyecto cardenista como posibilidad
de dignidad e igualdad, “El indio, igualado, alzado por una disposición del Gobierno, ya no andará
como ahora, siempre pegado a la pared, como buscando protección en ella.” (Castellanos 2005, 498).
Fernando Ulloa opina que “Hasta hoy los indios han estado bajo una tutela que se presta a muchos
abusos. Pero alcanzarán la mayoría de edad cuando sepan leer, escribir, cultivar racionalmente su
tierra.” (Castellanos 2005, 498). El proyecto de justicia social del cual la primera condición es la repar-
tición de la tierra suena en boca de Pedro González Winiktón así: “Seremos, desde entonces, indios
con tierra, indios iguales a los ladinos. Y ésta será la primera palabra del dios que se haya cumplido.”
(Castellanos 2005, 561).
La escritora inscribe el mundo ancestral de tradición ininterrumpida con las tradiciones prehispánicas,
sus creencias, su lenguaje, su forma de ser, su sentir en el complejo entramado de la sociedad chiapa-
neca, de Comitán de las Flores (o Comitán de Domínguez), de San Cristóbal de las Casas (nunca llamada
así por Rosario Castellanos, sino Jovel o Ciudad Real), de los parajes y de los pueblos. Ella presenta el
entrecruzado entre relaciones sociales complejas, entre los dominantes y los dominados, problemas
raciales entre los blancos, los mestizos, los ladinos, los caxlanes, por un lado, y el indígena, el indio, por
el otro, a lo que le agrega problemas religiosos. En una palabra, es un tejido social complejo, descrito
con un realismo crudo desencantado. En la antología de cuentos Ciudad Real, presenta los lastres de
la sociedad chiapaneca que se remontan a tiempos ancestrales y que sirven para la explotación, los
cuales el indígena asimila parcialmente y los integra a sus propias vivencias. En el cuento La muerte del
tigre se describe un pueblo ancestral, los Bolometic, los del tigre, en idioma tsotsil, cuya metáfora es
el tigre, que ruge herido en la espesura de la selva y presenta así la historia de la Conquista y del exter-
minio de un pueblo originario que debe buscar sustento con los enganchadores quienes, con sueldos
míseros y condiciones laborales deplorables, contribuyen a la desaparición de la tribu. El alcohol, tan
importante en las festividades religiosas y los rituales de los indígenas se enlaza con el espíritu malo
pukuj, demonio y señor de los montes. La vejez, yugo y desafío encuentra a un anciano a la merced de
la benevolencia de su pueblo mientras que pueda acogerse a una función religiosa, la de mayordomo.
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Pero, ironía el destino, siendo víctima de una cruel broma, cree que los santos no hablan el tsotsil, y
por su embriaguez solitaria los otros lo echan fuera del templo. La injerencia de elementos extraños
a Chiapas con la supuesta misión de brindar ayuda a los indios que tiene fines encubiertos da pie para
presentar el cinismo que está detrás de aquello. El mundo indígena tampoco es un mundo idílico, falto
de conflicto y contradicciones.
En resumen, Rosario Castellanos, como la gran escritora que es, no concilia las contradicciones
abiertas y entrevistas en su obra y ofrece un panorama complejo, crudo, desencantado, como la reali-
dad misma en que se inscribe.
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Bibliografía
CASTELLANOS, ROSARIO
1979. Álbum de familia. México: Editorial Joaquín Mortiz (Serie del volador).
1983. Balún Canán. México: Editorial Secretaría de Educación Pública (Col. Lecturas Mexicanas, 6).
1994. Cartas a Ricardo. México: Editorial CONACULTA (Col. Memorias Mexicanas).
2008. Ciudad Real. México: Punto de Lectura.
1975. El eterno femenino. México: Editorial Fondo de Cultura Económica (Col. Popular, 144).
1974. El uso de la palabra. México: Excélsior.
1964. Los convidados de agosto. México: Editorial Era.
1984. Mujer que sabe latín. México: Editorial Secretaría de Educación Pública / Fondo de Cultura Económica (Col. Letras Mexicanas, 32).
2005. Obras I. Narrativa. México: Fondo de Cultura Económica (Col. Letras Mexicanas).
1972 A. Oficio de tinieblas. México: Editorial Joaquín Mortiz (Col. Novelistas Contemporáneos).
1972 B. Poesía no eres tú. Obra poética: 1948-1971. México: Editorial Fondo de Cultura Económica (Col. Letras Mexicanas).
1996. Rito de iniciación. México: Editorial Alfaguara.
2005. Sobre cultura femenina. México: Editorial Fondo de Cultura Económica (Col. Letras Mexicanas, 139).
NUEVO TESTAMENTO TRILINGÜE
1977. Edición crítica por José María Bover y José O’Callaghan, Madrid, Editorial Biblioteca de Autores Cristianos.
RIVERA GARZA, CRISTINA
2007. La muerte me da. México: Editorial Tusquets (Col. Andanzas).
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SEYDEL, UTE
2007. Narrar historia(s). La ficcionalización de temas históricos por las escritoras mexicanas Elena Garro, Rosa Beltrán y Carmen Boullosa (un acercamiento transdisciplinario a la ficción histórica). Frankfurt/
Main: Iberoamericana-Vervuert.
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A cien años de la Primera Guerra Mundial. Revisión y crítica a la obra Guerra y Revolución: las grandes potencias y México, 1914-1918 de Esperanza Durán.
Alma Rosa Chávez Medellín1
Resumen.
El presente escrito aspira a brindar una reflexión al trabajo histórico
de Esperanza Durán con el único objetivo de orientar al lector en el
manejo de fuentes historiográficas relacionadas con el tema, bajo la
firme creencia de que la revisión y crítica a la historiografía mexicana
construirá en el futuro un mejor aprovechamiento de fuentes docu-
mentales así como una mayor cautela de las mismas. La redundancia
interpretativa o los “vicios” a la hora de buscar información son un
problema latente en la investigación actual, por lo que las líneas siguien-
tes intentan aportar a la construcción histórica nacional.
Abstract
This brief text aims to provide a reflection to the historical work of
Esperanza Duran with the sole purpose of guiding the reader in the
management of historiographical sources related to the topic. On the
believe that review and critique of the Mexican historiography will build
in the future better use of documentary sources, as well as a more
cautious of them. Interpretative redundancy or “vices” in seeking infor-
mation are latent in the current research problem, so the following lines
try to give their two cents on national historic building.
1 Alma Rosa Chávez Medellín es tesista de licenciatura del Colegio de Estudios Latinoamericanos de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Correo electrónico <alma.rosa.medellin@gmail.com>
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Guerra y Revolución: las grandes potencias y México 1914-1918 inicialmente fue una tesis doctoral referen-
te a la participación de México antes y durante la Primera Guerra Mundial, escrita para la Universidad
de Oxford en 1980. Tras cinco años de revisiones, en 1985, el Colegio de México logró la primera edición
de este novedoso trabajo para la historiografía mexicana, pues funda una de las bases para un cono-
cimiento más amplio de este periodo de intensa actividad política, diplomática y bélica en el mundo.
Esta publicación, aunque fue novedosa en la década de los ochenta no representa un estudio pionero
sobre el tema. Friedrich Katz en su obra La guerra secreta en México, publicada en 19822, aborda los
mismos ejes temáticos que Durán, sin embargo, la metodología que ambos siguieron es distinta, lo
que proporciona una variedad de conclusiones. La investigación de Katz se sustenta básicamente en
fuentes documentales, de las cuales muchas no habían sido revisadas con antelación por otro histo-
riador. Durán basa su análisis en la mezcla de varias disciplinas, como son la historia cuantitativa y
las relaciones internacionales, así como en la bibliografía existente sobre el tema, permitiéndole
contrastar puntos de vista sobre un mismo acontecimiento. En lo que se refiere a fuentes primarias, su
investigación se respalda en la comparación de documentos oficiales y alternos, logrando importantes
hallazgos en materia económica, por ejemplo la importancia del petróleo mexicano en la Primera
Guerra Mundial.
La comparación de archivos gubernamentales y de fuentes externas al registro oficial es una técnica
imprescindible en la investigación documental, pues los archivos (fundamentales para toda investi-
gación histórica seria) no siempre brindan la verdad absoluta. Durante las primeras dos décadas del
siglo XX, los informes presidenciales así como los registros económicos nacionales o extranjeros
algunas veces no fueron sinceros, al estar detrás de ellos la intención de obtener ciertos beneficios.
Por ejemplo, en la exigencia de empresas extranjeras para la indemnización de sus inmuebles destrui-
dos durante la Revolución mexicana, los costos de la infraestructura fueron elevados respecto a la
pérdida real. Este elemento, si no se analiza con cuidado, puede generar interpretaciones erróneas. La
autora nos advierte que la selección y comparación de fuentes debe ser en extremo cuidadosa pues
cualquier error de interpretación podría cambiar la percepción de un hecho histórico. Como muestra,
tenemos que la prensa norteamericana publicó notas alarmantes respecto a las relaciones México-
japonesas previas a la guerra, cuando en realidad no se cuentan con datos serios que confirmen una
relación militar con Japón (con base en la investigación de nuestra autora).
Uno de los objetivos que es posible observar en el trabajo de Esperanza Durán es confirmar o cues-
tionar conclusiones que fueron tomadas como verdaderas dentro de los estudios sobre la Revolución
Mexicana y su relación con el exterior antes y durante la Primer Gran Guerra. Su interés está centrado
2 Katz, Friedrich 1982, La guerra secreta en México: Europa, Estados Unidos y la Revolución mexicana. México: Ediciones Era.
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en investigar hasta dónde llegó la influencia internacional dentro de la política mexicana, que se encon-
traba en medio de una revolución social, y analiza el impacto de esta injerencia tanto en México como
en los países involucrados.
Su investigación está dividida sistemáticamente en tres partes, a saber: un antecedente de las rela-
ciones diplomáticas, económicas y comerciales entre México y las principales potencias económicas al
inicio del siglo XX, desde el gobierno de Porfirio Díaz hasta la caída del gobierno de Victoriano Huerta
en 1914, cuya derrota coincide con el inicio del conflicto bélico mundial; el segundo apartado se contex-
tualiza en el auge de la guerra y lo dedica a la participación de Estados Unidos en la política externa
latinoamericana y en cómo ésta fue percibida por los “Aliados” y por “El Eje”, quienes tuvieron gran
interés en los acontecimientos políticos de nuestro continente; el tercer apartado localiza el tortuoso
gobierno de Venustiano Carranza hacia la búsqueda de la independencia política y sus esfuerzos por
salvar la economía mexicana, motivos por los que buscó el apoyo de Alemania. También incluye la
rivalidad propagandística entre germanos y aliadófilos en nuestro país, sin embargo, en contraste con
otros apartados, en éste existe una “carencia de información”, que deja de lado el importante estudio
de la recepción de la guerra europea en la opinión pública de nuestro país.
Durán afirma que se ha desestimado la importancia del petróleo mexicano en la arena inter-nacional (Durán 1985, 53-63), pero no rechaza los trabajos que apuntan la trascendencia del crudo en aquellos años. En sí, su crítica radica en el poco estudio que se tenía en los ochentas sobre este tema y que representó un vacío historiográfico importante. Por tal razón, el Colegio de México emprendió un “Programa de Estudios sobre la perspectiva internacional en relación con la política mexicana de energéticos” (PROINTERGEMEX) que inició en 1980 y concluyó en 1988, el cual produjo un saldo de quince libros publicados y más de cien cuadernos de estudio, donde Esperanza Durán fue una importante colaboradora.3
Pero, ¿qué tiene de especial ésta década para que aumentaran las investigaciones sobre el petróleo?
y ¿por qué una obra escrita hace más de veinte años tiene relevancia actualmente? En los ochenta, Miguel
de la Madrid inició la privatización de paraestatales que continuó con los gobiernos de Salinas de
Gortari, Zedillo, Fox, Calderón y Peña Nieto incluyendo por supuesto el tema del subsuelo. Conside-
rando que la presidencia actual ha “radicalizado” las propuestas de inversión extranjera en PEMEX,
vale la pena preguntarnos qué tan informados estamos sobre la historia del petróleo mexicano y, más
aún como sociedad, qué tanto estamos involucrados en la toma de decisión sobre un recurso natural que
provee la mayor parte del ingreso total del país.
El gobierno de Lázaro Cárdenas sin duda es popular, entre otras cosas, por la nacionalización del
crudo, sin embargo, esto no significa que antes no haya existido la iniciativa de tomar el control. Desde
3 Para una mayor información acerca de la investigación del petróleo en la obra de la autora, revisar el texto: Durán, Esperanza 1981, El petróleo mexicano en la primera guerra mundial. Cuaderno núm. 12; Colegio de México.
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el gobierno de Venustiano Carranza, hubo gran preocupación por administrar las ganancias de los
yacimientos, sobre todo porque el país se encontraba en una profunda crisis económica producto de
la Revolución mexicana. Parte de los intentos para regular este ingreso consistieron en decretar en
la Constitución de 1917 el control de la Nación sobre todos los recursos del subsuelo e implementar
impuestos para su explotación, medidas que le ocasionaron grandes diferencias con las empresas
extranjeras.
Estos antecedentes motivaron a Esperanza Durán, de la mano con otros investigadores, a producir
análisis que ayuden a construir un criterio propio sobre un tema que hoy en día es de gran trascen-
dencia para los mexicanos y las empresas internacionales ya que para generar conciencia sobre su
importancia, resulta indispensable conocer su historia. En lo particular, la investigación de ésta autora
ofrece una gama muy amplia de conclusiones que esperan ser confirmadas o refutadas, por lo que es
un libro clásico en la historiografía mexicana y en la coyuntura actual.
Bibliografía.
DURÁN, ESPERANZA
1985 Guerra y Revolución: las grandes potencias y México, 1914-1918. México: Centro de Estudios Inter-nacionales: COLMEX.
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Severino Salazar en las páginas de Fuentes Humanísticas1
Teresita Quiroz Ávila2
Compartí con Severino Salazar y Alejandra Herrera un viaje a los terri-
torios de la Universidad Autónoma del Estado de México en Atizapán,
ella iba manejando tranquila pero atenta al camino de doble circu-
lación, bordeando la carreterita a La Colmena y a Villa del Carbón,
hasta llegar a las instalaciones de la UAEM, para platicar con un grupo
de alumnos quienes escucharon el comentario que hizo Severino y Ale
sobre Tréboles el libro de cuentos de Jorge Medel, una publicación de
la UAM con los relatos de su querido colega. En ese itinerario conocí a
un profesor de la UAM alegre y bullanguero, inteligente e irreverente,
siempre respetuoso con los chavos y su ignorancia juvenil, a diferencia
de otros que desprecian no sé si la falta de experiencia o el exceso de
juventud. Fuimos y regresamos platicando de la manera más placentera
de literatura, de la Universidad y sobre todo de la vida, de la alegría de
vivir, aunque algunas veces nos arriesgáramos demasiado, rozando las
fronteras, nadando en aguas no muy cristalinas y cruzando como mala-
baristas de circo sobre un cable tenso entre un punto y otro de la pista
de la vida, pero con arrojo. Un recorrido que siempre recordaré entre
esos tres amigos que me incluyeron en su plática.
1 Coloquio Homenaje a Severino Salazar que se realizó del 28 al 30 de octubre de 2015, en Casa Rafael Galván, organizado por el Área de Literatura, la Especialización y la Maestría en Literatura mexicana del Departamento de Humanidades, CSH, UAM A.2 Departamento de Humanidades de la Universidad Autónoma Metropolitana. Editora de la Revista Fuentes Humanísticas desde 2011 y autora de los libros La ciudad de México un guerrero águila. El mapa de Emily Edwards (2005) y La mirada urbana en Mariano Azuela (2014). Coordinó La imagen en la historiografía. Representaciones visuales y verbales de tiempo y espacio (2011) y El espacio. Presencia y representación (2009) con Hernández Fuentes y Martínez, respectivamente.
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Valga decir todas las referencias al terruño que ubican a Severino Salazar, que Zacatecas es su lugar
de origen y muchas de sus obras nos llevan a esa provincia familiar que traía en la sangre y se quedó
en sus escritos. Otros sitios también lo determinaron, distintos arraigos geográficos marcaron la sensi-
bilidad del autor y lo llevaron a sembrar raíces en la tierra chintolola de Azcapotzalco. Otros que más
le conocieron, contarán con mayor detalle respecto a las claves de su existencia, de su alegría, o el
sentido crítico ante la vida o ante la fauna y la flora que le rodeaba. Colegas, especialistas o amigos,
tendrán mayor tino y con superior cuidado analizarán uno a uno los elementos para deconstruir la obra
del Salazar Muro.
Lo que quiero apuntar es el registro que dejó este magnífico autor en las publicaciones de UAM
Azcapotzalco, en Revista A seguramente también escribió. En Fuentes Humanísticas tuvimos el honor
de publicar reseñas, cuentos maravillosos y desgarradoramente coyunturales como “Los guajolotes de
navidad” que después volvió a titular como “Tepetongo”; también, en doce números de Tema y Varia-
ciones del Área de literatura, participó con reseñas, artículos, cuentos y como coordinador académico
editorial del ejemplar dedicado a Luisa Josefina Hernández.
Sin embargo, hoy, quiero hablar desde mi trinchera editorial. Valga la anécdota, ese suceso, esa frase
que le da impulso a mi diario trabajo en la edición académica, aquello fue un gran reconocimiento del
profesor Severino. Yo era asistente de Silvia Pappe (una magnífica editora) en la Coordinación Divi-
sional, en el programa editorial se tenía un libro de pocas páginas, en la etapa de revisiones al cual yo
daba seguimiento al susodicho trabajo del homenajeado, éste me dijo: “Tú también eres mi editora en
la UAM, cuidas que el libro salga sin errores, que no tenga obstáculos en su gestación, que nazca bien
bonito. Tú cuidas como una nana a nuestros futuros libros”. Verdad o mentira, halago para obligarme
a darle más atención a su trabajo, sus palabras, me mandan laborar en la edición de las ideas de los
profesores y colegas con responsabilidad, con cariño y exigencia cada día.
Desde ahí parto y hoy, pretendo hacer énfasis en las veces que Severino habitó la revista del Depar-
tamento de Humanidades, esa que a principios de 1990 se llamó Fuentes y más tarde amplió su nombre
a Fuentes Humanísticas, bajo la dirección de Sandro Cohen y Marcela Suárez; la cual tenía como obje-
tivo profundizar en que los acervos documentales: las fuentes, debían analizarse desde la óptica de
las Humanidades. Ya en los primeros números publicados, Severino participó en la comunidad edito-
rial creada para que los colegas de Historia y Literatura dieran a conocer reflexiones, investigaciones,
crítica y creación literaria. En esos años Fuentes era toda para la colectividad de Humanidades y se
podía invitar a otros colegas a escribir, como quien invita a su casa a los amigos a charlar de las preocu-
paciones que dan fortaleza al pensamiento, la razón y la sensibilidad.
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Fuentes, como varias de las revistas de Ciencias Sociales y Humanidades, vio la luz ante la creciente
producción escrita que rebasó los límites de la publicación Divisional: la Revista A (Azcapotzalco), la
cual nació con un formato de 20 x 6.5 centímetros, en los primeros años de la década de los ochenta,
para promover el análisis temático desde la interdisciplina. Así, Revista A propició la producción escrita
y, una década después de su aparición, el incremento de artículos era tal que sus páginas fueron insu-
ficientes para la cantidad de debates generados y la productividad de la planta docente, que también
se sintió motivada por el sistema de promoción y reclasificación académica. La Revista Divisional A se
fue difuminando y cedió su proyecto editorial ante aquellos nuevos tiempos, dando paso a las revistas
departamentales que preponderaron las problemáticas particulares de cada unidad docente, sus líneas
de investigación y áreas de especialización; las publicaciones periódicas y quizá un poco la vida cotidia-
na, se departamentalizaron. Las políticas públicas de educación marcaron el rumbo de fortalecernos
al interior, constituir colectivos fuertes y cerrados; hoy, 25 años después, los tiempos nos requieren
liberarnos de la endogamia, esa que era una fortaleza y ahora parece, es una limitante.
Pero regresaré a mi cometido, tratar la producción que Severino Salazar imprimió en Fuentes
Humanísticas. Textos que dan lustre a la revista, de un destacado escritor que creció como la espuma,
que escribía cada vez mejor y con mayor intensidad. Fuentes Humanísticas publicó en los años noventa
dos primicias de creación literaria de Severino Salazar: un fragmento de la novela Desiertos intactos y el
cuento “Los guajolotes de navidad” (cuya historia irrumpe en la ciudad quebrantada por los sismos de
1985), además de siete reseñas y dos artículos. Severino Salazar siempre participó en el espacio público
e impreso de Humanidades, hizo suyas la caja editorial, las columnas y las notas al pie de página, dejó
su rúbrica en los folios y su nombre nos distingue. Severino compartió su deliciosa, estrujante y alegre
literatura; también nos participó sus lecturas y el acercamiento intelectual que le produjeron tales
libros, fue bondadoso, contribuyó a los cimientos y a la construcción de nuestra Revista con sus inqui-
etantes ideas.
Los textos de Severino quedaron plasmados en el formato de Fuentes cuando ésta se editaba en
un tamaño carta, durante varios años mantuvo la dimensión 28 x 21.5 centímetros, aunque al interior
se fue modificando su diseño y composición. Al principio no tenía secciones y la tipografía aparecía
con patines, el diseño de la caja era de cinco columnas, cuatro fundidas en dos y una quinta que, con
elegancia, al margen contenía referencias o pequeñas ilustraciones, por ejemplo, en las páginas donde
habita el fragmento de Desiertos intactos, corren por sus orillas algunas hormigas, también las reseñas
se montaban en tres columnas con sus dos corondeles. En otro momento, las secciones se implan-
taron y dieron orden de presentación a los textos, por ejemplo, en el apartado titulado “Creación”
hizo presencia “Los guajolotes de navidad”, en la sección “Literatura” e “Historia” se incorporaron
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los artículos y ensayos referidos a las respectivas disciplinas, en “Quehacer universitario” se detal-
laron las actividades y congresos organizados por los grupos de humanistas, evidencia de importantes
reuniones de divulgación con temáticas particulares como la reseña de la Memorias del Tercer Coloquio
de lenguas extranjeras (2003), y en “Mirada crítica” se ubicaron reseñas y comentarios con un tenor
analítico.
En algún momento del tiempo editorial, se abandonaron los patines que fluían de un carácter a otro
y se introdujo una tipografía más redonda en dos columnas. Entre estos paisajes de la página con sus
detalles editoriales, entre los corondeles como calles y las fronteras de los márgenes y sus blancos, las
plecas como susurros y las capitulares que abren grande la boca para iniciar sus historias y sus argu-
mentaciones, o las dedicatorias que se rinden a los otros y respetuosamente se les regala el universo
de un texto publicado, como Severino, quien tributó sus guajolotes a Ociel Flores y su lectura de El
rancho se nos llenó de viejos a Pedro Valtierra porque él “ha sabido fotografiar estas tierras”, me refiero
a la provincia zacatecana de Salazar. Ahí, justó ahí entre la traza editorial y sobre las avenidas de la
revista, se levantan edificios de magníficos cimientos: las narraciones de Severino, engarce de palabras
que van navegando en ese formato tamaño carta de la primera década de Fuentes Humanísticas.
Las lecturas de Severino Salazar, de las cuales publicó sus notas en los primeros años de los noventa,
nos muestran la preocupación del escritor quien, como parte de su oficio, se mantiene informado de
las últimas novedades y debates que sobre su disciplina se publican, las referencias sobre la historia
de la literatura que se pueden encontrar en el texto Las voces olvidadas (1991) sobre mujeres escri-
toras del siglo XIX, o los ejemplares que abordan las estrategias para la escritura, desde la experiencia
de educación popular en El Salvador, registrada en Alfabetizar bajo la guerra (1992), hasta “los diez
mandamientos del escritor” y la invitación, plenamente subjetiva, de autores a leer el libro Verdad y
mentira en la literatura (1992).
En 1991 apareció la Antología crítica de las narradoras mexicanas nacidas en el siglo XIX, compilación
de Ana Rosa Domenella y Nora Pasternac, en El Colegio de México, Severino tituló a su reseña sobre
ésta “Las voces olvidadas”, en la que nos muestra este libro como un exhaustivo trabajo en cual las
integrantes del Taller de Narrativa Femenina Mexicana de El Colegio de México estudiaron a nueve
escritoras de la segunda mitad del siglo XIX e incorporaron en cada capítulo una selección de su obra.
Salazar Muro resalta la metodología que se utilizó, desde la biografía, sociología e historia de las
ideas, para el estudio y énfasis de los argumentos acerca del predominio del mundo femenino en
los acontecimientos sociales o históricos a consecuencia de “los valores patriarcales, eclesiásticos y
moralizantes”, mismos que dan contención a las autoras y son motivo de su creación, que abarcó
diversos estilos y formatos: novelas de corte clandestino, memorias de vida y crónicas de viajes, entre
más. Las autoras analizadas y las especialistas, forman parte de un grupo de mujeres que estudian y
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buscan los antecedentes socioculturales de las ideas de sus precursoras, quienes encontraron en la
escritura una forma de presentar sus posturas. Como señala Salazar, “este libro, preparado amorosa-
mente también por mujeres –inteligentes y estudiosas, interesadas en todas las manifestaciones de
lo femenino-, se convierte en una piedra fundamental para entender el actual edificio de la literatura
mexicana” (Salazar 1992, 106).
En “Libro personal”, Salazar inspecciona Verdad y mentira en la literatura (1992) de Stephen Vizinczey;
en este catálogo de enseñanzas, identifica un libro privado donde es clara la postura parcial del autor
en su preferencia de temáticas y en la lección que comparte sobre la forma de contar a partir de “Los
diez mandamientos del escritor”, así como las sugerencias de sus autores predilectos o los peligros
en los cuales se ha caído, por ejemplo, la mitificación que la literatura y el cine norteamericano han
construido de la mafia como héroes y valores a seguir. Severino insiste en el tono de la obra y de su
autor pues el libro se lee con claridad, muestra belleza, entusiasmo y logra conmover al lector a partir
de aquello que a él mismo le emociona.
Editado también en 1992, reseñó Alfabetizar bajo la guerra, que se compone de dos partes, la primera
relata de forma directa, entusiasta y desgarradora la historia del pueblo salvadoreño desde su Inde-
pendencia, pasando por el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, la conformación de
la Asociación Nacional de Educadores y los Poderes Populares Locales, enmarcando el pasado de El
Salvador con la poesía de Roque Dalton, asesinado por los militares. La segunda parte de Alfabetizar
bajo la guerra, cuenta la experiencia y los testimonios de los alumnos y los maestros en el proceso de
enseñar a leer y escribir para liberarse de la ignorancia y la opresión histórica, “hombres y mujeres
heroicos […] santos modernos […] que se consagran a echar luz sobre los otros […] para ‘construir
sujetos sociales capaces de leer la realidad para escribir su historia” (Salazar 1992, 114). Severino, en su
excelente trabajo de escritura y crítica ácida, siempre mantuvo la humildad y el reconocimiento ante
individuos y proyectos con vida propia, me refiero a la cita que cierra su reseña: “Que otros, los ente-
rados, hablen de los métodos, los marcos teóricos, yo sólo me quedo con una enseñanza de este libro:
un ser poseído por un ideal, que pueda cargar en su mente la imagen de una utopía, puede ser alguien
tan terrible y poderoso como un dios (Salazar 1992, 114).”
Nuestro colaborador de Fuentes Humanísticas, Severino Salazar, a mediados y finales de los noventa,
comentó dos publicaciones de ficción escritas por autores jóvenes y promovidas por nuevas empresas
editoriales. De Luis Horacio Heredia, impresa en Tierra Adentro, leyó El azar es azul; en Cal y Arena
discurrió por La perfecta espiral de Héctor de Mauleón. Salazar nos cuenta de sus tramas pero no
las elije a la suerte pues podemos ubicar que en ambos textos de ficción, una novela y un conjunto
de cuentos, están hermanados por un ambiente de transgresión en tanto sitúan la obscuridad como
el tono donde suceden los acontecimientos, la carencia de luz propicia las acciones de los prota-
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gonistas, en El azar es azul “una pandilla de personajes enfermos de juventud” que habitan en una
provincia, la cual “ya no es una serie de rancherías”, se apropian de las camas de hotel para encontrar
en el sexo el éxtasis de la existencia, toda la novela colmada de la estridencia sonora del rock de los
años ochenta. En La perfecta espiral, la vida de un conjunto de vecinos se quebranta con la penumbra
gótica y fantasmal del edificio que habitan, un lugar marcado por su escalera de caracol, sus pasillos
y departamentos como laberintos, un inmueble donde han sucedido infinidad de misterios y pecados
“lo monstruoso es el edificio. Tiene un historial impresionante de crímenes, suicidios, horrores inimagi-
nables” (Salazar 1999, 191).
A Salazar, la novela El azar es azul le provoca la nostalgia de los ochentas: chavos provincianos que
aman sin condones en los hoteles y motelitos de paso, escuchan rock y por las rolas creen apropiarse
del imperio, andan de fiesta en fiesta y la noche los acompaña en sus aventuras. Severino Salazar
remarca lo que Heredia hace prodigioso en la historia: el ritmo lo pone la música y en particular el rock
en el tono melódico, las letras de canciones en español se convierten en territorios de la exclusión,
las gringas, quienes son la encarnación del rock, mujeres que representan lo extranjero y se dejan
aprehender, ellos que se las apropian, que se las cogen, como si se pudiera apresar una rola con un
churrito de mota. El hotel es una “bendita ambigüedad de lugar encantado y mágico y a la vez […]
lugar siniestro, sórdido”, y la cama de la habitación rentada es el auténtico “punto culminante de
la comunicación” (Salazar 1994, 140). Pero para Salazar esta novela llena de música, sexo y drogas
muestra el vacío profundo en que viven estos jóvenes, como desterrados, en un exilio nocturno de
la fiesta-hotel-cama todo cubierto por el sonido de la guitarra, los acordes de bajo y la descarga de la
batería, la verdadera pena llega al salir el sol, la cruda de la vida.
En “La perfecta espiral” se reseña el libro de cuentos que lleva el mismo título, compendio de
historias que a su vez toma nombre del primer relato, en el que no hay escapatoria pues todo sucede
en el mismo edificio, indiviso tornillo que únicamente permite subir y bajar a los distintos infiernos. En
este sentido, las narraciones de fantasmas de Mauleón son identificadas por Severino Salazar como
“las metamorfosis más recientes del universo gótico”, aprovecha el espacio de su reseña para expli-
carnos la extravagancia y lo grotesco del horror en este tipo de literatura: los personajes, el lugar
encantado y la importancia de la noche “mucho más vasta que el día: los misterios que oculta son
insondables”. Cierra su comentario diciendo “El lector interesado en la literatura gótica deberá aden-
trarse en La perfecta espiral, primer libro de Héctor de Mauleón […]” (Salazar 1999, 191).
No puedo terminar este comentario sin mencionar a quienes en los presentes y aquellos años han
sido sus asiduas lectoras, críticas, y las que en Fuentes Humanísticas también han comentado los textos
de Salazar Muro: Alejandra Herrera Galván, Vida Valero Borrás y Azucena Rodríguez Torres. Esta
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última escribió “Severino Salazar, El imperio de las flores”, Valero y Herrera redactaron “La utopía en
‘¡Pájaro vuelve a tu jaula!’...”, Herrera Galván ha dedicado más páginas en Fuentes Humanísticas para
nuestro autor en sus trabajos: “Literatura, religión y homosexualidad”, sobre la arquitectura literaria
de “Salazar Muro que con catedrales construía párrafos” y respecto al cuento, “‘Los santos reyes’ de
Severino Salazar o un sueño de papel frente a la deshumanización del mundo global”. Ellas siempre
reconocieron la deliciosa, sarcástica, bullanguera, puntiaguda y crítica perspectiva de la vida y la lite-
ratura de Severino. Esta nota como homenaje, las lecturas hechas y por hacer, las reseñas y las marcas
que aparecen en distintas publicaciones, son ahora un regalo que dejó el autor a los lectores, la inteli-
gencia y memoria de un excelente escritor que estuvo cerquita de nosotros, aunque haya sido de filón.
Todo esto, como dice Ale Herrera en una dedicatoria es: “A Seve, por supuesto”.
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BIBLIOGRAFÍA.
SALAZAR, SEVERINO
1991 “Las voces olvidadas”, Fuentes Humanísticas núm. 4, pp. 105 y 106 (reseña de Las voces olvidadas. Antología crítica de las narradoras mexicanas nacidas en el siglo XIX, Colegio de México, 451 pp.)
1992a “Libro personal”, Fuentes Humanísticas núm. 5, pp. 95 y 96 (reseña de Verdad y mentida en la literatura, Grijalbo, 314 pp.)
1992b “Dos crónicas. Un encuentro con Edmundo Valadés”, Fuentes Humanísticas núm. 3, pp. 80 y 82.
1992c “Alfabetizar bajo la guerra”, Fuentes Humanísticas núm. 7, pp. 113 y 114. (Reseña de María Eugenia Toledo Hermosillo, Alfabetizar bajo la guena. La educación popular en El Salvador, México, 1992)
1994 “El azar es azul”, Fuentes Humanísticas núm. 11, pp. 139-141. (Reseña de El azar es azul de Luis Horacio Heredia, Tierra Adentro núm. 89, 111 pp.)
1999 “La perfecta espiral”, Fuentes Humanísticas núm. 19, pp. 190 y 191. (Reseña de La perfecta espiral de Héctor Mauleón, Cal y Arena, 1999)
2003 “Un viaje sentimental a través de un libro de Francis Mestries Benquet”, Fuentes Humanísticas núm. 25-26, pp. 238 y 239. (Reseña de El rancho se nos llenó de viejos, de Francis Metries Benquet, Plaza
y Valdés / Universidad Autónoma de Zacatecas, 19 pp.)
2003 “Memorias del Tercer Coloquio de Lenguas extranjeras”, Fuentes Humanísticas núm. 28, pp. 203 y 204. (Reseña de Memorias del Tercer Coloquio de Lenguas extranjeras de Gabriela Cortés Sánchez y
Gladys Novoa Gamas (compiladoras), Biblioteca de Ciencias Sociales y Humanidades UAM, 2003).
2003 “In memoriam de Teófilo Espinosa Castañeda”, Fuentes Humanísticas núm. 28, pp. 193 y 194. (Reseña de In memoriam de Teófilo Espinosa Castañeda, Edición de autor, 2003, 100 pp.)
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