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Diego González Nieto 107
ISSN 1540 5877 eHumanista 43 (2019): 107-125
Los agentes diplomáticos en la Curia pontificia de Enrique IV, rey de Castilla
(1454-1474): perfil socio-profesional
Diego González Nieto1
(Universidad Complutense de Madrid)
1. Introducción
En el reinado de Enrique IV de Castilla (1454-1474) se detecta una intensificación de
la actividad diplomática de la Corona castellana con el pontificado motivada, aparte de
por las tradicionales cuestiones que habían copado las negociaciones y conflictos entre
ambos poderes a lo largo de toda la etapa bajomedieval, esto es, las beneficiales, las
fiscales y las jurisdiccionales, por las graves crisis políticas que atravesó Castilla durante
su mandato (Nieto Soria 1996; Villarroel González 2009, 317-319 y 325-337), las cuales,
como hemos tenido ocasión de comprobar (González Nieto 2018), le obligaron a procurar
el respaldo de la Santa Sede con el fin prioritario de legitimar su posición frente a aquellos
que contestaban su autoridad desde el interior del reino. En consecuencia, atender a las
relaciones de este monarca con Roma es una cuestión esencial para la comprensión del
propio devenir de su reinado.
Como acertadamente ha señalado Fernández de Córdova Miralles (2005, 260), la
cuestión de las relaciones entre las monarquías peninsulares y el Pontificado “admite
tantas perspectivas de análisis como variados son los campos de negociación de este
sistema bipolar”. Entre esos variados campos de análisis, uno de indudable interés es el
referente a las formas de representación que los monarcas emplearon ante la Santa Sede,
lo que nos remite a la necesaria valoración de los individuos que sirvieron de enlace entre
la Curia pontificia y aquellos. En este sentido, ya Nieto Soria (1996, 186-187) llamó la
atención sobre la necesidad de atender al conjunto de laicos y eclesiásticos que
representaron a Enrique IV en la Corte romana debido, principalmente, a su protagonismo
en el desarrollo de las relaciones entre ambos poderes y a su labor para la consecución de
los objetivos que el monarca pretendió alcanzar en la Curia.
Es en este marco concreto donde se sitúa el presente trabajo, cuyo objetivo es presentar
los resultados avanzados de un análisis específico sobre el perfil socio-profesional de los
agentes diplomáticos que Enrique IV destinó a la Santa Sede,2 aspecto fundamental del
que contamos ya con importantes aportaciones para los reinados de Juan II (Villarroel
González 2009) y los Reyes Católicos (Fernández de Córdova Miralles 2005 y 2014).
Para la realización de un estudio de estas características, metodológicamente ha
resultado imprescindible recurrir a la prosopografía, al tratarse de la mejor herramienta
para la reconstrucción de las trayectorias de estos individuos y trazar su perfil colectivo
(Monteiro y Cardim, 8; Marinho, 13). Con el fin de trazar dicho perfil colectivo, era
necesario partir de un cuestionario previo y común para cada uno de los sujetos de estudio,
1 diegonza@estumail.ucm.es Este trabajo forma parte del Proyecto HAR2016-76174-P “Expresiones de la
cultura política peninsular en las relaciones de conflicto (Corona de Castilla, 1230-1504)”, del programa
estatal de Fomento de la Investigación Científica y Técnica de Excelencia, Ministerio de Economía y
Competitividad. 2 El análisis que aquí presentamos parte de un estudio en elaboración sobre el conjunto del personal
diplomático de este monarca, cuyos resultados provisionales presentamos en el Seminario Internacional
Cultura política y diplomacia: la Península Ibérica y el occidente europeo (siglos XI al XV), celebrado los
días 28 y 29 de noviembre de 2018 en la Universidad Complutense de Madrid, en una ponencia titulada
“Clérigos, aristócratas, letrados y mercaderes: una aproximación a los agentes diplomáticos de Enrique IV
de Castilla”.
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en cuya fijación consideramos que la mejor opción era seguir los criterios establecidos en
otras investigaciones metodológicamente modernas y con objetivos similares al nuestro
pero centrados en otros ámbitos espaciales y temporales debido, fundamentalmente, a que
su utilidad y eficacia ya ha sido demostrada y a que mantener unos criterios comunes en
este tipo de estudios parciales facilitará la realización de ulteriores análisis comparativos.
En consecuencia, y siguiendo a Péquignot (2009), Lima (2016), Monteiro y Cardim
(2005) y Marinho (2017), hemos centrado nuestra atención en tres dimensiones concretas
para la elaboración de nuestro catálogo prosopográfico:3 el origen social de los individuos
que sirvieron a Enrique IV en la Curia, la formación académica y cultural de los mismos
y sus vínculos con el monarca e instancias de reclutamiento. Como puede apreciarse, el
análisis de estos tres aspectos es esencial desde una doble perspectiva, al permitir tanto la
reconstrucción de las trayectorias de estos individuos como atender a los móviles que se
encontraron tras su selección.
Como paso previo a la recopilación y sistematización de los datos referidos para cada
uno de los agentes diplomáticos que sirvieron a Enrique IV en la Santa Sede, era necesaria
su identificación. Su localización y la posterior reconstrucción de sus trayectorias vitales
y profesionales ha sido posible gracias a la consulta de fuentes documentales, tanto
inéditas como publicadas, y literarias de origen y naturaleza muy variada, aparte de
diversos estudios centrados en el periodo. En este sentido, han resultado fundamentales
las nóminas de agentes reales de Enrique IV en Roma elaboradas por Nieto Soria (1996,
191-197) y Villarroel González (2010, 793-801), las cuales han podido ser ampliadas
gracias a las tareas de recopilación bibliográfica y documental. Todo ello nos ha permitido
identificar hasta el momento a un total de veintitrés individuos que ejercieron como
representantes de Enrique IV ante la Curia pontificia durante las dos décadas que duró su
reinado, una cuarta parte del total de personajes (89) que hemos podido conocer que
sirvieron a este monarca en el ámbito diplomático. Este simple dato ya permite vislumbrar
la relevancia de Roma en el conjunto de las relaciones diplomáticas del monarca
analizado, la cual podrá ser constatada a través de otros aspectos relacionados con el perfil
de los agentes que destinó a la Curia.
En cualquier caso, debe advertirse de que esta nómina no puede darse por cerrada,
pues, aparte de la conocida escasez de documentación diplomática para la Corona de
Castilla que impide de momento la reconstrucción completa de la nómina de los
embajadores bajomedievales de este reino (Villarroel González 2018, 119-120), aún
existen fondos documentales que, en el desarrollo de la investigación, podrían ofrecernos
nuevos datos. Sin embargo, consideramos que la muestra recogida, al menos, tiende a la
exhaustividad, y que, por tanto, es adecuada para obtener unas conclusiones generales
sobre el perfil socio-profesional de los agentes diplomáticos de los que se sirvió Enrique
IV en Roma.
2. La extracción social de los agentes diplomáticos de Enrique IV en la Santa
Sede
3 No ha sido posible incluir dicho catálogo, aunque a lo largo del texto hemos procurado ejemplificar
profusamente las conclusiones que hemos obtenido con su análisis y mencionar a todos los agentes
diplomáticos analizados.
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2.1. Laicos y eclesiásticos
Como se ha indicado, una cuestión de imprescindible valoración para un conveniente
análisis del perfil socio-profesional de los agentes diplomáticos de Enrique IV en la Curia
pontificia es la referente a su estatus social. En este sentido, el primer aspecto que resalta
es la alta presencia de clérigos, pues quince de los veintitrés individuos identificados eran
integrantes del estamento eclesiástico. Este número superior de clérigos no debe resultar
extraño, ya que las relaciones con Roma habían sido durante todo el periodo Trastámara
un área prácticamente reservada a los principales colaboradores eclesiásticos de la
monarquía castellana (Villarroel González 2010, 804-806), debido, entre otros factores,
a que su condición eclesiástica les convertía en los más indicados para ocuparse de los
negocios de la Corona con la Santa Sede (Vigil Montes, 408 y 412; Marinho, 16; Plöger,
71-79).
No obstante, la cifra señalada nos ofrece un dato fundamental, y es que una tercera
parte de los embajadores y procuradores conocidos, en concreto, ocho, fueron laicos. Esta
constatación nos obligaría, en principio, a adelantar al reinado de Enrique IV la aplicación
de una de las tradicionalmente señaladas como innovaciones del sistema diplomático
diseñado por los Reyes Católicos para sus relaciones con Roma: el frecuente recurso a
agentes laicos, sin que ello significase una desaparición de los de origen eclesiástico
(Fernández de Córdova Miralles 2005, 270; Nieto Soria 1996, 191), lo que contrasta de
forma evidente con el periodo inmediatamente anterior: según Villarroel González (2009,
329), durante todo el reinado de Juan II solo es posible encontrar a dos laicos entre los
embajadores destinados por este monarca a los pontífices.
Sin embargo, la proporción cuantitativa entre laicos y eclesiásticos debe ser muy
matizada, pues la importancia cualitativa de los legos fue en realidad muy inferior a la de
los clérigos. Es imprescindible que tengamos presente el hecho, constatado por Nieto
Soria (1996, 191), de que durante el reinado de Enrique IV, y en clara evolución con
respecto al periodo anterior (Villarroel González 2009, 329), se hacen patentes dos
categorías diferenciadas de representantes reales ante la Curia que, por otro lado,
evidencian el relieve que el monarca otorgó a sus relaciones con Roma durante su
mandato: los procuradores estables en la Santa Sede, que permanecieron en la misma por
largos periodos de tiempo debido a la necesidad continua del monarca de tratar asuntos
complejos y de diversa índole con el pontífice, conocer cualquier novedad acaecida en la
Curia y apaciguar de forma inmediata las tensiones que pudieran surgir entre el rey y el
papa; y los embajadores para cuestiones específicas, que, siguiendo el modelo habitual
de las embajadas medievales, acudían a Roma para ejecutar una misión concreta y
regresaban ante el monarca para comunicar el resultado de la misma.4 Combinando ambos
modelos, Enrique IV alcanzó una representación continua ante los pontífices durante todo
su reinado, aunque el peso de las relaciones diplomáticas entre ambos poderes recayó
especialmente sobre los primeros debido a su mayor presencia en Roma y a que tenían la
misión específica de coordinar la representación regia en la Curia y facilitar la labor de
los embajadores temporales (Fernández de Córdova Miralles 2005, 267), por lo que
podríamos hablar incluso de una supeditación y dependencia de estos últimos a aquellos.
En este sentido, podemos destacar las gestiones de Rodrigo Sánchez de Arévalo,
obispo de Oviedo y procurador estable de Enrique IV en Roma, para preparar la llegada
a la Curia de Antonio Jacobo de Veneris, obispo de León y nuncio papal en Castilla, quien
4 Como hemos tenido ocasión de comprobar a través del análisis de unas negociaciones concretas entre
Juan II de Aragón y el Pontificado entre 1465 y 1467, también este monarca hizo uso del sistema de
representación que ha sido descrito. González Nieto 2019.
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fue enviado como embajador de Enrique IV ante Paulo II a comienzos de 1465 (Álvarez
Palenzuela, 27-28). En concreto, el 31 de mayo de 1465 el cabildo catedralicio de Burgos
recibió una carta suya por la cual les comunicaba “que él e otros sennores”, sin duda los
otros embajadores y procuradores del rey, “non dauan lugar” a que el arcediano de
Palenzuela, procurador del cabildo, regresara a Castilla, “pues yua el nunçio allá” y era
necesaria su presencia.5 Del 15 de febrero de 1462 data otra carta del obispo, esta vez
dirigida al propio monarca, de la que se extrae que estaba colaborando con Montoya,
embajador laico enviado ante Pío II con el fin de negociar la provisión de la sede leonesa,
para que alcanzara sus objetivos.6
Las apreciaciones realizadas sobre estos dos tipos de representantes son necesarias en
torno al aspecto que estamos analizando debido a que, aunque los laicos representaron
numéricamente un tercio de los agentes diplomáticos conocidos de Enrique IV en Roma,
tan solo uno de ellos, Diego de Saldaña, y sin duda a causa de su amplísima experiencia
previa en el ámbito diplomático y estrecho vínculo con el monarca, ejerció como
procurador estable del rey en Roma, en concreto, en el último año de su reinado (Franco
Silva, 515-519). El resto de los legos sirvieron como embajadores ocasionales que,
además, en casi todos los casos ejecutaron una única misión en la Curia. Incluso algunos
lo hicieron acompañados por un eclesiástico, como Enrique de Figueredo, que
compareció en 1456 ante Calixto III junto a Luis González de Atienza, deán de Córdoba
(Zurita, VII, libro XVI, capítulo XXXVIII), o Íñigo López de Mendoza, futuro conde de
Tendilla, quien en 1460 acudió con Fortún Velázquez de Cuéllar, obispo de León, al
concilio de Mantua (Pius II, Vol. II, 282-283).7
Más aún, resulta sumamente sugestivo el hecho de que ha sido posible comprobar que
al menos la mitad de los legos enviados a Roma sirvieron al tiempo como representantes
del monarca ante otras cortes laicas de la Península itálica. Es el caso de Enrique de
Figueredo, quien, con González de Atienza, fue enviado como embajador por Enrique IV
a la corte napolitana de Alfonso V de Aragón y, tras el cumplimiento de esta misión,
acudieron ante Calixto III; del secretario real Fernando de Arce, quien poco antes de
finales de 1470 acudió a la Curia para, posteriormente, comparecer ante el rey de
Nápoles,8 y del señalado Íñigo López de Mendoza, del que nos consta que acudió como
embajador regio ante el duque de Milán mientras desarrollaba una misión en Roma entre
1454 y 1467 (Cherubini, Vol. I, 437-438). Incluso Diego de Saldaña fue enviado a Italia
a finales de 1470 con el doble fin de entrevistarse, primero, con Paulo II y, luego, con rey
de Nápoles (Palencia 1905, Vol. II, 429).9 En este sentido, cabría plantear la hipótesis de
que el aumento numérico de embajadores laicos de Enrique IV en la Corte pontificia se
encontrara condicionado, aunque fuera solo parcialmente, por una intensificación de las
relaciones diplomáticas entre Castilla e Italia acaecida durante este reinado. Esta
intensificación habría provocado un envío mayor de embajadores legos a aquellas cortes
laicas que, con el objetivo de maximizar la eficiencia de sus traslados a la Península itálica
y debido a la especial necesidad de Enrique IV de mantener una relación continua con los
pontífices, recibieron también orden de acudir a la Curia para tratar cuestiones puntuales.
Esta hipótesis debe de ser corroborada a partir de un análisis específico de las relaciones
previas entre Castilla e Italia y durante el reinado que nos ocupa.
5 Archivo de la Catedral de Burgos (ACB), Registro de Actas 17, f. 303r. 6 Archivo General de Simancas (AGS), Secretaría de Estado, leg. 1-1-2, f. 128. 7 Le fueron concedidas múltiples mercedes por este servicio concreto, como las tercias de Tendilla y otros
lugares el 6 de julio de 1467. Real Academia de la Historia (RAH), col. Salazar, 9/808, f. 19v. 8 AGS, Patronato Real (PTR), leg. 42, doc. 37. 9 AGS, PTR, leg. 12, doc. 42 y AGS, PTR, leg. 42, doc. 37.
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En cualquier caso, lo que sí podemos confirmar es que frente a los laicos encontramos
a un grupo mucho más amplio de eclesiásticos que, además de ejecutar la mayoría
repetidas misiones en Roma, sirvieron en un importante número de casos como
procuradores estables en la Curia. Así, junto a Sánchez de Arévalo, a quien podemos
calificar como el agente diplomático más relevante de Enrique IV en Roma,10 y fray
Alfonso de Palenzuela, obispo de Ciudad Rodrigo y Oviedo, ambos procuradores estables
durante buena parte del reinado (Nieto Soria 1996, 192-194), ejercieron como tales Pedro
Fernández de Solís, quien, siendo tesorero de Salamanca, figuraba a 3 de diciembre de
1454 como “procurador general en Corte de Roma” de Enrique IV;11 Suero de Solís,
canónigo de Burgos, presente en Roma en representación del rey desde antes del 17
agosto de 146412 y aún tras julio de 1465 (González Nieto 2018, 14); Antonio de Veneris,
obispo de León, que el 2 de mayo de 1469 contaba con poderes para ejercer como
procurador regio ante la Santa Sede;13 o Francisco de Toledo, deán de Toledo,
procuratore et oratore regio14 en Roma desde al menos el 28 de octubre de 1470
(Fernández Alonso, doc. 26, 52-53) y hasta el final del reinado (Franco Silva, 525).
La relevancia de los legos, en consecuencia, fue muy inferior a la de los eclesiásticos
en lo referente a las negociaciones con el pontífice, pudiéndose apreciar una verdadera
especialización en las relaciones entre Castilla y Roma de un importante número de
clérigos que no encontramos en ningún laico excepto en el ya referido Diego de Saldaña.
En conclusión, creemos adecuado considerar el reinado de Enrique IV como un periodo
de transición entre el sistema de representación diplomática tradicionalmente empleado
por los Trastámara ante el papa, con un predominio casi absoluto de eclesiásticos como
embajadores, y el que desarrollarían más adelante los Reyes Católicos, con un mayor
protagonismo de agentes laicos.
2.2. Origen social
En lo que respecta al origen social de los agentes diplomáticos que Enrique IV empleó
en sus relaciones con Roma, independientemente de si en su trayectoria vital acabaron
por ingresar en la Iglesia, el rasgo que más poderosamente llama la atención es la práctica
ausencia de miembros de la alta nobleza. En efecto, y aunque no hayamos podido conocer
con exactitud los orígenes de todos los individuos analizados, podemos afirmar que el
único de ellos perteneciente a la aristocracia del reino fue el ya mencionado Íñigo López
de Mendoza, futuro conde de Tendilla, cuyo envío a Roma tuvo el evidente objetivo de
dotar una mayor relevancia a sus embajadas debido a que las misiones que desarrolló
tuvieron una dimensión indudablemente ceremonial:15 prestar obediencia a Nicolás V en
nombre de Enrique IV como nuevo rey de Castilla16 y, luego, representar al reino en el
concilio de Mantua. Ningún otro miembro de la alta nobleza ejercería durante este reinado
como embajador ni procurador estable en Roma, en lo que debieron influir los graves
enfrentamientos del rey con buena parte de este sector del reino.
10 Ya desde 1456 le encontramos como “procurador del rey nuestro sennor e su enbaxador en Corte
romana”. Archivo de la Catedral de Salamanca (ACS), C. 14, leg. 1, n. 10, f. 2v. 11 ACS, C. 14, leg. 2, n. 17-1. 12 ACB, Registro de Actas 17, ff. 216v-219r. 13 Archivo Histórico de la Nobleza (AHNOB), Frías, C. 12, doc. 8. 14 Así se le denomina en una carta a 23 de diciembre de 1470. Cherubini, Vol. II, 1369-1370. 15 Sobre la “mayor relevancia ceremonial” que la condición aristocrática de los agentes diplomáticos
otorgaba a las embajadas, trata Fernández de Córdova Miralles 2005, 270. 16 Biblioteca Nacional (BN), Ms. 10670, ff. 207r-208r; RAH, col. Salazar, 9/816, ff. 352r-355v.
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Por el contrario, parece que Enrique IV prefirió servirse para sus relaciones con Roma
de laicos y eclesiásticos de orígenes más humiles estrechamente vinculados y fieles a él
mismo. En concreto, y aunque no podamos especificar todos los casos, encontramos a
cinco procedentes de la mediana nobleza del reino; a tres de la baja nobleza, como fray
Alfonso de Palenzuela (González Nieto 2017b, 56);17 seis pertenecientes a linajes
regimentales, entre ellos Juan de Arévalo, secretario de Enrique IV y regidor de
Arévalo,18 embajador en 1474;19 y dos originarios de las clases medias urbanas, siendo el
más destacado el secretario real Fernando de Pulgar, hijo de Diego Rodríguez de Pulgar,
escribano real, y hermano de Francisco de Pulgar, mercader, vecinos de Toledo
(Pulgar).20 Como ocurre en este último caso, resulta sumamente sugestivo comprobar que
varios de estos personajes procedían de linajes de oficiales al servicio de la Corona.
Estos datos vienen a confirmar para el ámbito diplomático la tendencia de Enrique IV,
ya constatada para otros campos, a rodearse de individuos procedentes de la mediana-
baja nobleza y de orígenes incluso más humildes y valerse de sus servicios en diversos
ámbitos de la administración y gobierno del reino en detrimento de una alta nobleza que,
en términos generales, no vio con buenos ojos su desplazamiento de distintas áreas de la
gobernación en favor de aquellos (González Nieto 2017b, 62).
2.3 Los agentes eclesiásticos
Ya se ha señalado el incontestable protagonismo tanto en términos cuantitativos como
cualitativos del clero en las relaciones diplomáticas de Castilla con Roma durante el
reinado que nos ocupa. Un importante número de eclesiásticos de orígenes sociales
diversos, a excepción de la alta nobleza, acapararon la mayor parte de las embajadas y
procuraciones estables de Enrique IV en la Curia. Sin embargo, aparte de constatar su
importancia global como grupo, es necesario que nos detengamos a analizar la posición
en la jerarquía eclesiástica de estos clérigos debido a las grandes diferencias
intraestamentales y, por extensión, de estatus socio-económico existentes dentro del
clero, con el fin de comprobar si existió un sector concreto de la jerarquía eclesiástica del
que el monarca analizado reclutó de forma mayoritaria a aquellos que habrían de servirle
en la Santa Sede.
En este sentido, nos encontramos ante una dificultad debido a que buena parte de los
clérigos analizados promocionaron en la jerarquía eclesiástica entre las distintas misiones
diplomáticas que ejecutaron en Roma, e incluso algunos, como Sánchez de Arévalo o
Rodrigo de Vergara, disfrutaron de promociones mientras se encontraban en la Curia
como procuradores estables, lo cual, por otro lado, es un evidente indicio de las
posibilidades de ascenso en la jerarquía eclesiástica que el servicio diplomático en Roma
ofrecía a estos clérigos. Muchos de ellos, además, también asumieron importantes cargos
dentro de la administración pontificia que habrían de facilitar su permanencia en Roma
al servicio del rey y el acceso al papa y a los curiales para efectuar con éxito las misiones
que les eran confiadas (Nieto Soria 1996, 191-192; Villarroel González 2009, 201-208 y
270-271). En concreto, Sánchez de Arévalo fue nombrado obispo de Oviedo tras sus
primeras misiones en la Curia en nombre de Enrique IV y, más tarde, de Zamora,
Calahorra y Palencia mientras ejercía como procurador estable del rey y como alcaide del
castillo de Sant’Angelo para Paulo II entre 1465 y 1469 (Trame). Por su parte, Vergara,
que también sirvió como procurador estable durante la guerra civil de 1465-1468 17 Archivo Histórico Nacional (AHN), Inquisición, leg. 1376, Exp. 11. 18 AGS, Mercedes y Privilegios (MyP), leg. 38, f. 65. 19 AHNOB, Frías, C. 113, doc. 3. 20 AHNOB, Baena, Carp. 325, doc. 6.
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(González Nieto 2018, 14),21 fue designado administrador perpetuo de Tuy el 30 de
octubre de 1467, habiendo sido hasta entonces arcediano de Vizcaya y notario pontificio
(Ruiz de Loizaga 2008-2009, doc. 105, 1048). Más tarde, en 1469, y mientras aún ejercía
como procurador real en Roma,22 le fue otorgada la sede de León (Enríquez del Castillo,
322). En consecuencia, solamente una relación detallada de las misiones que
desarrollaron, que ahora no podemos ofrecer, nos permitiría observar de forma minuciosa
esta cuestión. En cualquier caso, podemos destacar dos importantes rasgos entre los
eclesiásticos seleccionados por el rey para servirle en la Santa Sede.
En primer lugar, es interesante comprobar que el monarca empleó casi únicamente a
miembros del clero secular. Tan solo nos constan tres clérigos regulares entre los
destinados a la Curia: fray Alfonso de Villarreal, maestro en teología, franciscano y abad
comendatario de Santa María de Monfero, embajador ante Pío II y Sixto IV (Nieto Soria
1996, 195); fray Diego de Muros, mercedario, que al menos acudió a su primera misión
en Roma, en 1471, como abad de San Clodio y Sobrado (Vázquez Núñez, 365), aunque
es posible que la segunda embajada que efectuó tuviera lugar tras ser nombrado obispo
de Tuy;23 y fray Alfonso de Palenzuela, franciscano, que tras su primeras embajadas en
la Curia fue designado obispo de Ciudad Rodrigo (González Nieto 2017b, 56), regresando
como tal a Roma en 146924 y, de nuevo, en 1474, ya como obispo de Oviedo.25 Esta
limitada representación del clero regular debe ser interpretada como una consecuencia de
su escasa presencia en los principales órganos burocrático-administrativos de la Corona
durante este reinado,26 pues, como tendremos ocasión de examinar, Enrique IV seleccionó
de forma prioritaria a sus agentes diplomáticos en la Santa Sede entre aquellos laicos y
eclesiásticos que desempeñaron oficios de primer orden en su Corte.
Y, en segundo lugar, es posible constatar que los miembros del episcopado castellano
fueron los grandes protagonistas de las relaciones diplomáticas de Enrique IV con Roma.
A los ya señalados Palenzuela, Veneris, Velázquez de Cuéllar, Sánchez de Arévalo,
Vergara y Muros, cuatro de ellos procuradores estables en la Curia por periodos más o
menos prolongados, habríamos que añadir al cardenal Juan de Carvajal, administrador
apostólico de la sede de Plasencia, que en el verano de 1465 se unió a los representantes
de Enrique IV en la Curia para condenar la deposición de Ávila y procurar para el rey el
respaldo de Paulo II y de los otros cardenales, algo en lo que, según el cardenal
Ammannati, Carvajal tuvo un notable éxito (Cherubini, Vol. II, 746-748). Como apuntó
acertadamente Villarroel González (2010, 816), este predominio de los prelados se debió
en gran medida a que Enrique IV pudo encontrar entre los miembros del episcopado de
su reino a algunos de sus más fieles servidores, lo que, a su vez, fue consecuencia de la
gran capacidad demostrada por este monarca para influir en la provisión de las vacantes
episcopales acaecidas durante su mandato, las cuales trató y logró que fueran resueltas en
21 Por ejemplo, en 1466 Enrique IV ordenó al “doctor de Vergara, mi procurador en Corte de Roma”, que
solicitara a Paulo II la exención de la jurisdicción del maestre de Alcántara, rebelde al rey, para varios
caballeros de su Orden contra los que este pretendía actuar por defender la causa regia. Archivo Ducal de
Alba, C. 3, n. 21. 22 BN, Ms. 13072, ff. 253r-254r; RAH, col. Catedrales de España, Cuenca, 9/5439, ff. 355r-356v. 23 El 22 de septiembre de 1474 Enrique IV le concedió al obispo un juro de heredad de 40.000 mrs por sus
servicios “en Corte de Roma, donde avedes ydo dos veses por mi enbaxada”. AGS, MyP, leg. 85, f. 136. 24 BN, Ms. 13072, ff. 253-254r; RAH, col. Catedrales de España, Cuenca, 9/5439, ff. 355r-356v. 25 El 6 de febrero de 1474 el duque de Milán concedió un salvoconducto a “frater Alphonsus, episcopus
Ouietensis, serenissimi domini regis hispanie orator”, que marchaba a Roma. Archivio di Stato di Milano,
Fondo del Archivio Ducale Sforzesco, Serie Registri Ducali, Reg. 178, f. 94r. 26 Un sugestivo análisis de las relaciones de índole política de Enrique IV con las órdenes religiosas de sus
reinos en Prieto Sayagués, 216-218.
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su mayoría en favor de sus más cercanos colaboradores eclesiásticos o de los hijos y
parientes de sus más destacados servidores laicos (González Nieto, 2017b). En este
sentido, es sumamente significativo comprobar que algunos de estos eclesiásticos
accedieron al episcopado tras desempeñar alguna misión en nombre del rey en Roma, tras
lo cual continuaron sirviéndole en el mismo ámbito y destino.
Sin embargo, junto a ellos es posible encontrar a una serie de prebendados que también
desarrollaron una destacada labor en la Curia en representación del monarca, aunque de
una repercusión algo menor a la de los prelados. Estos fueron, en concreto, Juan de Arce,
abad de Foncea en la Iglesia de Burgos (Nieto Soria 1996, 194); Francisco de Santillana,
chantre de Sevilla y canónigo de Toledo,27 embajador hacia el final del reinado
(Loperráez Corvalán, Vol. I, 370); Juan de Medina, arcediano de Almazán y embajador
en 1465 (González Nieto 2018, 14), y los ya mencionados Luis González de Atienza,
Pedro Fernández de Solís y Francisco de Toledo. Tan solo nos consta un eclesiástico que
acudiera a Roma siendo un simple canónigo, Suero de Solís.
Todo lo expuesto apunta al interés del monarca por servirse preferentemente de
miembros de la mediana y, sobre todo, alta jerarquía eclesiástica castellana para ser
representado en la Curia debido, sin duda, a su prestigio y a las evidentes ventajas que
proporcionaba su empleo en la sede romana,28 aunque con un importante matiz en el que
ahondaremos inmediatamente: el monarca reclutó de forma casi única a clérigos que se
encontraban a su servicio en los órganos burocrático-administrativos de la Corona,
aquellos clerici regis que, independientemente de sus orígenes humildes, habían sido
promocionados en la Iglesia por la monarquía como forma de recompensar su
colaboración y lealtad (Vigil Montes, 406-407), algo en lo que nos consta que Enrique IV
manifestó un especial empeño con el fin prioritario de que estos continuaran prestándole
nuevos y mejores servicios desde los altos estratos de la jerarquía eclesiástica de su reino
(González Nieto, 2017b). Gracias a este intervencionismo en la provisión de las sedes y
dignidades eclesiásticas vacantes en favor de estos personajes, el monarca logró disponer
de una nutrida nómina de prelados y altos prebendados seculares a su servicio que le
asistieron en muy distintos ámbitos, siendo el diplomático uno de los más relevantes en
los que desarrollaron su actividad. Este último punto podremos apreciarlo mejor al
atender a los vínculos concretos con el rey de los agentes diplomáticos que destinó a
Roma.
3. Las instancias de reclutamiento
El siguiente aspecto que nos interesa destacar está directamente relacionado con las
estrategias empleadas por Enrique IV para reclutar o seleccionar a quiénes habrían de ser
sus agentes diplomáticos en la Curia pontificia. Diversos autores han puesto de relieve la
importancia esencial de la confianza personal entre los criterios empleados por los
monarcas europeos bajomedievales para la selección de aquellos individuos que habrían
de representarles en el exterior del reino, por lo que resultaba imprescindible la existencia
de lazos, más o menos estrechos, entre aquellos y el monarca al que aspirasen a prestar
sus servicios en este ámbito (Plöger, 67; Marinho, 19-20; Péquignot, 210-211). Esta
aseveración es fácilmente constatable para el caso que nos ocupa.
27 Archivo Capitular de Toledo (ACT), V.2.D.1.14. 28 Interesantes consideraciones en torno a esta cuestión en Plöger, 80.
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3.1. Los vínculos con el rey de sus agentes diplomáticos en la Curia romana En concreto, y por encima de cualquier otro tipo de vinculación, hemos podido
comprobar que la inmensa mayoría de los agentes diplomáticos de Enrique IV en Roma,
incluidos los eclesiásticos, desarrollaron sus carreras profesionales previas en su Casa y
Corte o en la de su progenitor, Juan II. En efecto, y hasta el momento, hemos podido
conocer de forma fehaciente que, de los veintitrés sujetos analizados, diecisiete
mantuvieron con el rey el que ha sido denominado por Péquignot (211) como un vínculo
de carácter institucional al encontrarse integrados en las estructuras burocrático-
administrativas de la Casa y Corte Regia.
Si atendemos al perfil profesional de estos personajes, es decir, cuáles fueron sus
oficios y si existió algún sector de la Casa y Corte del que el monarca reclutara de forma
mayoritaria a su personal diplomático, conviene precisar que varios de estos individuos
disfrutaron de largas carreras al servicio de la Corona, durante las cuales ostentaron
diversos cargos que debieron servirles, aparte de para estrechar sus vínculos con el
monarca, para perfeccionar sus habilidades en distintos campos, lo cual acabó por
favorecer su selección para desarrollar este y otros tipos de misiones regias (Marinho,
22). Es el caso, por ejemplo, de Diego de Saldaña, a quien en 1448 encontramos como
guarda del entonces príncipe Enrique,29 ejerciendo más adelante como maestresala,
secretario y consejero de la reina Juana de Portugal, aparte de guarda y consejero del rey30
y secretario de su hija, la princesa Juana (Cañas Gálvez 2008, Vol. I, 194-195); Juan de
Arévalo, sucesivamente escribano de cámara, secretario y contador de Enrique IV;31 o
fray Diego de Muros, el cual fue nombrado capellán y maestro de la capilla de Enrique
IV el 30 de agosto de 1465 y que en septiembre de 1474 figuraba ya como miembro del
Consejo Real.32
La descripción individualizada de las trayectorias cortesanas de todos los personajes
analizados no puede ser abordada en estos momentos, pero sí conviene destacar que es
posible constatar la existencia de una serie de oficios mayoritarios entre los agentes
diplomáticos que sirvieron a Enrique IV en Roma cuya ostentación, en consecuencia,
hubo de favorecer su reclutamiento. Estos fueron los de consejero, oidor, capellán y
secretario real, todos ellos cargos de indudable relevancia en que permitían un estrecho
contacto y relación con la persona regia y que presuponían, la mayoría de ellos, que sus
titulares contaban con la sólida formación que era necesaria para su correcto ejercicio.
En primer lugar, y al igual que se ha hecho para los mandatarios de otras entidades
políticas de la Europa bajomedieval (Ramírez Vaquero, 397; Marinho, 22; Péquignot,
214-215 y 223-224), hemos podido comprobar que fue el Consejo Real, órgano de
gobierno y de toma de decisiones políticas fundamental, de donde Enrique IV reclutó a
la mayoría de los agentes diplomáticos que habrían de ser destinados a la Curia romana.33
Su designación para ejecutar este tipo de misiones se encontró condicionada, aparte de
por la cercanía y confianza regia que implicaba este cargo, por el amplísimo conocimiento
que el forma parte del Consejo, el órgano más relevante de la gobernación del reino,
proporcionaba a sus miembros sobre la misma, incluidas las relaciones del reino con otros
poderes externos (Marinho, 22). En concreto, los agentes regios en Roma que ejercieron
29 AHNOB, Frías, C. 4, doc. 14. 30 Ejercía como tal a 7 de mayo de 1466. RAH, col. Salazar, 9/149, ff. 153r-156v. 31 AGS, MyP, leg. 38, f. 65. 32 AGS, MyP, leg. 85, f. 136; AGS, MyP, leg. 85, f. 137. 33 Hemos tomado la precaución de no contabilizar a aquellos que podrían tratarse de simples consejeros
honoríficos, como Íñigo López de Mendoza.
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el cargo de consejero real fueron los ya mencionados Diego de Saldaña y fray Diego de
Muros; Rodrigo Sánchez de Arévalo;34 Juan de Medina;35 Rodrigo de Vergara (Ruiz de
Loizaga 2001, doc. 80, 193-194); Luis González de Atienza;36 Antonio de Veneris
(Álvarez Palenzuela, 492); Pedro Fernández de Solís;37 Enrique de Figueredo, también
guarda real;38 Fortún Velázquez de Cuéllar (González Nieto 2017b, 56) y fray Alfonso
de Palenzuela, oidor y consejero regio al que Enrique IV significativamente calificaba
como “persona a mí açepta e de quien mucho confío” el 10 de abril de 1467, cuando,
precisamente, comunicaba al reino su envío como embajador a Inglaterra.39
Como puede apreciarse, buena parte de los miembros del clero que sirvieron al rey en
Roma eran también miembros del Consejo Real, por lo que en ellos se aunaba la
condición de altos dignatarios de la Iglesia y del gobierno de Castilla, siendo significativo
comprobar que la mayor parte de los procuradores estables del monarca por nosotros
conocidos respondieron a este perfil. Asimismo, también conviene destacar que el único
laico que conocemos que ejerció esta última función, Diego de Saldaña, también formaba
parte del Consejo, aunque también ejerció otros muchos oficios cortesanos que denotan
una especial y estrecha relación con el titular de la Corona.
Junto al de consejero regio, el oficio más extendido entre los clérigos que sirvieron al
monarca en Roma fue el de capellán real. Como es sobradamente conocido, en la Capilla
Regia los monarcas castellanos pudieron encontrar a eclesiásticos de su plena confianza,
y, por lo general, con una alta formación, a los que encomendar oficios cortesanos de
relieve y misiones de lo más variadas, entre las que destacan las de tipo diplomático
(Villarroel González 2010, 816). Así, entre los agentes que Enrique IV envió a la Curia
encontramos a un significativo número de miembros de la Capilla Regia: Juan de Arce
(Nieto Soria 1996, 194); Fortún Velázquez de Cuéllar, capellán mayor de Juan II;40 Luis
González de Atienza, también secretario real;41 Sánchez de Arévalo;42 Suero de Solís
(Enríquez del Castillo, 216); el señalado Diego de Muros, y Pedro Fernández de Solís
(Nieto Soria 1994, 435). Sin embargo, la mayoría ostentaron otros importantes cargos en
la Corte Regia, como el de consejero, que debieron influir en mayor medida en su
designación para efectuar este tipo concreto de misiones. En todo caso, la Capilla Real se
revela como una institución clave en las relaciones diplomáticas de Castilla con la Curia
durante el reinado que nos ocupaba en tanto que permitió la inserción en el servicio regio
de un número considerable de eclesiásticos a los que el monarca confió buena parte de
sus procuraciones estables y negociaciones con Roma.
Por otro lado, hemos podido constatar que Enrique IV continuó la tendencia de su
progenitor, Juan II, de dar un gran protagonismo en la diplomacia a los oficiales
pertenecientes a las estructuras burocrático-administrativas de la Cancillería Regia
(Cañas Gálvez, 2010). En efecto, desde el inicio de su reinado el monarca confió sus
relaciones y negociaciones con diversos reinos y poderes europeos a numerosos oficiales
y letrados que pertenecían a los cuadros de la Cancillería Real, siendo especialmente
significativo el hecho de que, para las relaciones con la Curia papal, el monarca empleó
34 AGS, Quitaciones de Corte (QC), leg. 4, f. 538-540. 35 ACT, Libro de actas capitulares I, ff. 24r-25r. 36 AGS, MyP, leg. 64, f. 49. 37 ACS, C. 14, leg. 2, n. 17-1. 38 AGS, MyP, leg. 7, f. 34. 39 Archivo General de Guipuzkoa, Sección 1.a, Negociado 1, leg. 2. 40 BN, Ms. 23, f. 222v. 41 Archivo de la Corona de Aragón (ACA), Real Cancillería, Registros de Cancillería 2659, ff. 29v-30r. 42 AGS, QC, leg. 4, f. 538-540.
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únicamente a aquellos oficiales de la Cancillería que Cañas Gálvez (2010, 694) definió
como “el grupo burocrático más elitista y eficaz de la administración regia castellana del
siglo XV”, los secretarios. En efecto, el rey destinó a un número relevante de secretarios
regios a sus negociaciones con Roma, aunque conviene señalar que tan solo uno, Sánchez
de Arévalo, llegó a ejercer como procurador estable. Sin embargo, en su caso concreto
cabe dudar de la influencia que pudo llegar a tener en su designación por Enrique IV el
que hubiera ostentado este cargo, pues fue en los comienzos de su carrera cortesana, en
tiempos de Juan II, cuando sirvió como tal (Nieto Soria 1994, 170). El resto, todos simples
embajadores, fueron los ya señalados González de Atienza, Juan de Arévalo, Fernando
de Arce y Fernando de Pulgar.
Por último, y vinculado directamente con la crucial importancia del derecho en las
relaciones entre los distintos reinos y poderes europeos (Marinho, 21; Vigil Montes, 407),
es reseñable que Enrique IV destinó a Roma a numerosos individuos que formaban parte
de la Audiencia Real, cuyos integrantes eran los oficiales de la Corona que contaban con
una mayor formación y experiencia en el ámbito jurídico. Así, entre los agentes
diplomáticos de Enrique IV en la Curia encontramos a los siguientes oidores reales,
muchos también consejeros: el ya señalado Palenzuela; Antonio de Veneris (Álvarez
Palenzuela, 492); Velázquez de Cuéllar (González Nieto 2017b, 56); Juan de Segovia;43
Juan de Medina44 y Sánchez de Arévalo.45 Diego de Muros fue nombrado oidor por los
Reyes Católicos tras el fallecimiento de Enrique IV, ocupando la plaza de su padre, el
licenciado Esteban Rodríguez de Muros,46 por lo que podemos suponer que, de forma
previa, ya contaba con las cualidades necesarias para ostentar el cargo.
Todo lo expuesto nos permite comprobar que el monarca confió sus negociaciones con
la Curia de forma preferente a individuos que ostentaban los oficios de mayor importancia
dentro de los cuadros de la administración regia castellana, lo que es indicativo del valor
otorgado por Enrique IV al vínculo de servicio y a la confianza personal en la selección
de sus agentes diplomáticos y, también, de la alta valoración conferida por el monarca a
sus relaciones con el Pontificado, al destinar a ello a los más relevantes y cualificados de
sus servidores. En concreto, y como ya se ha apuntado, fueron un nutrido grupo de clerici
regis, mayoritariamente obispos o miembros de la alta jerarquía eclesiástica que
ostentaron algunos de los principales cargos de la administración castellana, por lo común
tras su incorporación a la Corte a través de la Capilla Regia, los que asumieron el peso de
las relaciones entre Castilla y Roma durante este reinado, lo cual no es sino una muestra
de la relevancia del alto clero secular en la Corte y gobierno de Enrique IV.
En lo que respecta a los seis agentes diplomáticos que no hemos podido vincular a los
cuadros de la administración regia, es posible que la investigación acabe por permitirnos
comprobar que ese mayoritario vínculo institucional con el rey se dio también en algunos
de ellos. En cualquier caso, se han podido constatar otros lazos con la Corona cuya
influencia en su selección para ejecutar este tipo de misiones es más que evidente en algún
caso. Es lo que ocurre, por ejemplo, con Francisco de Toledo, a quien Enrique IV “dio
cargo de la enbaxada e procuración suya e de sus reinos en corte romana” (Pulgar, 194)
al concluir el conflicto civil que sacudió Castilla tras la Farsa de Ávila y durante el cual,
precisamente, este deán toledano fue uno de los más fervientes defensores del monarca,
en favor del cual compuso un tratado de corte político con el que pretendió negar
43 RAH, col. Salazar, 9/898, f. 157r. 44 ACT, Libro de actas capitulares I, ff. 24r-25r. 45 AHN, Clero, Carp. 1607, doc. 12. 46 AGS, Registro General del Sello, leg. 1475-11-15, f. 460.
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cualquier capacidad de sus rebeldes para deponerle y alzar a su hermanastro como rey
(González Nieto 2017a, 348).
3.2. La experiencia previa en el ámbito diplomático
Aunque este se trata de un aspecto en el que por cuestiones de espacio no podemos
profundizar tanto como sería deseable y la documentación recopilada nos permite, es
importante señalar que es posible constatar un interés por parte de Enrique IV en emplear
para sus relaciones con el Pontificado a individuos que contaran con experiencia previa
en el desempeño de labores diplomáticas, hasta el punto de que algunos de ellos puede
ser incluidos entre los primeros profesionales en este ámbito al servicio de la Corona
castellana.
En efecto, entre los agentes diplomáticos analizados encontramos a un relevante
número de personajes que, antes de ser destinados por el monarca que nos ocupa a Roma,
habían ejecutado ya una o varias misiones diplomáticas. Estos fueron Antonio de Veneris,
nuncio pontificio en Castilla en 1456 y 1460 (Álvarez Palenzuela, 18-28); Fortún
Velázquez de Cuéllar, que, entre otras misiones, fue embajador de Juan II en Roma en
1443 (Villarroel González 2010, 796) y nuncio y legado pontificio en la Península y en
Francia en 1451 (Gómez Canedo, 11); Rodrigo Sánchez de Arévalo, que ejecutó
numerosas misiones tanto para Juan II, mayoritariamente en Roma, como para los
pontífices antes de entrar al servicio de Enrique IV (Trame); Francisco de Toledo, quien
desarrolló una importante labor como nuncio y legado de varios pontífices (Pulgar, 191-
195); el cardenal Juan de Carvajal, uno de los legados pontificios más destacados de todo
el siglo XV (Gómez Canedo); Diego de Saldaña, que en una carta de 1474 señalaba que
llevaba sirviendo en la Curia como embajador desde hacía 32 años (Franco Silva, 519);
Fernando de Arce, embajador del partido alfonsino en Roma durante la guerra civil de
1465-1468 (Enríquez del Castillo, 295); Enrique de Figueredo, embajador del monarca
ante los reyes de Aragón y Navarra en 145447 y 1455,48 y Fernando de Pulgar embajador
de Enrique IV en Francia en varias ocasiones.49 Otros, como fray Alfonso de Palenzuela,
que no contaban con experiencia previa en este ámbito, la adquirirían a partir de su
reiterado envío por parte del monarca a Roma, por lo que acabaron alcanzando un alto
grado de especialización en las relaciones entre Castilla y la Curia, según ha podido
comprobar para este caso concreto Arquero Caballero (229-231).
En consecuencia, se hace patente una intención del monarca de emplear en sus
negociaciones con los pontífices a una serie de personajes sobradamente experimentados
en el servicio diplomático, lo que, de nuevo, viene a recalcar la importancia que otorgó a
sus relaciones con la Santa Sede. Que la mayor parte de los individuos señalados contaran
con experiencia previa en las relaciones diplomáticas de Castilla con Roma e incluso
hubieran formado parte de la propia diplomacia pontificia, es indicativo de que el rey
pretendía que se valieran de sus conocimientos sobre los complejos mecanismos de
gestión de la Corte pontificia en favor de sus negociaciones con la Curia (Fernández de
Córdova Miralles 2014, 115). Precisamente, así se lo recomendaba Diego de Saldaña al
rey en una carta del 15 de noviembre de 1474, en la que le instaba a enviar a “persona
que sea despierta en los negocyos de aquí” si pretendía “gozar del fruto de Roma commo
los reyes vuestros anteçesores gozaron” (Franco Silva, 517), lo cual es muestra de que se
encontraba ya arraigada la idea de que el empleo de agentes diplomáticos experimentados
47 AGS, PTR, leg. 12, doc. 20. 48 AHNOB, Frías, C. 8, docs. 1-3 y doc. 10. 49 AGS, MyP, leg. 96, f. 94.
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y especializados en las relaciones con poderes concretos favorecería la consecución de
las misiones a aquellos encomendadas. Los datos expuestos apuntan a que Enrique IV fue
ya plenamente consciente de esta realidad, sentando con el empleo reiterado de estos
individuos un precedente de lo que habría de ser más adelante la figura del embajador
permanente propia de la diplomacia moderna.
4. Formación académica y cultural
Como es sobradamente conocido, una excelente instrucción intelectual y un correcto
dominio de la oratoria se fueron convirtiendo a lo largo de la baja Edad Media en criterios
determinantes para la selección de aquellos individuos que habrían de representar a su
monarca en el exterior (Beceiro Pita). La mejor prueba de ello es el creciente
protagonismo que fueron adquiriendo los letrados al servicio de la Corona en este campo,
según se ha podido verificar ya para los casos de Portugal (Marinho, 17-19) y Navarra
(Ramírez Vaquero) o para la propia Castilla en la época Trastámara (Villarroel González
2018) y durante el reinado de los Reyes Católicos.
En este sentido, Fernández de Córdova Miralles (2014, 115-116) puso de relieve la
necesidad de estos últimos monarcas de emplear un personal diplomático de perfil más
letrado en sus relaciones con el papado debido a que las negociaciones con la Curia
requerían de “una sólida formación jurídica para tratar los asuntos eclesiásticos” y a que
“las tareas de persuasión y propaganda regia” inherentes al cargo de representante de la
Corona de Castilla en Roma exigían un importante “bagaje humanístico” para su correcta
ejecución, siendo verdaderamente imprescindibles en este sentido las habilidades
retóricas. A todo ello se sumaba, por razones obvias, el necesario dominio del latín. El
hecho de que el clero, como ha destacado Vigil Montes (408), fuera “uno de los pocos
sectores sociales que en la etapa bajomedieval tenían la oportunidad” de adquirir una
formación que les permitiera dotarse de estos requisitos intelectuales esenciales, explica
que aún Isabel y Fernando recurrieran de forma preferente a eclesiásticos para sus
relaciones con la Curia (Fernández de Córdova Miralles 2014, 116), al igual que hizo
Enrique IV, sin duda movido por causas similares.
En efecto, que este monarca siguió esta misma tendencia puede apreciarse observando
el perfil académico de los agentes que destinó a Roma. En concreto, sabemos que Antonio
de Veneris fue doctor en leyes (Cal Pardo, doc. 180, 332); el mencionado fray Alfonso
de Villarreal, maestro en teología; Fortún Velázquez de Cuéllar, doctor en leyes y cánones
(González Nieto 2017b, 56); Francisco de Toledo, maestro en teología;50 Juan de Medina,
licenciado en decretos;51 Rodrigo Sánchez de Arévalo, doctor en leyes y bachiller en
teología y artes (González Nieto 2017b, 55); Rodrigo de Vergara, doctor en decretos;52
Juan de Carvajal, doctor en leyes (Gómez Canedo); y fray Diego de Muros, maestro en
teología.53 De uno en concreto, el bachiller Juan de Segovia, embajador a 28 de octubre
de 1470 (Fernández Alonso, doc. 26, 52-53), conocemos su graduación académica pero
no su especialidad, aunque, dado que era oidor real, parece probable que se hubiera
formado en derecho.
Enrique IV, por tanto, procuró servirse de un nutrido grupo de agentes diplomáticos,
mayoritariamente eclesiásticos y ligados a él mismo por una relación de servicio, que,
además, contaran con la sólida formación jurídica y teológica necesaria para el correcto 50 ACT, Obra y Fábrica n. 298, s/f. 51 ACT, Z.11.B.3.53. 52 ACT, Z.12.G.2.15. 53 AGS, MyP, leg. 85, f. 136.
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desarrollo de las relaciones diplomáticas con Roma. Con respecto a aquellos que
ostentaron cargos de relieve en la administración regia pero no contamos datos sobre su
formación, como Juan de Arévalo o Fernando de Pulgar, cabe suponer, como ha planteado
recientemente Lima (149-150), que al menos debían de haber recibido una educación
pragmática que les capacitara para desempeñar aquellos oficios burocráticos-
administrativos, la cual se acabaría reforzando a través del ejercicio de los mismos. Esta
formación y experiencia debe ser, por tanto, también valorada para comprender los
criterios de selección de estos individuos para servir en el ámbito diplomático, aunque, al
menos en lo que respecta a sus relaciones con Roma, Enrique IV se decantó
mayoritariamente por el empleo de eclesiásticos con formación universitaria e integrados
en los altos estratos de la administración regia.
Más allá de las graduaciones académicas, es posible comprobar que una buena parte
de los embajadores y procuradores analizados contaron con una sólida formación cultural,
aunque no podemos detenernos todo lo deseable para profundizar en sus trayectorias
intelectuales: solo atender a la producción escrita de algunos de estos personajes, como
es el caso de Rodrigo Sánchez de Arévalo (López Fonseca y Ruiz Vila), ya resulta
inabarcable para el espacio del que disponemos.
Aparte del imprescindible dominio del latín para las relaciones con la Curia, el cual es
suponible para los eclesiásticos (Vigil Montes, 409) y constatable para algunos laicos,
como el secretario Fernando de Pulgar, si por algo destaca la nómina de agentes
diplomáticos de Enrique IV en la Curia romana es porque entre sus filas encontramos a
algunas de las plumas más relevantes del siglo XV castellano: el mencionado secretario
Pulgar, famoso literato y cronista de los Reyes Católicos (Pulgar); Francisco de Toledo,
autor de varios tratados de filosofía y teología y de “sermones de gran doctrina”, en
palabras de su biógrafo y amigo, Fernando de Pulgar (191-195); Juan de Carvajal, autor
de un gran número de escritos, buena parte perdidos en la actualidad (Gómez Canedo); y
Rodrigo Sánchez de Arévalo, eclesiástico que contaba con una espectacular formación
intelectual y humanística y que compuso numerosas de obras de muy diversa temática
tanto en latín como en castellano, la mayoría en defensa de aquellos dos poderes a los que
sirvió durante toda su vida: la monarquía y el papado (López Fonseca y Ruiz Vila).
Por último, también ha sido posible constatar que la retórica fue una habilidad
dominada por buena parte de los agentes diplomáticos destinados por Enrique IV a la
Curia, lo que sin duda influyó en su reclutamiento para servirle en este ámbito,54 pues
sabemos que este rey mostró un especial interés en que sus embajadores dominaran el
arte de la oratoria. En efecto, el más crítico cronista de su reinado, Alfonso de Palencia
(1908, vol. IV, 68), calificaba a su compañero de oficio, el secretario Pulgar, como a una
“persona perita, sagaz é ingeniosa en la conversación”, siendo estas habilidades, a decir
de Palencia, las que llevaron al monarca a escogerle como su embajador ante Luis XI de
Francia. Pulgar no se trata del único agente diplomático del que hemos podido reunir
información sobre esta cuestión, pues él mismo indica que el ya mencionado Francisco
de Toledo fue seleccionado en repetidas ocasiones para servir como legado y nuncio
pontificio por “la gran fuerza que tenia en el razonar” (Pulgar, 191-195).
En este sentido, es reseñable el empleo por parte de Enrique IV de predicadores
vinculados a la corte regia en sus relaciones diplomáticas con Roma. El propio Francisco
de Toledo era un conocido predicador toledano (Palencia 1999, vol. II, 361), y fray
Alfonso de Palenzuela fue predicador real (Nieto Soria 1994, 145-146), al igual que fray
54 Sobre el relieve de la desenvoltura en retórica para la negociación diplomática, son de especial interés
las reflexiones de Péquignot, 322-323.
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Diego de Muros, quien en agosto de 1465 fue nombrado maestro de la capilla y predicador
real con la función específica de examinar y reclutar a los aspirantes a predicadores reales,
lo que apunta a que se trataba de un experto en el arte de la oratoria.55 No es necesario
que nos detengamos demasiado en valorar la desenvoltura retórica de Rodrigo Sánchez
de Arévalo, cuyos numerosos discursos diplomáticos pronunciados en la Corte pontificia
en favor de Enrique IV han sido editados y analizados recientemente (Sánchez de
Arévalo).
5. Consideraciones finales
A pesar de que no podemos dar por concluida la investigación en torno a los agentes
diplomáticos de los que Enrique IV de Castilla se sirvió en Roma, los datos recopilados
permiten comprobar que durante su reinado comenzaron a ensayarse algunas de las
innovaciones que los Reyes Católicos introducirían en sus relaciones con la Curia
pontificia: en su mandato se produjo un evidente salto cualitativo con respecto al periodo
anterior en lo que se refiere a las formas de representación diplomática empleadas en
Roma y también en el perfil socio-profesional de los individuos que fueron allí
destinados, con una mayor presencia de laicos, integrados en la administración regia casi
en su totalidad, que, sin embargo, tendrían aún una repercusión muy inferior a la de los
clérigos.
En efecto, podemos afirmar que los que soportaron el peso de las relaciones entre
Castilla y Roma durante este reinado fueron de forma mayoritaria miembros del
episcopado castellano con una sólida formación en derecho y teología, no procedentes de
la alta nobleza, por lo común con experiencia diplomática previa y estrechamente ligados
al monarca por su inserción en los altos estratos de los cuadros burocrático-
administrativos de la Corona, aunque también actuaron en este campo numerosos
prebendados que compartían las mismas características, varios de los cuales, no obstante,
accedieron también al episcopado tras servir al monarca en la Curia. El ámbito
diplomático fue, por tanto, uno de aquellos en los que en mayor medida se dejaron sentir
las consecuencias beneficiosas para Enrique IV de su afán por amparar y promocionar las
carreras de sus principales colaboradores eclesiásticos (González Nieto 2017b), algo
especialmente evidente en lo que respecta a sus relaciones con Roma, donde el monarca
pudo contar, incluso en los momentos más críticos de su reinado, con una amplia nómina
de fieles servidores eclesiásticos que velaron por sus intereses (González Nieto 2018, 14-
18).
En este sentido, en trabajos futuros convendría profundizar en las consecuencias que
para estos agentes reales tuvieron sus largas estancias en la Curia en servicio del rey y
también en las actividades concretas que desarrollaron en la misma, pues, aparte del
ingreso en las filas de la administración pontificia de muchos de estos individuos, nos ha
sido posible comprobar que varios de ellos representaron en Roma a diversos magnates e
instituciones laicas y eclesiásticas de Castilla al tiempo que servían a la Corona,56 con lo
55 AGS, MyP, leg. 85, f. 136. 56 Por ejemplo, cuando en 1470 Enrique IV se disponía a enviar a Francisco de Toledo como su procurador
estable en Roma, los cabildos catedralicios de Toledo y de Burgos le solicitaron que se encargara de ciertas
cuestiones en la Curia. ACT, Obra y Fábrica n. 1319, f. 20r; ACB, Registro de Actas 18, ff. 305v-306r.
Asimismo, el 16 de mayo de 1463 el Consell de Cataluña se dirigió a Sánchez de Arévalo, a quien se
referían como procurador del monarca en Roma, para solicitarle que favoreciese su causa ante el pontífice
frente a Juan II de Aragón en el contexto de su reconocimiento de Enrique IV como rey. ACA, Generalitat,
Serie general (N), 679, f. 36v y f. 38r.
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que los sujetos analizados ya no solo habrían sido el enlace entre Enrique IV y la Curia,
sino también entre esta y el conjunto del reino castellano, incrementándose así de forma
considerable su significación en lo que respecta a las relaciones de Castilla con el papado
durante este reinado.
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