Post on 27-Jul-2016
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brevemente [26]
Relatos en cadena
dindondin [28]
andéndos [14]
Tres microrrelatos, Lidia Sanchis
elmuro [3]
decamino [29]
entrecocheyandén [30]
Besar los sueños, Efraím Blanco
cuentoscomochurros [20]
lapuertadelanevera [23]
marzo2016nº45
andénuno [5]
Atadas al poste, Alejandra Spinetta
Publicamos en Decamino un artículo sobre Who Knows, una revista que, como
nosotros, nace con pulso digital, pero con alma de papel. Y en un formato casi
gemelo.
diccionariodesaturno [24]
sinopsis [25]
Edita: Grupo Andén C/ Feijoo, 6 - 4ºA - 28010 Madrid | edicion@grupoanden.com | www.grupoanden.com
Comité editorial: Alejandro Moreno, Víctor García Antón, Leticia Esteban | Editora: Natalia Muñoz.
Asesores de contenidos: Sergi Bellver, Juan Carlos Márquez y Kike Cherta (España), Juan Martini y Mónica Pano (Argentina),
Mª Luz Carrillo (México)
Publicidad: edicion@grupoanden.com | Diseño: www.jastenfrojen.com
Ilustración: Coordinación: www.leticiaestebanilustracion.com
Ilustración portada e interior: Alejandro Moreno
nove
dade
s
Con la colaboración de:
andéntres [16]
Viaje de ida y vuelta, Paz Monserrat Revillo
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Si lees este número de Cuentos parael andén iniciarás un viaje, varios en
realidad, y te arriesgarás a descubrir
que un beso en una estación puede
hacer que veas doble; que también
se puede besar un sueño; que tú
puedes irte, pero a lo mejor hay una
parte de ti que se queda; y que cada
niño es un adulto a punto de escapar
del regazo de su madre. Y más cosas.
No te quitamos más tiempo, espera-
mos que lo disfrutes.
Cuentos para el andén
@cuentosanden
lector@grupoanden.com
www.grupoanden.com
Te escuchamos:
elmuro
Finalistas:
Sin título - Antonio Ruiz
Córdoba (España)
El color y ella - Alicia Gálvez
Madrid (España)
Cocodrilos en Venecia - Pilar Naranjo
Ciudad Real (España)
Tema: De colores Ganador: Escalera La Caixa - Alfonso Gamo - Madrid (España)
Concurso de fotografía Participa enviando tus fotos a lector@grupoanden.comConsulta las bases y mira las fotos en Facebook y grupoanden.comTema del próximo concurso: Vegetal.
andénuno
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VOS, que no te vas a ir así como así. Ya sé que a la larga o a la corta
me voy a acostumbrar a no verte, a no escucharte,
a no esperarte. Eso no importa. Pero no te pienses que es cuestión
de armarse el bolsito, mandarse a mudar y dejarme así nomás
como si yo no existiera. No señora, conmigo no. ¿A ver si te creíste
que abrías la puerta y listo? No, mi querida, no. Porque hay algo, y
entendedme bien lo que te digo, hay algo que no voy a tolerar, que
no voy a permitir: no voy a permitir que te lleves tus tetas. Así que
si querés, llevate los chicos, llevate el perro, llevate la camioneta, lle-
vate el televisor, pero me dejás tus tetas. Tus tetas se quedan acá,
conmigo, en Peuhajó. Vos andate a donde se te dé la gana, me
importa un comino lo que hagas vos”.
Cuando Ramón dijo eso, quedé pasmada. Me dio tanto miedo
que hundí el pecho y me las abracé. ¿Qué quería hacer este Ramón
con mis tetas? ¿Me las quería cortar?
“No, no te preocupes que no te las voy a cortar. ¿Para qué quie-
ro tus tetas muertas? No, no, no, vos te vas hoy mismo, pero tus
tetas se quedan acá, en esta casa y se quedan vivas. ¡Vivas!
¿Entendiste?”.
La verdad, no entendí. Yo ya sabía que Ramón era medio loco y
que cuando se enojaba le daba por decir cualquier cosa, por eso
pensé que lo de las tetas era una excusa para retenerme, para con-
moverme. Y es lógico, que te dejen. Encontrar a tu mujer, en tu pro-
pia cama, con tu primo... Hasta ahí, yo lo entendía a la perfección.
¿Pero que yo me vaya y le deje mis tetas? Eso si que no podía ser.
¿Cómo se las iba a dejar? ¿No era más fácil insultarme y revolear mis
cosas como hacía cada vez que nos peleábamos? O denunciarme
por adúltera, o…
Atadas al posteAlejandra Spinetta
Al Gauchito Antonio Gil
“¡Sí, ya sé! ¡Ya sé que para vos hasta sería mejor que te dé una
paliza y que te eche a la calle, pero yo nunca le pegué a una mujer
y no voy a empezar ahora! Y que te quede bien clarito lo que te voy
a decir, porque no te lo voy a volver a repetir. Yo quiero dos cosas,
nada más que dos. Una: que vos te vayas y dos: que tus tetas se
queden. Porque nunca nunca nunca nunca en ningún lado voy a
encontrar tetas tan divinas, tan grandes, tan dulces, tan suaves y
suculentas como las tuyas. ¡Vos te vas hoy, sin falta!”.
Que Ramón ya no me quería, era evidente y que se había obse-
sionado locamente con mis dos pechos, también. Ramón siempre
había sido tetero, pero yo creía que era un tetero en general, de los
que les gustan las tetas de todas, pero no, ahora me vengo a dar
cuenta que no, que era tetero de mis tetas y que las quería más que
a mí y más que a nuestros hijos.
“¿Para cuándo tenés pasaje? Bueno, terminá de preparar el bolso,
despedite de los chicos y vení que te espero en el patio”.
Fui al patio. Esperaba una escena, un escándalo de llantos, malas
palabras y gritos como para que se enteraran todos los vecinos del
barrio. Pero no, por suerte estaba tranquilo. Me dijo: “Sacate la blusa”.
Este me quiere retener por el sexo —pensé—, no se quiere dar
cuenta, el pobrecito, de que cuando yo pienso en eso ya no pienso
él, pienso en Ernesto. Pero bueno…, si tiene tantas ganas podemos
hacer uno de despedidita, tampoco es para hacer tanto aspaviento
después de todo…
—¡Dije que te saques la blusa! ¡Carajo!
Yo sabía que cuando Ramón pegaba esos gritos era porque
estaba enojado de verdad. Me saqué la blusa.
—Ahora sacate el corpiño.
—Che, Ramón, que pueden ver los chicos…
—¡Que te saques el corpiño te dije! ¡Carajo!
En cuanto me lo saqué, se tiró arriba de mis tetas y empezó a
tocarlas, apretarlas, besarlas, chuparlas. Les confieso que mis gordi-
tas son muy sensibles, por eso me dejé llevar y perdí la noción de lo
que estaba pasando. Y cuando quise darme cuenta, estaba atada
de las tetas al poste de colgar la ropa.
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andénuno
—Ahora andate, andate a donde quieras y llevate lo que quieras,
menos las tetas. Cuando vuelva no te quiero ver acá.
Prendió un cigarrillo y se fue. Pero se fue de verdad. Oí el ruido
de la camioneta que doblaba en la esquina. Me dije: “Ahora me des-
ato y me voy”. Pero no hubo forma, me había atado de una manera
que era imposible darse cuenta cuál de todos los nudos era el que
tenía que empezar a desatar para liberar mis meloncitos.
A las dos horas, más o menos, sentí que adentro sonaba el telé-
fono. Vino Juana, la señora que ayuda en la casa, y me dijo que el
señor quería que me fuera ya mismo, que ni un minuto más podía
seguir en la casa. Y se quedó mirándome con los brazos cruzados,
esperando a que yo me empezara a ir.
Cuando Ramón volvió, era de noche, yo ya estaba casi en la vere-
da, pero mis tetas no. Mis tetas seguían gordas y turgentes en el
patio, atadas al poste de colgar la ropa con los pezones mirando
para el lado de la higuera. Entre ellas y yo, una lonja de piel unién-
donos. Ramón pasó al lado mío y ni me miró. Se fue directo al poste
a ver a mis dos pechugas y noté que las habló: “Ustedes van a ser
mis cautivas, mis esclavas, mis reinas, mis adoradas, mis criaturas de
dios, las dos. Lindas, lindas, mis gorditas, pechuguitas jugosas, lin-
das”.
No me van a creer si les digo que se abrió la camisa, abrazó al
poste y apretó su pecho contra mis dos tetas atadas. Me conmovió.
Me calentó. Decidí volver y esperar un tiempito más antes de irme
así iba haciéndose a la idea de a poco y mientras tanto me desata-
ba. Pero me rechazó, no me quiso.
“Andate malagradecida. Andate y no vuelvas más. En esta casa ya
no hay lugar para traidoras como vos. Andate lejos. Sos una saban-
dija, un mal ejemplo. Andate”.
Lloré, rogué, supliqué… y así llorando, rogando, suplicando y
cargando mis dos bolsitos seguí caminando y buscando un taxi. El
pellejo que me unía a mis pechuguitas jugosas era cada vez más
fino, elástico y resistente.
Por suerte, porque mi miedo era que en algún momento no
aguantara más y se cortara y me quedara, de verdad y para siem-
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pre, sin mis dos tetas. Si llegaba a pasar eso iba a tener que avisar
rápido a Ramón para que las desatara y las metiera en un frasco con
formol para que se conservaran, ya que tanto le gustaban.
A las pocas horas, ya estaba en el ómnibus camino a Catamarca,
donde me esperaba Ernesto. Ernesto no era tetero, era más bien
culero, pero igual le iba a tener que explicar lo que le había pasado
a mis tetas y qué eran esas dos cintas de piel que me salían por el
cuello de la remera escote en V y se perdían por la ruta 40. Había
reclinado el asiento y estaba a punto de dormirme cuando empe-
cé a sentir que Ramón, en el patio de la casa de Pehuajó, empeza-
ba a darles besitos, a los besitos les puso lengua. “¡Pará, Ramón!”,
pensé. Me estaba calentando otra vez. Tuve que ir al baño del ómni-
bus hasta que Ramón terminó lo suyo. Y yo con lo mío.
Llegué a Catamarca con dos piolines que me salían de la parte
de abajo de la remera; era más cómodo así que del escote. Ernesto,
que como ya dije era muy culero, me apretó los cachetes del traste
cuando me dio el beso de bienvenida sin darse cuenta de nada. Me
preguntó como había sido la despedida de Ramón.
“Calamitosa”, le dije yo. Y no preguntó más.
Como hacía bastante que no estábamos juntos, no perdimos
tiempo. Llegamos a la casa y enseguida empezó con lo que a él le
gustaba tanto y a mí también. Tan contento estaba que no le preo-
cupó que yo no me quitara la parte de arriba. No le preocupó ni ese
día ni los días que siguieron.
Pero es como todo…, de repente le empezó a parecer raro que
me hubiera puesto tan pudorosa de cintura para arriba. Ni que me
tocara lo dejaba. Siempre le ponía una excusa: que me da frío, que
vos no te conformás con nada, que te va a distraer de lo que te
gusta tanto y haces tan bien.
En realidad, tenía miedo. Miedo de que se ponga celoso, de que
se enoje, de que me quiera cortar los piolincitos que me unían al
resto de mi cuerpo, atado al poste de colgar la ropa en el patio de
la casa de Pehuajó, apuntando a la higuera, mis dos gorditas, con
Ramón.
Pero tanto insistió e insistió que no tuve otro remedio. Cuando
andénuno
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le conté, porque preferí que lo escuchara antes de que lo viera,
pensó que le estaba tomando el pelo. Es que los piolines eran tan
finitos que ni se veían. Le dije: “Dame la mano”. Me la dio. Muy sua-
vecito la apoyé sobre los hilitos. No creyó que fueran de mi piel. Le
dije: “Mejor te muestro, así me crees”. Y me saqué la remera.
Pobre Ernesto. Se sentó en el borde de la cama y se quedó
mirándome fijo con cara de abombado. Cuando reaccionó me pre-
guntó si me dolía. Le dije que a veces me tironeaba. Me preguntó
por que no cortaba los piolines. Le dije que no quería mutilarme.
Me dijo que de tanto estar a la intemperie seguro que ya debe-
rían estar secas, carcomidos por los bichos, achicharradas por el sol.
Le dije que mis tetas estaban a la intemperie pero tan vitales y salu-
dables como los dedos de mis pies, como mis pulmones, como mi
lengua, como mis ojos, como… Me preguntó como podía estar tan
segura si las tenía a cientos de kilómetros de distancia.
—Porque siento todo a través de los piolines —dije.
—¿Y que sentís?
Me quedé callada mirando el suelo. Ernesto volvió a preguntar-
me: “Decime la verdad de una buena vez. ¿Qué pasa con tus tetas
en Peuhajó?”. Seguí callada. Yo estaba ahí, parada delante de él con
las botas y la pollera puestas, pero desnuda de la cintura para arri-
ba, dejando ver con impudicia mis piolines que se perdían en la dis-
tancia…
Ernesto esperaba que le contestara. Me estaba teniendo mucha
paciencia el pobre. Yo no sabía si decirle o no, pero me hizo una
pregunta boba y pisé el palito.
—¿Y si te las pica un mosquito?
—No, mi vida, no me pican los mosquitos, Ramón les pone repe-
lente, las cuida, les pone crema, las abriga si hace frío…
Me callé porque me di cuenta de que no le gustaba lo que le
decía.
—¿Y qué más le hace Ramón a tus tetas atadas en Peuhajó? ¿Te
las toca?
—Sí —dije sin levantar la mirada.
—¿Y lo sentís por los piolines?
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—Sí.
—¿Te las acaricia?
—Sí.
—¿Te las chupa?
—Sí.
—¿Y lo sentís?
—Sí, siento todo lo que les hace Ramón.
A mí se me llenaron los ojos de lágrimas, a Ernesto también.
—Y… alguna vez ¿estuviste con los dos juntos, digo, con Ramón
y conmigo al mismo tiempo?
Se me empezaron a caer las lágrimas. Nunca lo había visto a
Ernesto tan triste… Insistió con la pregunta, con la voz quebrada:
—¿Estuviste con Ramón y conmigo al mismo tiempo?
—Sí, mi amor.
Ernesto se levantó de la silla y salió de la casa. No me quiso decir
adónde iba. Él no era de irse por ahí, pobrecito. Ni me miró. Me
quedé sentada, muy dolida, muy triste y justo en ese momento,
cuando la única manera en la que yo tenía que estar era dolida y
triste, lo empecé a sentir otra vez…
“No, Ramón, ahora no —pensé—. Pará… ¡Por favor, pará!
¡Ramón, que no estoy de ánimo!”. Pero a la distancia no había
manera de frenarlo. Entonces, como siempre, dejé que se diera el
gusto. ¡Y lo que no me hizo! Cuando Ramón terminó con lo suyo,
yo estaba un poco más contenta y me quedé dormida.
Me despertó el portazo que dio Ernesto cuando entró a la habi-
tación. Me vio desnuda en la cama y se dio cuenta enseguida. La
cara se le transformó, nunca lo había visto tan furioso, él no era así.
—¿Estuviste con Ramón? ¿Estuviste con él mientras yo no esta-
ba? ¡Hija de tu buena madre! ¡Estuviste con él en mi propia cama!
Intenté explicarle que no lo podía evitar, que Ramón en Pehuajó
hacia lo que quería conmigo, que yo no lo buscaba, que era él… y
que mis tetas eran tan sensibles que cuando Ramón empezaba…
—Ernesto, mi amor, a mí por los piolines me llegan todas las sen-
saciones…”.
—¡Cortate los piolines! ¡O te cortás los piolines o te vas!
andénuno
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—¡No podés pedirme que me mutile!
—No querés dejar de sentir a tu Ramoncito, ¿no? ¿Te gusta lo
que te hace Ramoncito?
—Me gusta lo que me haces vos.
—¡No me cambies de tema! A mí también me gusta lo que te
hago. ¿Te vas a cortar los piolines?
—Mi amor…, no podés pedirme eso.
—Juntá tus cosas. Te espero en el quincho.
Fui al quincho. Esperaba una escena, un escándalo de llanto y
gritos. Pero
no, Ernesto estaba tranquilo, tomaba mate.
Me dijo: “Sacate la pollera”. Me la saqué. “Bajate el calzón”. En cuan-
to me lo bajé empezó a manosearme y a besuquearme el traste.
Debo confesar que tengo el traste muy sensible, me dejé llevar
y perdí la noción de lo que estaba pasando; por eso, cuando quise
darme cuenta, estaba atada del culo del poste central que sostiene
el techo del quincho.
—Cuando vuelva no te quiero ver acá. Andate. Andate de mi
casa. Pero me dejas tu culo. Tu culo queda acá, en Catamarca.
Prendió un cigarrillo y se fue. Pero se fue de verdad. Oí el ruido
de la camioneta que doblaba en la esquina.
andénuno
tw Alejandra Spinetta. Argentina, 1963.Vivo en Buenos Aires. Soy Docente y Licenciada en Comunicación Social y me desem-peño laboralmente en áreas de comunicación de organismos públicos y privados.Escribo narrativa desde el año 2011. Tomé clases con Alberto Laiseca. Algunos de misrelatos fueron publicados en revistas digitales.
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Tres microrrelatosLidia Sanchis
andéndos
Sábado
EN cuanto despierta sabe que no es un día como otro
cualquiera. Primero, por la hora (se ha levantado un poquito
más tarde); luego, por el vestido: hoy no es necesario poner-
se ese feo uniforme del colegio como quien se pone un hábi-
to. Su madre ha abierto las ventanas y anda con el plumero
quitando todas las motas de polvo, reales o imaginarias, que
encuentra en su camino. La niña sabe que esa luz de princi-
pio de invierno que se cuela por los ventanales será única y
que tendrá que retenerla en su memoria para revivirla. El
padre ha ido a almorzar al bar con los vecinos, esa costumbre
tan nuestra que ese día especial también se prolonga un rato
más. Madre o hija irán al mercado (no tienen más que cruzar
la calle), un lugar que todavía tiene algún sentido.
Probablemente, la madre cocinará macarrones o asará un
pollo en el horno. Alguien compró el viernes una tableta de
chocolate y ella y sus hermanas la devorarán en cuanto aca-
ben de comer, sentadas frente al televisor viendo alguna pelí-
cula de Danny Kaye. Aún no tienen edad para salir a tomar
café con sus amigas. O quizá sí. Pero no lo hacen. Hay una luz
violeta que se cuela por la claraboya de la casa, una casa
cerrada, construida con tan poca luz que ella ha ido avanzan-
do a tientas hasta aquí, apenas iluminada por el recuerdo de
aquel sábado de invierno.
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andéndos
Ley de vida
SALEN sigilosamente de las habitaciones de sus hijos
después de haberles arropado y de haberles dado un beso,
la tibieza de la piel sonrosada todavía en los labios, el tacto
sedoso del cabello infantil aún en los dedos. Todas ellas tie-
nen una sonrisa triste porque saben que esta es la última
noche que arropan, besan y tocan: mañana ellos ya serán
hombres que huyen de sus madres.
Indicios o esperanzas
PERO nunca, sin saber bien por qué, dejarán de mirar
hacia arriba. Porque era de noche cuando desapareció todo:
primero, las plantas y las flores; después, los animales. Desde
entonces ya no se escucha a las vacas mugir ni a los perros
ladrar. El silencio se adueñó de las calles y un viento helado
se coló por cada rendija de las casas. La gente se acostum-
bró a caminar entre la niebla, con la espalda encorvada. Se
fueron encogiendo, disminuyendo, diluyendo. Aunque no
pueden evitar seguir escudriñando el cielo en busca de una
señal.
tw Microrrelatos inéditos, pertenecientes a la serie "Microrrelatos para leer en el tren"Lidia Sanchis Sorribes. Burriana, 1967. Licenciada en Ciencias de la Información por la Universitatde València. Empezó su andadura profesional en la Cadena SER. Colaboradora en diversos perió-dicos de la Comunitat Valenciana: Castellón Diario, Las Provincias, Levante EMV. Delegada enCastellón de Mini-Diario. Redactora en el Periódico Mediterráneo. Los últimos quince años ha tra-bajado como editora, locutora y redactora en Ràdio 9, en la delegación de Castellón de RTVV,hasta su cierre el 29 de Noviembre del 2013.
andéntres
16
LA ventanilla de un tren a punto de salir es un observa-
torio privilegiado para saber en qué consiste despedirse. Si
quisiéramos tener una visión global del asunto de los ape-
gos humanos y escuchar el genuino sonido del velcro de
nuestras relaciones (pegándose y despegándose) tendría-
mos que completar el trabajo de campo con una visita a
una terminal de llegada de vuelos de un aeropuerto, con
sus pancartas de bienvenida, abrazos exagerados y empala-
gosos grititos. Pero, como ocurre con la tristeza y la alegría
en la música —cuánto mejor un bolero que la canción del
verano—, da mucho más juego el desgarro de una separa-
ción que un recibimiento rebosante de azúcar.
Es por eso que cuando, el otro día, vi a esa pareja despi-
diéndose en la estación del Norte como si estuvieran can-
tando un bolero, apoyé el codo en la ventanilla y me dispu-
se a disfrutar del espectáculo, rezando para que ese día el
tren también saliera con retraso.
Ella era joven, aunque no demasiado. Estaba en esa edad
en la que, en la época de mis padres, todas las mujeres ya
tenían hijos, mientras que ahora viven una interminable
prórroga de la adolescencia. Él, en cambio, se situaba en esa
incipiente madurez que tan seductores nos vuelve a los
hombres. ¿Quizás fuera su profesor? Probablemente, pues
ella llevaba una carpeta.
Viaje de ida y vueltaPaz Monserrat Revillo
Aldosterona*
*Producida por la corteza suprarrenal, su tejido diana son los riñones. Actúa favo-reciendo la conservación de la sal con el fin de incrementar la presión sanguínea.Aumenta en situaciones de alto contenido emocional (ansiedad, miedo, peligro).
17
andéntres
El abrazo era contundente y pro-
fundo. Había algo de violencia contra
el destino de separarse que le daba
un toque de desesperación muy
atractivo para un voyeur tan fantasio-
so como yo.
Por los altavoces anunciaron la
salida del tren. El velcro se resistía a
despegarse. ¿Quién de los dos subi-
ría al tren? El último encaje de sus
cuerpos derivó en un acrobático
enlace de brazos y acabó en una cari-
cia que él deslizó con tristeza por el
rostro de la muchacha. “Cuídate, cuí-
date”, me pareció descifrar de la lec-
tura de sus labios.
La chica subió a mi vagón. Avanzó
con gesto lento, concentrado. Ligera,
como si levitase unos milímetros por
encima del suelo del pasillo. El azar la
depositó en el asiento vacío frente al
mío, dándome la oportunidad de
observar —con la cautela que
requiere el voyerismo más sofistica-
do— cómo iba mudando su rostro
tras el desgarro del velcro, cómo se
iniciaba la cicatrización.
andéntres
18
El tren comenzó a moverse. Ella se aferraba a la carpeta y
al bolso. Su mirada no apuntaba a ningún objeto del exte-
rior, flotaba en el aire sin tratar de captar nada, sin tratar de
comprender lo que veía. Una mirada acurrucada sobre sí
misma como un perro que duerme. Llevábamos media
hora de trayecto y yo estaba a punto de estallar de éxtasis
por tener el privilegio de asistir en directo a la visión de un
volcán en aparente calma, pero que emite ondas que avisan
a los sismógrafos de su actividad.
Entonces, abrió el bolso. Sacó una toallita húmeda, que
se pasó por las mejillas. Después cogió su móvil, marcó un
número que tenía archivado, tragó saliva y cuando contes-
taron al otro lado dijo:
—¿Cómo va, cariño? Ya estoy llegando a la estación. Sí, sí.
Espérame para el baño del niño, ¿vale? Un beso.
tw Paz Monserrat Revillo.He completado 53 vueltas al sol. Viví en una isla y en la costa de una península. Llevouna doble vida: a veces enseño biología a adolescentes, otras escribo mis desahogos.El resto del tiempo leo, cuido de mi tribu y paseo a mis galgos. Nadé en un Mar depirañas (Menoscuarto 2012), escribí a cuatro manos 100 situacions extraordinàries al'aula (Cossetània, 2014) y Nazarí ha acogido mis relatos hormonados en su catálogo.Riego semanalmente mi blog: http://pazmonserratrevillo.blogspot.com.es/
cuentoscomochurros
20
Cocod
cuentoscomochurros
21
drilos—No me gustan, Fabrizio —declara Doña Filippa sin apartar
la vista de la fachada del hotel. Don Fabrizio se pasa un pañue-
lo por la frente y vuelve a mirar hacia arriba.
—¿Y qué es lo que no te gusta? —le replica.
—No estoy segura -contesta ella.
—¿No te gusta cómo combina el rosa con el color de la
pared?
—No, no es eso, Fabrizio…
—Pues tu hermano Giuseppe dice que son, ¿cuál fue la
palabra que empleó?... ideales, él dice que son ideales.
—Pero Fabrizio, ¿tú estás seguro de que los clientes no se
asustarán cuando vean un cocodrilo en el balcón?
—Filippa, querida, ¿es que no te das cuenta de que son de
color rosa?
—Claro que me doy cuenta, no estoy ciega, Fabrizio.
Doña Filippa se coloca el abanico en la frente a modo de
visera. El sol del mediodía le molesta aunque mantiene a los
cocodrilos inmóviles, como si fueran estatuas.
—Entonces, ¿cómo puedes decir que te asustan? Porque
eso es lo que has dicho. Anda, Filippa, míralos bien y dime la
verdad, ¿qué te parecen?
—No me gustan los cocodrilos, Fabrizio, por muy rosas que
sean, qué quieres que te diga. Yo misma los he visto comerse
hasta un búfalo, ¡un búfalo, Fabrizio!, que se dice pronto.
—¿Y dónde has visto eso?
—En los documentales que echan por televisión.
—Vamos, Filippa, ¿acaso los cocodrilos que viste en el docu-
mental eran de color rosa?
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—Pues no, no eran de color rosa, pero un cocodrilo siempre
será un cocodrilo, ¿quién te dice a ti que no se van a comer a
ningún turista?
—Sabía que sacarías el tema, estabas deseando echármelo
en cara.
—No sé de qué me hablas —dice Doña Filippa haciéndose
la tonta.
—Sí que lo sabes, desde luego que sí, pero voy a aclararte
una cosa: la idea de tener tigres de Bengala en el recibidor no
fue mía, sino de tu hermano Giuseppe. Él dijo que los tigres nos
darían ese toque de extravagancia que poseen los grandes
hoteles europeos.
—Pero este hotel es tuyo, Fabrizio, tú eres el dueño, tú com-
praste los tigres y tú, Fabrizio, fuiste el que pasó dos años en la
cárcel por lo que ocurrió, ¿o es que ya no te acuerdas?
—Claro que me acuerdo, dos años y un día; pero piensa,
Filippa, piensa un momento. En toda Venecia no hay nada pare-
cido, quizá en toda Italia. Estos cocodrilos, para que te enteres,
provienen, nada menos, que de la India, y tienen la piel más
suave que aquella bata de satén que te compré en Roma.
Además no hay más que verlos, son de color rosa…
—Y como son de color rosa… —comienza a decir Doña
Filippa para que Fabrizio acabe la frase.
—Pues eso, que como son de color rosa es imposible que
se coman a un turista, y mucho menos a un búfalo.
—No sé, Fabrizio, en la televisión parecían tan fieros…
—Venga, Filippa, deja de preocuparte y vamos para dentro,
ya verás cómo esta vez todo sale bien.
Don Fabrizio se encamina hacia la puerta del hotel. Doña
Filippa se queda sola en mitad de la calle, mirando hacia arriba
con el abanico apoyado en la frente.
—Ay, Fabrizio, eso es lo que dices siempre: no te preocupes,
Filippa, que todo va a salir bien; tú tranquila, Filippa, ya verás
como esto se arregla; no llores más, Filippa, que dos años se
pasan enseguida...
cuentoscomochurros
tw Colaboración mensual con Cuentos como Churros: ellos eligen una de las cuatro fotogra-fías seleccionadas de El muro y cocinan con ella un rico churro que publicamos aquí. La foto-grafía es de Pilar Naranjo, finalista de nuestro Concurso de Fotografía de este mes.
Luis Checa
Cierren bien la puerta
de su ego, hijos míos,
que por la rendija se me
escapa la vida.
Madre Tierra.
Ángeles Castellanos
A través de la rendija se
escapa el frío y la insis-
tente llamada de sucu-
lentos tesoros.
Aurora HildegardaComo la araña, el ser
humano con su trampa
atrapa incautos, trama
insidias y renta sinsabores.
Esther LigeroEn el sótano hay una
trampa, levántala, baja laescalera y me encontrarás.No te asustes.
Carmen RoizEl príncipe nunca pudoencontrarla, Cenicientano perdió el zapato en
la fiesta.Esther
Salí, dejo en la nevera
tus mentiras por si te
apetece arrepentirte.
Fiesta
https://www.facebook.com/lcheka
http://aurorahildegarda.blogspot.com.es/
Déjale una nota al mundo en La puerta de la nevera: www.grupoanden.com
TTrraammppaa
RReennddiijjaa
23
lapuertadelanevera
LEY
1. Elemento pesado de un conjunto de
normas q
ue recaen de golpe so
bre tus p
elos
de punta. Te aplastan hasta
dejarte en fe
lpudo.
Te advirtieron: tu
función era se
r pisa
do. Imma
Gallimó Caste
llarnau
2. Colección clasificada de norm
as y re
gulaciones
que cada quien interpreta a su
gusto, in
terés y
conveniencia, administrada y aplicada de acuerdo
a su bolsil
lo. Héctor Silva
ADULTO
1. Huelga permanente de m
onstruos b
ajo las
camas. Rosi G
arcía
http://d
ibujandounpensamiento.blogspot.com.es/
2. Niño encerrado en cuerpo desarro
llado que a
veces calla y a veces g
rita. Elisa
bet Jiménez
SOLEDAD
1. Enfermera in
experta, q
ue unas veces c
ura y
otras e
nvenena. Héctor García
2. Agujero en el alma que so
lo se cierra
con la
presencia de otra. Chelo Cadavid
http://p
erseida14.blogspot.com.es/
Una nueva civilización está empezando de cero en
Saturno, aún no tienen claros algunos conceptos,
¿les echas una mano con el diccionario?
Participa en www.grupoanden.com
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diccionariodesaturno
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sinopsis
Tenemos el título del próximo éxito editorial, nos falta la
sinopsis ¿nos ayudas? Participa en www.grupoanden.com
«En la cima»
La rocambolesca historia de el Gran Hugo, editor jefe experto en ortografía,
quien luego de un desafortunado encuentro con el Tomo I del diccionario de
la RAE sufre una lesión cerebral que lo lleva a los límites de la locura.
¿Lograrán vencerlo sus enemigas mortales, Homonimia, Homofonía y
Sinonimia? El Gran Hugo, ¿en la sima o en la cima?
Paola Tena (@cromatide)
Después de veinte duros años y tras haber logrado superar todos los obstá-
culos, Marina no conseguía saborear el éxito. Muy lejos de aquella adolescen-
te frágil y perdida, la nueva mujer soñaba cada mañana con regresar al pasa-
do. Algo no encajaba. Vendió sus propiedades para desandar un camino que
haría tambalear su presente.
Almudena Villalba Organero
Le costó tanto llegar que se sentía aturdida, estaba en lo más alto, se codea-
ba con los más grandes. La única mujer en la sala de reuniones significaba
muchos ceros en su cuenta corriente a cambio de una carencia de escrúpu-
los que ahora, desde su sillón, trataba de recuperar.
Elisabet Jiménez
Guerra de neologismosSemana 21 de concurso: 7 de marzo de 2016Ganadora: Arantxa Portabales Santomé
Serán solo cien palabras. Las esconde en su mesilla de noche. Durante
el día, todas las que usa son inofensivas. Como por ejemplo "lavadora",
"macedonia" o "cucharón". Las otras, las usa solo en la habitación. Si inten-
to tocarla, abre su cajón y me grita: "Pilíapo" "Mustrode", "Calíproce"… Yo
contraataco inventándole piropos: "Polimposa", "Malíbula"… Nunca fun-
ciona. Hoy decidí pedirle perdón. Así sin más. Se ha enfadado muchísimo.
Ha sacado del cajón su peor insulto y lo ha silabeado furiosa: "PI-LI-CA-TRA-
LLO". Cuando se pone así, no hay manera. Lo que daría porque fuese ya de
día y su dulce voz me susurrase "lavavajillas", "espumadera" o "colesterol".
Diccionario ilustradoSemana 22 de concurso: 14 de marzo de 2016Ganadora: Sonsoles García-Albertos Torres
Lo que daría porque fuese ya de día y su dulce voz me susurrase “lava-
vajillas”, “espumadera”o “colesterol”. Dulce porque tiene cinco años, susurra-
se porque no tiene fuerzas para más. Mi hijo no duerme. Es muy inteligen-
te. No sólo mira los dibujos de los libros, también los lee. Pero ni su padre
ni yo hemos conseguido que aprenda a dormir. Mi marido se fue ayer de
casa, me dijo que necesitaba soñar y que aquí es imposible. Yo me hago la
dormida, para que mi niño no se sienta culpable. Ahora mismo estoy dese-
ando que venga a susurrarme las palabras que ha aprendido por la
noche.
marzo
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Brevemente
tw Relatos finalistas de marzo de 2016 del concurso Relatos en Cadena, organizado porla Cadena SER y Escuela de Escritores. Puedes leer todos los seleccionados enwww.escueladeescritores.com o www.cadenaser.com.
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dindondin
Swingui qui vulguiEl tercer y último domingo de cada mes,
de 12 a 14.30h. BarcelonaActividad gratuita
http://www.forfree.cat
TeatraliaDesde el 2 hasta el 23 de abril. Teatros del Canal. MadridEntradas desde 5 euros
http://www.teatroscanal.com
Ellas, las sufragistasHasta el 12 de abril. Centro cultural Conde Duque. MadridEntrada gratuita
http://www.comiendopipas.com
Cuaderno de escriturasHasta el 27 de mayo. Centro Cultural Acatlán, Lomas Verdes Entrada gratuita
http://www.timeoutmexico.mx
http://whoknows-mag.com/
tw Trabajamos sobre el proyecto Who Knows Lab, un 'estudio editorial experimental': una experiencia enri-quecedora, llena de conocimiento; un espacio para el diseño de productos editoriales innovadores que trans-mitan emociones más allá del contenido.
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decamino
No somos como cualquier otra revista de Cultura Urbana Contemporánea.
Who Knows Magazine quiere inspirar, explorar y evolucionar. Queremos sacar a la luz
el talento de nuestra generación y entretener con artículos interesantes y de calidad;
una publicación de exploradores y descubridores, creada por y para ellos.
Trabajamos en dos soportes: nuestro espacio web y nuestro fanzine, que es nuestra
gran motivación y aparece cada dos meses para reivindicar que las revistas existen para
ser leídas, para despertar sensaciones que solo el papel puede transmitir. Who KnowsMagazine nace para ofrecer buenos contenidos en un cuidado diseño contemporáneo.
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LE beso la frente, los ojos, la boca.
Hundo mi cabeza en su cabello que es castaño, y suspiro, ansío, me
robo el aroma todito y le pregunto si lo que huele es champú.
-Vamos con calma -me dice con esa voz que me encanta.
Así que le beso la espalda, los tres lunares, la cadera y luego regreso
y meto la cara en su cabello que ahora es rubio y suspiro. Le digo que
me encanta, que vayamos al cine y busquemos asientos libres en la
última fila; le juro que ahí, en la oscuridad, la voy a besar como nunca
he besado a ninguna mujer. Ella sonríe y me aparta un poco, delicada-
mente, con sus dos brazos.
-Mírame a los ojos -me dice con esa voz que me acaricia los sueños.
Pero yo no quiero, por eso meto mi lengua en su boca y la enredo a
la suya, hago un nudo que aprendí en un viejo libro de amarres maríti-
mos y juego a tratar de desenredarlo, sin éxito. Muerdo sus labios, más
fuerte el de abajo, que me encanta, y ella se queja un poco con esa voz
de niña mimada que me hace querer lastimarla más hasta llevarla al
placer.
Así que le beso un cachete, la oreja, el cuello.
Ella se retuerce y aprovecho para hundir mi cara en la espesura de
su cabello que ahora es rojo. Suspiro desde el fondo de mi pecho y le
suplico que no me diga nada. Que si lo que quiere es decirme algo de
su novio anterior prefiero no escucharlo. Quizá lo que quiere es hacer-
me sentir mal. No hago deportes ni soy un tipo atlético como el tipo
aquel con el que posa tan contenta en su viaje por Europa; no tengo el
auto con que aquel sujeto la llevó de viaje por la cordillera de los Andes;
en definitiva, no tengo el porte elegante de su ex novio que la llevó de
aventura por el majestuoso Gran Cañón.
Por eso le beso las manos, los dedos, las uñas. Busco con delicadeza
sus palmas para obligarlas a acariciarme la cara. Alcanzo a ver las pala-
bras que se forman en su boca y procuro callarlas con otro beso.
Besar los sueñosEfraím Blanco Alumno del Taller de narrativa del maestro Francisco Rebolledo (México)
entrecocheyandén
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entrecocheyandén
tw Efraím Blanco (@elEphra). Cuernavaca, México.Es egresado de la Escuela de Escritores Ricardo Garibay del Estado de Morelos (ICM/SOGEM). EstudióLetras Hispánicas en el CIDHEM. Es fundador y director de la editorial independiente Lengua de Diablo. En2012 obtuvo el Premio Nacional de Cuento Juan José Arreola con el libro Dios en un Volkswagen amarillo.
-Detente, por favor -me dice con firmeza.
Y yo beso el contorno de su brazo que se empeña en alejarme.
Serpeo entre sus movimientos y me abalanzo sobre su escote,
debajo de la blusa, en sus pechos que beso, en sus pezones que
mordisqueo y ella deja escapar un "¡Ay!" que no suena mal. Me exci-
ta. Mis manos la atrapan y la detienen lo suficiente para perderme
una vez más en la hondura de su cabello, que ahora es blanco, y me
deslizo por la curva de su cuello, por los diminutos vellos que
enmarcan su piel, por sus hombros delicados y pecosos, hasta que
desciendo con seguridad por la zona de su ombligo que es perfec-
to, diminuto, y yo lo bordeo y tomo destino rumbo al sur.
-¡Auxilio! ¡Seguridad! -grita ella.
Yo no tengo tiempo para nimiedades.
Hurgo entre sus piernas, renazco en sus muslos, en el calor que
me atrae a su sexo, donde mi lengua busca la fuente de la eterna
juventud y la encuentra, y bebe de ella, y no hay nada que quiera
escuchar en el mundo. Por eso escapo y me refugio en la selva de
su cabello que ahora es negro, y le pregunto por qué huele tanto a
medicina, por qué el cuarto está acolchonado y por qué me han
atado los brazos con esta camisa de fuerza; quiero gritar pero el
bozal me lo impide. Dos tipos me sujetan y no puedo evitar pensar
si uno de ellos será el galán con el que posa tan contenta en su
página de Facebook. Ella está muy callada. Pero me mira, y sé que
me ama, nos amamos, y todo va a estar muy bien.
-Sujétenlo para la inyección -dice con esa voz que me encanta.
Y yo me pierdo en un sueño; le beso la frente, los ojos, la boca.