Comentario Galileo

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COMENTARIO DE TEXTO

«Persistiendo, pues, en su primera decisión de desprestigiarme a mí y a mis

cosas por todos los medios posibles, sabiendo cómo yo en mis trabajos de astronomía

y de filosofía sostengo, sobre la constitución de las partes del mundo, que el Sol, sin

cambiar de lugar, permanece ubicado en el centro de las revoluciones de las esferas

celestes, y que la Tierra que se mueve sobre sí misma, gira en torno a él; y además

oyendo que voy confirmando tal posición, no sólo refutando los argumentos de

Ptolomeo y de Aristóteles, sino aportando otros muchos en su contra, y especialmente

algunos referidos a los efectos naturales, cuyas causas tal vez no puedan explicarse de

otra forma, y otros astronómicos dependientes del conjunto de los recientes

descubrimientos celestes, los cuales claramente refutan el sistema ptolemaico y

concuerdan y confirman admirablemente esta posición; y tal vez desconcertados por

la reconocida verdad de otras proposiciones afirmadas por mí, distintas de las

comúnmente sostenidas, y desconfiando ya de su defensa, mientras permaneciesen en

el campo filosófico, se han decidido a intentar proteger las falacias de sus discursos

con la capa de una fingida religión y con la autoridad de las Sagradas Escrituras,

utilizadas por ellos con poca inteligencia, para la refutación de razonamientos ni

entendidos ni conocidos»

GALILEO, Carta a Cristina de Lorena, trad. M. González, Madrid,

Alianza, 1987, pp. 64-65

Comentario:

Es bien conocida la persecución que sufrió Galileo por parte de las autoridades

eclesiásticas debido a sus proposiciones en materia de astronomía. Siguiendo a

Copérnico, Galileo postula un sistema heliocéntrico en el cual la Tierra dejaría de ser

el centro estático del Universo para pasar a girar en torno al Sol. Es también conocido

el rechazo frontal de la Iglesia a esta proposición en particular, pero, ¿qué hay detrás

de esta absoluta repugnancia al sistema heliocéntrico? Para empezar, debemos decir

que, en la condena que sufrió Galileo, entra en juego algo más importante que el

sistema heliocéntrico en sí: lo que éste representa. ¿Y qué representa? Un abandono

del hasta entonces vigente sistema aristotélico-ptolemaico (“voy confirmando tal

posición, no sólo refutando los argumentos de Ptolomeo y de Aristóteles, sino

aportando otros muchos en su contra”). No es sólo la posición central de la Tierra en

el Universo lo que se rechaza al deslegitimar el sistema aristotélico-ptolemaico, sino

todo un modo de entender el mundo físico. En efecto, la mayor revolución llevada a

cabo por Galileo debe situarse en el campo de la física.

Será gracias al uso del telescopio, recién inventado y empezando a ser

utilizado para fines astronómicos, que Galileo será capaz de aportar, basándose en sus

observaciones, argumentos tan decisivos en contra del sistema aristotélico-

ptolemaico. Los dos hechos observados por Galileo que más peso cobran son el

descubrimiento de cráteres en la Luna y de manchas en la superficie del Sol que

presentaban un aspecto cambiante. La importancia de estos descubrimientos radica en

el cambio de la manera de entender el mundo que suponen. Aristóteles afirmó que el

Universo (esfera del mundo) se dividía en dos partes: el mundo supralunar (Cielo) y el

mundo sublunar (Tierra). En el mundo supralunar, debido a que todo está constituído

del elemento éter, un elemento imponderable e incorruptible, los cuerpos (celestes)

son inmutables, conociendo únicamente el movimiento circular. Son igualmente

esféricos, y esto puede afirmarse no sólo atendiendo al argumento de que la esfera es

la figura más perfecta (y correspondería por tanto al elemento más perfecto, el éter),

sino a la propia observación. Así pues, descubrir irregularidades en la superficie de la

Luna y manchas cambiantes en el Sol delegitima la pretendida perfección e

inmutabilidad de los cuerpos celestes. Por otra parte, a diferencia de lo que ocurre en

el mundo supralunar, el mundo sublunar se compone de cuatro elementos ponderables

(tierra, agua, aire y fuego), que se distinguen entre sí en función de su naturaleza

pesada o ligera. Estos elementos tienden a ordenarse en el mundo sublunar de acuerdo

con su naturaleza: los más pesados, tierra y agua, abajo (lo más cerca posible del

centro de la Tierra), los más ligeros, aire y fuego, arriba (lo más lejos posible, sin

salirse del mundo sublunar, del centro de la Tierra). Es decir, a los elementos

sublunares les corresponde un movimiento rectiníneo de aproximación o alejamiento

del centro de la esfera del mundo.

Podemos entender ahora por qué es absolutamente necesario para Aristóteles

postular un sistema geocéntrico: puesto que la Tierra es pesada, a ella le corresponde

ocupar el centro del mundo. Cualquier otra posición posible es impensable, lo que

excluye además un pretendido movimiento circular de ésta en torno al Sol.

Es en este contexto en el que debemos entender la polémica generada por el

sistema heliocéntrico, defendido por Copérnico y más tarde por Galileo, y que, como

he dicho antes, supone una revolución en el campo de la física (dominado por la teoría

de Aristóteles). A partir del movimiento escolástico, la visión de Aristóteles se había

convertido en parte integrante de la doctrina oficial de la Iglesia Católica, y es por ello

que el sistema propuesto por Galileo resultaba absolutamente intolerable.