Post on 03-Jul-2020
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Mi intención principal es investigar los espacios urbanos que
alumbraron la revolución, identificar el sujeto social que estuvo
detrás de la Barcelona de julio de 1936. Después de muchos años
de historiografía, de kilómetros de estanterías sobre la guerra civil,
en la ciudad paradigmática de las revoluciones obreras del siglo
XX en el Occidente europeo apenas hemos conseguido identificar
esos trabajadores que se echaron con las armas a la calle para sofocar
el golpe fascista, reconocer de dónde procedían, en qué barrios
y en qué condiciones vivían. Sabemos que la revolución que se
encontraron inopinadamente en sus manos fue cosa de anarquistas.
Asumimos que los cenetistas solían ser trabajadores no cualificados,
inmigrantes posiblemente, pero que, en general, todos los estratos
obreros participaron en las gloriosas jornadas de julio y en el nuevo
orden social que sobrevino en los meses siguientes. Identificamos
con obviedad sus orígenes en unos genéricos “barrios obreros”.
Solemos salpicar las explicaciones con algún comentario casual
sobre lugares del centro donde se produjeron los enfrentamientos
decisivos, con alguna leve alusión a esta o aquella barriada. Pero,
ARRABALES DE LA REVOLUCIÓN:ANARQUISMO, INMIGRACIÓN
Y ESPACIO URBANO EN LABARCELONA DE LOS AÑOS TREINTA
José Luis Oyón
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en el fondo, el espacio urbano está lamentablemente ausente de
todas las reflexiones.
En realidad, las imágenes y la documentación gráfica ayudan
poco. Son más bien una “falsa pista” para esa búsqueda. Las
fotografías de prensa, las “estampas de la revolución”, como algunas
de las que se publicaron casi de inmediato, los documentales
cinematográficos, reflejan invariablemente los lugares centrales:
cenetistas esgrimiendo sus armas en las calles de Ciutat Vella, obreros
que vigilan tensos en la barricada, camiones atestados de jóvenes
milicianos partiendo alegres hacia el frente, rituales iconoclastas,
grandes mítines en cines y teatros, manifestaciones conmemorativas
(el entierro de Durruti...). Yo he querido estudiar el tema alejándome
de ese tipo de documentación más cualitativa, una documentación
que, como el estudio basado en la prensa o en el relato político,
tiene que ver esencialmente con los discursos. No contemplaré tanto
el discurso, las palabras, como las cosas. Con el simple método de
anotar direcciones, durante los últimos diez años he ido reconociendo
en el plano de la ciudad más de 70.000 lugares, puntos del espacio
urbano en los que he localizado, desde el simple domicilio de un
obrero de fábrica o la afiliación personal a un determinado sindicato,
hasta series enteras de datos censales sobre un determinado hogar
obrero: las personas que lo componían, sus orígenes geográficos,
sus oficios, la distribución de la casa. Mi intención ha sido desbrozar
tanto el perfil sociológico de los distintos estratos del mundo obrero
como sus pautas de vida cotidiana en el espacio urbano. Una vez
analizados esos campos, he intentado relacionar esos hallazgos con
la acción política y sindical, conocer la participación política de
personas y lugares: su militancia, su implicación en la acción
colectiva, en las luchas políticas. Pienso que el análisis socioespacial
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abre nuevos caminos en la comprensión del mundo obrero barcelonés.
Mi análisis mostrará que no habría que buscar los espacios cotidianos
de la revolución en el centro de la ciudad, sino justamente en sus
antípodas, en las periferias más alejadas del mismo.
Lo primero que hay que decir para contextualizar la Barcelona
de la revolución es que la ciudad de los años treinta era en realidad
una ciudad muy distinta a la ciudad de principios de siglo. La
auténtica frontera del cambio urbano vino marcada por la Primera
Guerra Mundial. La ciudad, con 600.000 habitantes en 1914,
superó claramente el millón en 1930, y en 1936 se acercaba con
sus municipios dependientes a 1.200.000 habitantes. Fueron años,
pues, trascendentales para una Barcelona que había pasado de ser
sólo una gran ciudad a convertirse en una auténtica metrópoli.
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Interior Ensanche
Total
2500
2000
1500
1000
500
1897 1902 1907 1912 1917 1922 1927 1932
111
Desde el final de la guerra, el crecimiento de la edificación fue
auténticamente explosivo y la media anual de construcción de casas
triplicó la del período anterior. El Ensanche creció enormemente,
con edificios más altos. El Casc Antic se colmató totalmente y
algunos de sus barrios alcanzaron densidades elevadísimas, por
encima de los 1.000 habitantes/ha. Lo más novedoso fue sin embargo
la formación de una nueva corona suburbana, de unas “segundas
periferias”, donde vivían ya unos 150.000 habitantes en 1936.
La clase obrera barcelonesa era una entidad sociológicamente
muy consistente. Socialmente inmóvil, sólo uno de cada diez hijos
de obrero consiguió traspasar la barrera del trabajo manual durante
los años de entreguerras. Pero dentro del mundo obrero manual, los
estilos de vida se estratificaban por cualificación e inmigración, es
decir, el mundo obrero barcelonés estaba interiormente diferen-
ciado. La distinción por cualificación era muy clara. De 1914 a
1930, apenas se alteró la brecha salarial entre cualificados y no
cualificados (entre un tercio y mitad superiores para los primeros).
Sólo uno de cada cinco hijos de jornaleros pudo atravesar de hecho
la barrera del oficio en los años de entreguerras. Pero había también
importantes diferencias por inmigración. No sólo era más común
encontrar catalanes en las mejores ocupaciones del trabajo
especializado, sino que la diferenciación según la condición
inmigratoria dentro de los jornaleros, la distinción de la inmigración
reciente y no cualificada como categoría, muy especialmente para
el grupo de los jornaleros llegados del sureste, aparecía muy marcada.
Sus familias eran más amplias, sus tasas de analfabetismo un 70%
superiores a las de los jornaleros catalanes, el impacto de la mortalidad
mayor. Pocas veces podían acceder a los escalones medios y altos
del trabajo industrial, y su movilidad social ascendente correspondía1898 19001 1902 1904 1906 1908 1910 1912 1914 1916 1918 1920 1922 1924 1926 1928 1930 1932 1934 1936
1600
1400
1200
1000
800
600
400
200
Permisos nueva planta, 1897-1936
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Oleadas migratorias y característicassocioculturales, de familia y de vivienda
Inmigración Valencia Aragón Murcia Almeríacatalana
% sirvientes 12,4 3,6 5,5 2,0 0% analfabetismo 13,2 25,7 18,4 29,7 34
Tamaño hogar 4,4 4,9 4,6 5,9 6,0Hijos familia 1,6 1,9 1,9 2,4 2,3Familia múltiple 9,7 13,4 8,5 17,2 18,3No familiar 4,1 8,6 8,5 13,5 20,0
Propiedad 8,9 3,0 3,4 1,7 2,5Infravivienda 1,3 3,4 3,7 7,7 9,1Cohabitación no familiar 12,8 19,7 24,3 25.7 31,4Total cohabitación 30,3 42,1 40,0 54,1 59,0
Diferenciación jornaleroscatalanes y jornaleros inmigracióncharnega reciente
%
500
450
400
350
300
250
200
150
100
50
analfabetis
mo
hijos<
15 años
tamaño hogar
infravivienda
cohabitación
propiedad
cohabitación
no familia
r
Jornaleros catalanes = 100
Jornaleros catalanes Jornaleros, inmigración murciana y almeriense (<20 años)
174 171
134
500
149
49
348
113
a la mitad de la de los jornaleros catalanes, a lo que contribuían
las elevadas cotas de endogamia matrimonial. Sus hijos se
incorporaban al trabajo y abandonaban la escuela a edades más
tempranas. Hay que hablar, pues, de tres figuras diferentes dentro
del mundo obrero masculino dotadas de características propias:
los artesanos y obreros cualificados y los jornaleros no cualificados,
distinguiendo dentro de éstos a los catalanes más largamente
asentados de los más precarios de la inmigración reciente.
Tres eran los grandes escenarios donde se desarrollaba la vida
obrera barcelonesa de los años treinta. El primero y más importante,
con unos 250.000 obreros, era el de los viejos suburbios populares
del Llano de Barcelona. Dominaban los jornaleros, muchos de
ellos largamente asentados en la ciudad, pero eran frecuentes
también obreros cualificados y tampoco faltaban algunos empleados
y comerciantes. Eran “pequeñas ciudades”, continuación de la
mezcla de estratos sociales característica de muchos barrios
populares del 1800, donde cabía desde la industria y el taller hasta
el pequeño comercio especializado. El segundo escenario estaba
formado por los barrios densificados del Casc Antic, que compartían
algunas características de esa “mezcla de lo popular”, pero donde
la mayor degradación, la presencia de la inmigración reciente
y el estar fuertemente señalados por el comercio, por los hogares
monoparentales, y por numerosas actividades artesanas largamente
decantadas eran rasgos distintivos. Las segundas periferias, que
forman nuestro tercer escenario, eran en cambio jóvenes espacios
nacidos al margen de la ciudad donde la falta de cualificación, la
inmigración reciente y la precariedad habitacional eran trazos
definitorios. Ambos escenarios, iguales en población, sumaban
la misma masa obrera que los suburbios populares.
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Los cuatro escenarios de laBarcelona obrera y popular
Barrios de especial concentración de cuellos blancos Zona de transición
Barrios densificados del Casc Antic Suburbios populares Segundas periferias
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La ciudad cotidiana y la singularidad de las periferias
de inmigrantes
La segregación residencial entre ricos y pobres era, para empezar,
muy marcada. Había una gran oposición espacial entre “dos
ciudades”, un contraste indiscutible si comparamos las clases
extremas, esto es, el 20% de las clases burguesas, con el 50% de
los trabajadores no cualificados. Había una frontera imaginaria,
pero muy neta, una gran fosa que apenas podían traspasar los más
pobres entre los jornaleros. En sólo treinta años, la distancia física
entre mundo burgués y mundo obrero se había incrementado en
un 50%. Las zonas ricas de los suburbios ricos, del Ensanche y de
algunas áreas de la Ciutat Vella central en 1900 todavía lo eran
más en 1930. Los suburbios populares y algunos barrios no
degradados del Casc Antic apenas se alteraron, pero otros se
proletarizaron decididamente, como es el caso de los barrios más
densificados del Casc Antic, principalmente la Barceloneta,
el Raval central y santa Mónica, y por supuesto, las segundas
periferias, compuestas casi exclusivamente de hogares jornaleros.
Esa segregación espacial era particularmente sensible en las bolsas
de la inmigración reciente. Si las clases pudientes se distanciaban
cada vez más del jornalero, dentro del mundo obrero manual se
constata una segregación crucial, una separación mucho más neta
del estrato no cualificado, especialmente el de la inmigración
más reciente, en “guetos proletarios”. Los índices de segregación
y concentración por grupos migratorios más destacados correspondían
en efecto a los murcianos y los andaluces, los grupos migratorios
más recientemente llegados. Lo esencial de toda aquella Barcelona
muy diferenciada en el espacio urbano se hallaba en algunos
barrios densificados del Casc Antic, como el Barrio Chino o la
Jornaleros
117
Segregación residencial por clases sociales
Clase I Clase II Clase III Clase IV Clase V
Índice de Índice desegregación concentración
Índice de similitud
Clase I — 33 41 50 59 49 6
Clase II — 18 29 40 31 2,6
Clase III — 25 34 22 1,9
Clase IV — 18 13 1,8
Clase V — 29 1,6
Elite
Factor I
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La inmigración reciente en Barcelona
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Barceloneta, y en las “segundas periferias”, donde la escasez de
familias catalanas era muy llamativa y el nivel de segregación
respecto a las clases no manuales era el más alto de la ciudad.
En ningún otro lugar era mayor la impresión de lejanía física,
el aislamiento de unos barrios ajenos a cualquier atributo de
centralidad y sin solución de continuidad con la edificación
existente. A pesar de la percepción coetánea del barcelonés
acomodado, que identificaba sin más las llamadas “barriadas
extremas” como “guetos” de charnegos, ninguna comunidad
regional “dominaba” en realidad ningún enclave urbano. Lo
correcto sería hablar de guetos proletarios, barrios lo suficien-
temente consistentes en su carácter obrero y no autóctono para
ser percibidos como distintos.
120 121
A partir de expedientes de desahucio, he podido reconstruir el
mercado de la vivienda obrera de los años de entreguerras. Al
iniciarse la década de los treinta, el impacto del alquiler medio
(55,2 ptas/mes) sobre el salario era exactamente igual al ya muy
elevado de quince años antes. El obrero barcelonés debía dedicar
al alquiler medio proporciones altísimas de su ingreso salarial: un
19-22% del sueldo mensual en el caso de los obreros cualificados,
un 27-30% en el caso de los no cualificados y un inalcanzable 34-
38% en el de las mujeres obreras especializadas. La dura huelga de
alquileres del verano de 1931 no será sino la consecuencia de esa
grave crisis.
Nada ayudó a solventar la crisis de la vivienda. La repercusión
de la propiedad en el mundo obrero apenas fue destacable, en
600
500
400
300
200
100
1900 1905 1910 1915 1920 1925 1930
Número deviviendas
600
500
400
300
200
100
1920 1921 1922 1923 1924 1925
Número deviviendas
Años
Otras viviendas Pasillos
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torno al 4%. El impacto de la vivienda subsidiada fue prácticamente
nulo. Mientras el protagonismo de la vivienda pública más o
menos subsidiada fue indiscutible en la Europa socialdemócrata
durante el ciclo de entreguerras y a veces prácticamente exclusivo,
nada parecido sucedió en Barcelona. Las viviendas municipales
alcanzaban solo al 1,4% del mundo obrero barcelonés, cifras en
nada comparables a las del 10% o incluso el 20% de muchas
ciudades europeas “del norte”.
Al no responder el mercado habitual a la gran demanda
insatisfecha, se formó una enorme bolsa de vivienda infracapitalizada
que reunía tres submercados principales: el de la infravivienda
de las barracas y los pasillos, el alojamiento de muy baja calidad
y mínimas dimensiones y el realquiler. Las infraviviendas más conocidas
123
son quizás las barracas, unas 6.000 en 1928, con el alquiler más
barato que se podía encontrar en la ciudad. Tan importantes
como las barracas fueron los pasillos. En 1930, existían unas
3.000 viviendas de pasillo en el área de Barcelona, desde simples
series de sólo tres viviendas hasta auténticas ciudadelas de más
de treinta. Aunque la infravivienda ocupaba un porcentaje pequeño
del stock habitacional, el obrero inmigrante más inestable no
tuvo más remedio que recurrir a esa franja baja del mercado
y tanto pasillos como barracas tuvieron una ocupación muy
mayoritaria de obreros inmigrantes recientemente llegados a la
ciudad. Para un jornalero murciano o almeriense, era dos veces
más probable residir en infraviviendas que para uno valenciano
o aragonés y cinco veces más que para uno catalán. En los otros
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dos submercados de la vivienda en la franja baja del mercado, el de
pisos de dimensión mínima del Casc Antic y el de las casetas de las
segundas periferias, cuantitativamente más importantes que la
infravivienda y con precios algo superiores, la presencia de los
obreros inmigrantes era también mayoritaria. Lo mismo ocurría
en el decisivo mercado del realquiler. He estimado que cuatro de
cada diez familias de la clase obrera barcelonesa cohabitaban en
1930. La cohabitación no familiar, es decir el realquiler en sentido
estricto, afectaba a cerca del 20% de los hogares obreros. Un 14%
de los jornaleros catalanes estaba afectado, pero entre los murcianos
y almerienses, el porcentaje ascendía a un 40%. El recibo del
alquiler sitúa también las distintas figuras obreras en escalones
claramente diferenciados: 52 ptas/mes era la media del alquiler
125
del hogar de un jornalero inmigrado reciente y desahuciado; subía
a las 64 ptas en el caso de un jornalero catalán y a las 71 ptas en
el caso de un obrero cualificado. Los barrios de alquiler más barato
eran las segundas periferias de inmigrantes, justo por debajo de
la raya de las 45 ptas. La franja intermedia, entre las 45 ptas y las
55,2 ptas del alquiler, delimita con exactitud el escenario de los
barrios obreros del Casc Antic. Las condiciones de la vivienda
eran especialmente duras en esos “guetos proletarios” de la ciudad.
La experiencia doméstica del suburbio popular era distinta, más
variada y habitualmente de mayor espacio vital, de alquileres
más caros, mejor equipamiento doméstico y menor densidad.
Finalmente, la Barcelona obrera de entreguerras era una ciudad
donde la vida cotidiana se desarrollaba en la esfera de la proximidad,
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del radio corto. Mientras el desplazamiento diario en transporte
público se convirtió en práctica habitual de la vida cotidiana en
muchas ciudades europeas de entreguerras, el barrio compacto, un
barrio en el que se vivía y se trabajaba, tenía todavía en Barcelona
un peso considerable. A pesar de que el transporte público se
abarató durante la Primera Guerra Mundial, seguía siendo caro
para algunas capas obreras y no era igualmente accesible para todos.
Esto tuvo dos consecuencias. Por una parte, pervivía una movilidad
todavía “ochocentista”: más de dos terceras partes de los obreros
barceloneses no necesitaban con toda seguridad usar transporte
alguno al vivir a distancias del trabajo que podían recorrer a pie
(menos de 2 km). (En Birmingham, una ciudad de similar tamaño
a Barcelona, esa cifra era de poco más de un tercio y en Londres
no llegaba a un 20%). Por otra parte, la movilidad se estratificaba
por cualificación: a mayor salario, mayor desplazamiento cotidiano.
La mayor movilidad correspondía a los estratos más cualificados
de la clase obrera. Los trabajadores cualificados eran los más
proclives a utilizar el tranvía: más de la mitad de los obreros
cualificados tomados en su conjunto vivía a más de 2 km del
centro de trabajo. El uso ocasional del tranvía y el corto caminar
diario al taller constituían en cambio la experiencia cotidiana del
peón, de las mujeres y de los jóvenes aprendices. Un obrero
cualificado se desplazaba cerca de 3 km de media, uno sin cualificar
poco más de 2 km y una mujer obrera sólo 1 km. Los obreros
inmigrantes de las periferias fueron los menos barriales en sus
relaciones de trabajo cotidianas. Dada la falta de industrias, en las
segundas periferias, caminar diariamente fuera del barrio era lo
más frecuente. Esos desplazamientos se hacían habitualmente a
pie, debido a la ausencia de medios de transporte. En la Torrassa,
127
un barrio dormitorio de inmigración reciente, un porcentaje
elevadísimo de sus activos se desplazaba fuera del municipio para
trabajar.
De la misma forma que la movilidad nos habla de la inten-
sidad de las relaciones de proximidad con la fábrica o el taller, el
estudio de la movilidad residencial, de las relaciones de amistad
y vecindario, del espacio del cortejo, del uso vecinal del espacio
público nos habla también de un mundo de proximidad. Si alguna
diferencia se puede establecer dentro de todos esos campos de
estudio que denotan una vida barrial muy intensa en las tres figuras
obreras es que era la figura del inmigrante reciente, la más inestable
residencialmente en un mismo barrio, la que tenía menos soportes
de apoyo en las redes de parentesco y la más obligada a un uso
intensivo y no normativizado del espacio público, la menos
relacionada con el equipamiento asociativo local. Si se exceptúa el
apoyo en las redes parentales, que fueron incluso de mayor fuerza
que en los suburbios populares, son esos mismos rasgos los que
encontramos en las barriadas extremas. El suburbio popular permitía
en cambio el despliegue de numerosos equipamientos asociativos
del ocio del que las segundas periferias estaban especialmente
huérfanas. La sociabilidad barrial de las segundas periferias se
apoyaba sobre todo en los soportes más elementales de la sociabilidad
primaria: el parentesco y la vida en la calle. Como explica un obrero
de las Casas Baratas: “Hasta los diez o doce años, no pisé la plaza
Orfila. Por tanto, el 90% de todo lo que se nos hace imprescindible
es absolutamente prescindible y por eso te inventas recursos. En
esta situación, la calle lo es todo: donde juegas, donde comes,
donde haces tertulia, donde trabajas. Los espacios limitados no
existen.”
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Distancias medias domicilio-trabajo en tres ciudades, años treinta
Londres Birmingham Barcelona
Menos de 2 km (%) 16,5 38,0 66,6
Menos de 3 km (%) 34,0 54,0 81,0
Distancia media (km) 11-21 — 1,7-1,9
Fuentes: K. Liepmann, The Journey to Work; J. I. Oyón, C. Miralles, “De la casa a la fábrica”, en Vida obrera en la barcelona
de entreguerras, C. G. Porley, J. Turnbull “Model choice and model change…”.
N.B. Las cifras de Londres se refieren a los estates del LCC, los de Barcelona a seis grandes empresas y los de Birmingham
a todo tipo de empresas y localizaciones. La distancia media para Londres está basada en fuentes orales.
Mujeres obreras Obreros no cualificados Obreros cualificados
Distancias medias al trabajo por cualificación y género
1
Bar
rial/Vec
inal
Km
Bar
rial
Bar
rial/Ext
rabar
rial
2
3
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Empleos/habitante Desplazamientos dentro del municipio
Oferta de empleo y desplazamientos dentrodel municipio de Hospitalet por barrios
100
Santa
Eul
àlia
La Torr
assa
Cen
tro
200
Parentesco-proximidad
Viviendas implicadasen relación de parentescoen primer grado
Eduard Aunós 191 1.180 6,18 29,3 30,9 47,6
Hostafrancs 206 947 4,59 35,0 10,7 42,2
Barceloneta 222 1.022 4,60 25,2 29,7 43,7
Poble Nou 221 1.092 4,94 28,6 23,1 46,2
Sant Pere 246 992 4,03 20,3 18,3 38,6
Colònia Castells 142 742 5,22 16,2 26,8 43,0
Númeroviviendas Habitantes
Habitantes/vivienda Corresidencia Proximidad
Total:corresidencia +proximidad
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Las periferias de inmigrantes, protagonistas de la revolución
Mi tesis central se basa en la trascendencia política de esa figura
del jornalero inmigrante de las periferias proletarias como sujeto
y escenario centrales de la revolución.
Hablemos primero de la afiliación y la militancia sindical, en
concreto a los sindicatos revolucionarios, a la CNT. Superado el
paréntesis de la Dictadura, el sindicato confederal volvía a ser
indiscutiblemente la fuerza sindical hegemónica. Con cerca de
200.000 obreros afiliados en el Barcelonés, agrupaba a más de dos
tercios de toda la población obrera de la ciudad. El liderazgo de
la facción faísta y revolucionaria en los años treinta va a ir aparejado
tanto a una actitud de abierta oposición insurreccional al orden
republicano, como a una pérdida de la militancia de un 50%
(96.985 afiliados a mediados de 1936). En esa “nueva” CNT de
vísperas de la revolución del 36, más pequeña y revolucionaria a
un tiempo, las segundas periferias tenían las mayores tasas de
afiliación. Si consideramos la afiliación total a los tres grandes
sectores del trabajo manual barcelonés –textil, metal y construcción–,
observamos que, en términos relativos a la población obrera
residente en cada escenario, la afiliación confederal era más del
40% mayor a lo esperable en ese escenario obrero. Si en las segundas
periferias la UGT apenas estaba representada, su presencia en los
suburbios populares era en cambio un 42% mayor a la esperable.
En términos absolutos, la CNT tenía la hegemonía total en las
segundas periferias. Por cada trabajador afiliado a los sindicatos
de la UGT, había seis afiliados a alguno de los tres grandes
sindicatos únicos confederales. En los suburbios populares, en
cambio, la posición de los confederales respecto a los ugetistas
era muy distinta. Por cada trabajador afiliado a la UGT, había
133
sólo dos trabajadores afiliados a la CNT. A mediados de 1936,
la UGT comenzaba, pues, a competir con la CNT en este escenario
obrero tradicional. Esa competencia latente se hará mucho más
real durante la guerra, cuando el decreto de afiliación obligatoria
y la avalancha de afiliaciones a la central socialista lleve sus cifras
casi a igualar a las cenetistas.
Si pasamos de la estricta afiliación sindical a la militancia, la
imagen es también muy nítida. Las segundas periferias constituían
en términos comparados el universo residencial más denso de la
militancia confederal, cuadruplicando casi el peso relativo de los
ugetistas en ese escenario. El Casc Antic y los suburbios populares
eran en cambio dos escenarios con mucho mayor equilibrio relativo.
La visión es todavía más clara si incluimos a militantes significados
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ERC 1931
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Centros republicanosunificados 1914-1931
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P.R.D. Federal 1930-1931
Asociacionismo político obrero y popular
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de los municipios limítrofes, donde el grueso de la militancia residía
en las nuevas barriadas surgidas en los años de entreguerras, laTorrassa y Santa Eulàlia en l’Hospitalet, los dos grupos de CasasBaratas o las nuevas barriadas de Santa Coloma, Sant Adrià oBadalona.
Los arrabales periféricos no sólo eran, pues, los espacios urbanosde mayor presencia de la afiliación en términos relativos, sinotambién los de la militancia más activa. Los ejemplos de esosbastiones cenetistas son numerosos, desde la Torrassa y la ColòniaCastells hasta los cuatro grupos de Casas Baratas (a finales de laguerra, un 82% de todos los obreros sindicados del grupo RamonAlbó, estaba afiliado a la CNT frente a sólo un 18% a la UGT).Cenetistas y ugetistas compartían en cambio amplísimas áreas de
Barrios del área de Barcelona con mayor presencia de milicianos en las columnas anarquistas(Media barcelona = 100)
Fuente:Solidaridad Obrera,julio-diciembre 1936
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la ciudad, tanto en el Casc Antic como en los suburbios populares.En los barrios del Casc Antic más proletarizados, como el BarrioChino, la Barceloneta o Santa Caterina-Portal Nou, el dominiocenetista era más marcado, pero tendía a diluirse a medida quenos desplazábamos a las partes altas del Raval y, sobre todo, a losbarrios centrales de Ciutat Vella. En los suburbios popularesocurría algo parecido. Los cenetistas dominaban claramenteextensas zonas de los suburbios más obreros, como el Poblenouy, aun superando numéricamente todavía a los ugetistas, se veíanen cambio mucho más igualados por éstos en otros suburbiosmás mezclados, como el Poble Sec o Gràcia. En apenas ningúnsuburbio popular veremos en cualquier caso un dominio decenetistas tan marcado como en algunos barrios proletarios delCasc Antic. El papel de los suburbios populares como bastionesexclusivos de la CNT, esos barrios que abrigaban el grueso delmundo obrero barcelonés, comenzaba a ser cosa del pasado en1936, cada vez en mayor competencia con otras tendenciassindicales que iban poniendo en cuestión la tradicional hegemoníaconfederal.
Que los principales bastiones de la CNT en términos relativosse sitúen hasta la guerra civil en los guetos proletarios del CascAntic densificado y, sobre todo, de las segundas periferias tieneque ver con el hecho de que la afiliación y la militancia de la CNTprocedan en proporciones mayores a las normales de los estratosmenos cualificados de la clase obrera y de los grupos migratoriosmás recientes. Ésa es la principal conclusión del estudio de laafiliación de los años treinta en el padrón. Es lo mismo que seaprecia en los estudios de los municipios limítrofes de SantaColoma, Sant Adrià y el Prat. Los militantes cenetistas son siempre
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varones de muy reciente arribada al municipio. Los grupos
inmigrantes foráneos aparecen sobre representados, con poca
presencia de la población catalana entre la militancia. Los datos
sobre militantes cenetistas que aparecen en diccionarios biográficos
del mundo obrero indican que dos terceras partes eran nacidos fuera
de Cataluña, con una presencia lógica cada vez mayor de la
inmigración foránea a medida que nos desplazamos a las afueras.
Los miembros de la UGT eran, en cambio, obreros cualificados
en una mayor proporción que los cenetistas y generalmente
originarios de Cataluña. El contraste entre el perfil social de los
militantes de la CNT y la UGT siguió en vigor durante la guerra.
En las industrias de guerra de 1938 se observa que los afiliados a
la UGT ocupaban la práctica totalidad de los empleos mercantiles.
Dentro de los oficios manuales, además, dos de cada tres afiliados
ugetistas pertenecían al grupo de los obreros cualificados. En
la CNT eran por contra irrelevantes los afiliados mercantiles
y la mayoría de los afiliados manuales, un 60%, pertenecía al
grupo de los obreros sin cualificación. Por otro lado, entre los
ugetistas, sólo un 38% eran inmigrantes no catalanes, mientras
que entre los cenetistas, éstos ascendían a un 67% del total de los
afiliados. En el barrio periférico de Casas Baratas Ramon Albó,
había una presencia palpable de la UGT, que aumentaba cuanto
mayor era la cualificación. En cambio, la CNT estaba dominaba
absolutamente por el grupo de los jornaleros: nueve de cada diez
jornaleros era cenetista. El sesgo inmigratorio era igualmente
evidente. Algo más de la mitad de los pocos afiliados a la UGT
eran nacidos en Cataluña, mientras que tres cuartas partes de los
cenetistas habían nacido fuera de Cataluña, nueve de cada diez
en el extenso grupo de los jornaleros.
137
La existencia de un caldo de cultivo que convertía estas zonas
en auténticos viveros anarquistas se hace todavía más evidente al
analizar la implantación del anarquismo más político y radical,
expresado por la militancia en los grupos de la FAI o las Juventudes
Libertarias. Las segundas periferias eran en efecto la sede privilegiada
del radicalismo revolucionario barcelonés. Había en estos barrios
una clara sobrerrepresentación de militantes anarquistas enrolados
en la FAI y las JJLL, que hacía de estas barriadas sus auténticos
bastiones. Durante los primeros meses de la revolución, la afiliación
a grupos de afinidad faísta del municipio de Barcelona era en
estas barriadas más de dos veces mayor a lo esperable dada la
población obrera residente. En el Casc Antic había un ligero
dominio de faístas con un 30% de sobrerrepresentación, mientras
que en los suburbios populares, la presencia de enrolados a la FAI
era menor a lo esperable en un porcentaje similar. Los jóvenes
faístas enrolados en las JJLL tuvieron una distribución territorial
en la que destacaban también las barriadas que hemos mencionado.
Si consideramos la población obrera de toda el área de Barcelona,
a principios de 1937, el único escenario obrero de la ciudad donde
la presencia de jóvenes libertarios era superior a la media de la
ciudad era precisamente el de las segundas periferias, donde
sobrepasaba en más de un 50% el promedio barcelonés. Cerca
del 40% de los jóvenes libertarios militaba en los centros de
las Juventudes de las barriadas periféricas. La lista de locales de las
Juventudes Libertarias era extensa: Can Baró, la zona obrera de Les
Corts, los grupos de Casas Baratas, la barriada del Hospital de Sant
Pau, el Carmel, Vallcarca y Penitents, los barrios de la Salut, Artigas,
Llefià y Progrés en Badalona, la Torrassa y Santa Eulàlia en
l’Hospitalet. Lo mismo ocurrió con los equipamientos político-
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culturales de los que se dotaron estos grupos anarquistas, los ateneos
libertarios (que incluían muchas veces escuelas racionalistas). La
lista de ateneos en 1936, en muchos casos de reciente formación,
refleja bastante bien la misma constelación de barriadas periféricas.
Al ser los arrabales proletarios el escenario donde mayor peso
específico tenía el radicalismo cenetista de los años treinta, no
es sorprendente su participación en los principales episodios de
acción colectiva de aquella época. La huelga de alquileres del
verano de 1931 será el primero de esos estallidos insurreccionales.
Tendrá un seguimiento intenso en estas barriadas, especialmente
en la Torrassa y las Casas Baratas. Los cuatro grupos de Casas
Baratas estarán prácticamente sin pagar el alquiler hasta 1939.
La huelga tendrá también un seguimiento puntual en algunos de
los barrios inmigrantes más densos del Casc Antic, como la
Barceloneta. De finales de 1933 a principios de 1935, las barriadas
extremas serán las protagonistas de las primeras luchas urbanas en
torno al transporte. Si observamos los conflictos propiamente
políticos, el cuadro es igualmente nítido. Las barriadas periféricas
ocuparán un lugar destacado en el ciclo insurreccional de principios
de los años treinta, en especial en el de diciembre de 1933. El gran
epicentro de la insurrección de la aglomeración barcelonesa se situó
en los barrios de Collblanc y la Torrassa. Se declaró el comunismo
libertario y durante cuatro días los grupos anarquistas tomaron
l’Hospitalet. Fue el preludio de las jornadas de julio de 1936.
La radicalidad de los arrabales inmigrantes quedó de manifiesto
en los meses de la revolución. Desde el 19 de julio se detecta la
activa presencia de Comités Revolucionarios de Barriada, muy
dinámicos, que controlaron muchos aspectos de la vida cotidiana
del barrio, desde el abastecimiento hasta la inscripción de voluntarios
139
para la defensa de la revolución en las milicias. Una mirada atenta
a las listas de milicianos cenetistas en los primeros meses de la
revolución demuestra que los jóvenes milicianos barceloneses
presentes en el frente procedían en más de un 60% de los barrios
inmigrantes, tanto de los viejos barrios densificados del Casc Antic
como, sobre todo, de las segundas periferias y municipios limítrofes.
Las segundas periferias reclutaron casi el doble de voluntarios
anarquistas de la media obrera barcelonesa y los barrios del Casc
Antic densificado, un 40% más. Los suburbios populares alistaron
en cambio milicianos anarquistas bastante por debajo del promedio.
Si algo caracterizaba a los milicianos anarquistas era su perfil
jornalero e inmigrante. Dos tercios de los hogares de milicianos
anarquistas barceloneses estaban en efecto presididos por cabezas
de familia foráneos llegados a la ciudad después de 1910, un 80%
si contamos los nacidos fuera de Barcelona. Las condiciones de
hacinamiento y cohabitación de esos hogares eran muy superiores
a las habituales en el mundo obrero barcelonés. El perfil
“transmiseriano” del miliciano anarquista, por utilizar la despectiva
expresión de Carles Sentís, resulta pues evidente. Eran precisamente
los barrios de déficits urbanísticos más obvios a todos los niveles
los que en mayor proporción contribuían con sus jóvenes
voluntarios a las diferentes columnas anarquistas. Los arrabales
de entreguerras, los bastiones del anarquismo radical, serán también
los que más duramente padecerán la represión posterior a las
jornadas de mayo, cuando las conquistas revolucionarias del “corto
verano de la anarquía” queden definitivamente en suspenso, y los
que llenarán como “presos gubernativos” las cárceles de Barcelona
hasta casi el final de la guerra civil. En una larga lista de anarquistas
todavía detenidos en la primavera de 1938, los residentes en las
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barriadas periféricas eran en proporción más del doble de lo esperable.
La definitiva eliminación de todo tipo de resistencia con la entrada
del ejército franquista en Barcelona será el tiro de gracia definitivo.
Tres de cada cuatro cenetistas fusilados en el Camp de la Bota al
acabar la guerra eran obreros inmigrantes.
En conclusión, el inmigrante reciente no cualificado y los barrios
donde esta figura obrera era dominante, las segundas periferias y en
menor medida algunas bolsas del Casc Antic densificado fueron
los protagonistas clave de la revolución (y desde mayo de 1937, los
auténticos perdedores de sus conquistas), la base social y espacial
más destacada que estaba detrás de las jornadas de julio. La figura
del inmigrante anarquista radical, del charnego faísta, una
representación cuasiracista de cierta prensa de los años treinta, ha
sido piadosamente ignorada por la historiografía frentepopulista de
las últimas décadas. Precisar el sujeto social y los espacios urbanos
de mayor implantación del radicalismo anarquista barcelonés ayuda
a matizar las visiones habituales sobre la revolución. Frente a una
visión excesivamente transversal que remite el mundo obrero de
aquellos años a la sola categoría sociológica de lo popular, frente a
un análisis que minimiza hasta anular la existencia misma de una
revolución en la ciudad, primando casi exclusivamente la colaboración
de las fuerzas populares en el frente republicano antifascista, el
análisis socioespacial muestra la diversidad de experiencias urbanas
dentro del mundo obrero, la fragmentación del mismo en distintos
estratos con formas de vida cotidiana, percepciones políticas
y pautas de acción colectiva diferenciadas y el protagonismo revolu-
cionario fundamental de las capas obreras inmigrantes. En buena
medida, lo poco o mucho que fuera la revolución barcelonesa, ese
“corto verano de la anarquía” fue una “revolución de los pobres”,
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unos pobres que no representaban más que a una parte de la masa
obrera de la ciudad. Frente a una visión excesivamente “comunitarista”
o firmemente partisana, que ve el episodio revolucionario barce-
lonés como simple divorcio entre los dirigentes del anarquismo
barcelonés y unas bases “traicionadas”, como escisión entre los
comités y “los barrios” obreros, unos idealizados barrios de anarquistas
imbricados en las densas redes de sociabilidad comunitaria, el
análisis socio-espacial muestra que no todos los barrios obreros
eran comunidades equiparables, sino que una composición obrera
diferenciada, unas pautas diferentes de vida cotidiana y unos
comportamientos políticos distintos separaron durante los años
treinta los patrones de acción política de muchos de los tradicionales
barrios obreros barceloneses, cada vez más alejados del cenetismo
radical y cada vez más abiertos a otras opciones político-sindicales,
de unos guetos proletarios, de unos arrabales de inmigrantes
dispuestos a apostar a fondo por el cambio social. Esos arrabales
de la revolución, donde las expectativas de movilidad social apenas
se cumplían, tenían sencillamente menos que perder. Que la
revolución no era una realidad igualmente sentida en la ciudad
obrera en todos sus barrios, que la revolución no era cosa de todos
los trabajadores, sino sobre todo de una fracción radical del mundo
obrero, importante desde luego, pero no hegemónica, era algo que,
más allá del estrecho margen de maniobra permitido por la situación
de guerra, de la utopía de una revolución en una ciudad que quedaría
aislada del resto del Estado o de las potencias democráticas europeas,
debían de intuir también los supuestos dirigentes “traidores” que
optaron por la colaboración, por las llamadas a la unidad antifascista
y por la integración progresiva en el orden republicano desde los
primeros meses de la revolución.