Transcript of Alejandro dumas los tres mosqueteros (continuación)
- 1. Los tres mosqueteros Veinte aos despues (Continuacin)
Alejandro Dumas
- 2. NDICE I. La sombra de Richelieu II. Ronda nocturna III. Dos
adversarios antiguos IV Ana de Austria a la edad de cuarenta y seis
aos V Gascn e italiano VI. Artagnan a los cuarenta aos VII. Un
personaje muy conocido nuestro saca a Artagnan de un aprieto VIII.
En que se ve cunto puede influir medio dobln en un bedel y en un
nio de coro IX. De cmo yendo Artagnan a buscar a Aramis muy lejos,
vio que Planchet lo conduca a la grupa X. El padre Herblay XI. Los
dos Gaspares XII. El caballero Porthos Du-Vallon de Bracieux de
Pierrefonds XIII. En que Artagnan, hablando con Porthos, comprende
que la felicidad no consiste precisamente en ser rico XIV Donde
puede verse que si Porthos no estaba satisfecho con su posicin,
Mosquetn lo estaba con la suya XV Dos ngeles XVI. El castillo de
Bragelonne XVII. La diplomacia de Athos XVIII. El seor de Beaufort
XIX. En que se trata de los entretenimientos del duque de Beaufort
en la torre de Vincennes XX. Grimaud entra en el ejercicio de sus
funciones XXI. Lo que contenan los pasteles del sucesor del to
Marteau XXII. Una aventura de Mara Michon XXIII. El abate Scarron
XXIV San Dionisio XXV Uno de los cuarenta medios de fuga del seor
de Beaufort XXVI. Artagnan llega a tiempo XXVII. El camino real
XXVIII. El encuentro XXIX. El buen consejero Broussel
- 3. XXX. Preparativos para la entrevista de cuatro amigos XXXI.
La Plaza Real XXXII. La barca del Oise XXXIII. La escaramuza XXXIV
El fraile XXXV La absolucin XXXVI. En el que por fin habla Grimaud
XXXVII. La vspera de la batalla XXXVIII. Una comida de antao XXXIX.
La carta de Carlos I XL. La epstola de Cromwell XLI. Mazarino y la
reina Enriqueta XLII. Donde se ve que los desdichados confunden a
veces la casualidad con la Providencia XLIII. To y sobrino XLIV
Paternidad XLV Otra reina solicitando auxilio XLVI. La primera idea
es siempre la ms excelente XLVII. El Te Deum de la accin de Lens
XLVIII. El pobre de San Eustaquio XLIX. La torre de
SaintJacqueslaBoucherie L. El motn LI. El motn va en aumento LII.
La desgracia da memoria LIII. Una entrevista LIV La evasin LV Un
coche LVI. Donde se refiere cmo vendiendo paja Artagnan gan
doscientos dieci- nueve luises y Porthos doscientos quince LVIL
Athosy Aramis LVIII. La traicin LIX. La venganza
LX.OliverioCromwell LXI. Los caballeros LXII.Jess!
- 4. LXIII. Donde se ve que aun en las situaciones ms
desesperadas no pierden los corazones generosos el nimo ni los
buenos estmagos el apetito LXIV Salud a la majestad cada LXV
Artagnan propone un plan LXVI. El sacanete LXVII. Londres LXVIII.
El plan LXIX. WhiteHall LXX. Los operarios LXXI. Remember LXXIL El
enmascarado LXXIII. La casa de Cromwell LXXIV La conversacin LXXV
El falucho Relmpago LXXVI. El vino de Oporto LXXVII. Fatalidad
LXXVIII. Mosquetn en peligro LXXIX. La vuelta LXXX. Los embajadores
LXXXI. Los tres lugartenientes del generalsimo LXXXII. La accin de
Charenton LXXXIII. El camino de Picarda LXXXIV El agradecimiento de
Ana de Austria LXXXV El trono de Mazarino LXXXVI. Precauciones
LXXXVII. La cabeza y el brazo LXXXVIII. El brazo y la cabeza
LXXXIX. Los calabozos subterrneos de Mazarino XC. La conferencia
XCI. Donde se empieza a creer que Porthos llegar a ser finalmente
barn y Artagnan capitn XCIL Una pluma y una amenaza XXIII. Donde se
ve que a veces cuesta ms trabajo a los monarcas entrar en la
capital de su reino que salir de ella EPLOGO
- 5. 1. LA SOMBRA DE RICHELIEU En un cuarto del palacio del
cardenal, palacio que ya conocemos, y junto a una mesa llena de
libros y papeles, permaneca sentado un hombre con la cabeza apoyada
en las manos. A sus espaldas haba una chimenea con abundante
lumbre, cuyas ascuas se apilaban sobre dorados morillos. El
resplandor de aquel fuego iluminaba por de- trs el traje de aquel
hombre meditabundo, a quien la luz de un candelabro con muchas
bujas permita examinar muy bien de frente. Al ver aquel traje talar
encarnado y aquellos valiosos encajes; al contemplar aquella frente
descolorida e inclinada en seal de meditacin, la soledad del ga-
binete, el silencio que reinaba en las antecmaras, como tambin el
paso mesu- rado de los guardias en la meseta de la escalera, poda
imaginarse que la som- bra del cardenal de Richelieu habitaba an
aquel palacio. Mas ay! slo quedaba, en efecto, la sombra de aquel
gran hombre. La Francia debilitada, la autoridad del rey
desconocida, los grandes convertidos en elemen- to de perturbacin y
de desorden, el enemigo hollando el suelo de la patria todo
patentizaba que Richelieu ya no exista. Y ms an demostraba la falta
del gran hombre de Estado, el aislamiento de aquel personaje;
aquellas galeras desiertas de cortesanos; los patios llenos de
guardias aquel espritu burln que desde la calle penetraba en el
palacio, a tra- vs de los cristales, como el hlito de toda una
poblacin unida contra el minis- tro; por ltimo, aquellos tiros
lejanos y repetidos, felizmente, disparados al aire, sin ms fin que
hacer ver a los suizos, a los mosqueteros y a los soldados que
guarnecan el palacio del cardenal, llamado a la sazn Palacio Real,
que tam- bin el pueblo dispona de armas. Aquella sombra de
Richelieu era Mazarino, que se hallaba aislado, y se senta dbil.
Extranjero! murmuraba entre dientes Italiano! No saben decir otra
co- sa. Con esta palabra han asesinado y hecho pedazos a Concini, y
me destroza- ran a m, que no les he hecho ms dao que oprimirles un
poco. Insensatos! Ignoran que su enemigo no es este italiano que
habla mal el francs, sino los que saben decirles bellas y sonoras
frases en el ms puro idioma de su patria. S, s continuaba el
ministro, dejando ver una ligera sonrisa que en aquel mo- mento
pareca algo extraa en sus descoloridos labios, s, vuestros rumores
me hacen conocer que la suerte de los favoritos es muy variable;
pero si sabis eso, tambin debis saber que yo no soy un favorito
como otro cualquiera. El conde de Essex tena una rica sortija
guarnecida de brillantes, regalo de su real amante, y yo no tengo
ms que un simple anillo con una cifra y una fecha; pero este anillo
fue bendecido en la capilla del Palacio Real,1 y no me derribarn
tan fcilmente. No conocen que a pesar de sus gritos incesantes de
Abajo Mazari- no! yo les hago gritar a mi antojo: Viva el seor de
Beaufort! lo mismo que: Viva el prncipe! o Viva el Parlamento! Pues
bien, el seor de Beaufort permanece en Vicennes, el Prncipe ir a
juntarse con l de un momento a otro, y el Parlamento...
- 6. 1. Es sabido que no habiendo Mazarino recibido rdenes que le
impidieran contraer matrimo- nio, casse con Ana de Austria. Vanse
las Memorias de Laporte y las Memorias de la Princesa Palatina. Al
pronunciar esta palabra la sonrisa de Su Eminencia tom una expresin
de odio, impropia de su fisonoma, generalmente dulce. Y el
Parlamento... prosigui bien; ya veremos lo que debemos hacer con l:
por de pronto ya tenemos a Orlans y a Montargis. Ah! Yo me tomar
tiempo; pero los que han gritado contra m acabarn por gritar contra
toda esa gente. Richelieu, a quien odiaban mientras viva y de quien
no cesaron de hablar despus de muerto, se vio peor que yo todava,
porque fue despedido no pocas veces y otras tantas temi serlo. A m
no me puede despedir la reina, y si me veo obligado a ceder ante el
pueblo, ella tendr que ceder conmigo; si huyo, tambin ella huir, y
entonces veremos qu hacen los rebeldes sin su reina y sin su rey...
Oh!, si yo no fuera extranjero!, si hubiera nacido en Francia!, si
fuera caballero! Con esto slo me contentaba! Y volvi a sus
meditaciones. Efectivamente la situacin era difcil, y el da que
acababa de terminar la haba complicado ms todava. Aguijoneado por
su insaciable codicia, Mazarino cada vez oprima al pueblo con ms
impuestos, y el pueblo, al que, segn la frase del abogado general
Ta- lon, no le quedaba ya ms que el alma, y esto porque no poda
venderla; el pue- blo, a quien se trataba de aturdir con el ruido
de las victorias, pero que conoca que los laureles no pueden usarse
como alimento, empezaba a murmurar. Pero no era esto lo peor,
porque cuando slo es el pueblo el que murmura, la corte, alejada de
l por la nobleza, no lo oye; pero Mazarino haba cometido la
imprudencia de meterse con la magistratura, vendiendo doce
nombramientos de relator; y como estos cargos daban pinges
derechos, que necesariamente haban de disminuir aumentando el nmero
de magistrados, se haban stos reunido y jurado no consentir
semejante aumento, y resistir a todas las persecu- ciones de la
corte; prometindose mutuamente que en el caso de que alguno de
ellos perdiese el cargo a consecuencia de aquella actitud rebelde,
los dems le resarciran de sus prdidas por medio de un reparto. He
aqu lo que hicieron unos y otros: El da 7 de enero reunironse
tumultuariamente unos setecientos u ochocien- tos mercaderes de
Pars a causa de una nueva contribucin que se trataba de imponer a
los propietarios de casas, y delegaron a diez de entre ellos para
que hablasen en nombre de todos al duque de Orlans, el cual, segn
su tradicional costumbre, trataba de hacerse popular. Recibidos por
el duque, le manifestaron que estaban resueltos a no pagar aquel
nuevo impuesto, aunque tuvieran que rechazar a los cobradores por
medio de la fuerza. El duque de Orlens, despus de escucharles con
benevolencia, les dio algunas esperanzas, ofrecindose a hablar con
la reina, y les despidi con la palabra sacramental de los prncipes:
Veremos. Los relatores, por su parte, presentronse al cardenal el
da 9, y uno de ellos, que tom la palabra en nombre de los dems, se
expres con tal vigor y atrevi-
- 7. miento, que el cardenal, sorprendido, les despidi como el
duque de Orlens a los suyos, dicindoles: Veremos. Entonces reunise
el consejo, y se llam a Emery, el superintendente de ren- tas. Era
ste un hombre odiado por el pueblo, en primer lugar por razn de su
car- go, que parece que lleva consigo el hacer odioso a todo el que
lo ejerce; y en segundo, porque l daba motivos para serlo: Su
padre, banquero de Lyon, que se llamaba Particelli, haba cambiado
su nombre por el de Emery a causa de una quiebra. Reconociendo en l
el carde- nal de Richelieu un gran talento rentstico, lo present al
rey Luis XIII con el nombre de Emery, como hombre experto para
intendente de rentas; hablando de l con mucho elogio. Tanto mejor
dijole el rey; me alegro mucho de que me hablis del seor Emery para
este destino, que debe ser ocupado por un hombre honrado. Me haban
dicho que protegais a ese bribn de Particelli, y tema que me
obligaseis a nombrarlo. Seor contest el cardenal, en ese punto
puede Vuestra Majestad estar tranquilo, pues el Particelli a que se
refiere ha sido ahorcado. Muy bien! exclam el rey. As vern que no
en vano me llaman Luis el Justo. Y firm el nombramiento del seor de
Emery. Este mismo Emery consigui ser luego superintendente de
rentas. Habiendo ido a llamarle de parte del consejo, acudi muy
azorado, diciendo que su hijo haba estado expuesto aquel mismo da a
ser asesinado en la plaza de Palacio, donde hall una turba que le
ech en cara el lujo de su mujer, que tena una habitacin tapizada de
terciopelo con adornos de oro. Esta era hija de Nicols Lecamus,
secretario del rey en 1617, el cual haba llegado a Pars con veinte
libras por todo capital, y acababa de distribuir entre sus hijos
nueve millo- nes, reservndose una renta de cuarenta mil libras. El
hijo de Emery haba corrido gran peligro de morir trgicamente, por
habrse- le ocurrido a un chusco proponer que le estrujasen hasta
que vomitase todo el oro que haba tragado. El consejo no pudo
resolver nada aquel da, pues el su- perintendente no tena la cabeza
para hacer cosa de provecho. Al da siguiente, el primer presidente,
Mateo Mol, cuyo valor en aquel enton- ces, segn testimonio del
cardenal de Retz, igual al del duque de Beaufort y al del prncipe
de Cond, que pasaban por ser los hombres ms intrpidos de Francia,
fue tambin acometido: el pueblo amenazaba con hacerle responsable
de todos los males que se le iban a ocasionar; pero el primer
presidente contes- t con su acostumbrada serenidad, que si los
alborotadores desobedecan la voluntad del rey, iba a mandar
levantar cadalsos en todas las plazas para ejecu- tar en el acto a
los revoltosos. A lo cual replicaron stos que deseaban que se
levantaran, pues serviran para ahorcar a los malos jueces que
lograban el favor de la corte a costa de la miseria del pueblo.
Pero hubo ms: el da 11, yendo la reina a misa a Nuestra Seora, segn
haca todos los sbados, fue seguida por ms de doscientas mujeres que
grita-
- 8. ban pidiendo justicia. No haba en ellas ninguna mala
voluntad, y slo deseaban arrojarse a los pies de la reina para
moverla a lstima; pero los guardias se lo impidieron, y la reina
atraves con altivez por entre la muchedumbre, sin dignar- se or sus
clamores. Por la tarde volvi a celebrarse consejo, y se decidi
sostener a todo trance la autoridad del rey, convocando el
Parlamento para el da siguiente. Este da, en cuya noche comienza
nuestra historia, el rey, que contaba enton- ces diez aos de edad y
acababa de pasar el sarampin, con motivo de ir a dar gracias a
Nuestra Seora por su restablecimiento, form sus guardias, sus sui-
zos y sus mosqueteros alrededor del Palacio Real, en los muelles y
en el Puente Nuevo; y despus de la misa fue al Parlamento, donde
con general asombro, no slo sostuvo sus anteriores decretos, sino
que promulg otros cinco nuevos, a cual ms ruinoso, segn dice el
cardenal de Retz, de tal modo, que el primer presidente, que antes
estaba al lado de la corte, no pudo menos de expresarse con grande
energa acerca de aquel modo de llevar al rey a semejante sitio para
sorprender y coartar la libertad de los votos. Mas los que ms
especialmente levantaron la voz contra los nuevos impuestos fueron
el presidente Blancmesnil y el consejero Broussel. Dados aquellos
decre- tos, volvi el rey al palacio por entre un gento inmenso que
apenas dejaba paso; pero como se saba que haba ido al Parlamento, y
no se saba si era para mejo- rar o para agravar la situacin del
pueblo, no se oy ni una sola exclamacin para felicitarle. Antes al
contrario: todos los semblantes estaban inquietos y som- bros y
haba algunos hasta amenazadores. A pesar de que ya el rey haba
vuelto a Palacio, las tropas permanecieron en sus puestos por miedo
a que cuando se supiese el resultado de la sesin del Parlamento
estallase alguna asonada. Y en efecto, en cuanto comenz a cundir el
rumor de que el rey, lejos de disminuir las cargas las haba
aumentado, form- ronse grandes grupos, y se oyeron por todas partes
los gritos de: Muera Maza- rino! Viva Broussel! Viva Blancmesnil!
Porque el pueblo ya saba que stos eran los que haban abogado por l,
y no dejaba de agradecerles su inters, por ms que hubiese sido
infructuoso. Se trat de disolver los grupos y ahogar aquellas
voces; pero como sucede muchas veces en semejantes casos, los
grupos aumentaron y las voces se hicieron cada vez ms amenazadoras.
Acababa de darse orden a los guardias del rey y a los suizos, no
slo de mantenerse en sus puestos, sino de destacar algunas
patrullas por las calles de San Dionisio y San Martn, donde el
desorden era mayor, cuando anuncise en el Palacio Real la llegada
del preboste de los mercaderes. Introducido inmediatamente,
manifest que si no cesaban aquellas demostra- ciones de fuerza por
parte del gobierno, en dos horas se pondra en armas a la poblacin
de Pars. Estaban deliberando sobre lo que convendra hacer, cuando
entr Comminges, teniente de guardias, con el traje destrozado y el
rostro lleno de sangre. Al verle entrar, la reina dio un grito y
pregunt qu aconteca. La previsin del preboste se haba cumplido en
parte, pues los nimos empe- zaban a exasperarse con la vista de las
tropas. Algunos alborotadores se haban apoderado de las campanas y
tocaban a rebato. Comminges quiso demostrar
- 9. energa, y haciendo arrestar a uno que pareca cabeza de motn,
mand que para hacer un escarmiento lo ahorcasen en la cruz del
Trahoir. Disponanse los soldados a cumplir esta orden; pero al
llegar al Psito fueron atacados por la multitud con piedras y
alabardas, y el preso, aprovechando el tumulto, huy por la calle de
Tiquetonne, refugindose en una casa. Los soldados forzaron la
puerta, pero intilmente, pues no lograron dar con el fugitivo.
Comminges dej un piquete en la calle, y con el resto de su fuerza
fue al Palacio Real para dar cuenta a la reina de lo que suceda. En
todo el camino fue perseguido con gritos y amenazas; muchos de sus
soldados haban sido heri- dos, a l mismo habanle partido una ceja
de una pedrada. La relacin de Comminges vena a confirmar lo
manifestado por el preboste de los mercaderes, y como las
circunstancias no permitan hacer frente a un levan- tamiento serio,
el cardenal hizo decir que las tropas haban sido situadas en los
muelles y el Puente Nuevo, slo con motivo de la ceremonia del da, y
que al instante iba a retirarse: efectivamente, a eso de las cuatro
de la tarde se concen- traron todos hacia el Palacio Real, situse
un destacamento en la barrera de Sergens, otro en la de
Quince-Vingts y otro en la altura de San Roque. Se llena- ron los
patios y pisos bajos de suizos y mosqueteros, y se decidi esperar
los acontecimientos. A esta altura se encontraban los sucesos
cuando introdujimos al lector en la habitacin del cardenal
Mazarino, que antes haba pertenecido a Richelieu. Ya hemos visto en
qu situacin de nimo escuchaba los clamores del pueblo y el eco de
los tiros que llegaban hasta l. De repente levant la cabeza con las
cejas medio fruncidas, cual un hombre que ha tomado una resolucin,
fij los ojos en un enorme reloj que iba a dar las seis, y tomando
un pito de oro que haba sobre la mesa, silb dos veces. Abrise
silenciosamente una puerta oculta detrs de la tapicera, y un hombre
vestido de negro se adelant, quedndose en pie detrs del silln que
ocupaba el cardenal. Bernouin dijo el cardenal, sin volver siquiera
la cabeza, pues habiendo dado dos silbidos, saba que sera su ayuda
de cmara, qu mosqueteros estn de guardia en palacio? Los
mosqueteros negros, seor. Qu compaa? La de Trville. Est en la
antecmara algn oficial de esa compaa? El teniente Artagnan. Creo
que se es de los buenos? S, seor. Traedme un uniforme de
mosquetero, y ayudadme a vestir. El ayuda de cmara sali, y un
momento despus, volvi con el deseado uni- forme de mosquetero.
- 10. El taciturno cardenal comenz a quitarse el traje de
ceremonia que se haba puesto para asistir a la sesin del
Parlamento, y a ponerse la casaca de mos- quetero, que llevaba con
soltura gracias a sus antiguas campaas de Italia. Cuando estuvo
vestido dijo: Id a llamar a M. Artagnan. Y el criado sali esta vez
por la puerta del centro; pero siempre tan taciturno, que ms bien
que un hombre pareca una sombra. Luego que Mazarino qued solo, se
mir con satisfaccin al espejo. No era vie- jo todava, pues apenas
contaba cuarenta y seis aos: su estatura era algo me- nos que
mediana; pero su cuerpo estaba bien formado, tena el cutis fresco,
la mirada llena de fuego, la nariz grande pero bien proporcionada,
la frente ancha y franca, los cabellos castaos y algo crespos, la
barba ms oscura que los cabe- llos, y siempre rizada, lo cual le
favoreca mucho. Se puso el tahal; examin con complacencia sus
manos, que eran lindas, y las cuidaba esmeradamente, arroj unos
guantes de gamuza que eran los que correspondan al uniforme, y se
puso otros de seda. En aquel instante, volvi a abrirse la puerta.
M. d'Artagnan dijo el ayuda de cmara. Y se present un oficial. Era
ste un hombre de cuarenta aos, pequeo de cuerpo, pero bien formado,
delgado, de ojos expresivos: tena la barba negra y los cabellos
entrecanos, co- mo sucede generalmente al que ha pasado una vida
muy agitada, principalmen- te si es moreno. Artagnan dio cuatro
pasos en el gabinete, que ya conoca por haber estado en l una vez,
cuando viva el cardenal Richelieu, y viendo que no haba ms que un
mosquetero de su compaa, puso en l la vista, pero al momento
reconoci al cardenal. Entonces se detuvo en actitud respetuosa y
digna, como convena a un hom- bre de alguna condicin, que haba
tenido en su vida frecuentes ocasiones de tratar con personas de
elevada categora. El cardenal dirigile una mirada ms bien curiosa
que escrutadora, y dijo des- pus de un momento: Sois el caballero
Artagnan? El mismo, seor contest el oficial. El cardenal examin por
un momento aquella cabeza de hombre inteligente, y aquel rostro
cuya extremada movilidad haba cambiado con los aos y la expe-
riencia; pero Artagnan sostuvo el examen como quien ya ha sido
sondeado en otro tiempo por ojos ms perspicaces que los que
entonces le miraban. Caballero dijo el cardenal, vais a venir
conmigo, o mejor dicho, yo voy a ir con vos. Estoy a vuestras
rdenes, seor respondi Artagnan. Deseara visitar por m mismo las
guardias que rodean el Palacio Real: creis que hay algn
peligro?
- 11. Algn peligro, seor? pregunt Artagnan. Y cul? Parece que el
pueblo est bastante excitado. El uniforme de los mosqueteros del
rey es generalmente respetado, y aun cuando no lo fuera, con cuatro
hombres me comprometo a hacer correr a ciento de estos vagos. Ya
habis visto, no obstante, lo que le ha pasado a Comminges. El seor
de Comminges pertenece a los guardias y no a los mosqueteros
contest Artagnan. Lo cual quiere decir repuso sonriendo el cardenal
que los mosqueteros son mejores soldados que los guardias. Cada uno
tiene el amor de su uniforme, seor. Menos yo repuso Mazarino con la
misma sonrisa, pues ya veis que he cambiado el mo por el vuestro.
Eso es pura modestia, seor; y por mi parte os aseguro, que si
tuviera el de vuestra eminencia, me dara por muy satisfecho. Lo
creo, pero para salir esta noche entiendo que no sera el ms a
propsito. Bernouin, mi sombrero. El ayuda de cmara llev al momento
un sombrero de alas anchas. El cardenal se lo puso, y volvindose a
Artagnan, dijo: Supongo que tendris caballos dispuestos en las
cuadras? S, seor. Pues bien, marchemos. Cuntos hombres hemos de
llevar? Habis dicho que con cuatro os comprometais a poner en fuga
a cien revol- tosos; pero como pudiramos encontrar doscientos,
llevad ocho. Pues cuando gustis. Vamos... O si no repuso el
cardenal, mejor es por aqu. Alumbrad, Ber- nouin. El criado tom una
buja, Mazarino sac una llavecita de su escritorio, y abriendo la
puerta de cierta escalera secreta, se encontr al cabo de pocos ins-
tantes en el patio del palacio. II. RONDA NOCTURNA Algunos minutos
despus, sala el cardenal con su pequea escolta por la calle de
Bons-Enfants, situada detrs del teatro que Richelieu haba hecho
edificar para representar su tragedia Miramo, y en el cual
Mazarino, ms aficionado a la msica que a la literatura, acababa de
mandar poner en escena las primeras peras que se estrenaron en
Francia. El aspecto de la ciudad presentaba todos los sntomas de
una temible agita- cin; numerosos grupos recorran las calles, y a
pesar de la opinin de Artagnan sobre la superioridad de los
soldados, lejos de demostrar el menor temor, s
- 12. detenan para verlos pasar en actitud burlona y algn tanto
provocativa. De vez en cuando se oan murmullos que procedan del
Psito, y algunos tiros sueltos mezclbanse al sonido de las
campanas, movidas a intervalos por el capricho del pueblo. Artagnan
continuaba su camino con la mayor indiferencia como si nada le im-
portase todo aquello. Cuando se encontraba un grupo en la calle,
echaba sobre l su caballo sin avisar siquiera, y los paisanos se
apartaban y le dejaban paso, como si adivinaran la clase de hombre
con quien tenan que habrselas. El car- denal envidiaba aquella
serenidad que atribua a la costumbre de correr peligros; pero no
por eso dejaba de manifestar al oficial, bajo cuyas rdenes se haba
puesto momentneamente, la consideracin que el valor inspira
siempre. Al aproximarse a la guardia de la barrera de Sergens, dio
el centinela, el quin vive? Artagnan contest, y habiendo preguntado
al cardenal el santo y sea, que eran San Luis y Rocroy, acercse a
rendirlos. Hecha esta formalidad, pregunt Artagnan si el comandante
de la guardia era el seor de Comminges. El centinela le indic un
oficial que estaba a pie hablan- do con un jinete, con la mano
sobre el cuello del caballo de su interlocutor: aqul era por quien
le preguntaban. All est el seor de Comminges dijo Artagnan
volviendo donde estaba el cardenal. Adelant ste su caballo,
mientras Artagnan se retiraba por discrecin: no obs- tante, en el
modo con que el oficial de a pie y el de a caballo se quitaron los
sombreros, not que haban conocido al cardenal. Bien, Guitaut! dijo
ste al jinete. Veo que a pesar de vuestros sesenta y cuatro aos, os
conservis siendo el mismo tan fuerte y tan robusto. Qu de- cais a
este joven? Le deca, monseor respondi Guitaut, que vivimos en un
tiempo muy singular y que el da de hoy se pareca mucho a algunos de
los del tiempo de la Liga que presenci en mi juventud. Sabis que en
las calles de San Dionisio y de San Martn se intentaba nada menos
que levantar barricadas? Y qu deca a eso Comminges, mi querido
Guitaut? Seor respondi Comminges, le deca que para formar una Liga
les fal- taba una cosa que me pareca muy esencial, y es un duque de
Guisa; por otra parte, las cosas no se hacen dos veces. No, pero
harn una Fronda, como ellos dicen replic Guitaut. Y qu es eso de
Fronda? pregunt Mazarino. Seor, es el nombre que ellos dan a su
partido. Y de dnde les viene ese nombre? Parece que el consejero
Bachaumont dijo hace pocos das en el palacio, que los autores de
motines se parecen a los estudiantes que se apedrean con hondas
[frondes] en los fosos de Pars, y que se dispersan cuando ven al
tenien- te civil, para volver a reunirse en cuanto pasa. Han cogido
al vuelo la palabreja, como los hambrientos de Bruselas, y hcense
llamar fronderos. Desde ayer todo
- 13. se hace a la Fronda, el pan, los sombreros, los guantes,
los manguitos, los aba- nicos... y si no, od. En aquel momento se
haba abierto una ventana y un hombre asomado a ella cantaba: Se ha
levantado un viento como de Fronda, que contra Mazarino dicen que
sopla. Si al fin aumenta, es posible que traiga fuerte tormenta.
Insolente! murmuri Guitaut. Seor dijo Comminges, a quien su herida
haba puesto de mal humor y deseaba tomar la revancha. deseis que
enve una bala a ese tunante para ensearle a cantar de falsete? Y al
decir esto, ech mano a una de las pistoleras del caballo de su to.
No, no exclam Mazarino. Diablo! amigo, que lo vais a echar a perder
todo; las cosas no pueden ir mejor hasta ahora. Conozco a vuestros
franceses como si todos ellos desde el primero hasta el ltimo
fuesen obra de mis manos. Ahora cantan; ya lo pagarn. Durante la
Liga de que hablaba hace poco r itaut, no se cantaba otra cosa que
la misa. Vamos, Guitaut, vamos y veremos si hay tanta vigilancia en
el puesto de Quince-Vints, como en la barrera de Sergens. Y
saludando a Comminges fue a reunirse con Artagnan, quien volvi a
ponerse al frente de la patrulla, seguido de Guitaut y del
cardenal, detrs de los cuales iba el resto de la escolta. Es cierto
murmur Comminges vindole alejarse; me olvidaba de que a l le basta
con que le paguen. La patrulla sigui por la calle de San Honorato,
dispersando los grupos, en los que no se hablaba de otra cosa que
de los decretos del da: compadecan al jo- ven rey, que arruinaba a
su pueblo sin saberlo, echaban la culpa de todo a Ma- zarino,
proponan dirigirse al duque de Orlens y al prncipe, y aplaudan a
Blancmesnil y a Broussel. Artagnan pasaba por entre los grupos sin
ocuparse de ellos, como si l y su caballo fueran de hierro.
Mazarino y Guitaut hablaban en voz baja; y los mosqueteros, que
haban co- nocido al cardenal, marchaban silenciosos. De este modo
llegaron a la calle de Santo Toms de Louvre, donde estaba el puesto
de Quince-Vingts, y Guitaut llam a un oficial subalterno, que acudi
al momento. Qu hay? pregunt Guitaut. Todo est tranquilo por aqu, mi
capitn; slo creo que debe suceder algo de particular en esa
casa.
- 14. Y diciendo esto, sealaba una magnfica casa que ocupaba el
mismo sitio que ms adelante ocup el Vaudeville. En esa casa? repuso
Guitaut. Es el palacio de Rambouillet! Yo no s de quin es ese
palacio; pero s que he visto penetrar en l mucha gente y de muy mal
aspecto. Bah! Seran poetas! dijo Mazarino, queris hablar con ms
comedi- miento de esos seores? No sabis que en mi juventud fui yo
tambin poeta, y compona versos del gnero de los del seor de
Benserade? Vos, seor? S, yo. Queris que os recite algunos? Sera
intil, seor; no entiendo el italiano. Bien, pero conocis el francs
replic Mazarino, ponindole familiarmente la mano sobre el hombro, y
cualquiera orden que se os diera en esta lengua sabrais ejecutarla
al momento, no es as, leal y valiente Guitaut? As es, seor; y ya lo
he hecho varias veces; siempre, sin embargo, que la orden emane de
la reina. Ah! S dijo Mazarino mordindose los labios, no ignoro que
sois ac- rrimo partidario suyo. Soy capitn de sus guardias hace ms
de veinte aos. Adelante, caballero Artagnan, no hay novedad por
este lado dijo el carde- nal. Artagnan se puso a la cabeza de la
patrulla sin hablar una palabra, con esa obediencia que es en los
veteranos una segunda naturaleza. Encaminse a la altura de San
Roque, donde se hallaba el tercer puesto, pa- sando por la calle de
Richelieu y la de Videlot. Aquel punto era el ms aislado, pues
estaba casi contiguo a los baluartes, y la ciudad estaba muy
despoblada por aquel lado. Quin es el comandante de este puesto?
pregunt el cardenal. Villequierdijo Guitaut. Diantre! exclam
Mazarino Habladle vos solo, pues ya sabis que no es muy partidario
mo, desde que se os confi el encargo de prender al duque de
Beaufort; Villequier pretenda, que como capitn de los guardias
reales, a l le corresponda el honor de prestar ese servicio. Ya lo
s, y mil veces le he dicho que no tena razn: el rey no poda darles
esa orden, porque apenas contaba entonces cuatro aos. S, pero yo
hubiera podido drsela, mas prefer comisionaros a vos, amigo
Guitaut. Guitaut adelant su caballo sin responder, y dndose a
conocer al centinela, hizo llamar al seor de Villequier. Este sali
al momento.
- 15. Ah! Sois vos, Guitaut? pregunt en el tono de mal humor que
le era habi- tual. Qu diablos vens a hacer aqu? Vengo a preguntaros
si ha sucedido alguna novedad. Qu diantres queris que ocurra? Se
oye gritar: viva el rey! y muera Ma- zarino! Pero esto no es una
novedad y hace tiempo que estamos acostumbrados a orlo. Y vos hacis
coro! dijo Guitaut rindose. Buenas ganas tengo de hacerlo; pues
creo que los que gritan tienen razn: dara con gusto cinco
anualidades de mi paga que no me pagan, porque el rey tuviese cinco
aos ms. Y qu ganarais con esto? Con eso sera mayor de edad, dara
las rdenes por s mismo, y al nieto de Enrique IV se le obedece con
ms gusto, que a un hijo de Pedro Mazarino. Lo que es por el rey me
dejara matar de buen grado voto al diablo! pero si llegara a morir
por Mazarino, como ha estado a punto de suceder hoy a vuestro
sobrino, os juro que no me hara maldita la gracia. Est bien, seor
de Villequier dijo el cardenal, no tengis cuidado, que yo har
presente vuestra adhesin al rey. Y al momento aadi volvindose a su
escolta: Vamos, caballeros, todo est en buen orden, volvmonos. Cmo!
dijo Villequier. Estaba ah Mazarino! Me alegro; ya hace tiempo que
deseaba manifestarle cara a cara mi modo de pensar. Vos me habis
pro- porcionado esta ocasin, Guitaut, y aun cuando tal vez vuestra
intencin no haya sido muy buena, no por esto dejo de agradecroslo.
Y volviendo la espalda, entr en el cuerpo de guardia, silbando una
cancin de la Fronda. Mazarino regresaba a Palacio muy pensativo;
todo lo que haba odo lo mismo a Comminges que a Guitaut y a
Villequier, le confirmaba cada vez ms en la idea de que si los
sucesos llegaban a adquirir cierta gravedad, no podra contar ms que
con la reina, y como esta seora haba abandonado a sus ntimos con
tanta frecuencia, su mismo apoyo, a pesar de las precauciones que
haba toma- do, pareca a Mazarino cosa muy insegura. En todo el
tiempo que dur aquella ronda nocturna, que sera cerca de una hora,
el cardenal, sin dejar de observar a Comminges, Guitaut y
Villequier, haba dedicado singular atencin a examinar a un hombre.
Este hombre, que escu- chaba impasible las amenazas populares, y
cuyo rostro no se haba inmutado poco ni mucho ni por las
chanzonetas que haba dicho, ni por las que haba su- frido Mazarino,
le pareca un ser excepcional y a propsito para los sucesos que
empezaban a desarrollarse. Por otra parte, el nombre de Artagnan no
le era del todo desconocido, y aun- que Mazarino no haba llegado a
Francia hasta los aos 1634 y 1635, esto es, siete u ocho despus de
los sucesos que hemos referido en Los Tres Mosquete- ros, le pareca
al cardenal haber odo expresar aquel nombre como el de un in-
- 16. dividuo que en cierta ocasin que no recordaba, se haba dado
a conocer como un modelo de lealtad, ingenio y valor. De tal manera
se apoder esta idea de su imaginacin, que resolvi aclarar
inmediatamente su duda; pero no era a Artagnan a quien deba
preguntar lo que quera. Por las escasas palabras que haba
pronunciado el teniente de mosque- teros, haba conocido el cardenal
su procedencia gascona, e italianos y gasco- nes se conocan
perfectamente y se parecen demasiado para poder decir unos de otros
lo que todos pudieran decir de s mismos. Al llegar a la tapia que
rodea- ba el jardn del palacio del Rey, llam Mazarino a una
puertecilla situada enton- ces poco ms o menos donde hoy se
encuentra el caf de Foy, y despus de dar las gracias a Artagnan,
mandle que le aguardase en el patio de palacio e hizo sea a Guitaut
de que le siguiera. Echaron los dos pie a tierra, entregaron las
riendas al criado que haba abierto la puerta, y desaparecieron por
el jardn. Apreciable Guitaut dijo el cardenal, apoyndose en el
brazo del antiguo capitn de guardias, me decais hace poco que haca
veinte aos que estis al servicio de la reina. As es respondi
Guitaut. He notado continu el cardenal, que adems de vuestro valor
incontes- table y de vuestra lealtad a toda prueba, tenis una
excelente memoria. Eso habis notado, seor? Diantre, tanto peor para
m dijo el capitn de guardias. Por qu? Porque una de las principales
cualidades del cortesano es saber olvidar. Pero vos no sois
cortesano, Guitaut, sino un buen militar, y uno de los pocos
capitanes que quedan del tiempo de Enrique IV y de los que por
desgracia no quedar ninguno dentro de pocos aos. Diablo, seor! Me
habis hecho acompanaros para decirme mi horsco- po? No dijo
Mazarino rindose, os he hecho venir conmigo para interroga- ros si
habis observado al teniente de mosqueteros que nos ha acompaado. A
M. Artagnan? S. No ha habido necesidad de observarle porque le
conozco hace mucho tiem- po. Y qu clase de hombre es? Qu clase de
hombre es? repiti Guitaut con asombro. Un gascn. Eso ya lo s, pero
pregunto si es hombre que puede inspirar confianza. El seor de
Trville, que, como no ignoris, es uno de los mayores amigos de la
reina, le profesa grande estimacin. Deseara saber qu pruebas ha
dado de sus buenas cualidades.
- 17. Si queris hablar de l como militar, puedo deciros que, como
he odo decir, en el sitio de la Rochela, en el paso de Suze y en
Perpignan, se ha distinguido extraordinariamente. Ya conocis,
Guitaut, que los pobres ministros necesitamos muchas veces hombres
que sean algo ms que valientes, necesitamos hombres hbiles. No se
ha visto ese Artagnan, en tiempos del cardenal, enredado en alguna
intriga que exigiese una gran destreza, y de la cual haya salido
airoso? Seor dijo Guitaut conociendo que el cardenal quera
sonsacarle, me veo obligado a decir a vuestra eminencia que no s lo
que la voz pblica puede haber hecho llegar a sus odos. Jams me ha
gustado intrigar por mi cuenta, y si alguna vez se me han confiado
intrigas ajenas, como el secreto no me pertene- ce, espero, seor,
que no llevar a mal lo guarde. Mazarino mene la. cabeza diciendo:
Hay ministros muy dichosos, que saben todo lo que necesitan. Esto
consiste respondi Guitaut en que no miden a todos por el mismo
rasero, y saben dirigirse a los hombres de armas cuando se trata de
guerra, y a los intrigantes para las intrigas. Dirigos a cualquier
intrigante del tiempo a que os refers, y sabris todo lo que queris,
pagndole bien por supuesto. Eh! exclam Mazarino. Se le pagar... si
no hay medio de lograrlo de otra manera. Y me pide formalmente
monseor que le indique un hombre que haya es- tado metido en todas
las intrigas de aquella poca? Por Baco! exclam el cardenal, que se
iba impacientando. Hace una hora que no estoy preguntando otra
cosa. Uno hay de quien me atrevo a responder, siempre que l quiera
hablar. Eso corre de mi cuenta. Ah, seor! No siempre es fcil
despegar una boca que se empea en per- manecer cerrada. Bah! Con
paciencia todo se consigue. Quin es ese hombre? El conde de
Rochefort. El conde de Rochefort! Por desgracia, desapareci hace
unos cinco aos, y no s qu habr sido de l. Yo lo sabr dijo Mazarino.
Era el diablo familiar del cardenal, seor, pero os advierto que
vuestro deseo os costar caro: el cardenal era prdigo con los suyos.
S, s contest Mazarino; era un grande hombre, mas tena ese defecto.
Gracias, Guitaut; esta misma noche aprovechar vuestro consejo. En
aquel momento, llegaron los dos interlocutores al patio del Palacio
Real; Mazarino salud con la mano al capitn de guardias; y viendo un
oficial que se paseaba de un extremo a otro, acercse a l, y le dijo
con voz ms melosa: M. Artagnan, venid, tengo que daros una
orden.
- 18. Artagnan se inclin con respeto, y sigui al cardenal por la
escalera secreta. Un momento despus, se encontraron los dos en el
gabinete de donde haban salido. El cardenal se sent al lado de una
mesa, y cogiendo un pliego de papel, es- cribi algunos renglones.
Artagnan, en pie, inmvil, impasible, esperaba que acabara sin
impaciencia y sin curiosidad, pues en fuerza de la costumbre haba
llegado a convertirse en una especie de autmata que obedeca sin
darse cuenta de ello. El cardenal dobl la carta y sellla. Caballero
Artagnan le dijo, vais a llevar este despacho a la Bastilla, y a
traerme a la persona que reclamo en l; tomad un carruaje y una
escolta, y guardad con el preso mucha vigilancia. Artagnan tom el
papel, salud, gir sobre los talones con la misma precisin con que
lo hubiera hecho un sargento instructor, y un momento despus oysele
mandar con acento seco y montono: Cuatro hombres de escolta, un
carruaje y mi caballo. A los cinco minutos oyronse las ruedas del
coche, y las herraduras de los ca- ballos. III. DOS ADVERSARIOS
ANTIGUOS Cuando lleg Artagnan a la Bastilla, tocaban las ocho y
media. Se hizo anunciar al gobernador, el cual, apenas supo que iba
en nombre del primer ministro y con una orden suya, sali a
recibirle al pie de la escalera. Era entonces gobernador de la
Bastilla el seor de Tremblay, hermano del po- pular capuchino fray
Jos, aquel terrible favorito de Richelieu, a quien llamaban la
eminencia gris. Cuando el mariscal de Bassompierre se hallaba en la
Bastilla, donde permane- ci ms de doce aos, y sus compaeros de
prisin hacan clculos ms o me- nos acertados sobre la poca en que
podran lograr su libertad, l sola decir: Yo saldr cuando salga el
seor de Tremblay; queriendo manifestar con esto que a la muerte del
cardenal, el seor de Tremblay perdera su empleo, y l re- cobrara su
puesto en la corte. Su profeca estuvo a punto de cumplirse, pero de
un modo muy distinto de lo que l haba pensado, pues habiendo muerto
el cardenal, todo continu en el mismo estado: el seor de Tremblay
prosigui desempeando su empleo, y Bassompierre corri gran peligro
de seguir prisionero. El seor de Tremblay continuaba, por tanto,
siendo gobernador de la Bastilla cuando Artagnan se present a
cumplir la orden del ministro. Recibi a nuestro gascn cortsmente, y
como iba a sentarse a la mesa le invit a comer con l. Con mucho
gusto lo hara dijo Artagnan; pero si no me engao, en el sobre de
ese pliego est escrita la palabra urgentsimo. Es cierto respondi el
seor de Tremblay. Hola mayor! Que baje el nmero 256.
- 19. En la Bastilla un hombre dejaba de ser hombre, y convertase
en nmero. A Artagnan le hizo mal efecto el ruido de las llaves, y
continu a caballo, sin querer apearse, mirando las rejas, las
sombras ventanas y los murallones que nunca haba visto sino desde
el otro lado de los fosos, y que tanto temor le pro- ducan veinte
aos antes. En aquel momento se oy una campanada. Os dejo le dijo el
seor de Tremblay, porque me llaman para vigilar la salida del
prisionero. Hasta la vista, M. Artagnan. Llveme el diablo si deseo
volver a verte! exclam Artagnan con una sonrisa. Slo con estar
cinco minutos en este patio se me figura que me he puesto malo.
Vaya, preferira morir sobre un montn de paja, lo cual probable-
mente me acontecer tarde o temprano, a ser gobernador de la
Bastilla con diez mil libras de sueldo. Al terminar este monlogo
presentse el prisionero. Artagnan, al verle, no pudo menos de hacer
un movimiento de sorpresa, que pas desapercibido, a causa de la
presteza con que lo reprimi; y el prisionero subi al carruaje sin
dar nin- guna seal de haber reconocido al que se dispona a
escoltarle. Caballeros dijo Artagnan a los mosqueteros, se me ha
encargado la mayor vigilancia con el preso, y como las portezuelas
del carruaje no cierran bastante bien, voy a meterme dentro con l.
M. de Villabone, hacedme el favor de conducir mi caballo de la
brida. Con mucho gusto, mi teniente respondi el mosquetero a quien
Artagnan se haba dirigido. Este apese, entreg al otro las bridas de
su caballo, entr en el coche y dijo con la voz ms tranquila del
mundo: Al Palacio Real y al trote. El carruaje parti
inmediatamente, y aprovechando Artagnan la oscuridad que reinaba en
la bveda bajo la cual pasaba, se arroj en brazos del prisionero ex-
clamando: Rochefort! Sois vos? No me equivoco...! Artagnan! dijo a
su vez Rochefort con la mayor sorpresa. Ay, infeliz amigo mo!
continu Artagnan. Como hace cuatro o cinco aos que no os veo, os
daba por muerto. Diantre! dijo Rochefort. No creo que haya mucha
diferencia entre un muerto y un enterrado, y si yo no estoy
enterrado, poco me falta. Y por qu estis en la Bastilla? Deseis que
os diga la verdad? S. Pues no lo s. Desconfiis de m, Rochefort! No,
por mi honor; pero es imposible que est en la Bastilla por el
delito que se me imputa.
- 20. Cul? El de ladrn nocturno. Os chanceis? Me explicar. Es
preciso. Una noche de orga, estando con el duque de Harcourt,
Fontrailles, Rieux y otros en casa de Reinard en las Tulleras,
propuso el duque de Harcourt ir al Puente Nuevo para quitar capas,
cuya diversin haba puesto de moda el duque de Orlens. Estabais
loco? A vuestra edad, amigo Rochefort... No estaba loco, mas estaba
borracho, que es casi lo mismo. La diversin me pareci entrenida, y
propuse a Rieux que en lugar de actores fusemos espec- tadores, y
para ver la escena concretamente le invit a que subisemos sobre el
caballo de bronce. As lo hicimos, y gracias a las espuelas, que nos
sirvieron de estribos, conseguimos encaramarnos hasta la grupa del
caballo, donde nos en- contrbamos perfectamente. Ya se haban
quitado cuatro o cinco capas con gran destreza y sin que sus dueos
se atrevieran a decir una palabra, cuando uno de los robados tuvo
la desgraciada ocurrencia de gritar a la guardia! atra- yendo una
patrulla de arqueros. El duque de Harcourt, Fontrailles y los dems
huyeron; Rieux quiso hacer lo propio, y por ms que yo le dije que
no haban de ir a buscarnos a nuestro nido, puso el pie en la
espuela para bajarse; partise la espuela y l cay, rompindose una
pierna, y gritando como un desesperado. Yo quise saltar entonces,
pero ya era tarde, y fui a caer en medio de los arqueros que me
llevaron al Chatelet, donde no tard en dormirme, seguro de que al
si- guiente da me pondran en libertad. Sin embargo, pasaron das y
ms das y continuaba preso. Escrib al cardenal, y el mismo da me
trajeron a la Bastilla, donde estoy hace cinco aos. Decidme
francamente: creis que sea por el desacato de haber montado a la
grupa de Enrique IV? No por cierto, querido Rochefort, es
imposible, y ahora sin duda vais a saber a qu ateneros. Es verdad,
se me olvidaba preguntaros: adnde me llevis? A visitar al cardenal.
Y qu me quiere Su Eminencia? No lo s, pues ni siquiera saba que
erais vos a quien vena a buscar. Es posible! Vos? Un favorito! Yo
favorito! dijo Artagnan. Pues estoy lucido! Soy todava ms segun- dn
de Gascua que cuando os encontr en Meung. Os acordis? Har vein-
tids aos! aadi suspirando fuertemente. No obstante, trais una
comisin... dijo Rochefort. Por la casualidad de encontrarme de
guardia: el cardenal se ha dirigido a m como lo hubiese hecho a
cualquier otro: lo cierto es que contino siendo teniente de
mosqueteros, y que hace ya veintin aos que tengo este empleo.
Finalmente, no os ha sucedido ninguna desgracia, y esto es
algo.
- 21. Y qu desgracia me haba de suceder? Segn un verso latino que
no re- cuerdo, o por decir verdad, que no he sabido nunca, el rayo
no cae en los valles, y yo soy un valle y de los ms profundos.
Conque Mazarino contina siendo el mismo? El mismo: dicen que est
casado con la reina. Casado? Si no es su esposo, es su amante.
Resistir a un Buckingham y ceder a un Mazarino! As son las mujeres!
dijo Artagnan filosficamente. Pero las reinas... Las reinas son dos
veces mujeres. Y el seor de Beaufort sigue preso? S, por qu lo
decs? Porque le apreciaba bastante y podra haberme sacado de mi
situacin. Me parece que vos estis ms cerca que l de la libertad, y
podris favore- cerle. Qu hay de guerra? Que me parece inevitable y
prxima. Con los espaoles? No, con Pars. Es cierto? No os esos
tiros? S, y qu? Pues son los paisanos que se divierten jugando a la
pelota hasta que se presenta partida. Y creis que se puede hacer
algo con ellos? Me parece que no falta ms que un jefe que supiera
dirigirlos. Qu lstima que yo no est en libertad! No hay por qu
desesperarse. Si Mazarino os llama, es porque os necesita, y en ese
caso os doy mi enhorabuena. Yo estoy tan atrasado, porque hace mu-
chos aos que nadie necesita de m. No os quejis. Escuchad,
Rochefort, hagamos un trato. Cul? Ya sabis que somos buenos amigos.
Tengo en el cuerpo tres seales de vuestra amistad. Tres estocadas
terri- bles!
- 22. Pues bien, si volvis a estar en favor no me olvidis. Os lo
prometo. Y vos haris lo mismo? Convenido. De modo que a la primera
ocasin en que podis hablar de m... Hablo. Yo har otro tanto. Ahora
que me acuerdo, y de vuestros amigos, hay que hablar tambin? Qu
amigos? Athos, Porthos y Aramis. Los habis olvidado ya? Casi, casi.
Qu ha sido de ellos? No s nada. De veras? Cierto. Ya sabis cmo nos
separamos. Lo nico que puedo deciros es que viven. De tarde en
tarde suelo tener indirectamente noticias suyas, pero ni si- quiera
s dnde se hallan. Hoy por hoy, no tengo ms amigo que vos. Y el
ilustre?... Cmo se llama aquel mozo a quien hice sargento del regi-
miento de Piamonte? Planchet. Es cierto: qu ha sido de l? Se cas
con una confitera de la calle de Lombardos; l siempre estuvo por
las cosas dulces. Ahora est hecho un ciudadano de Pars, y
probablemente ser uno de los amotinados. Ya veris cmo este belitre
llega a regidor antes que yo a capitn. Ea, amigo Artagnan, ms nimo.
Qu diablo! Cuando se est en lo ms ba- jo de la rueda, da la vuelta
y empieza uno a elevarse. Quiz desde esta noche comience a cambiar
vuestra fortuna. As sea dijo Artagnan mandando detener el carruaje.
Qu hacis? pregunt Rochefort. Hemos llegado, y no deseo que me vean
salir del coche: conviene que apa- rentemos no conocernos. Tenis
razn. No olvidis vuestra promesa. Adis. Y montando a caballo, volvi
Artagnan al frente de la escolta. Pocos minutos despus entraba la
comitiva en el patio del Palacio del Rey. Artagnan condujo a
Rochefort por la escalera principal, hacindole atravesar la
antecmara y la galera. Al llegar a la puerta del gabinete de
Mazarino, cuando iba a hacerse anunciar, Rochefort psole la ruano
sobre el hombro y le dijo son- riendo:
- 23. Queris que os diga lo que pensaba durante el camino, al ver
los grupos de paisanos que os miraban con actitud no muy afectuosa?
Qu pensabais? Que no tena ms que gritar socorro! para que vos y
vuestros cuatro jinetes fueseis destrozados y yo quedase libre dijo
Rochefort. Por qu no lo habis hecho? Y la amistad que nos hemos
prometido? Si mi guardin hubiera sido otro... Artagnan baj la
cabeza pensando: Si se habr vuelto mejor que yo? Y se hizo anunciar
al ministro. Que pase el seor de Rochefort dijo con impaciencia
Mazarino en cuanto oy los dos nombres, y decid al teniente Artagnan
que espere un poco, por- que tengo que hablar con l. Artagnan oy
con satisfaccin estas palabras. Segn haba dicho a Rochefort, haca
mucho tiempo que nadie necesitaba de l, y la insistencia que
entonces demostraba el ministro le pareca de muy buen agero.
Respecto a Rochefort, no le causaron ms efecto que ponerle en
guardia. En- tr en el despacho y encontr a Mazarino sentado a su
mesa, con su traje de cardenal, que era casi como el de los clrigos
de la poca, sin ms diferencia que ser morados los manteos y las
medias. Volvi a cerrarse la puerta y se cruzaron dos miradas
indagadoras, que Roche- fort y Mazarino se dirigieron mutuamente.
El ministro estaba, `como siempre, muy acicalado, peinado y lleno
de perfu- mes, con aquel esmero que le haca aparecer hasta de menos
aos. Rochefort haba envejecido en extremo con sus cinco aos de
prisin, sus cabellos se haban vuelto blancos, y el color bronceado
de su tez se haba convertido en amarillento. Al verle Mazarino mene
la cabeza como diciendo: Creo que ste ha de servir para poco.
Despus de una espera, que a Rochefort parecile que duraba un siglo,
y que en realidad fue bastante larga. Mazarino sac una carta de un
legajo de papeles y dijo al prisionero: He hallado aqu una carta en
que peds vuestra libertad, caballero Rochefort. Es decir que estis
preso? Rochefort, al or semejante pregunta, sinti un movimiento de
clera. Me parece dijo que Vuestra Eminencia deba saberlo mejor que
nadie. Yo? No tal. Hay an en la Bastilla muchos presos de la poca
del seor cardenal de Richelieu, cuyos nombres ignoro. S, pero no
podais olvidar el mo, puesto que me trasladaron del Chatelet a la
Bastilla por mandato vuestro. De veras? S, seor.
- 24. S, ahora creo que recuerdo. No fuisteis vos el que en
cierta ocasin rehu- s hacer un viaje a Bruselas en servicio de la
reina? Enhorabuena! exclam Rochefort. Esa es la causa verdadera!
Cinco aos hace que la estoy buscando sin poder dar con ella. No, no
es esto decir que por eso se os prendiera. Os dirijo una simple
pre- gunta: No rehusasteis ir a Bruselas en servicio de la reina,
mientras que por servir al difunto cardenal habais ido?
Precisamente por ello no poda ir. Yo haba estado en Bruselas en
circuns- tancias muy crticas: cuando la conspiracin de Calais. Fui
para sorprender la correspondencia de ste con el archiduque, y ya
entonces, cuando me conocie- ron, falt poco para que me
despedazaran. Cmo querais que volviera? En lugar de servir a la
reina, la hubiera perdido. Ya veis cmo las cosas mejor pensadas se
prestan a una mala in- terpretacin. La reina slo vio una mera
negativa, y como en tiempos del difunto cardenal tuvo muchos
motivos de queja contra vos... Rochefort sonri desdeosamente,
diciendo: Me parece que por lo mismo que haba servido bien al
cardenal Richelieu contra la reina, debisteis pensar, monseor, que
os servira lo mismo contra todo el mundo. Yo, caballero Rochefort
respondi Mazarino, no soy como mi antece- sor, que aspiraba a un
poder absoluto: soy un ministro que no necesita servido- res; en
fin como Su Majestad es muy suspicaz considerara vuestra negativa
por una declaracin de guerra de una persona de talento, y por lo
mismo peligrosa, y me encargara que os prendiese. Por eso os
encontris en la Bastilla. Pues bien, seor, creo que si estoy por
una mala inteligencia... S, s todo puede arreglarse interrumpi
Mazarino; vos sois hombre que conocis bien ciertos negocios y que
sabis realizar vuestros proyectos... Esa era la opinin del cardenal
de Richelieu, y mi admiracin hacia aquel grande hombre aumenta al
ver que vos pensis lo mismo. As respondi Mazarino: el seor cardenal
era muy diplomtico, y esto le daba una gran superioridad con
respecto a m, que soy hombre sencillo y franco. Ese es mi defecto,
tengo una ingenuidad enteramente francesa. Rochefort mordise los
labios para contener la risa. Pues bien, vamos al asunto: tengo
necesidad de rodearme de buenos ami- gos, de servidores fieles; y
al hablar de este modo, quiero decir que es la reina quien los
necesita. Yo no hago nunca nada sin orden de Su Majestad, pues no
me parezco al cardenal Richelieu, que todo lo haca por su
iniciativa. Segura- mente nunca llegar a ser tan grande como l,
pero en cambio soy hombre de bien, y espero demostrroslo, amigo
Rochefort. Rochefort, que conoca muy bien aquella voz melosa, en la
que de vez en cuando se notaba una especie de silbido semejante al
de una vbora, le dijo: Seor, estoy dispuesto a creeros, por ms que
hasta ahora no haya experi- mentado los efectos de esa bondad. No
olvide Vuestra Eminencia aadi Ro- chefort, para aminorar el mal
efecto que estas palabras haban causado en el
- 25. ministro, que hace cinco aos estoy en la Bastilla, y nada
extrava ms las ideas, que ver las cosas a travs de la reja de un
calabozo. Ya os he dicho, caballero Rochefort, que soy enteramente
ajeno a vuestra prisin. La reina... qu queris?... arrebatos de
mujer y de princesa... pero son cosas que pasan como vienen y
despus se olvidan. Comprendo, pues, seor, que la reina, que ha
pasado esos cinco aos en el Palacio Real rodeada de fiestas y
cortesanos, no piense en ellos, pero yo que los he pasado en la
Bastilla... Creis, amigo Rochefort, que el Palacio Real es muy
alegre? No hay tal cosa. Tambin en l hemos pasado muy malos ratos.
Pero dejemos esto a un lado, y vamos a mi principal objeto.
Francamente, Rochefort, queris ser de los nuestros? Bien podis
figuraros, seor, que no deseo otra cosa; pero no estoy entera- do
de nada de lo que sucede. En la Bastilla no se habla de poltica
nada ms que con los soldados y carceleros, y os aseguro que esa
gente est muy poco al tanto de los acontecimientos. Yo les pregunto
siempre por el seor de Bassom- pierre. Sigue siendo uno de los
diecisiete caballeros? Ha muerto, amigo mo, y fue una gran prdida.
Los hombres leales son es- casos... Ya lo creo! Cuando hallis uno
lo enviis a la Bastilla! Y con qu se demuestra la lealtad? Con
hechos. S, con hechos repiti Mazarino, pero dnde se encuentran los
hom- bres capaces de ejecutarlos? Rochefort sacudi la cabeza. No
faltan, seor repuso, pero no sabis buscarlos. Qu queris decir con
eso? Explicaos francamente, Rochefort, vos que de- bis haber
aprendido mucho con el trato del finado cardenal. Era tan profundo
aquel hombre!... Me permite, seor, que moralice un poco? Con mucho
gusto. Pues bien: en la pared de mi calabozo hay un proverbio
escrito con un clavo. Qu proverbio es? pregunt Mazarino. El
siguiente, seor: A tal amo... Tal criado; ya lo conozco. No, seor,
tal servidor. Es una ligera variante que las personas leales de que
os hablaba hace poco han introducido. Y qu quiere decir ese
proverbio? Que el cardenal de Richelieu supo encontrar por docenas
servidores adictos y leales.
- 26. l? l, que era blanco de todos los odios... que pas la vida
en defender- se de los golpes que de todas las partes le asestaban?
Pero al fin se defendi, a pesar de que los golpes eran terribles, y
eso con- sista en que si tena muchos y terribles enemigos, no eran
menos, ni desprecia- bles sus amigos. Pues eso es lo que yo deseo.
He conocido hombres continu Rochefort creyendo llegada la
oportunidad de cumplir a Artagnan su promesa que burlaron con su
astucia la sagacidad del cardenal, y derrotaron con su valor a
todos sus agentes; hombres que sin posicin, sin crdito, conservaron
la corona a una augusta persona y obligaron a pedir gracia al
cardenal. Contento Mazarino de ver llegar a Rochefort al punto que
l deseaba, le dijo: Pero esos hombres no eran adictos al cardenal,
puesto que luchaban contra l. Es claro, y por eso fueron tan mal
recompensados. Y vos, cmo sabis todas esas cosas? Porque en aquella
poca, esos hombres eran adversarios mos; lucharon contra m, les
hice todo el mal que pude, y me pagaron con la misma moneda: uno de
ellos, con el cual tuve que habrmelas ms particularmente, me dio
hace siete aos una estocada, que es la tercera que reciba de su
mano... y el saldo de una deuda antigua. Ah! exclam Mazarino
aparentando la mayor candidez. Si yo conocie- ra hombres de ese
temple!... Pues hace seis aos, seor, que tenis uno a vuestra puerta
y no se os ha ocurrido emplearle. Quin es? M. de Artagnan. Ese
gascn! dijo Mazarino simulando sorpresa. Ese gascn salv la vida a
una reina e hizo contestar al cardenal Richelieu que en materia de
astucia no era ms que un nio de teta. Es cierto? Sin duda ninguna.
Contadme eso, amigo Rochefort. No puedo, seor. Entonces me lo
contar l mismo. Lo dudo. Por qu? Porque es un secreto. Y realiz esa
empresa l solo?
- 27. No, seor, tena tres amigos, tres hombres valientes que le
ayudaban a todo trance. Y decs que esos hombres estaban bien
unidos? Pareca que no formaban ms que uno, no tenan ms que una sola
volun- tad y un solo corazn. Habis excitado mi curiosidad de tal
suerte, que quisiera que me contarais esa historia. Ya os he dicho,
seor, que me es imposible; pero si me lo permits os conta- r un
cuento. Decid, yo soy muy aficionado a los cuentos. Lo queris?
pregunt Rochefort, procurando descubrir una intencin en aquel
rostro disimulado y astuto. S. Pues escuchad... rase una reina...
muy poderosa, la reina de una de las primeras naciones del mundo, a
quien un ministro odiaba a muerte... por haberla querido antes
demasiado. No os cansis, monseor, porque no adivinaris de quin
hablo, y todo esto aconteci mucho antes de que llegaseis vos a la
nacin en que reinaba aquella seora. Sucedi que habindose presentado
en la corte un embajador tan valiente, tan esplndido y elegante que
todas las damas volv- anse locas por l, la misma reina, en memoria
sin duda de lo bien que haba manejado sus asuntos diplomticos, tuvo
la imprudencia de regalarle una joya tan valiosa que no poda ser
reemplazada por ninguna otra. Como esta joya la haba recibido la
reina de su esposo, el ministro pidi al rey que se exigiese de su
esposa que se presentara adornada con ella en un baile que iba a
darse prximamente. Creo intil deciros, seor, que el ministro saba
con entera segu- ridad que la joya se la haba llevado el embajador
y que ste se hallaba muy le- jos, separado hasta por el mar, de la
reina. La ilustre seora estaba perdida, y slo un milagro poda
salvarla. Indudablemente. Pues este milagro lo hicieron cuatro
hombres que no eran ni prncipes, ni grandes, ni poderosos, ni
siquiera ricos: no eran ms que cuatro soldados va- lientes y
sagaces. Partieron en busca de la joya, y el ministro, que lo supo,
situ en el camino gentes que impidieran su viaje. Tres fueron
puestos fuera de com- bate en las diferentes emboscadas que se les
tena dispuestas: uno slo lleg al puerto, mat e hiri a los que
intentaron detenerle, pas el mar y trajo su joya a la reina, que
pudo lucirla el da designado, lo cual, por cierto, estuvo a punto
de costar el poder al ministro. Qu os parece mi cuento? Hermoso
dijo Mazarino pensativo. Pues lo menos podra contaros diez como
ese. Mazarino estaba entregado a sus meditaciones. Los dos pasaron
en silencio cinco o seis minutos. No tenis nada que preguntar,
seor? dijo Rochefort despus de una pausa.
- 28. Y era Artagnan uno de esos cuatro? Fue el que dirigi la
empresa y el que la llev a trmino. Y quines eran los otros?
Permitidme, seor, que deje a M. Artagnan el cuidado de revelaros
sus nombres. Eran amigos suyos, y slo l podr tener alguna
influencia sobre ellos: yo desconoca hasta sus verdaderos nombres.
Veo, caballero Rochefort, que desconfiis de m, y sin embargo, si he
de hablar francamente, necesito de vos, de l, de todo el mundo.
Principiemos por m, seor, puesto que me habis hecho venir y me
tenis en vuestra presencia; luego podris ocuparos de los otros. Me
parece que no extraaris mi curiosidad, pero cuando uno lleva cinco
aos de prisin, est im- paciente por saber lo que ha de ser de l en
lo sucesivo. Vos lograris el cargo de ms confianza, mi querido
Rochefort. Iris a Vin- cennes, donde se halla preso el seor de
Beaufort, a quien deseo que vigilis... Qu es eso? Qu os sucede?
Seor respondi Rochefort con desaliento, lo que me proponis es im-
posible. Y por qu? Porque ese caballero es amigo querido, o por
mejor decir, yo lo soy suyo. Olvidis que l fue quien respondi de m
a Su Majestad? Y a esto llamis estar dispuesto a servirme? No os
comprometeris mucho con vuestra adhesin. Comprender, seor, que
salir de la Bastilla para entrar en Vincennes, no es ms que cambiar
de prisin repuso Rochefort. Decid mejor que pertenecis al partido
de Beaufort, tendris al menos el m- rito de la franqueza. Seor, he
estado tanto tiempo encerrado, que no pertenezco a otro partido que
al del aire libre. Empleadme en cualquier otra cosa. Dadme
comisiones acti- vas, que precisen energa, audacia, y si es posible
que sean en campo raso. La voluntad os engaa, amigo Rochefort dijo
MazarinoSents latir en vuestro pecho el mismo corazn que cuando
tenais veinte aos, y os parece que no habis pasado de aquella edad.
Pero si os hallarais en el caso que de- seis os faltaran las
fuerzas. Ahora necesitis tranquilidad, reposo... Y dijo cambiando
de tono: Hola! No determinis nada acerca de m, seor? Al contrario,
ya he determinado. En aquel momento entr Bernouin. Llamad a un
portero le dijo Mazarino. Y aadi en voz baja: No te vayas muy
lejos.
- 29. Entr el portero, y Mazarino le entreg un papel donde haba
escrito rpida- mente algunos renglones. Luego salud a Rochefort,
dicindole: Adis, caballero. Veo, seor, que me volvis a la Bastilla
dijo Rochefort. Tenis mucha penetracin. Cmo ha de ser! Pero os
aseguro que no andis acertado en no serviros de m. De vos? Del
amigo de mis enemigos? Debisteis hacerme antes enemigo suyo. Creis
que no hay en el mundo ms hombres que vos? Estis engaado. Yo
encontrar otros que valgan tanto. Me alegrar mucho. Gracias. Podis
marcharos... Ah!... y no os cansis en escribirme ms, por- que todo
ser en vano. Pues seor pensaba Rochefort retirndose, slo para
Artagnan ha sido provechosa esta conferencia... Pero a dnde diantre
me llevan? Esta pregunta la motiv el ver que le guiaban por la
escalera pequea, en lugar de llevarle por la antecmara, donde
esperaba Artagnan. Al llegar al patio en- contr el carruaje y los
cuatro hombres de escolta, pero intilmente busc a su amigo. Hola!
pens para s. Esto vara de especie, y si ahora encontramos grupos de
paisanos, yo har conocer a Mazarino que gracias a Dios, sirvo para
ms que para espiar a un prisionero. Y salt al carruaje con tanta
agilidad como si tuviera veinticinco aos. IV. ANA DE AUSTRIA A LA
EDAD DE CUARENTA Y SEIS AOS Una vez solo con Bernouin, Mazarino
estuvo pensativo algunos momentos. Saba ya mucho de lo que deseaba,
pero an no saba lo bastante. Mazarino, segn ha referido Brienne a
las generaciones futuras, era tramposo en el juego, y a esto
llamaba tomar ventajas. Aplicando esta cualidad a la poltica, no
desea- ba entablar su partida con Artagnan, hasta no conocer bien
todas las cartas del gascn. Se ofrece algo, seor? pregunt Bernouin.
S, alumbra que voy al cuarto de la reina. Bernouin cogi una buja y
sali adelante. Haba un corredor secreto que conduca desde las
habitaciones de Mazarino hasta las de la reina, por el cual pasaba
el cardenal a cualquier hora que desea- ba ver a Ana de Austria.1
1. Este corredor existe todava en el Palacio Real. (Memorias de la
Princesa Palatina). Al llegar al dormitorio en que terminaba aquel
pasadizo, hall Bemouin a madame Beauvais. Esta y Bernouin eran los
confidentes ntimos de aquellos
- 30. antiguos amores legitimados por la Iglesia y la seora se
encarg de anunciar a Ana de Austria, que estaba en su oratorio con
el nio Luis XIV, la visita de Maza- rino. La reina, sentada en un
silln, teniendo el codo apoyado sobre una mesa y la cabeza
recostada, estaba mirando a su augusto hijo, que echado sobre la
al- fombra hojeaba un hermoso libro de estampas. Ana de Austria era
la reina que con ms majestad saba aburrirse, y pasaba horas enteras
en su cuarto o en su oratorio sin rezar ni leer. El libro con el
cual jugaba el rey era un Quinto Curcio, ilustrado en grabados que
representaban las hazaas de Alejandro. Madame Beauvais presentse en
la puerta y anunci a Mazarino. El nio se incorpor sobre una
rodilla, frunci las cejas y dijo mirando a su ma- dre: Por qu pasa
de ese modo, sin pedir antes audiencia? Ana de Austria se ruboriz
ligeramente. Es de gran importancia dijo en estos das que un primer
ministro pueda venir a todas horas a darme cuenta de lo que ocurre,
sin excitar la curiosidad o los comentarios de la corte. Creo que
el cardenal Richelieu no entraba de ese modo respondi el nio con
esa insistencia propia de su edad. Cmo podis tener presente lo que
haca el cardenal Richelieu, cuando en- tonces erais tan pequeo? No
es que me acuerde, pero lo he preguntado y me lo han manifestado.
Quin os lo ha dicho? pregunt Ana de Austria sin poder contener su
mal humor, ni siquiera disfrazarlo, dado que lo intentase. S que
nunca he de nombrar a los que me dicen lo que les pregunto, porque
entonces no sabra nada. En aquel momento entr Mazarino. El rey se
levant inmediatamente, tom el libro, lo cerr y lo dej sobre la
mesa, quedndose en pie junto a ella para obli- gar a Mazarino a
permanecer del mismo modo. El ministro examinaba con su mirada
investigadora toda aquella escena, procu- rando explicarse por ella
lo que haba sucedido anteriormente. Se inclin respetuosamente ante
la reina e hizo al rey una gran reverencia, a la que l contest con
una desdeosa inclinacin de cabeza: una mirada de su madre reproch
al joven rey aquellos sentimientos de odio que desde la niez sinti
contra Mazarino, y concedi al ministro una sonrisa. Ana de Austria
procuraba conocer en el semblante del recin llegado la causa de
aquella inesperada visita, pues el cardenal no sola ir a las
habitaciones de la reina hasta que todos habanse retirado. Mazarino
hizo una seal imperceptible de cabeza, y sta dijo entonces a madame
Beauvais: Ya es hora de que el rey se acueste; llamad a
Laporte.
- 31. Era ya la tercera vez que Ana de Austria haba dicho a su
hijo que se retirase, pero ste haba insistido cariosamente en
quedarse; en presencia del cardenal no dijo una palabra, pero cambi
de color y se mordi los labios. Un momento despus entr Laporte.
Luis XIV se fue derecho a l sin abrazar antes a su madre. Qu es
eso, Luis? dijo sta. No me abrazis? Me pareca que estabais
disgustada conmigo, seora: como me echis... No os echo; pero acabis
de pasar el sarampin, y temo que el acostaros tarde os haga dao
estando todava convaleciente. No temais eso esta maana, cuando me
habis hecho ir al Parlamento a dar esos fatales decretos que tanto
han disgustado al pueblo. Seor dijo Laporte para cambiar de
conversacin; a quin quiere Vuestra Majestad que entregue la buja? A
quien gustis, en no siendo a Mancini. Este era un sobrino del
cardenal, que Mazarino haba colocado al lado del rey, y a quien
Luis XIV haca extensivo el aborrecimiento que profesaba al
ministro. Y el rey sali sin abrazar a su madre y sin saludar al
cardenal. Mucho me alegro dijo Mazarino, de saber que se educa al
rey imbu- yndole sentimientos de aversin al disimulo. Por qu decs
eso? pregunt la reina casi tmidamente. Creo que la despedida del
rey no necesita comentarios. Por lo dems, aun cuando Su Majestad no
se tome gran molestia en disimular el poco afecto que me profesa,
eso no impide que me consagre enteramente a su servicio, lo mis- mo
que al de Vuestra Majestad. Os ruego que lo perdonis, cardenal dijo
la reina; el rey es un nio que no est todava en el estado de
conocer las grandes obligaciones que os debe. El cardenal se sonri.
Pero indudablemente os ha trado algn motivo importante continu la
re- ina. Qu sucede? Mazarino se sent, o ms bien se dej caer en un
silln, y con aire triste dijo: Sucede que, segn toda probabilidad,
nos veremos precisados a separarnos muy pronto, a menos que no
llevis vuestro afecto hasta el punto de seguirme a Italia. Y por
qu? pregunt la reina. Porque como dicen en la pera Tisbe: El hado
se conjura En contra nuestra, y del amor la llama El orbe entero
dividir procura.
- 32. Os estis chanceando dijo la reina procurando recobrar algo
de su anti- gua dignidad. Ay! no, seora dijo Mazarino; no estoy de
humor para chancearme, y ms bien tengo motivo para afligirme.
Advertid bien que he dicho: El orbe entero dividir procura Y como
vos formis parte de ese mundo, quiero dar a entender que tambin vos
me abandonis. Cardenal! No os vi hace pocos das sonrer con el duque
de Orlens por las cosas que os deca? Y qu me deca? Os deca, seora:
Vuestro Mazarino es el principal y tal vez el nico esco- llo; que
se marche, y todo ir bien. Y qu querais que hiciese? Me parece,
seora, que an sois reina! Buena majestad, ciertamente! Expuesta a
la merced del primer embadur- nador de papel del Palacio Real o a
la del primer hidalguillo de aldea! Sin embargo, tenis el
suficiente poder para separar de vuestro lado a las personas que os
desagradan. Que os desagradan a vos, queris decir respondi la
reina. A m? Seguramente. Quin ha desterrado a la seora de
Chevreuse, que sufri una persecucin de doce aos en el reinado
anterior? Una intrigante que deseaba continuar en contra ma todos
los enredos prin- cipiados contra Richelieu! Quin ha desterrado a
la seora de Hautefort, a esa excelente amiga que supo rechazar la
amistad y el favor del rey por conservar los mos? Una necia que os
mola todas las noches al desnudaros con la cantinela de que era
perder vuestra alma el querer a un sacerdote, como si por ser, uno
car- denal hubiese de ser a la fuerza sacerdote! Quin ha hecho
arrestar a M. de Beaufort? Un chismoso que trataba nada menos que
de asesinarme! Ya veis, cardenal dijo la reina, que vuestros
enemigos son los mos.' Pero no basta eso, seora; sera preciso,
adems, que vuestros amigos fue- sen mos tambin. Mis amigos, seor!
dijo la reina moviendo la cabeza. Ay! Ya no los tengo.
- 33. Cmo no habis de tener amigos en la prosperidad cuando los
tenais en la desgracia? Porque en la prosperidad me he olvidado de
todos; porque hice como la re- ina Mara de Mdicis, que de vuelta de
su primer destierro, despreci a cuantos haban sufrido por su causa,
y que proscrita por segunda vez, muri en Colonia abandonada del
orbe entero y hasta de su propio hijo, porque todo el mundo la
despreciaba a su vez. Pues bien dijo Mazarino, no sera an tiempo de
reparar el mal? Bus- cad entre vuestros amigos ms antiguos. Qu
queris decir? Nada ms que lo que digo: que busquis. Por ms que
busco no hallo a nadie. El duque se halla dominado, como siempre,
por su favorito, que ayer fue Choisy, hoy es la Riviere, y maana
ser cualquier otro. El prncipe est sojuzgado por la seora de
Longueville, la cual se encuentra a su vez sojuzgada por su amante,
el prncipe de Marsillac. El seor de Conti se halla dominado por el
coadjutor, quien a su vez est dominado por la seora de Gumene. Por
esto, seora, no os aconsejo que escojis entre vuestros amigos del
da, sino entre los antiguos. Entre mis amigos antiguos? dijo la
reina. S; entre vuestros antiguos amigos, entre los que os ayudaron
a luchar co- ntra el duque de Richelieu, y an a vencerle. Adnde
desear ir a parar? murmur la reina, mirando al cardenal con
inquietud. S continu ste, yo s que en cierta ocasin supisteis
contrarrestar los ataques del cardenal, gracias al auxilio que os
dieron vuestros amigos. Yo no he hecho ms que sufrir toda mi vida.
Habis sufrido, vengndoos, que es como sufren las mujeres. Pero
vamos al asunto. Conocis al conde de Rochefort? Rochefort no era
amigo: todo lo contrario, yo crea que sabais que era uno de los
servidores ms leales del cardenal, y, por lo tanto, mi enemigo ms
en- carnizado. Tanto lo saba que lo encerr en la Bastilla. Ha sido
puesto en libertad? pregunt la reina. No, calmaos; contina preso, y
si os he hablado de l ha sido Para llegar a otro, conocis a M.
Artagnan?.continu el cardenal mirando fijamente a Ana de Austria.
La reina experiment toda la fuerza de la estocada, y pens: Habr
cometi- do ese hombre alguna imprudencia? Artagnan? exclam en voz
alta. S, lo tengo presente: es un mosque- tero que amaba a una de
mis doncellas, la cual muri envenenada por mi causa. Y nada ms?
pregunt Mazarino.
- 34. Me estis haciendo sufrir un interrogatorio? dijo la reina
altivamente. En todo caso vos no contestis sino a vuestro capricho
respondi Mazari- no con su voz melosa y sin abandonar su eterna
sonrisa. Explicad con claridad lo que queris, y yo contestar del
mismo modo respondi la reina con impaciencia. Pues bien, seora,
deseo que me contis en el nmero de vuestros amigos, as como yo
estoy dispuesto a hacer en vuestro servicio todo lo que sea necesa-
rio. Las circunstancias son graves y ser preciso proceder con
energa. Ms an? Crea que bastaba con haber preso al caballero de
Beaufort. Ese no era ms que el torrente que amenazaba destruirlo
todo, y a los to- rrentes se les vence con facilidad. Lo que hay
que temer es el agua mansa. Terminad. Todos los das estoy sufriendo
las impertinencias y los insultos de vuestros prncipes y vuestros
lacayos titulados, imbciles que ignoran que los tengo en mis manos
y que bajo mi aparente tranquilidad y mi constante sonrisa, no han
adivinado la resolucin del hombre que se ha propuesto ser ms fuerte
que to- dos y lo ser. Hemos hecho prender a Beaufort, es verdad;
pero an quedan otros; queda el prncipe... El vencedor de Rocroy!
Pensis en eso? S, seora... y no es esto slo, pienso adems en el
duque de Orlens. El primer prncipe de la sangre? El to del rey? No
veo en l ms que el miserable conspirador que en el anterior
reinado, movido de miserables rencores, devorado por una codicia
innoble, envidioso de todo lo que vala ms que l, irritado por su
nulidad, se hizo eco de todos los rumores siniestros, alma de todas
las intrigas y aparent ponerse a la cabeza de todos los intrpidos
que cometieron la necedad de fiar en su palabra, para que renegara
de ellos cuando los vio subir al cadalso. No veo en l ms que al
ase- sino de Chalais, de Montmorency y de CinqMars, que hoy trata
de volver a las andadas, figurndose que ganar la partida, porque en
lugar de un hombre que amenaza, tiene enfrente un hombre que sonre.
Pero se equivoca como un est- pido, y ha de sentir no tener que
luchar con Richelieu. No pienso dejar a vuestro lado ese semillero
de discordias con que el difunto cardenal hizo hervir muchsi- mas
veces la sangre del rey. La reina se ruboriz y ocult la cabeza
entre las manos. No quiero humillar a Vuestra Majestad prosigui
Mazarino, ya ms tran- quilo pero con gran firmeza: quiero que se
respete a la reina y a su ministro, puesto que a los ojos de todos
no soy ms que eso. Vuestra Majestad sabe que no soy un juguete
trado de Italia, como dicen esos imbciles, y es preciso que todos
lo sepan de una vez. Qu debo hacer? dijo Ana de Austria dominada
por aquella voluntad im- periosa. Buscar en vuestra memoria los
nombres de aquellos hombres que, a pesar de los esfuerzos de
Richelieu, hicieron un viaje, dejando en el camino el rastro
- 35. de su sangre, para traer a Vuestra Majestad el adorno que
se dign regalar al duque de Buckingham. Me estis insultando! exclam
Ana de Austria levantndose majestuosa e irritada, como movida por
un resorte de acero. Quiero, en fin prosigui Mazarino completando
el pensamiento que haba cortado en su mitad la accin de la reina,
quiero que hagis hoy por vuestro marido lo que hicisteis en otra
poca por vuestro amante. An esa calumnia! exclam la reina. Ya la
crea olvidada viendo que hasta ahora nada me habais dicho; pero al
fin ha llegado el instante en que me hablaseis... y me alegro en el
alma! Porque se pondrn en claro los hechos y concluiremos de una
vez, lo entendis? Pero, seora dijo Mazarino asombrado de la energa
que manifestaba la reina; yo no os pido que me digis... Y yo quiero
decroslo todo repuso Ana de Austria. Od. Quiero deciros que haba
entonces efectivamente cuatro corazones leales, cuatro almas
nobles, cuatro espadas fieles que me salvaron mas an que la vida,
pues me salvaron el honor. Ah, confesis por fin! Pues qu! Slo los
criminales pueden tener su honor en peligro? No se puede deshonrar
a nadie, y especialmente a una mujer, Con apariencias? S, las
apariencias estaban en contra ma, e iba a quedar deshonrada, y no
obstante, juro que no era culpable, lo juro... Busc la reina un
objeto santo por el cual pudiese jurar, y tomando de un ar- mario
oculto bajo la tapicera un cofrecillo de palo de rosa incrustado de
plata, lo puso sobre el altar. Lo juro continu por estas sagradas
reliquias! Cierto es que amaba al duque de Buckingham, pero no era
mi amante. Y qu reliquias son esas por las cuales hacis tal
juramento, seora? dijo Mazarino sonrindose. Porque os participo que
en mi cualidad de romano soy bastante incrdulo; hay reliquias de
reliquias. La reina quitse del cuello una llavecita de oro, y
presentndola al cardenal: Abrid le dijo, y examinadlas vos mismo.
Mazarino tom asombrado la llave y abri el cofrecillo, en el cual no
hall ms que un cuchillo y dos cartas, una de ellas manchada de
sangre. Y qu es esto? pregunt Mazarino. Qu es eso, caballero?
repiti Ana de Austria con su dignidad de reina y extendiendo sobre
el cofrecillo un brazo que haba conservado toda su belleza a pesar
de los aos. Voy a decroslo. Estas dos cartas son las nicas que le
he escrito, y este cuchillo es el mismo con que Felton le asesin.
Leed las cartas, caballero, y conoceris si he faltado a la verdad.
A pesar del permiso que tena Mazarino, por un sentimiento natural,
en lugar de leer las cartas tom el cuchillo que Buckingham se
arrancara, al morir, de su herida, envindolo por medio de Laporte a
la reina. La hoja estaba completa-
- 36. mente tomada, pues la sangre se haba convertido en moho. En
seguida, y des- pus de un momento de examen, durante el cual se
puso la reina ms blanca que la sabanilla del altar sobre el que
estaba apoyada, volvilo a colocar en el cofrecillo con un
estremecimiento involuntario. Bien, seora dijo; me es suficiente
vuestro juramento. No; no, leed, leed; lo quiero y lo mando, a fin
de que todo quede concluido de una vez y no se vuelva a hablar del
asunto. Os parece aadi con una terrible sonrisa que est dispuesta a
abrir ese cofrecillo a cada una de vues- tras futuras acusaciones?
Dominado Mazarino por aquella energa, obedeci casi maquinalmente y
ley las dos cartas. Una era en la que peda la reina sus herretes a
Buckingham, car- ta de la que fue Artagnan portador y que lleg tan
oportunamente; y la otra la que Laporte dio a Buckingham, en la
cual le avisaba la reina que trataban de asesinarle y que lleg
demasiado tarde. Perfectamente, seora dijo Mazarino; nada hay que
replicar a eso. S, caballero dijo la reina, cerrando el cofrecillo
y poniendo encima la ma- no; s, algo hay que replicar, y es que he
sido una ingrata con hombres que me salvaron a m y que hicieron
cuanto estuvo de su parte por salvarle a l, y que nada he hecho en
favor de ese valiente Artagnan, de que me hablabais no hace mucho,
sino darle a besar mi mano y regalarle este diamante. La reina
extendi su hermosa mano hacia el cardenal y le ense una piedra
riqusima que brillaba en su dedo. Lo vendi, segn tengo entendido.
en un momento de apuro, y lo vendi por salvarme a m por segunda
vez, pues fue a fin de enviar un mensajero al duque y prevenirle
que estaba resuelta su muerte. Conque, Artagnan lo saba? Todo
absolutamente. El cmo es lo que no conozco. Pero en fin, l lo vendi
al seor Des-Essarts, en cuyo dedo lo vi y de quien lo he rescatado;
mas este diamante es suyo, caballero; devolvdselo de mi parte, y
puesto que la suerte ha colocado al lado vuestro a un hombre
semejante procurad valeros de l. Gracias, seora dijo Mazarino; me
servir de vuestro consejo. Y ahora dijo la reina, como aniquilada
por la emocin que senta, se os ofrece alguna otra cosa? Nada, seora
respondi el cardenal con voz afectuosa, sino suplicaros que me
perdonis mis injustas sospechas; pero os amo tanto, que no debis
extraar que tenga celos hasta de lo pasado. Una sonrisa de
inexplicable expresin entreabri los labios de la reina. Bien est
dijo; si no se os ofrece nada ms, dejadme, pues debis co- nocer que
despus de esta escena deseo estar sola. Mazarino se inclin. Me
retiro, seora repuso; cundo me permitiris volver? Maana; para
reponerme de mi emocin quiz no baste ese tiempo.
- 37. El cardenal bes galantemente la mano de la reina y se
retir. Un momento despus, pas Ana de Austria a la habitacin de su
hijo y pregun- t a Laporte si ya se haba acostado el rey. El fiel
servidor le ense el nio profundamente dormido. La reina acercse al
lecho, bes la frente ceuda de Luix XIV y se retir, di- ciendo a
Laporte: Cuidad de que el rey ponga mejor cara al cardenal, a quin
l y yo debemos buenos servicios. V. GASCN E ITALIANO Entretanto, el
cardenal volva a su gabinete y preguntaba a Bernouin, que le
aguardaba en la puerta, si haba ocurrido alguna novedad durante su
ausencia. El ayuda de cmara contest negativamente, y entonces
Mazarino indicle con un gesto que se ausentara. En cuanto qued
solo, se acerc a abrir la puerta de la galera y despus la de la
antecmara. Artagnan estaba durmiendo sobre una banqueta. M.
Artagnan! exclam. Artagnan no se movi. M. Artagnan! repiti ms alto.
Artagnan sigui durmiendo. El cardenal se acerc y le toc en el
hombro con la extremidad de los dedos. Artagnan entonces despertse,
se levant y se cuadr militarmente. Presente grit: quin me llama? Yo
dijo Mazarino, con el semblante ms risueo. Perdonad, seor repuso
Artagnan; pero estaba tan cansado... No me pidis perdn, caballero
dijo Mazarino, porque os habis fatiga- do en servicio mo. Artagnan
se sorprendi del tono afable del ministro. Calla! se dijo para s .
Si ser cierto el proverbio de que la fortuna viene en sueos?
Seguidme, caballero dijo Mazarino. Vamos, vamos se dijo Artagnan.
Rochefort ha cumplido su palabra; pe- ro, por dnde diablos habr
pasado? Y aun cuando mir a todos los rincones del gabinete, no vio
a su amigo. Caballero Artagnan dijo Mazarino, sentndose en su
silln, os he tenido siempre por hombre valiente y honrado. Bien
podr ser dijo Artagnan para s, pero no ha dejado de estar pen-
sndolo bastante tiempo para decrmelo. Esta idea, no obstante, no
impidi que se inclinara profundamente. Ahora bien continu Mazarino,
ha llegado el momento de utilizar vues- tro talento y valenta.
- 38. Los ojos del oficial se pusieron radiantes de alegra, la
cual se extingui al pun- to, pues ignoraba adnde quera Mazarino ir
a parar. Mandad, seor dijo; estoy dispuesto a obedecer a vuestra
eminencia. M. Artagnan continu Mazarino, habis hecho durante el
ltimo reinado algunas hazaas... Vuestra Eminencia es demasiado
bondadoso al hacerme ese recuerdo... Cierto es; he hecho la guerra
con bastante fortuna. No hablo de vuestros hechos de armas, pues
aun cuando hayan hecho mu- cho ruido, han sido sobrepujados por los
de otra clase. Artagnan aparent sor- presa. Qu! dijo Mazarino Nada
contestis? Espero contest Artagnan, que monseor me diga de qu
hechos quie- re hablar. Hablo de aquella aventura... Ya sabis lo
que quiero decir. No por cierto, seor respondi Artagnan. Sois
prudente, tanto mejor! Aludo a aquella aventura de la reina, a los
herretes, al viaje que hicisteis con tres amigos vuestros. Hola!,
hola! dijo interiormente el gascn. Ser esto un lazo? Estemos sobre
aviso. Y revisti su semblante de una expresin de asombro que le
hubieran envidia- do Mendori o Bellerose, los dos cmicos ms
notables de la poca. Bien! dijo Mazarino rindose. Bravo! Veo que no
me han engaado al hablarme de vos como del hombre a quien
necesitaba. Sepamos: qu harais por m? Todo cuanto Vuestra Eminencia
tenga a bien mandarme dijo Artagnan. Todo lo que hicisteis en otro
tiempo por una reina? No hay duda pens Artagnan, quiere hacerme
hablar. Dejmosle venir, qu diablos! No es ste ms astuto que
Richelieu. Por una reina, seor?... No comprendo. No comprendis que
necesito de vos y de vuestros amigos? Qu amigos, seor? Vuestros
tres amigos de antao. De antao, monseor? repuso Artagnan.
Antiguamente no tena yo tres amigos, sino cincuenta. A los veinte
aos llama uno amigo a cualquiera. Bien, bien dijo Mazarino; l