Post on 22-Dec-2015
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LOS HIJOS DE ELÍ Y SAMUEL
No sé qué hacer con mi hijo/hija es una queja frecuente de los padres
que no logran una buena comunicación familiar. Angustiados por problemas
económicos o laborales, absorbidos emocionalmente por los dramas de pareja,
enfrentados con los cuestionamientos propios de la mediana edad, intoxicados
por el clima social negativo, el mal-estar puede completarse y agravarse según
los casos. Añadamos la descolocación paterna frente a los hijos, y
preguntémonos si no es una pretensión desmedida pedir que estos adultos
actúen serena y reflexivamente como padre y madre de sus jóvenes hijos. Los
padres renuncian a los criterios sostenidos hasta ahora y toleran estilos y
conductas contrarios a los verdaderos valores. El dictamen del consumismo y
la presión que ejercen las modas juveniles son excusa suficiente para
descargar la responsabilidad paterna. El permisivismo y la falta de límites
razonables avanzan hasta que aparecen episodios alarmantes o se advierten
los conocidos signos de las distintas adicciones. Entonces, qué hacer, cómo
recomponer un hogar deshecho por el descontrol o la falta de diálogo.
La narración bíblica de Elí y sus hijos nos ayuda a reflexionar sobre las
implicancias y dificultades de la responsabilidad paterna (cf. 1Sam. 1- 4).
En la sociedad predavídica, el sacerdote Elí ejerce el liderazgo en la
ciudad de Silo, centro cultual de Israel. Anciano venerado, goza del prestigio
del pueblo. Elí, no obstante su autoridad moral, no logra con sus hijos
establecer consignas claras y hacerlas cumplir. Jofni y Pinjás cometen tres
faltas graves: se apropian de las ofrendas litúrgicas, abusan de las mujeres
dedicadas al culto y desobedecen al padre. Elí les reprocha a los hijos su
comportamiento, censurado ya por la gente, pero las advertencias resultan
infructuosas. En ese momento, un profeta reprende seriamente a Elí por su
débil intervención, le advierte que al ser cómplice del pecado de los hijos,
caerán futuras desgracias sobre el pueblo y la propia familia. Los hechos se
precipitan. Al enfrentarse con los filisteos, Israel sufre una gran derrota: el arca
de la alianza es capturada y mueren los hijos de Elí.
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Este cuadro bíblico encuentra el reverso en la figura del joven Samuel
(cf. 1Sam. 1; 3). Su madre, de nombre Ana, a pesar de ser estéril, lo había
concebido como respuesta divina a su oración. El sacerdote Elí fue el
instrumento de consuelo y bendición para la futura madre. Por este motivo,
cuando terminó el período de la lactancia, Samuel fue presentado en el
santuario y confiado al sacerdote Elí para quedar al servicio del Señor.
El crecimiento de Samuel aparece en oposición a las malas acciones de
los hijos de Elí; la obediencia del adolescente y el prestigio que lo rodea se
oponen a la desobediencia y a la mala fama que tienen Jofni y Pinjás (cf. 1Sam.
2,12-26). La narración antitética se desarrolla hasta incluir a Elí. Ya no hay
visiones y el sacerdote sufre la disminución visual, aunque la lámpara de Dios
no se ha apagado; en cambio, Samuel queda acreditado como profeta que
escucha al Señor y transmite los mensajes divinos al mismo Elí.
El joven Samuel estaba al servicio del Señor con Elí. La palabra del Señor era
rara en aquel tiempo y no eran frecuentes las visiones. Una día estaba Elí
acostado en su habitación. Sus ojos comenzaban a debilitarse y apenas podía
ver. La lámpara de Dios todavía no se había apagado. Samuel estaba
durmiendo en el santuario del Señor, donde estaba el arca de Dios (1Sam. 3,1-
3).
Samuel crecía, y el Señor estaba con él; ninguna de sus palabras dejó de
cumplirse. Toda Israel, desde Dan hasta Berseba, supo que Samuel estaba
acreditado como profeta del Señor. El Señor continuó manifestándose en Siló,
pues era allí donde revelaba su palabra a Samuel (1Sam. 3,19-21).
La figura de Elí representa la dignidad judicial y, en cuanto símbolo, está
al inicio y al término de la narración: cuando Ana se dirige al santuario para
pedir la gracia de tener un hijo, el sacerdote está sentado junto a la puerta; al
final del ciclo, cuando le informan a Elí sobre la derrota de Israel y la muerte de
sus hijos, el sacerdote cae de la silla hacia atrás y muere desnucado (cf. 1Sam.
1,9; 4,18).
El narrador construye el relato sobre las diferencias entre el anciano Elí y
el joven Samuel, entre los hijos de Elí y Samuel. Ver o no ver, intervenir o
disimular manifiestan una disyuntiva más profunda: crecer o sucumbir. A veces,
los padres prefieren, como Elí, ignorar lo que ven y saben, porque no están en
condiciones de afrontar una nueva fuente de conflicto, de este modo son los
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primeros en perjudicarse y quizás en culpabilizarse, sin encontrar vías de
solución. En cambio, ingeniarse en producir espacios de encuentro, insistir en
el diálogo oportuno y sincero posibilitan una buena vinculación y, por
consiguiente, la construcción de personalidades maduras. Es evidente que si
nuestra vida está asediada por tensiones y desequilibrios, la visión disminuye y
faltan las fuerzas necesarias para la misión paterna. La paternidad responsable
requiere de nosotros una permanente transformación personal y adaptación al
misterio del crecimiento.
Elí cumplió con su profesión y gozó del reconocimiento de la gente, sin
embargo descuidó su hogar. Desconocía los problemas por los que
atravesaban sus hijos. Al enterarse por terceros, les reprochó su conducta,
probablemente avergonzado por el desprestigio que le significaba. Quiso
ponerles límites, pero ya era tarde. Había faltado presencia paterna y diálogo
con los hijos. ¿No parece una descripción de tantos casos de hoy día? Tal vez
los hijos de Elí pregunten a los hijos actuales: ¿Tus padres están presentes en
tu vida? O Elí pregunte a los padres: ¿Están realmente cerca del crecimiento
de sus hijos?
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