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co, 1946. 376 p?ginas. 45. HISTORIA DE CHUCHO EL NINFO Y LA NOCHE BUENA.?Por Jos? Tom?s de Cu?llar.
?M?xico, 1947. 345 p?ginas. 49. ANGELINA.?Por Rafael Delgado.?M?xico, 1947. 327 p?ginas.
6. LOS PARIENTES RICOS.?Por Rafael Delgado.? M?xico, 1944. 442 p?ginas. 69. CUENTOS Y NOTAS.?Por Rafael Delgado. 1953. 56-57-58. EL PERIQUILLO SARNIENTO.?Por Jos? Joaqu?n Fern?ndez de Lizardi. 3 vol?
menes.?M?xico, 1949. 420+349+293 p?ginas. . 24. LA CHIQUILLA.?Por Carlos Gonz?lez Pe?a.?M?xico, 1946. 349 p?ginas. 11. LA PARCELA.?Por Jos? L?pez Portillo y Rojas.?M?xico, 1945. 397 p?ginas. 63. FUEGOS FATUOS Y PIMIENTOS DULCES.?Por Amado ?ervo.?M?xico, 1951. 400 p?
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exportaci?n. M?xico, a trav?s de su gloriosa historia y su esfuerzo
constante de industrializaci?n y mejor extracci?n de sus
suelos, est? logrando, bajo la ?gida del actual Gobierno, dar un paso trascendental en su vida econ?mica e in
discutiblemente se est? colocando a alturas insospecha das y todav?a desconocidas de la mayor?a de los mexi
canos, como un Pa?s fuerte y capaz de subsistir por s?
mismo, cubriendo ampliamente sus necesidades.
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ning?n esfuerzo, ha colaborado por que este ideal pa tri?tico se realice en el menor tiempo posible. La pro
ducci?n de az?car en M?xico es bastante ya para cubrir
las necesidades interiores sin recurrir a importaciones del
extranjero, sino que, por el contrario, se ha colocado entre los pa?ses exportadores de az?car, y de acuerdo
con los planes que est? desarrollando y la ampliaci?n de sus campos ca?eros y f?bricas, se est? preparando para
poder consolidar esa producci?n y asegurar para el fu
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EL FALLO DE LA CRITICA sobre el f?mer tomo de la
Historia Moderna de M?xico
Se han publicado hasta ahora veintis?is comentarios en diarios y revistas del pa?s y del extranjero. He aqu? algunos:
". .. es un estudio cl?sico, una obra grande e ins?lita".?
Frank A. Knapp, en Excelsior, 23 abril 1955.
". . . s?lo las virtudes anteriores bastar?an para consagrar a Cos?o Villegas como notable historiador y para colo car a su obra entre la flor y nata de la historiograf?a contempor?nea".?Jos? Miranda, en Excelsior, 15 de ju nio de 1955.
"La Historia Moderna de M?xico ser? como una expre si?n de los sue?os que este pa?s vivi? tan breve como
profundamente".?Jos? Fuentes Mares, en Excelsior, 6 julio 1955.
"Hasta hoy, con Cos?o Villegas y su equipo, comienza a escribirse historia, en gran forma, en M?xico".?Pedro
Gringoire, en Excelsior, 8 julio 1955.
". . . en estas p?ginas don Daniel Cos?o Villegas com
parece, sin mayores proemios, como gran se?or de la
historia mexicana".?Antonio G?mez Robledo, en No
vedades, 21 agosto 1955.
EDITORIAL HERMES Ignacio Mariscal 41. M?xico 1, D. F.
Table of Contents of the May, 1955 Issue of
THE HISPANIC AMERICAN HISTORICAL REVIEW
ARTICLES
James R. Scobie
The Aftermath of Pav?n
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NOTES AND COMMENTS
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? PETR?LEOS MEXICANOS AL SERVICIO DE LA PATINA
HISTORIA MEXICANA Revista trimestral publicada por El Colegio de M?xico Historia Mexicana respeta de modo absoluto la responsabilidad de sus
colaboradores. Redacci?n: Administraci?n:
Apartado Postal 2123 El Colegio de M?xico M?xico i, D. F. Durango 93. M?xico 7, D. F.
Consejo de Redacci?n: Arturo Arn?iz y Freg, Alfonso Caso, Daniel Cos?o Villegas, Wigberto Jim?nez Moreno, Agust?n Y??ez y Silvio Zavala.
VOL. V OCTUBRE-DICIEMBRE, 1955 N?M. 2
SUMARIO Art?culos
Daniel Cos?o Villegas, Segunda llamada particular . . 161 Luis Leal, El libro XII de Sahag?n. 184
Testimonios
David M. Vigness, La expedici?n Urrea-Mej?a. 211 Jos? Torre Revello, Algunos libros de caligraf?a usa
dos en M?xico en el siglo xvii. 220
Manuel Romero de Terreros, Dos conquistadores ... 228
H?ctor Ortiz D., Bemal D?az ante el ind?gena. 233
Cr?tica
Jos? Bravo Ugarte, La "Historia moderna de M?xico", de Cos?o Villegas. 240
Frank A. Knapp, Rescate de diez a?os perdidos .... 244
Jos? Miranda, "La Rep?blica Restaurada", ?fruto lo gmdof . 253
Susana Uribe de Fern?ndez de C?rdoba, Los errores de una historia de la Conquista. 258
Antonio G?mez Robledo, Reconocimiento de go biernos. 262
Historia Mexicana aparece el 1* de julio, el i? de octubre, el i? de enero y el 19 de abril de cada a?o. El n?mero suelto vale en el interior del pa?s $6.00 y en el extranjero Dis. 1.00; la suscripci?n anual, respectiva mente, $ 20.00 y Dis. 4.00.
Norman F. Martin, Los jesu?tas y la Independencia 267 Joaqu?n Fern?ndez de C?rdoba, Claudio Linati, in
troductor de la litograf?a . 271 Manuel Gonz?lez Ram?rez, El papel sobre la Revo
luci?n . 274 Jos? Mancisidor, Respuesta a un papel. 284
Cr?nica
Antonio Pompa y Pompa, La XI Sesi?n del Congreso Mexicano de Historia . 291
Xavier Tavera Alfaro, La carrera de Historia en M?
xico, II. 300
El gran reportaje hist?rico
Mario Gill, Mo chis, fruto de un sue?o imperialista . . 303
Impreso y hecho en M?xico
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SEGUNDA LLAMADA PARTICULAR *
Daniel Cos?o Villegas
El prop?sito de no limitarla a la vida pol?tica, antes bien,
ampliarla hasta incluir en ella la vida econ?mica y la vida
social, asom? desde que se rumiaba apenas la idea de escribir una historia moderna de M?xico. Apoyaban el designio va rias razones, que debieran ser obvias, aun cuando sobresa
l?an dos.
La ocupaci?n y la preocupaci?n econ?micas de un indivi duo o de una sociedad son casi diarias, y abarcan un trecho
importante de cada d?a; para quienes manejan el arado, puede ser "de sol a sol", y para los que mueven o vigilan
m?quinas, es, por lo menos, un tercio del d?a. De esa ocupa
ci?n y de esa preocupaci?n pocos est?n excluidos: el ni?o y el adolescente, el enfermo y el inv?lido y unas cuantas muje res. Hacer la historia econ?mica de esa comunidad es, pues, relatar un gran trecho de la vida de muchos miembros de
ella; es decir, la historia econ?mica cubre una gran parte de la comunidad y una porci?n importante del tiempo de ?sta. No puede, pues, carecer de importancia, siquiera sea
por las simples razones de magnitud y de frecuencia del fen? meno que se estudia.
La vida social se hace cuando el arado y la m?quina no
funcionan; es la vida ociosa del hombre, la que vive cuando est? inactivo econ?micamente. Ligero y parcial es el dicho de que la ociosidad alumbra todos los vicios: los engendra o
puede hacerlo; pero tambi?n los m?s encumbrados y perdu rables frutos logrados por el hombre. Lo mismo las letras
que la m?sica y las artes pl?sticas; los grandes cuerpos legis
* Pr?logo del segundo tomo (La vida econ?mica* de i86j a 1876) de
la Historia moderna de M?xico.
I?2 DANIEL COS?O VILLEGAS
lativos como las instituciones m?s eficaces de beneficencia o de educaci?n p?blica; igual el teatro que la verbena popu lar o el espect?culo deportivo; tanto la reforma o la invenci?n tecnol?gica como un gran movimiento religioso o filos?fico, todo esto lo ha creado el hombre en el ocio, en esa "diversi?n
u ocupaci?n reposada, especialmente en obras de ingenio,
porque ?stas se toman regularmente por descanso de otras
tareas".
No todos los hombres tienen la capacidad para dedicar con fruto su ocio a las obras de ingenio, ni quienes la tienen lo dedican ?ntegramente a ellas. Pero cada hombre tiene un
hogar, m?s y m?s alejado del primitivo prop?sito de abrigarse contra las inclemencias del tiempo, que se ha convertido
en el centro de mucha de la vida y de la actividad social del hombre. All? descansa y duerme; all? se divierte, come y se
multiplica; all? hace su vida familiar toda y en ?l re?ne amigos y conocidos. Y fuera hay jardines y parques p?blicos, centros de recreo, espect?culos, museos, bibliotecas y templos, o mon
ta?as y valles; y est? la tienda, que tanto atrae y rechaza
al hombre de una sociedad "adquisitiva". Y en cada uno de
esos lugares halla otros hombres con quienes hace una vida
de relaci?n directa o indirecta. ?sa es la vida y ?sas son las
actividades sociales, y la tarea de la historia social es relatar
las del pasado. As? se ve que ?sta, siquiera sea por una raz?n
de frecuencia y otra de magnitud, es tambi?n importante. Por supuesto que ni ?sta ni ninguna otra definici?n de
los contornos de una ciencia o actividad intelectual es tan
n?tida y tajante que divida en dos, como cortado por guillo tina, lo que antes era un bloque. Siempre quedan entre las
partes en que se divide el conocimiento humano zonas o fran
jas lim?trofes a cuyo dominio y estudio pueden y deben aspirar las disciplinas fronterizas. Los cambios en el n?mero, distri
buci?n, densidad y crecimiento de la poblaci?n de una co munidad, as? como su composici?n por sexos, edades, idiomas
y ocupaciones, interesan tanto a la historia social como a la
econ?mica y aun a la pol?tica. A la primera, porque cada
uno de esos factores se convierte en un rasgo peculiar de la
sociedad de que se trata, y todos ellos acaban por pintarla
SEGUNDA LLAMADA PARTICULAR 163 con una individualidad original que va cambiando con el
tiempo. A la segunda, porque le indica la medida en que los cambios de esas situaciones demogr?ficas repercuten en trans
formaciones de un orden econ?mico. El hombre, en suma, es
a la vez miembro de una sociedad y fuerza de trabajo. Esa duplicidad de intereses rige no s?lo en cuestiones tan generales como las demogr?ficas, sino aun trat?ndose de las m?s con
cretas, como la colonizaci?n que intentaron los gobiernos de la Rep?blica Restaurada y del Porfiriato. Una fuerte corrien te inmigratoria de extranjeros puede llegar a crear una socie
dad "de aluvi?n", como la norteamericana y la argentina; al
mismo tiempo, si los inmigrantes son agricultores y traen
consigo cultivos desconocidos y t?cnicas nuevas, la vieja agri cultura local sufrir? transformaciones que el historiador-eco
nomista debe recoger, estudiar y relatar. Los conflictos entre
el capital y el trabajo ?como se dice hoy tan pulcramente?, o las luchas sociales, como se dec?a antes, con mayor vigor, son
otro ejemplo de tema fronterizo que puede ser visto no ya solamente por la historia social y la econ?mica, sino por la pol?tica tambi?n. Y en nuestro pa?s existe el caso singular de comunidades ind?genas cuyos contactos con la vida nacio
nal no son, en todos los casos, igualmente estrechos y perma nentes.
Otra consideraci?n grave para pensar en una historia eco
n?mica y en otra social al lado de la pol?tica es que las dos
primeras corrigen la visi?n de la segunda. El cambio a trav?s del tiempo, la ?nica y verdadera tarea de la historia, como
que se produce con un ritmo m?s acelerado y como que es de
una magnitud desproporcionada en la vida pol?tica. Y quiz?s sea esto m?s cierto de un pa?s como M?xico, cuya adaptaci?n a los moldes pol?ticos del mundo occidental ha debido hacer se a saltos.
Recu?rdese la impresi?n que deja la pel?cula de Carmen Toscano Memorias de un mexicano. En brev?simos minutos
desfilan unas cuantas escenas de las fiestas del Centenario
de 1910, en que la crudeza fotogr?fica subraya el contraste
entre el blanco calz?n del pelado y la mancha funeraria de la levita y la chistera del catr?n. Luego, dos o tres escenas de
I?4 DANIEL COS?O VILLEGAS
combates en el Norte, la ca?da de Porfirio D?az y el viaje triunfal de Madero hasta su recibimiento apote?tico en la
Capital. En seguida, casi sin transici?n, la lucha militar de la Decena Tr?gica, a inmediatamente la escena desgarradora
de do?a Sara, acompa?ada de tan pocos que parece estar
enteramente sola, depositando tres flores ajadas en la tumba de Madero. Y luego Victoriano Huerta, su encumbramiento
y su ca?da; en seguida Carranza, su lucha, su victoria y su
asesinato. La pel?cula deja una impresi?n de enorme tristeza
y de profundo desaliento, y la de ser ?sa la historia de un gru po de desalmados que viven fuera de toda ley y de toda insti tuci?n, sin sentimientos, sin raz?n y sin principios.
Hubiera bastado a la c?mara trepar a cualquier altura, al
Ajusco o al castillo de Chapultepec, y tomar desde all? una vista panor?mica del Valle, para comenzar a introducir en sus
im?genes el correctivo de un espacio mayor y de un ritmo m?s lento, acompasado y justo. Y si hubiera ido al Bosque de
Chapultepec, la sola vista de cualquier ahuehuete habr?a creado la impresi?n de un desarrollo que ha durado tres o cuatrocientos a?os; y habr?a dado con la pareja de enamora
dos, sustra?dos a toda noci?n de tiempo; o con el limpia botas, que busca afanoso a sus clientes; o con el payo del
Interior que, asombrado, ve por primera vez un lago arti
ficial. Y bien pudo la c?mara, sin salir del Valle, seguir la
jornada de trabajo y de descanso en la chinampa de Xochi milco, o la del labrador de la hacienda de Coapa. La vida mexicana toda hubiera recobrado as? un ritmo de lentitud y de reposo que nada tiene que ver con el v?rtigo de la ele
vaci?n, ca?da y muerte de l?deres o grupos pol?ticos. Y se ha br?a sentido el correctivo de la raz?n, del orden, aun de la rutina, adem?s de una mayor complejidad y de un fondo social
mucho mayor del que sugiere la simple marejada de los cam bios pol?ticos.
Aceptada, entonces, la necesidad de una historia econ?mica
y de una social, adem?s de la pol?tica, el dedicarle un tomo a cada una de las tres lo impuso el deseo de hacer una investi
gaci?n a fondo, en las fuentes primarias mismas, y el de rela
tar los resultados del estudio con detalle y extensi?n.
SEGUNDA LLAMADA PARTICULAR 165
La historia econ?mica es, por supuesto, una rama de la
historia de las instituciones sociales, y no tiene m?s peculia ridad que un inter?s marcado por las informaciones cuantita tivas y por una presentaci?n cuantitativa de los resultados
del estudio. En la medida en que se cuente con una masa
de informaciones num?ricas que se presten a un tratamiento
estad?stico complicado, es preferible, y aun puede llegar a ser
indispensable, que la historia econ?mica la haga un econo mista conocedor de la metodolog?a estad?stica; pero si las
informaciones son escasas y apenas se prestan a un an?lisis
elemental, entonces la historia econ?mica carece de peculiari dad metodol?gica y puede emprenderla un historiador ge neral.
?Cu?l es la situaci?n de nuestro pa?s en cuanto a estas cuestiones? El c?lebre historiador-economista Clapham de clara compungido que jam?s podr? hacerse la historia de la ocupaci?n en Inglaterra antes de 1846, pues los grandes sindi catos ingleses no principian a publicar hasta ese a?o informa ciones sobre el desempleo de sus asociados. En M?xico no s? de la existencia de una sola serie estad?stica que se extienda
a un siglo, y menos a los ciento treinta y
cuatro a?os de la vida
nacional. Existen, por supuesto, publicaciones oficiales con
datos continuos de la producci?n anual de plata, o del valor de las importaciones y exportaciones desde el siglo xvi hasta
ahora; pero es f?cil descubrir que no pocas son estimaciones indirectas o fant?sticas. Lo cierto es que nuestro primer censo
de poblaci?n es de 1895, y que todos los c?lculos demogr?ficos anteriores carecen de la seguridad de un recuento f?sico y son
meras especulaciones personales, basadas
en alguna estimaci?n
anterior, a la cual se le aplica una tasa convencional de creci
miento.
La posibilidad de saciar el inter?s marcado de la historia econ?mica por las informaciones cuantitativas es, pues, bien
limitada en M?xico. Y no podr?an ser excepci?n los diez a?os de la Rep?blica Restaurada: salido el pa?s de las guerras de Reforma e Intervenci?n; necesitadas las autoridades que lo
gobernaban de dominar los focos an?rquicos que amenazaban
166 DANIEL COS?O VILLEGAS
la existencia de ellas; empobrecido y atrasado el pa?s en mu
chas t?cnicas, las informaciones estad?sticas son pobres, dis
continuas y bastante elementales. Los ministerios de Hacienda
y de Fomento limitan sus publicaciones a las Memorias anua
les que la Constituci?n exig?a; pero casi no hacen otras, y me nos las t?cnicas, tan dispendiosas. La situaci?n es todav?a
m?s precaria cuando se trata de los gobiernos de los Estados,
y raro es el municipio que hace alguna, incluyendo al de la ciudad de M?xico. Nada debe extra?ar, as?, que si la informa
ci?n es fragmentaria y elemental, su tratamiento hist?rico tambi?n lo sea.
Pero en M?xico, adem?s del problema de que las publica ciones de la ?poca fueron pocas y elementales, existe el de que muchas de ellas han desaparecido definitivamente y que cada d?a alguna se pierde, porque nadie las rescata y las conserva, mientras el tiempo y el olvido contin?an implaca blemente su obra destructora. No radica tan s?lo el problema en que el primer censo general de poblaci?n del M?xico
Independiente se haya hecho setenta y cuatro a?os despu?s de constituirse la naci?n, sino en que el instructivo oficial para hacerlo ha desaparecido de todas las bibliotecas p?blicas. As?, pues, no s?lo resulta imposible historiar con firmeza el desen
volvimiento demogr?fico del pa?s durante sus tres primeros cuartos de siglo, sino tambi?n juzgar del criterio, de los m? todos y de las metas t?cnicas que se propusieron los directores
de ese censo.
Igual ocurre, por supuesto, en el caso de muchas fuentes
primarias indispensables para escribir la historia econ?mica del pa?s. En ninguna biblioteca p?blica o privada existe una colecci?n completa de las Memorias federales. En las dos bi bliotecas principales de la ciudad de M?xico, la Nacional y la de la Secretar?a de Hacienda, no existe una sola de las
Memorias de los Estados de Aguascalientes, Colima, Chihua hua, Puebla, Quer?taro, Tabasco, Tamaulipas y Yucat?n
correspondientes a los diez a?os de la Rep?blica Restaurada. En los casos de los Estados de Chiapas, Michoac?n, Nuevo Le?n, Sinaloa y Sonora, s?lo existe una de las diez Memorias del per?odo. Hay dos en los casos de Campeche, Durango,
SEGUNDA LLAMADA PARTICULAR 167
Hidalgo y Tlaxcala. El n?mero es mayor para los otros Es tados, pero no hay un solo caso, ni siquiera el del Distrito
Federal, en que existan las diez Memorias. El resultado final es que en lugar de haber 280, s?lo hay 66, es decir, se han
perdido 214. La p?rdida puede ser irreparable si se considera
que acudir a las bibliotecas p?blicas de los Estados no es gran alivio; antes bien, la situaci?n puede ser peor: si en las bibliotecas de la Capital no hay una sola de estas diez Memo rias del Estado de Puebla, en las de Puebla tampoco las hay, y hay casos, como el de Oaxaca, en que no existe siquiera una
colecci?n completa de la publicaci?n oficial del Estado. El historiador de hoy es, despu?s de todo, afortunado, pues
cuenta siquiera con esas 66 Memorias locales; pero el que las
busque dentro de treinta a?os no encontrar? ninguna, pues nuestras bibliotecas no las adquieren ni logran evitar que se
pierdan las que ya tienen. As? se llega a la paradoja de que el tiempo har? retroceder a la historia en lugar de nacerla pro
gresar.
Y, sin embargo, no es M?xico un pa?s en el que haya deja do de hacerse historia econ?mica, y alguna excelente. Est?n
para atestiguarlo los trabajos de Mora sobre la deuda p?blica, o los dos primeros cap?tulos de su Historia. Y si las monogra f?as econ?micas de M?xico, Su evoluci?n social son pobr?simas, no se debe tanto a la falta de informaci?n cuanto a que sus
autores pretendieron aunar el goce del poder pol?tico y de la
posici?n social con el trabajo oscuro e ingrato de la investiga ci?n hist?rica.
El presente volumen es obra de don Francisco Calder?n,
joven economista al servicio del Banco de M?xico. ?l traz? el plan inicial de la investigaci?n, que fue sometido al
examen
y discusi?n del Seminario de Historia Moderna de M?xico, del Colegio de M?xico. ?l hizo todas las lecturas, excepto
algunas con que contribuy? ocasionalmente Floralys S?nchez Caballero. ?l redact? todos los cap?tulos de la obra, excepto el
p?rrafo de caminos, cuyo primer borrador fue obra de Rafael
Izquierdo y que yo rehice despu?s de haberse discutido en el
Seminario. ?ste tambi?n discuti? todos y cada uno de los
cap?tulos de la obra. Son m?as la direcci?n del Seminario y
i68 DANIEL COS?O VILLEGAS
la vigilancia del desarrollo y redacci?n del trabajo del se?or Calder?n.
El volumen es de un inter?s subido, y tengo la m?s completa confianza en que el lector, que no encontrar? siquiera el incon
veniente de una terminolog?a t?cnica, concordar? conmigo. Desde luego, confirma, y del modo m?s natural e inde
pendiente, algunas de las observaciones del primer volumen de esta Historia moderna. En ?l se dijo que M?xico vivi? durante la Rep?blica Restaurada una vida muy conforme con la Constituci?n de 57. Dentro de una democracia, limi tada, como ?sta lo preve?a, pero democracia; dentro de un
r?gimen federal, limitado, pero federal. Por eso se quiso decir
que hab?a elecciones, y que los resultados de ellas fueron siem
pre un reflejo, fiel, aunque burdo, de los vaivenes de la opi ni?n p?blica y de la fuerza y la habilidad de las distintas facciones en que se fue dividiendo el partido liberal. Se quiso
decir que, aun cuando los poderes centrales intentaron m?s de
una vez extender su influencia sobre los poderes locales, siem
pre encontraron una resistencia de ?stos que oblig?, si no a
una actitud de respeto, s? de gran cautela. Se quiso decir
que, si bien el Ejecutivo Federal hizo esfuerzos, lo mismo por la v?a de las reformas constitucionales que acudiendo a la
maniobra y a la acci?n pol?ticas, ?stos siempre recelaron y se
opusieron a "los avances" de aqu?l, y en ocasiones proclama ron su independencia en la forma m?s clara y violenta, lle
gando para sostenerla a seguir una pol?tica perjudicial a los intereses nacionales.
V?ase en este volumen, por ejemplo, el empe?o del Con greso en contrariar la visi?n pesimista de las finanzas federales
que tiene el Ejecutivo: se niega a reducir los gastos y no admite que los ingresos pueden ser insuficientes; aprueba
gastos nuevos m?s tarde, y todo ello con el resultado de pro ducirse un d?ficit considerable. V?ase tambi?n c?mo el minis tro de Hacienda Mat?as Romero, sabedor de esa disparidad de criterios, aun de la porf?a con que sostendr? el suyo el poder legislativo, adopta la t?ctica marrullera de engrandecer los
gastos y de empeque?ecer los ingresos para que, exagerando
SEGUNDA LLAMADA PARTICULAR 169
las posibilidades y la magnitud del d?ficit, el Congreso se
avenga a reducir el presupuesto de egresos y aprobar nuevos
impuestos. Pero ha de verse, adem?s de estas actitudes de terca independencia, el correctivo que la teor?a democr?tica concede a esa independencia: cuando la experiencia del segun do a?o fiscal de la Rep?blica Restaurada resulta desfavorable a la actitud y a la pol?tica parlamentarias, el Congreso ve
con mayor consideraci?n el pr?ximo proyecto de presupuesto de Mat?as Romero; y el ministro, por su parte, corrige un
poco su man?a de abultar los gastos y de rebajar la estimaci?n de los posibles ingresos.
Pero no se pierde el esp?ritu de independencia, pues Romero se cree obligado a usar las facultades extraordinarias concedidas por el Legislativo al Ejecutivo con el fin de domi nar la revuelta de La Noria para adoptar algunas reformas fiscales cuya aprobaci?n le hab?a negado hasta entonces el
Congreso. Y ?ste, con la indignaci?n de creerse burlado, enjui cia a Mat?as Romero, aun cuando despu?s lo absuelve. ?Y eso
pasaba en un Congreso en que el presidente Ju?rez ten?a mayor?a!
No es ?ste el ?nico caso que el presente tomo ofrece de esa independencia de los poderes, sana, aun cuando extremosa
a veces. Mat?as Romero es acusado en la C?mara de defender
los intereses norteamericanos al abogar por la supresi?n de la Zona Libre de que gozaba el Estado de Tamaulipas, y la
C?mara, para subrayar su disentimiento, aprueba extenderla a Nuevo Le?n, Coahuila y Chihuahua. Y la Suprema Corte
manifestaba tambi?n su independencia, aunque no en la forma
tan continua y manifiesta de la C?mara, forma que le hubiera sido impropia. Cuando vienen las estrecheces del tesoro que ocasionan las revueltas de la ?poca, el Ejecutivo dispone pagar preferentemente los haberes del ej?rcito y las dietas de los diputados, dejando a los funcionarios y empleados judiciales en la masa de los postergados. La Corte, casi sin discrepancia, levanta una voz airada para reclamar una igualdad absoluta
en los pagos con los otros dos poderes, y sostiene con ellos
una enconada controversia p?blica. Por supuesto que esa independencia de los poderes exist?a
170 DANIEL COS?O VILLEGAS
y subsist?a en gran parte porque hab?a una opini?n p?blica libre y alerta, cuya expresi?n mejor eran unos peri?dicos que, adem?s de ser libres, usaban de su libertad, y a veces con un
orgullo altanero. A pesar de las muchas y muy fundadas razones que Mat?as Romero expuso para lograr la aprobaci?n de su idea de emitir billetes del tesoro que permitieran regu larizar los pagos federales, la opini?n p?blica conden? la idea en todos los tonos. Y fue tambi?n el clamor de la opini?n p?blica lo que oblig? a la Compa??a del Ferrocarril Mexicano a ofrecer tarifas m?s bajas de carga y pasajeros, para lograr as? la aprobaci?n parlamentaria a la concesi?n que le hab?a otorgado ya el presidente Ju?rez.
Este segundo tomo tambi?n coincide ?y con la fuerza pecu liar de una investigaci?n hecha independientemente? con otras ideas expuestas en el primero. Tal, por ejemplo, que la Rep?blica Restaurada es el antecedente obligado del Porfi riato, y que sin un estudio a fondo de aqu?lla, jam?s podr? entenderse ?ste en su verdadera perspectiva y en su significado
justo. T?mese como ilustraci?n de esto la historia detallada que aqu? se hace de la concesi?n renovada a la Compa??a del Ferrocarril Mexicano, o la de los grandes ferrocarriles transoce?nicos que se proyectaron en la d?cada republicana.
El problema, en realidad, arrancaba de la concepci?n dis
par que tuvieron los constituyentes del 56 acerca de las fun ciones y la jerarqu?a de los tres poderes federales. Unos, m?s preocupados por el fantasma de las tiran?as pasadas y por el
aspecto pol?tico del problema, le dieron la primac?a al Legis lativo; otros entendieron que los poderes ten?an la misma je rarqu?a y que la diferencia entre ellos la daban las funciones diversas que cada uno ten?a. La primera concepci?n priva de un modo claro al iniciarse la Rep?blica Restaurada, aun
cuando tiende a atenuarse al final de ella. En el Porfiriato
?que bien podr?a definirse en ?ste, y en tantos otros casos,
como una degeneraci?n de la Rep?blica Restaurada? se llega al extremo opuesto de ser el Ejecutivo todo, y nada el Le
gislativo.
Ju?rez sinti? la necesidad de cambios profundos en la or
SEGUNDA LLAMADA PARTICULAR 171
ganizaci?n pol?tica, para que el pa?s sorteara la nueva vida
que la victoria republicana le deparaba. Por eso inici? ?como se ha referido en el primer tomo de esta Historia? las refor
mas constitucionales necesarias para recortar el poder del
Legislativo y dilatar el del Ejecutivo. En el caso concreto de los ferrocarriles, coincidiendo con Ocampo en la idea de
que "el poder ejecutivo es el movimiento, la acci?n", usa de sus facultades extraordinarias, dadas con el fin de hacer la guerra contra la Intervenci?n y el Imperio, para renovar la
concesi?n a la compa??a constructora del ferrocarril de M? xico a Veracruz.
Tan grave fue la decisi?n de Ju?rez, que s?lo puede ex
plicarse por una resoluci?n, audaz y firme, de echar a andar, en
seguida y a toda costa, una obra material en la que tantas
esperanzas de transformaci?n ten?a puestas el pa?s. La deci
si?n fue grave porque ten?a que revivir en el Congreso toda la pol?mica, interminable y acre, sobre el alcance de esas
facultades extraordinarias que crey? tener para lanzar la con
vocatoria a elecciones del 14 de agosto de 67. Era grave tam
bi?n porque tal resoluci?n contrariaba ostensiblemente las
leyes de excepci?n que el mismo Ju?rez hab?a dictado, con denando a la caducidad irremediable todo convenio hecho con la Rep?blica y renovado con el Imperio, por considerarse tal acto como el reconocimiento de una autoridad llamada
espuria por parte de la Rep?blica. La resoluci?n era grave tambi?n porque la concesi?n del 27 de noviembre de 1867 daba a la Compa??a m?s franquicias que la negociada por
Maximiliano. En fin, la compa??a era inglesa y, para colmo, se llamaba oficialmente Compa??a Imperial del Ferrocarril
Mexicano.
Con todos estos antecedentes, y dada la idea de que el
Legislativo era el poder que "lleva siempre la corona del So berano", se produjo en el Parlamento y en la prensa una controversia que este volumen recoge en todo su dramatis
mo. Es incuestionable que ella produjo los resultados salu dables que se esperan del examen p?blico de los grandes pro blemas nacionales; entre ellos, el de que el Ejecutivo, el Le gislativo y la compa??a concesionaria cedieran en sus puntos
1/2 DANIEL COS?O VILLEGAS
de vista iniciales para llegar a un entendimiento que satis
ficiera a los m?s.
Pero la controversia se llev? un a?o justo ?lamentable
p?rdida de tiempo para un pa?s cuya ansia de progreso eco n?mico era ya tan inaplazable, que asumi? caracteres de de
mencia. No fue ?se, sin embargo, el ?nico saldo de dicha controversia y de las que provocaron otras concesiones ferro
carrileras. Se lleg? a sentir que, mientras la intervenci?n o el
simple escrutinio parlamentario se justificaban con amplitud y eran ?tiles si se aplicaban a trazar los grandes rasgos de una
pol?tica de desarrollo ferrocarrilero, llegaban a ser ociosos y hasta perjudiciales cuando reca?an en puntos de un car?cter
t?cnico marcado, como el mejor ancho de las v?as, o en asun
tos cuya naturaleza cambiar?an prontamente el tiempo y
las
circunstancias, como el de las tarifas de pasajeros y de carga. As? se apunt? a una divisi?n de funciones entre el Eje
cutivo y el Legislativo. ?ste fijar?a las normas en las grandes cuestiones que afectaban al pa?s, lo mismo en esta que
en
aquella v?a f?rrea. ?Deb?an unirse los ferrocarriles nacionales con los de los Estados Unidos, o, antes que eso, mediante la
uni?n ferrocarrilera del Atl?ntico y el Pac?fico, M?xico de ber?a tratar de convertirse en el puente del comercio entre
Europa y Asia? ?El Estado ten?a que subvencionar la cons
trucci?n y, en ese caso, cu?l ser?a la forma y la magnitud
mejores del subsidio? ?Era imprescindible la participaci?n del capital extranjero o pod?a esperarse alguna ayuda del na cional? Si la participaci?n del capital extranjero era necesa ria e iba a resultar, adem?s, predominante, ?deb?a el pa?s pensar en alguna salvaguarda y cu?l ser?a la
de mayor efica
cia? Resueltas estas grandes cuestiones por la C?mara, el
Ejecutivo tendr?a la iniciativa para contratar la construcci?n de las v?as f?rreas y la responsabilidad de vigilar la ejecu ci?n de las obras. Este cambio, que promueve la amarga
experiencia de la Rep?blica Restaurada, se consuma en 1880,
cuando el poder legislativo da al Presidente de la Rep? blica las normas para negociar las concesiones que concluir?an
en la construcci?n de los ferrocarriles a Laredo y Ciudad
Ju?rez.
SEGUNDA LLAMADA PARTICULAR 173
Bastante se ha dicho ya para se?alar y reiterar el hecho ele
mental e importante de que este tomo tiene varias l?neas de
parentesco con el primero, como ambos las tendr?n con los
cuatro restantes: todos pertenecen a una familia o serie. Mas
este tomo tiene tambi?n una individualidad propia, toda una personalidad. D?jese a un lado la circunstancia de que nadie hasta ahora ha intentado la historia econ?mica de la
Rep?blica Restaurada, y la de que el autor de este tomo consult? para hacerla las mejores fuentes disponibles. Aparte de eso, contiene informaci?n y ofrece ense?anzas de prime r?simo orden.
Una de las que a m?, personalmente, m?s me impresionan, es el largo relato de la batalla en que se empe?aron libre cambistas y proteccionistas. Los primeros, para entregar la
suerte de la econom?a nacional a la selecci?n que toda com
petencia econ?mica trae consigo; y los segundos, para conse
guir alguna protecci?n oficial que, anulando o rebajando la competencia extranjera, le permitiera vivir y prosperar. Los hombres de la ?poca eran liberales convencidos, y, como ta
les, ve?an con singular repugnancia que el Estado diera apo
yos que, a m?s de cercenar los escasos recursos p?blicos, aca
bar?an por crear una econom?a de invernadero, siempre
pendiente del amparo oficial. Les parec?a, adem?s, que con
cedida a uno, no podr?a neg?rsele a nadie, con el resultado
previsible de una protecci?n general. Los proteccionistas, por su parte, teorizaban tambi?n al negar la validez universal
de la doctrina econ?mica liberal, y al abogar, en consecuen
cia, por una pol?tica casu?stica. Por debajo de esta pol?mica de principios, teor?as y doctrinas, estaba la fuerza tremenda de
la realidad econ?mica: el Estado viv?a de los impuestos exte riores, los m?s f?ciles de administrar, y, as?, sus necesidades
impon?an una protecci?n arancelaria considerable; luego, sal
vo los metales preciosos y algunas maderas, ninguna exporta ci?n mexicana pod?a salir al mar abierto de la competencia internacional.
Pero la impresi?n mayor, sin duda, la causa la magnitud en verdad abrumadora de los problemas econ?micos con que
174 DANIEL COS?O VILLEGAS se enfrenta la Rep?blica Restaurada. La falta de comuni caciones, el factor adverso de mayor consideraci?n, imped?a la circulaci?n de los productos, hac?a imposible un mercado
nacional, cuyo vac?o ocupaba una serie de unidades econ?
micas aisladas, con el resultado final de abastecimientos nulos o deficientes en
algunas partes, y en otras, abundancia, hasta
llegar a la pl?tora. Ejerc?a tambi?n una influencia perni ciosa en la miner?a, pues al recargar los fletes y al agravar los riesgos del transporte, la forzaba a confinar su actividad a las vetas
excepcionalmente ricas, con el consiguiente aban
dono y desperdicio de las dem?s. En fin, el aislamiento im
ped?a una localizaci?n m?s racional de las f?bricas y aun de la producci?n de las materias primas necesitadas y consu
midas por ellas. El problema de la deuda nacional, m?s dram?tico para
el vulgo porque se prestaba a una presentaci?n num?rica y
porque la deuda exterior hab?a acarreado la negra calamidad
en la Intervenci?n, era tambi?n grave: el servicio de inter?s,
exclusivamente, representaba la quinta parte de todos los in
gresos federales. El sistema impositivo era resultado de la herencia colonial, a la que fueron superponi?ndose sin orden
ni concierto alguno medidas transitorias, criterios vagos o con
tradictorios, aspiraciones y realidades, experiencias ajenas y propias, doctrinas mal digeridas e intereses voraces. El solo
entendimiento de la tarifa de los derechos de importaci?n se hab?a convertido en una ciencia oculta que muy pocos co
noc?an y nadie dominaba. Y adem?s del federal, veintiocho sistemas locales, cada uno hijo de una tradici?n semejante, sin coordinaci?n alguna y con un esp?ritu federalista que
hac?a dif?cil o imposible intentarla. En fin, una miner?a con un pasado fabuloso y con un presente tan importante, que los
metales preciosos eran casi la ?nica exportaci?n nacional; la
situaci?n de esa industria era tan precaria, que s?lo pod?a vivir
explotando las vetas de una riqueza excepcional, pues,
aparte otros problemas, los costos de beneficio en M?xico
eran ocho veces superiores a los de pa?ses europeos como In
glaterra y Alemania.
Y, sin embargo, tres circunstancias lograron el milagro de
SEGUNDA LLAMADA PARTICULAR 175
que la Rep?blica Restaurada sobreviviera y aun lograra avan
ces moderados en todos los sectores econ?micos: la libertad
de la opresi?n exterior, la calidad excepcional de los gober nantes y la filosof?a coet?nea, optimista y confiada.
Nuestra historia diplom?tica est? todav?a por hacerse, pues s?lo la conocemos
superficial y fragmentariamente. Los datos
y episodios sabidos, sin embargo, bastan para crear la im
presi?n de que M?xico vivi? hasta 1867 bajo una opresi?n exterior cuya pertinacia y encarnizamiento nos espantar?n el
d?a en que las conozcamos con firmeza y en detalle. Por aho
ra, basta para adivinarla la lectura de la correspondencia cam
biada entre el ministro ingl?s Wyke y el ministro franc?s
Saligny con Zamacona, nuestro ministro de Relaciones, en
v?speras de la Intervenci?n. Pues bien, la victoria republicana sobre la Intervenci?n y el Imperio, por una parte; los cam
bios en la situaci?n pol?tica internacional de Europa, por otra; y, en fin, la recuperaci?n mete?rica de los Estados Unidos
despu?s del calvario de su Guerra Civil, libran a M?xico por m?s de diez a?os de la presi?n inglesa, francesa y espa?ola,
y, en general, de la europea. Ju?rez, amasando la intuici?n de estos cambios con el orgullo del vencedor y los aspavien tos de quien desaf?a para darse valor y ocultar la zozobra,
declara el 8 de diciembre de 1867, al inaugurar su presidencia constitucional, que M?xico considera abrogados todos los pac tos y convenciones que ten?a con aquellas potencias que le
hicieron la guerra o que al reconocer al Imperio rompieron sus relaciones con el pa?s. Una circunstancia feliz redondea
esa situaci?n cuyo estado oficial dio, as?, Ju?rez: firmada por M?xico en 1868 una convenci?n para el fallo y pago de las
reclamaciones por da?os causados a los ciudadanos e intere
ses norteamericanos despu?s de 1848, ning?n problema grave existe con los Estados Unidos, ni siquiera el de las fricciones fronterizas, que no llega a hacer crisis sino en los primeros a?os del Porfiriato. Todo esto, y el haber manejado las rela ciones exteriores hombres del talento y de la experiencia de Sebasti?n Lerdo de Tejada y Jos? Mar?a Lafragua, dieron el resultado feliz de que M?xico pudiera fijar el curso de su
176 DANIEL COS?O VILLEGAS
vida con una libertad que no hab?a tenido hasta entonces
y que rara vez habr? tenido despu?s.
En cuanto a la calidad excepcional de los gobernantes de
la Rep?blica Restaurada, v?ase el uso que hace Jos? Mar?a Iglesias, el primer ministro de Hacienda, de la libertad exte rior de que M?xico goz?.
Niega el car?cter contractual internacional de la deuda exterior y concluye que el pa?s tiene ahora la libertad necesa ria para fijar nuevos t?rminos de pago de la deuda exterior leg?tima. Y procede en seguida a hacer las primeras amorti
zaciones, s?lo que usando el procedimiento ingenios?simo de las almonedas p?blicas, cuyo funcionamiento se describe con
detalle en este tomo. En esencia, puede decirse que en la al
moneda se remataba el descr?dito del pa?s, puesto que, a cam
bio de una suma fija de dinero contante y sonante, ganaba la postura quien ofrec?a la cantidad mayor de t?tulos de la
deuda, es decir, la ganaba quien apreciaba menos o despre ciaba m?s la posibilidad de un pago en efectivo y a la par con el valor nominal del t?tulo. Esta circunstancia y el in
troducir la almoneda, en efecto, condiciones de pago entera
mente distintas a las convenidas en los pactos internaciona
les, hicieron levantar una protesta casi general, que Iglesias acallaba con este simple razonamiento: el Estado no impone la almoneda como sistema ?nico de pago; acudir a ?l es un
acto enteramente voluntario, de modo que los valores de la
deuda que no se presenten a la almoneda conservan intactos
sus derechos, si bien tendr?n que aguardar a que el Estado
pueda pagar en otra forma mejor. No se trata de simples desplantes demag?gicos, sino de
resoluciones patri?ticas a las que acompa?a un talento y una
seriedad conmovedores. El 15 de julio queda restaurada la
Rep?blica al retornar a la Capital el gobierno trashumante de Ju?rez, y cuatro d?as despu?s, Jos? Mar?a Iglesias dicta las primeras disposiciones para depurar y liquidar la deuda inte rior. ?Y qu? sobrias y qu? bien pensadas son todas ellas!
T?mese como ejemplo el siguiente caso: de acuerdo con las
leyes de excepci?n, todos los t?tulos de esta deuda que en
SEGUNDA LLAMADA PARTICULAR 177
alguna forma hubieran sido negociados con el Imperio care
c?an autom?tica e indefectiblemente de valor. Ahora Iglesias les da una oportunidad para revalidarlos devolvi?ndoles su
vigencia si pagan al fisco, en efectivo, el 3 % de su valor no minal. A pesar de aquella generosidad, la protesta se levanta
y surge la pregunta airada: ?qu? clase de limosnero con ga rrote es este deudor que exige que se pague para poder pagar ?l lo que deb?a pagar sin condici?n? E Iglesias, sin alterarse, razona. Aparte de que lo que es gracia dif?cilmente puede discutirse o regatearse, era un hecho que los t?tulos "perju dicados" de la deuda interior se cotizaban al 10 por ciento de su valor nominal, ya 15 los revalidados; quien hac?a el
pago, en consecuencia, lejos de perder, ganaba. Y as? de limpita y de contundente fue su argumentaci?n para negar el pago de los da?os y perjuicios originados en actos de las autoridades imperiales. El resultado neto de esta gesti?n, l?cida, patri?tica y serena, fue reducir una deuda de 488 mi llones de pesos a 95, es decir, a menos de la quinta parte.
Otro h?roe de la jornada que se relata en este libro fue Mat?as Romero, cuyos grandes merecimientos se destacan aqu?
por la primera vez. Mal dotado, sin duda, para la triqui ?uela y aun para la gran maniobra pol?tica; sin el aura inte
lectual de Lerdo o de Iglesias, y muy distante de la autoridad moral superior de Ju?rez; orador pobre y aun torpe; escritor
prolijo, si bien claro y convincente, Mat?as Romero era hom bre que pensaba las cosas en serio y en grande, con reposo y
madurez. Es m?s, fuera del ambiente movedizo y apasionado de la C?mara, ten?a fama de gran negociador: percib?a las
metas del adversario y expon?a las propias s?lo en la medida en que hacerlo pod?a acarrear un entendimiento, salvando
lo principal y cediendo en lo accesorio. Sus limitaciones como ministro sujeto a la censura de un parlamento libre y agresivo crearon una imagen p?blica de ?l en que sol?a asomar el elemento de sorna o de rid?culo; su diligencia, su patriotis
mo, su madurez, le ganaron el respeto no siempre confesado
de quienes lo trataron o vieron obrar. As?, Francisco Bulnes,
que lo llama el "primer diplom?tico mexicano" y "financiero
profundo, muy probo", no deja de pintarlo en esta forma:
i78 DANIEL COS?O VILLEGAS
.. . cabeza arreglada por un hurac?n del Golfo; levit?n negro;
largo, de presb?tero metodista; pantal?n de campana del mismo
color; zapatos de obrero de locomotora Baldwin; camisa limpia sin almid?n; sombrero fieltro aquesadillado, o chistera revolcada; hac?a viajes de su casa al palacio nacional a caballo, en silla inglesa, llevando debajo del brazo su cartera voluminosa de secre tario de Hacienda insolvente.
Pero as? y todo, se ver?n en este volumen, por ejemplo, la
amplitud de su plan fiscal para la miner?a y la secuencia de cada una de las etapas por realizar; en ese plan se advierte
tambi?n un fino equilibrio entre los intereses fiscales inme diatos y los m?s permanentes de la industria o de la naci?n.*
El libro, asimismo, ense?a el alcance y la trabaz?n s?lida de sus famosas iniciativas del 18 de abril de 1868, y su perseve rante y magn?fica negociaci?n a fin de rescatar para la naci?n
las casas de moneda.
Destacan menos Francisco Mej?a, tercer ministro de Ha cienda de la Rep?blica Restaurada, y Blas Balc?rcel, minis tro de Fomento durante toda ella. Mej?a result? ser muy inferior a sus predecesores, Iglesias y Romero;
es m?s, su terco
optimismo, que lo llevaba, seg?n Bulnes, a mandarle los pa drinos a quien no creyera que M?xico era el pa?s m?s privi
legiado del mundo, impidi? que el esp?ritu renovador inicial continuara, y aun lleg? a comprometer seriamente las finanzas
federales. Liberal de buena cepa, relacionado lo mismo con
Ju?rez que con D?az, Lerdo de Tejada lo hered? de aqu?l, y, como el resto del gabinete juarista, veget? simplemente bajo su administraci?n.
Blas Balc?rcel era hombre de mucha mayor categor?a: in
geniero civil distinguido, diputado al Congreso Constituyente de 56, sigui? al gobierno de Ju?rez hasta Paso del Norte, y con ?l regres? al triunfo de la Rep?blica. Vuelto a crear el
ministerio de Fomento a los pocos meses de ese regreso, lo
ocup? desde el primer d?a y hasta el ?ltimo del gobierno de Lerdo. No era hombre del talento y la imaginaci?n de Vicente Riva Palacio, o de la pujanza casi animal de Carlos Pacheco, sus sucesores inmediatos en el ministerio; pero supo dar a ?ste un sentido y una funci?n propios, y aun el tono
SEGUNDA LLAMADA PARTICULAR 179
de su pobreza y de su austeridad. Y en el libro se ver? que, en la medida en que los recursos lo permitieron, logr? hacer una labor m?s que estimable.
El tercer factor que hizo llevadero el fardo de aquellos colo sales problemas fue el optimismo de los hombres de la ?po ca. A veces se transform? en impaciencia o en irritaci?n, pero rara vez, o nunca, en amargura o desesperanza. Y era com
prensible y explicable que fueran optimistas. Confiados en
que los males nacionales proced?an de un Estado opresor y de la
supervivencia de grupos privilegiados, creyeron que, con
quistadas en la Constituci?n la libertad individual y la igual dad pol?tica, el pa?s no necesitaba para desenvolverse r?pida, segura, triunfalmente, m?s que una coyuntura feliz, un tenue
punto de apoyo. Conmueven las p?ginas de este libro en que se cuenta
cu?nto se esperaba de los ferrocarriles: en rigor, verdaderos
milagros. Pero no era ?sa, ni con mucho, la ?nica manifes
taci?n optimista. Apenas si ocupaba el segundo lugar la colo nizaci?n y el im?n irresistible de los terrenos bald?os para poblar con gente de fuera los grandes desiertos nacionales.
Esa gente, sana, industriosa, traer?a, adem?s, nuevas t?cnicas
y ser?an ellos los mejores consumidores de la agricultura y la industria del pa?s.
Se cre?a que M?xico podr?a superar en poco tiempo al
Brasil como productor de caf?, hasta llegar a ser el proveedor ?nico del ilimitado mercado norteamericano. Si Colima se dedicaba a ese cultivo tan prometedor, en cinco a?os, no m?s,
se convertir?a en uno de los Estados m?s florecientes de la
Rep?blica. Las tierras del Valle del Mezquital eran "riqu?si mas", y s?lo la falta de agua imped?a explotarlas "en toda su feracidad". Y M?xico parec?a el puente obligado para el comercio entre el Occidente y el Oriente.
Ese optimismo se reflejaba, por una parte, en la concep
ci?n atrevida de ciertas obras p?blicas: un canal que uniera
al lago de Ch?pala con la ciudad de Guadalajara; otro, a Manzanillo con Cuyutl?n, y un tercero que comunicara con
el mar a la ciudad de C?rdoba. Por otra parte, el optimismo
i8o DANIEL COS?O VILLEGAS
se reflejaba en la tolerancia oficial hacia los individuos o
empresas que obten?an concesiones para emprender obras p? blicas. El Estado las otorgaba de muy buena gana y f?cilmente se
compromet?a a dar alguna ayuda, subsidios o remisi?n de
impuestos; a cambio de ello, exig?a una fianza como garan t?a del cumplimiento de lo convenido. La fianza era tan mo
derada y el plazo para otorgarla tan amplio, que sol?a parecer una
exigencia formal. A pesar de ello, muchas veces se dejaba de
cumplir con ese modesto requisito, o con el elemental de
iniciar las obras en una fecha determinada. El gobierno, le
jos de prever una caducidad autom?tica, o de declararla en cuanto
comprobara el incumplimiento, se allanaba a renovar
la concesi?n, o ampliaba los plazos para dar una ocasi?n
nueva al cumplimiento de los requisitos. Y esto pod?a ocu rrir m?s de una vez sin rendirse el gobierno a la evidencia
de una incapacidad t?cnica o econ?mica del concesionario.
Ese optimismo, en rigor, ten?a una vieja tradici?n, la li
beral. Miguel Lerdo de Tejada hab?a dicho antes de restau rarse la Rep?blica que "el suelo mexicano es uno de los m?s f?rtiles del mundo, y en ?l encuentra siempre el labrador, con los menores afanes, una rica y abundante compensaci?n a su trabajo". Por lo dem?s, no siempre era un optimismo dogm?tico; antes bien, lograba expresarse en razonamientos
de una l?gica impecable. Mat?as Romero, por ejemplo, augu raba a M?xico un gran porvenir industrial, al grado de creei
que bien pronto la industria compartir?a la superioridad que por tanto tiempo hab?an tenido las actividades tradicionales de la agricultura y la miner?a. Y fundaba su creencia en tres
razones incontrovertibles. La situaci?n geogr?fica de M?xico,
en el medio de Europa y Asia, lo convertir?a en el centro comercial del mundo, pues podr?a enviar sus manufacturas
a cualquiera de los dos continentes
en un tiempo y a un costo
menores. M?xico produc?a materias primas, y, en consecuen
coia, pod?a ahorrarse el flete, el tiempo y el riesgo en que incurr?an otros pa?ses industriales que, como Inglaterra, de
b?an importarlas. En fin, la orograf?a del pa?s indicaba que las ca?das de agua pod?an proporcionar no s?lo una fuerza
abundante que moviera f?bricas por doquier, sino ahorrarse
SEGUNDA LLAMADA PARTICULAR 181
el transporte de otros combustibles, como la le?a o el carb?n mineral.
El motivo de mayor inter?s para el lector ser?, sin embar
go, la comparaci?n entre las situaciones econ?micas de en
tonces y las de hoy. Quiz?s sea irreprimible la inclinaci?n a comparar; pero en esto no estar?a por dem?s proceder con
gran cautela. Desde luego, aparece el problema de la propor
ci?n, pues si van a compararse las cifras en bruto, aquello
parecer? una casa de mu?ecas: 2,000 pesos importaron las
obras de desag?e de Hidalgo, destinadas a beneficiar no s?lo a la miner?a, sino a la agricultura de la regi?n; una cosecha
excepcional produjo a los agricultores de Pichulcalco, Chiapas, la
"gruesa suma" de medio mill?n de pesos; y los ingresos anua les de Guerrero, Colima y Nuevo Le?n no s?lo eran seme
jantes, se?al evidente de econom?as todav?a indiferenciadas, sino que apenas llegaba a los 70 ? 75 mil pesos.
La comparaci?n ha de hacerse, m?s bien, usando otros
criterios.
Hallaremos en este libro, desde luego, los que podr?an llamarse rasgos o caracteres eternos de la econom?a mexicana; otros son los rasgos profundos, aquellos que est?n sujetos a
cambios, pero cambios logrados siempre con una lentitud
manifiesta; hay, en fin, situaciones muy distintas de las de hoy, pero cuya transformaci?n ha sido relativamente r?pida. En
tre los primeros, existe un rasgo general, que pudiera llamarse la barbarie extractiva, fuente de tanta penuria actual y de
siempre. V?ase en este libro el relato de c?mo se explotaba la madera de exportaci?n; o el dato impresionante de que en el Estado de M?xico el valor de la producci?n de la le?a
y el carb?n alcanzaba a ser la mitad del de la cosecha de
ma?z; o el abandono literal en que se dejaba toda piedra mineral cuya ley no fuera excepcionalmente alta. Y hay
ras
gos eternos de la econom?a regional, como la dependencia de Yucat?n respecto del henequ?n, o como la capitalizaci?n que buena parte de la frontera norte logra por la v?a del con trabando.
Los rasgos profundos, de cambio muy lento, son, por su
I82 DANIEL COS?O VILLEGAS
puesto, m?s numerosos. Tal, por ejemplo, el car?cter predo minantemente consuntivo de la agricultura, que se manifiesta
en la generalidad con que se cultiva el ma?z, y ello a des
pecho de si es con el sacrificio permanente del monte, o con el transitorio de no dedicar las tierras a un cultivo m?s lucra
tivo. Y, sin embargo, siendo esta situaci?n mucho m?s mar
cada entonces, los rasgos de la transformaci?n exist?an ya: hab?a Estados, los de M?xico y Guanajuato, que eran desde entonces predominantemente exportadores de ma?z, y, en ge
neral, de cereales. Otros elementos de cambio exist?an ya en
la Rep?blica Restaurada: al lado del disparate econ?mico de cultivar ma?z en el Estado de Veracruz, se encuentran trans
formaciones que fracasan, como la de cultivar all? algod?n;
pero tambi?n otras que acaban por ser cambios permanentes
y provechosos, tales el cultivo del caf? o de la vainilla. Otro de los rasgos profundos o de transformaci?n lenta es
el predominio abrumador del artesanado sobre la verdadera
industria. Cuando tropieza uno con el dato de que en el
Estado de Guanajuato exist?an 526 "f?bricas" de tejidos de lana y 853 de algod?n, ya se sabe que no hab?a tales f?bricas, sino talleres familiares, donde no exist?a una m?quina, ni se
usaba fuerza o combustible, ni nada que tenga que ver pro
piamente con la industria. Hab?a, ciertamente, f?bricas tex
tiles, como "El ?guila", en que lleg? a concentrarse todo un
ej?rcito proletario de 400 obreros; pero, insistamos, aun esas verdaderas f?bricas estaban montadas por necesidad en un
trabajo manual abrumador, como lo indican los 8,000 pepe nadores de desperdicios de papel y los 850 le?adores al servi cio de las f?bricas de papel del Distrito Federal. Una de las consecuencias inevitables de ese predominio de la artesan?a
sobre la industria fue el escaso "malestar social de la ?poca" y el horror de que ?ste aumentara, pues entonces se caer?a sin
remedio en "el abismo del derecho del trabajo". En cambio, en la Rep?blica Restaurada hubo situaciones
econ?micas que casi han desaparecido hoy en d?a; les meta
les preciosos eran los ?nicos que se explotaban entonces, y casi ninguno industrial; la le?a ha dejado de ser el ?nico combustible de uso m?s general; la exportaci?n de maderas
SEGUNDA LLAMADA PARTICULAR 183
tint?reas ha cesado por completo. A la inversa, hoy nos pare cen novedades
contempor?neas ciertas situaciones econ?micas
que exist?an desde entonces: La Laguna y Matamoros eran
ya zonas algodoneras, y el caf? y el az?car estaban firmemente
instalados en Veracruz- Pero tambi?n se da el caso de situa
ciones que no exist?an y que hoy nos parecen casi connatura
les: Monterrey no promet?a siquiera en la Rep?blica Restau rada llegar a lo que hoy es, un centro industrial de im
portancia.
Este volumen tiene las deudas generales reconocidas ya en
el anterior: a las tres instituciones que han amparado el pro yecto todo de la Historia moderna de M?xico, a saber, la Fundaci?n Rockefeller, El Colegio de M?xico y el Banco de
M?xico; a la biblioteca de la Secretar?a de Hacienda, asiento del Seminario, y a la Hemeroteca Nacional, cuyas publica ciones se han consultado continuamente. Tambi?n tiene una
deuda particular que quisiera destacar: al iniciarse el Semi
nario, y sin recursos para pagar todo el trabajo que ?l supo n?a, acud? a don Rodrigo G?mez, entonces Subdirector del Banco de M?xico, para pedirle que me prestara alg?n econo
mista joven del Departamento de Estudios Econ?micos de dicho Banco. La raz?n en que fund? mi petici?n no fue mi necesidad personal, sino que importaba al Banco tener alg?n economista adiestrado en investigaciones de historia econ?mi
ca. El se?or G?mez, sin vacilar, accedi? a mi petici?n, y as? vino Francisco Calder?n a trabajar conmigo. El hecho es nota ble porque entre los economistas mexicanos priva la idea
curiosa de que la historia econ?mica no es una actividad bas
tante varonil para un economista orgulloso de su profesi?n. El mismo criterio ha prevalecido entre los barreteros y los
tenateros de las minas, quienes siempre han considerado afe
minado al orfebre supremo, a Benvenuto Cellini.
EL LIBRO XII DE SAHAG?N Luis Leal
El libro XII de la Historia general de las cosas de Nueva
Espa?a de fray Bernardino de Sahag?n, el llamado "Libro de la Conquista", tiene el m?rito de ser la primera cr?nica de esta haza?a escrita desde el punto de vista de los mexica nos. Sahag?n, atento al fin ling??stico y did?ctico de la obra, la escribi? con el prop?sito de incluir en su Historia el voca bulario n?huatl relativo a la milicia. Mas este indudable valor
ling??stico empalidece al fijarnos en la materia con que se le da forma. Las acusaciones que en el libro se lanzan contra
los conquistadores incitan los ?nimos del lector, haci?ndole olvidar el objeto principal de la obra. A Garc?a Icazbalceta, por ejemplo, le parec?a que el libro XII "es indigno del m? rito de Sahag?n, como dice su traductor franc?s, y m?s bien
podr?a andar a manera de ap?ndice a la Historia".1 La cr?
tica m?s reciente, sin embargo, ve en el libro XII una joya, tanto literaria como hist?rica. A don Alfonso Reyes le parece
que el libro es ?til?simo, pues nos permite "la confrontaci?n de los mismos hechos en dos conciencias diferentes, el conquis tador y el conquistado. Adem?s,
en ella apreciamos un tr?n
sito de la mente heroica a la mente hist?rica, manifestaci?n extraordinaria. El relato est? a?n penetrado de humedad po? tica; el estilo y las met?foras palpitan de fuerza mitol?gica".2
Sin detenernos, por lo pronto, a examinar el m?rito del libro, podemos afirmar que desde el momento que sali? de las manos del autor ha suscitado acaloradas disputas y ha sido, y sigue siendo, expurgado y censurado por sus editores.
Nos proponemos aqu? trazar la historia del libro XII, y se ?alar asimismo su influencia en la historiograf?a mexicana.
Ediciones
La primera edici?n del libro XII fue la que public? don
EL LIBRO XII DE SAHAG?N 185
Carlos Mar?a de Bustamante en 1829.3 Aunque forma parte de la Historia general, Bustamante, por motivos extra?os a la investigaci?n y de los que ya nos ocuparemos, decidi? pu
blicar el libro XII por separado, un a?o antes de que apare ciera la obra
completa. La segunda edici?n aparece en Londres, como parte de
la Historia que Lord Kingsborough incluy? en los tomos 6
y 7 de sus monumentales Antiquities of Mexico (1830) .4 Estas dos primeras ediciones son casi id?nticas.
Pocos a?os despu?s, Bustamante descubri? un manuscrito reformado del libro XII e inmediatamente lo dio a las pren sas, esta vez con el objeto de probar la aparici?n de la Virgen de Guadalupe y d?ndole un extravagante t?tulo.5
Ha de transcurrir medio siglo antes de que aparezca la
siguiente edici?n espa?ola de la Historia, esto es, la de don Irineo Paz, que consta de cuatro peque?os tomos (M?xi co, 1890-1895). Mientras tanto ya hab?a aparecido (1880) la traducci?n francesa de Jourdanet y Sime?n. Estas dos edicio nes utilizan la versi?n primitiva del libro XII.
En el presente siglo contamos en primer lugar con la mo
numental edici?n que don Francisco del Paso y Troncoso hizo de la obra de Sahag?n, para la cual se vali? de los c? dices que existen en Madrid y en Florencia. En el t. 6 el erudito investigador incluye las veinte l?minas de que consta el libro XII, pero no el texto.6 Esta omisi?n fue subsanada
por el sabio investigador alem?n Eduardo Seler, quien en 1927 public? en Stuttgart partes del C?dice florentino, incluyendo el texto n?huatl completo del libro XII y su traducci?n ale
mana (pp. 453-574)-7 En a?os m?s recientes, el libro XII ha visto la luz varias
veces. En 1929 lo public? la Secretar?a de Relaciones Exterio res, en edici?n a cargo de don Luis Ch?vez Orozco,8 quien se sirvi? de la edici?n primitiva de Bustamante; lo mismo hace Wigberto Jim?nez Moreno en edici?n de la Historia
(1938), aunque aqu? se anotan al pie de la p?gina las varian tes entre las dos edciones; adem?s se incluye el texto n?huatl
que hab?a publicado Seler, y se hace una nueva traducci?n al
espa?ol.
186 LUIS LEAL
Por fin, existen otras dos ediciones m?s: la que forma
parte de la edici?n le la Historia hecha por Acosta Saignes,9 que tambi?n usa el libro XII primitivo, y la de Schambs, edici?n escolar del texto n?huatl (sacado de la edici?n de Seler) del libro XII para uso de los estudiantes alemanes.10
Por el anterior resumen vemos que la versi?n reformada
del libro XII, a pesar del n?mero de ediciones, ha sido publi cada solamente una vez, por Bustamante en 1840.
C?dices mexicanos
La historia de los manuscritos de Sahag?n, seg?n ya ob
serv? Garc?a Icazbalceta,11 es una de las m?s complicadas de
la bibliograf?a mexicana. Por lo tanto, emprendemos con
tiento la tarea de trazar la suerte de los manuscritos del libro de la
conquista.
Aparentemente, algunos de los doce libros de la Historia
general, entre ellos el sexto y el duod?cimo, ya estaban escri
tos para 1557, ar^? en ?iue ^raY Francisco Toral es electo pro vincial 12 y ordena a Sahag?n que escriba lo que le parezca necesario para la doctrina de los naturales.13 Que estos dos libros ya estaban escritos para esa fecha lo sabemos por lo
que el autor mismo dice al fin del libro VI: "Fue traducido en lengua espa?ola por el dicho p. Fr. Bernardino de Sahag?n,
despu?s de treinta a?os que se escribi? en lengua mexicana, en
el a?o de 1577"; y en la advertencia "Al lector" antepuesta al
libro XII reformado: "Cuando escrib? en este pueblo de Tla tilulco los doce libros de la historia de esta Nueva Espa?a (por los cuales envi? nuestro se?or el rey D. Felipe, que los
tiene all?), el nono14 libro fue de la conquista desta tierra. Cuando esta escriptura se escribi? (que ha ya m?s de treinta a?os), toda se escribi? en lengua mexicana, y despu?s se*ro
manci? toda."15 De lo anterior se desprende que el libro XII
ya estaba compuesto para 1555; que fue escrito en Tlaltelolco,
y que se hab?a redactado en mexicano.
Ahora bien, sabemos que antes de 1555 Sahag?n hab?a estado dos veces en Tlaltelolco, de 1536 a 1540 y de 1545 a 1551 o 52.
EL LIBRO XII DE SAH AG ?N 187
Si el libro XII hubiera sido escrito antes de 1545, el autor habr?a dicho que lo escribi? "ha ya m?s de cuarenta a?os".
Por lo tanto, lo m?s posible es que se haya escrito durante su
segunda estancia en Tlaltelolco, entre 1545 y 1551. Ya vimos
que el libro VI fue redactado en 1547. Contamos, adem?s con otro dato que apoya la anterior conjetura. Ninguno de esos dos libros (VI y XII) entraba en el plan primitivo de la Historia general. Como ya ha indicado Jim?nez Moreno
fed. cit., t. 1, p. xlv), estos libros no se encuentran en los "manuscritos de Tlaltelolco", que forman los tomos 7 y 8 de la edici?n de Troncoso.
En 1560, Sahag?n, en Tlaltelolco, copi? "de ruin letra,
porque se escribi? con mucha prisa" (Pr?logo), todo lo que hab?a llevado de Tepepulco, o sea los primeros memoriales de la Historia, all? coleccionados. Este segundo manuscrito,
obra de los indios de Tlaltelolco, entre ellos Mart?n Jacobita, todav?a no est? dividido en libros. Al trasladarse de Tlal telolco a San Francisco de M?xico, Sahag?n llev? consigo "todas sus escrituras", y all?, por espacio de tres a?os (1561 1564), "las pas? y repas? a mis solas, y las torn? a enmendar,
y divid?las por libros en doce libros y cada libro por cap?tu los y p?rrafos" (Pr?logo). Es evidente que el libro de la conquista ya forma parte de este manuscrito corregido; pero todav?a no es el definitivo. Al sacarse copia en limpio en
tre 1567 y 1569 (por orden de fray Miguel Navarro), los mexi canos todav?a "a?adieron y enmendaron muchas cosas a los
doce libros" (Pr?logo). Seg?n parece, ?ste es el manuscrito definitivo, en mexicano, de la Historia, excepto por lo que toca al libro XII, como adelante veremos.
Traducciones castellanas
Entre 1564, a?o en que Sahag?n termin? de corregir el manuscrito mexicano, y 1567, a?o en que fray Miguel Navarro
aprob? que se sacara copia en limpio, se hab?a dedicado el autor a traducir algunos de los libros al castellano, como es
evidente por lo que dice casi al fin del libro IV a prop?sito del calendario: "en este a?o de 1566 anda en quince a?os la
i88 LUIS LEAL
gavilla que corre" (?d. Acosta Saignes, t. i, p. 407). Esto explica la enigm?tica frase del Cabildo franciscano al decla rar en 1570 que los libros "deb?an ser favorecidos para que se acabasen" (Pr?logo). Como la obra en mexicano ya estaba terminada, debemos de entender que la traducci?n castellana era la que deb?a de acabarse.
Mas "a algunos de los definidores les pareci? que era con tra la pobreza gastar dineros en escribirse aquellas escrituras, y as? mandaron al autor que despidiese a los escribanos, y ?l solo escribiese de su mano lo que quisiese en ellas, el cual
como
ya era mayor de setenta a?os, y por temblor de la mano, no
pudo escribir nada ni pudo alcanzar dispensaci?n de este man
damiento, y as? estuvieron las escrituras sin hacer nada en ellas
m?s de cinco a?os" (Pr?logo). Sin embargo, antes de que transcurrieran estos cinco a?os, es decir, en el mismo a?o
;de 1570, Sahag?n "hizo un sumario de todos los libros y de todos los cap?tulos de cada libro, y los pr?logos donde en bre vedad se dec?a todo lo que se conten?a en los libros. Este sumario llev? a Espa?a el P. Fr. Miguel Navarro, y su compa ?ero el padre Ger?nimo de Mendieta, y as? se supo en Espa?a lo que estaba escrito acerca de las cosas de esta tierra" (Pr?
logo). El sumario, por supuesto, estaba escrito en castellano, lo mismo que todos los pr?logos. En el que antepuso al libro
primero hay una "Advertencia al sincero lector" en la cual
Sahag?n dice:
Van estos doce libros de tal manera trazados, que cada plana lleva tres columnas: la primera de lengua espa?ola; la segunda, de lengua mexicana; la tercera, la declaraci?n de los vocablos
mexicanos, se?alados con sus cifras. En ambas partes, lo de la
lengua mexicana se ha acabado de sacar en blanco en todos los
doce libros. Lo de la lengua espa?ola y los escolios no est? hecho
por no haber podido m?s por falta de ayuda y de favor. Si se me
diese la ayuda necesaria, en un a?o o poco m?s se acabar?a todo.
En el mismo a?o de 1570 fray Francisco de Escalona "tom? todos los libros al dicho autor, y se esparcieron por toda la
provincia, donde fueron vistos por muchos religiosos" (Pr? logo) . Los doce libros estuvieron regados por la provincia
2iasta 1573, a?o en que fray Miguel Navarro, que ya hab?a
EL LIBRO XII DE SAHAG?N 189
vuelto de Espa?a,16 "torn? a recoger los libros a petici?n del autor... y de all? a un a?o poco m?s o menos vinieron a [su] poder" (Pr?logo). Durante todo este tiempo (1570 a 1575) "ninguna cosa se hizo en ellos [los doce libros], ni hubo quien favoreciese para acabarse de traducir en romance" (Pr?logo).
El "acabarse de traducir" indica que la traducci?n ya hab?a sido empezada. Lo mismo deducimos de lo que Sahag?n dice en el libro VIII (cap. 5), al hablar del calendario: "H?llase que desde la ruina de Tulla hasta este a?o de 1571, han corrido 1890 a?os." Y adem?s, ?es posible creer que Sahag?n estuviera ocioso por cinco largos a?os?
A fines de 1575 o principios de 1576 llega a la Nueva
Espa?a fray Rodrigo de Sequera, quien vio los libros, "se content? mucho de ellos, y mand? al dicho autor que los tra
dujese en romance, y provey? de todo lo necesario para que se escribiesen de nuevo, la lengua mexicana en una columna
y la romance en la otra" (Pr?logo). Este manuscrito (1576 1577) es el primero biling?e.17
Ocho a?os m?s tarde, Sahag?n decide hacer una nueva traducci?n del libro XII: "En el libro nono, donde se trata esta
conquista, se hicieron varios defectos.. . Por esta causa, este
a?o de mil quinientos ochenta y cinco enmend? este libro, y por eso va escrito en tres columnas. La primera es el lenguaje indiano ans? tosco como ellos lo pronuncian, y se escribi? en tre los otros libros. La segunda columna es enmienda de la
primera as? en vocablos como en sentencias. La tercera colum
na est? en romance, sacado seg?n la enmienda de la segunda columna" ("Al Lector", ed. Bustamante, 1840, pp. 1-2). Apa rentemente la primera columna, y as? les parece a algunos
cr?ticos, es la versi?n primitiva del texto n?huatl, hecha en Tlaltelolco; la segunda columna es la nueva versi?n hecha
en M?xico, y la tercera columna la nueva traducci?n hecha o dictada por Sahag?n y sacada de la segunda columna.
La siguiente traducci?n del libro XII al castellano es la moderna, publicada en la edici?n de la Historia que prepar? Jim?nez Moreno. El trabajo de traducci?n fue revisado por don Jos? Ignacio D?vila Garibi. De las diferencias entre las varias traducciones ya nos ocuparemos.
i ?o LUIS LEAL
La c?dula real
El manuscrito (o manuscritos) del libro XII fue enviado a Espa?a, con el resto de la Historia, por el mismo autor: "los
cuales libros, que fueron doce, envi? por ellos nuestro se?or
el rey D. Felipe, y se los envi? yo por mano del Sr. D. Mart?n
Henr?q?ez, Visorrey que fue desta tierra, y no s? qu? se hizo dellos, ni en cuyo poder est?n agora. Llev?los despu?s desto el P. Fr. Rodrigo de Sequera desque hizo su oficio de comi sario en esta tierra, y nunca me ha escripto en qu? pararon
aquellos libros que llev? en lengua mexicana y castellana, y muy historiados; ni s? en cuyo poder est?n agora."
18
Aunque no sabemos qu? manuscrito se
entreg? al virrey
Enr?quez, no hay duda que el que se entreg? a fray Rodrigo de Sequera fue la copia en limpio y traducci?n que se termin? en 1577:
El virrey D. Mart?n Enr?quez tuvo una c?dula de V. M.19
por la cual se le mandaba que unas obras que yo he escripto en
lengua mexicana y espa?ola con brevedad se enviasen a V. M., lo
cual me dijo el Visorrey y tambi?n el Arzobispo de esta ciudad, todas las cuales obras acab? de sacar en limpio este a?o pasado, y di a Fr. Rodrigo de Sequera, para que si ?l fuese las llevase a
V. M., y si no, que las enviase... estas obras que est?n repartidas en doce libros en cuatro vol?menes... ; y si no las enviasen, su
plico a V. M. humildemente sea servido de mandar que sea avisa
do, para que se torne a trasladar de nuevo. .. M?xico, 26 de mar
zo de 1578. . .20
Conjetura Garc?a Icazbalceta que el regreso de Sequera a Espa?a fue entre 1579 y 1580. El manuscrito que llev? con
sigo ha sido identificado con el C?dice florentino que existe en la Biblioteca Laurenciana de Florencia (ms. 218).21 Por consecuencia, deducimos que los manuscritos que llev? o envi?
el virrey Enr?quez son los que se encuentran en Madrid, o
sea el C?dice matritense, que seg?n Paso y Troncoso consta
de tres vol?menes, "dos de ellos escritos en mexicano, con
pinturas, y el tercero en castellano, sin pinturas".22 Esta ver
si?n espa?ola en el tercer volumen debe de
ser copia sacada,
tal vez en Espa?a, del ejemplar de Sequera. De all? mismo
EL LIBRO XII DE SAHAG?N 191
sali? la copia que se conserva en el convento franciscano de
Tolosa.23 Por lo tanto, es evidente que todos estos manuscri
tos del libro XII en castellano provienen del C?dice florentino. ?sta es la versi?n que Bustamante public? en 1829.
Hay que tener presente, sin embargo, que el libro XII re
formado, escrito en 1585, no fue a Espa?a con los manuscritos
del Virrey ni con los de Sequera. Torquemada ten?a copia de este libro reformado: "De estos libros tuve yo el de la
Conquista de esta tierra, de la que me he
aprovechado para
mucho de lo que digo en ella."24 Tambi?n tuvo una
copia del manuscrito (o tal vez la misma que perteneci? a Torque mada) el presidente de la Real Audiencia, don Juan Fran cisco de Montemayor, y de all? sac? copia fray Esteban Man ch?la el a?o de 1668.25 Montemayor llev? el manuscrito a
Espa?a el a?o de 1679. El historiador Vetancurt tambi?n tuvo
copia del libro XII reformado: "El V. P. Fr. Bernardino de
Zahag?n [sic], de los quatro primeros lectores de Tlatilulco, incansa