Transcript of 268669828 Raul Hilberg La Destruccion de Los Judios Europeos PDF
33 C u e s t i o n e s
de
a n t a g o n i s m o
D i r e c t o r
C a r l o s
P r i e t o
d e l
Cristina Piña Aldao
Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art.
270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y
privación de libertad quienes reproduzcan sin la preceptiva
autorización o plagien, en todo o en parte, una obra literaria,
artística o científica fijada en cualquier tipo de soporte.
Hilberg
akal
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16 1
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Polonia.........................................................................
.............................
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Preparativos....................................................................
......................
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953
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La
supresión......................................................................
....................
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La liquidación de los centros de exterminio y el fin del proceso de
destrucción
......................................................................
........................
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Prefacio a la edición en castellano
Pocos años después de la Segunda Guerra Mundial, empecé a
preguntarme por qué la muerte de millones de judíos europeos en
lugares de ametrallamiento y cámaras de gas llamaba tan poco la
atención en Estados Unidos. N i siquiera la comunidad judía
estadounidense, que debido a la catástrofe se había convertido
automáticamente en la mayor del mundo, manifestó mucho ultraje o
desesperación. A cualquiera con el más mínimo conocimiento de lo
que había pasado debe de habérsele ocurrido que la escala y la
intensidad de la operación, aplicada por una burocracia alemana
metódica y efic az, carecían de precedentes. Los judíos residentes
fuera del continente europeo debían tener claro que su pérdida
sería permanente, nunca tendría remedio, nunca se borra- ría. La
reacción fue, sin embargo, contenida. Es cierto que en Washington
la Guerra Fría que se impuso rápidamente ensombreció los
descubrimientos de los campos de concentración hechos durante la
liberación en 1 945 y después de la misma. Las urgencias del nuevo
conflicto entre el Este y el Oeste enmu- decieron buena parte de lo
que podría haberse dicho sobre el régimen nazi. Habían sur- gido
nuevas necesidades, se habían trazado nuevos mapas, y forjado
nuevas alianzas . Esta- ba claro, además, que la nueva Alemania
debía desempeñar una función importante en esta transformación. Los
judíos, a su vez, se enfrentaron a una crisis inmediata pro pia
cuando el naciente Estado de Israel se vio amenazado. En esa
atmósfera, la respues ta de la comunidad judía estadounidense en
particular fue de dos tipos: alárma por Israel y abotargamiento
respecto a la sombra de los judíos muertos en Europa. Éste era el
escenario cuando, a los veintidós años, decidí investigar y
registrar la des- trucción de los judíos europeos.
Retrospectivamente, me doy cuenta de que probable- mente no hubiera
tomado esta decisión si hubiera sido algo más joven o algo más
viejo. Había vivido durante un año bajo el régimen de Hitler en
Viena, a los doce años, cuando
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apenas era suficientemente maduro como para observar el impacto de
la presencia nazi sobre nuestra familia y nuestros amigos. Seis
años después, estuve como soldado esta- dounidense en suelo alemán,
destinado en una unidad que capturó Múnich, y conser- vaba en la
memoria buena parte de lo que había visto allí. Aun así, no sabía
qué iba a hacer. Sólo después de volver a la vida civil, estudiando
ciencias políticas, me di cu en- ta de las masas de documentos
alemanes que habían sido transportados a Estados Uni- dos y,
después, de que estos materiales me permitirían recoger información
detallada y elementos que me ayudaran a comprender.
Específicamente, aprendería algo sobre la estructura administrativa
y las funciones de los organismos alemanes implicados en las
medidas contra los judíos. Si hubiera sido más viejo y más
experimentado, quizá hubie- se rehuido un proyecto que de hecho
había subestimado enormemente. Pero en ese momento me sumergí en el
trabajo creyendo que necesitaría cinco años para comple- tar la
tarea. Cuando alcancé ese límite inicial, estaba muy lejos de mi
objetivo, pe ro había recopilado una enorme cantidad de materiales
y me sentí impulsado a seguir. Desde el comienzo, mis principales
fuentes fueron los documentos alemanes. En Nuremberg, los ayudantes
de los fiscales habían seleccionado la correspondencia qu e
incriminaba a los altos funcionarios acusados de crímenes de
guerra. Esta pila, qu e con- tenía copias de muchos miles de
órdenes, cartas e informes, fue mi primer material d e lectura.
Después, en Washington, también busqué documentación y periódicos
en la Biblioteca del Congreso, y en N ueva York encontré otra
fuente de documentación indispensable, el YIVO Institute. Pero el
espectáculo más impresionante lo hallé en el Federal Records Center
de Alexandria, Virginia, donde las carpetas alemanas capt ura- das
se almacenaban en cajas que ocupaban decenas de miles de metros de
estantería. De pie en este cavernoso edificio, me di cuenta de que
no podría leer todos estos papeles en toda mi vida. En Alexandria
desarrollé el hábito de hurgar al azar en una colección . Descubrí
que no todo se halla donde uno lo busca, pero que donde uno no ha
buscado todavía se puede encontrar casi de todo. Esa es una de las
razones que, una y otra vez, me movieron a extender mis
exploraciones por todas partes. Me di cuenta de que tenía que
consultar también fuentes judías. La documentación interna de los
consejos judíos resultó ser escasa. La mayoría se había perdido
durante l a guerra. Así, por ejemplo, los archivos de la comunidad
judía de Colonia quedaron com- pletamente destruidos en un
bombardeo aéreo, y los del consejo judío de Varsovia fue- ron
consumidos por las llamas durante la revuelta del gueto. Abundaban,
por el c on- trario, los relatos de los supervivientes. Contenían
información valiosa sobre las reacciones de las víctimas, pero no
iluminaban la evolución de los acontecimientos. Me parecía evidente
que los judíos no veían claramente más allá de las vallas de los
guetos. Sólo los perpetradores tenían una visión general. Me di
cuenta de que, sólo por esta razón, una historia global debía
basarse, en primer lugar, en los registros contem p orá- neos de
aquellos que habían iniciado o puesto en práctica las medidas
antijudías. A un-
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la circunstancia de que, durante años, los ex miembros de la
Resistencia vivían al l ado de los antiguos colaboracionistas. Con
historias tan distintas, los dos grupos t enían que fundirse en un
futuro común. Italia era el país que había pasado de ser el
principal a lia- do europeo de Alem ania a convertirse en un
territorio ocupado bajo dominio alemán , un doloroso antecedente
que exigía curación. En Italia había comparativamente pocos judíos,
pero residían allí desde la Antigüedad, y en los días de la
independencia italiana que se prolongó hasta 1943, el régimen
fascista nunca igualó la eficacia alemana en su persecución. Los
italianos rechazaron las solicitudes alemanas de deportación, no
sólo desde la propia Italia, sino también desde las regiones
ocupadas por Italia en Fra ncia, Yugoslavia y Grecia. Durante la
fase más peligrosa, bajo la ocupación alemana, miles de
judíos italianos fueron deportados, pero muchos más consiguieron
ocultarse. Estos ejemplos se recuerdan ahora plenamente. España se
mantuvo oficialmente neutral durante la Segunda Guerra Mundial. Su
costosa guerra civil había acabado sólo cinco meses antes de que
los alemanes com en ' zaran la invasión de Polonia; pero dado que
el régimen franquista había obtenido su vi c- toria con
considerable ayuda alemana e italiana, aportó tropas para que
lucharan c on- tra el Ejército Rojo en el frente oriental. Después
de 1945, el país tardó treinta años en convertirse en parte
plenamente integral de la vida europea. Tanto las potencias
occi- dentales como el bloque soviético consideraban a España
como un resto ideológico de las fuerzas derechistas que en A lem
ania y sus aliados habían desatado agresión tra s agresión. En
cierto sentido, el tiempo se había paralizado. En 1939, sólo había
en España unos cuantos miles de habitantes judíos. Estos,
expulsados en 1942, nunca habían vuelto. Pero durante la guerra, el
gobierno español no pasó por alto a la comunidad judía ni fue
inconsciente de su desaparición. Cientos de miles de judíos seguían
hablando castellano. La mayoría había adquirido el idioma siendo
emigrantes en América Latina durante los siglos XIX y XX, pero en
los Balca nes y en Turquía quedaba otro grupo de judíos, los
sefardíes, que habían salido de España en el siglo XV Y habían
conservado s u castellano, con algunos cambios de consonan tes y
vocales, con virtiéndolo en ladino. Estas personas constituían la
mayor comunidad de habla castellana en Europa fuera de la propia
España. En 1924, un decreto del gobi er- no español permitió a los
sefardíes de Salónica y Alejandría solicitar la nacionalidad
española. N o hubo muchos que aprovecharan esa oportunidad, y en
ningún momento previo el gobierno español que pudieran emigrar a
España más que un puñado de ellos, pero cuando las deportaciones y
los gaseamientos alcanzaron su punto culminante, entre 1942 y 1944,
los diplomáticos españoles manifestaron sus preocupaciones mora-
les en un tono llamativamente similar al empleado por
losfuncionarios italianos que intentaban salvar a los judíos.
La muerte de Franco señaló el fin del aislamiento al que aún se
veía sometida Espa- ña. A medida que se instituían las reformas
democráticas y surgía una apertura de la
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investigación, era lógico que toda la historia de la guerra fuera
objeto de un estud io más preciso. En medio de esa probabilidad era
inevitable encontrarse con la catástrofe de los judíos. La
actual edición aparece en lengua castellana al final de los
esfuerzos de toda m i vida. Es el último texto que puedo presentar
con el producto de la investigación que realicé hasta finales de
2003. En la medida en que en España y en Am érica Latina no hay
tantos estudios sobre el tema como en otros países, la mayoría de
los contenidos de esta traducción quizá resulten nuevos para
los lectores. Sin embargo, a pesar de la aper- tura de los archivos
de Europa occidental y oriental y la consiguiente multiplic ación
de fuentes disponibles, ninguna obra sobre el Holocausto, la mía
incluida, es en abso luto completa, y ninguna puede garantizar que
esté líbre de errores. Sólo puedo decir que, desde el comienzo, he
intentado escribir el estudio más amplio y fiable que pueda com -
poner un autor solo. Ése ha sido mi principal objetivo. Raúl
Hilberg Burlington, Vermont A gosto de 2004
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Prefacio a la tercera edición
Hoy, la bibliografía dedicada a este tem a alcanzaría para llenar
una biblioteca. El Holocausto lo estudian con avidez en Am érica y
en otros continentes hombres y mujeres altam ente com petentes, que
plantean nuevas preguntas y consultan las n ue- vas fuentes
disponibles. ¿Por qué, entonces, tendría yo que seguir con mi
propia obra, comenzada hace m ás de cincuenta años, después de que
la primera edición aparecie- ra en 1961 y la segunda en 1985?
Después de todo, uno debe parar en un punto, aun - que sólo sea por
agotamiento. Era consciente, sin embargo, de que no había llegado a
l final, y sabía que ningún tema era para mí más importante que
éste. M e sentía impul- sado a examinar cualquier documento, todo
aquello que pudiera proporcionarme una clave sobre algo sobre lo
que me había interrogado o quería conocer, así que cuando se
abrieron los archivos de Europa Oriental, poco después de 1985, mi
impulso de segu ir se intensificó. A menudo, un documento de una
carpeta no aporta más que un pequeño detalle, y esto ha ocurrido
también en mi búsqueda continuada. El valor de dicho descubrimien-
to podría ser considerable, no obstante, porque podría cambiar una
perspectiva, alte rar de maneras sutiles el significado que yo
había atribuido a un acontecimiento, o po dría demostrar la
relación entre dos hechos aparentemente independientes entre sí.
Otros materiales revelan importantes episodios, como también he
experimentado. En esa situación, podía ampliar el alcance de mis
conocimientos y escribir una historia más completa. A medida que
avanzaba, he ido añadiendo buena parte de lo descubierto en ambas
categorías a las traducciones del libro a otros idiomas, y
finalmente la edi ción estadounidense de 1985 se convirtió en la
más antigua impresa. En un campo de investigación empírico, ninguna
obra de cualquier autor y ninguna edición de dicha obra puede ser
definitiva, aunque alguna editorial pueda desear a fir-
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marlo. Un libro de historia es una empresa que se ha detenido en
algún momento, y lo que contiene está siempre incompleto. Mi más
viejo amigo, Eric Marder, consideraba, sin embargo, que la edición
de 1985 no debía seguir siendo mi última palabra en inglés, e hizo
posible esta edición por parte de Yale University Press. N ada de
lo que yo diga puede expresar mi gratitud por lo que ha
hecho. Éste es el momento en el que pienso también en mi familia.
Mi esposa Gwendolyn, siempre a mi lado, me ayuda desinteresadamente
corrigiendo las pruebas de impren ta del texto recientemente
impreso. Mis hijos David y Deborah se han mudado hace un os años,
pero siguen siendo una inspiración para mí, sin importar lo lejos
que estén o lo escasamente que los vea. Burlington, Vermont Junio
de 2002
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Prefacio a la edición revisada
La obra que culmina en los contenidos de estos volúmenes comenzó en
1948. Desde entonces han transcurrido treinta y seis años, pero el
proyecto ha seguido conmigo , desde la primera juventud a la
mediana edad, a veces interrumpido, pero nunca abandona do, debido
a una pregunta que me planteé. Desde el comienzo he querido saber
cómo destru yeron a los judíos de Europa. Q uería explorar el
mecanismo de destrucción en su tota- lidad, y a medida que ahondaba
en el problema, veía que estaba estudiando un proce- so
administrativo llevado a cabo por burócratas en una red de
organismos esparcido s por todo un continente. Conocer los
componentes de este aparato, con todas las f ace- tas de sus
actividades, se convirtió en la principal tarea de mi vida. El
«cómo» de los acontecimientos es una forma de aprender a conocer a
los perpe- tradores, a las víctimas, a los espectadores. En esta
obra se describirá la particip ación de todos ellos. Se mostrará a
los cargos públicos alemanes pasando memorandos de mesa en mesa,
debatiendo sobre definiciones y clasificaciones, y redactando leye
s públi- cas o instrucciones secretas en su incansable impulso
contra los judíos. La comuni dad judía, atrapada entre la maleza de
estas medidas, se contemplará en función de lo que hizo y lo que no
hizo como respuesta al asalto alemán. El mundo exterior forma par
te de esta historia, en virtud de su postura de espectador. Aun
así, el acto de destrucción fue alemán, y este retrato enfoca
principalmente a los que concibieron, los que iniciaron y los que
pusieron en práctica la empresa. Ellos construyeron el marco en el
que los colaboradores del Eje y los países ocupados co ntri-
buyeron a la operación, y ellos crearon las condiciones con las que
se encontraron los judíos en un gueto cerrado, en la ruleta
de una redada, o a la entrada de una cámara de gas. Para investigar
la estructura del fenómeno es necesario plantear primero l a cues-
tión sobre los alemanes.
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piando testimonios en un cuaderno, pero el aislamiento había
desaparecido. El tema , que había dejado de ser inmencionable, ha
atraído al público.
18
Por fortuna, cuando empecé con pocos recursos, recibí ayudas
decisivas. Recuerdo a Hans Rosenberg, cuyas clases sobre la
burocracia soldaron mis ideas cuando era estu- diante
universitario; Franz Neumann, ya fallecido, cuya guía me fue
esencial en la s pri- meras fases de mi investigación, siendo
alumno de doctorado en la Universidad de Columbia; William T. R.
Fox, de la misma universidad, que intervino con actos de
extraordinaria amabilidad cuando me sentía perdido; Filip Friedman,
ya fallecido, que, creyendo en mi obra, me animó; y mi difunto
padre, M ichael Hilberg, cuyo sentido del estilo y la estructura
literaria pasó a ser el mío. Mi viejo amigo Eric M arder escu chó
mis lecturas de buena parte de los borradores manuscritos. C on su
mente extraordina ria- mente penetrante, me ayudó a superar una
dificultad tras otra. El difunto Frank Pe tschek se interesó por el
proyecto cuando aún no estaba terminado. Lo leyó línea a línea y,
con un gesto singular, hizo posible su primera publicación. Un
investigador depende completamente de archiveros y bibliotecarios.
Algunos de los que me ayudaron no saben cómo me llamo, otros
posiblemente no me recuerden. No es muy posible mencionar a todos
aquellos cuyos conocimientos especializados me resultaron vitales
y, por consiguiente, mencionaré sólo a Dina Abramowicz, del YIVO
Institute, a Bronia Klibanski, de Yad Vashem, a Robert Wolfe, de
National Archiv es, y a Sybil Milton, del Leo Baeck Institute.
Serge Klarsfeld, de la Beate Klarsfeld Founda- tion y Liliana
Picciotto Fargion del Centro di Documentazione Hebraica Contem po
rá- nea me enviaron sus valiosas publicaciones y me comentaron sus
datos. O tros muc hos historiadores y especialistas de otras
disciplinas me facilitaron la búsqueda de f uentes en la Biblioteca
de la Facultad de Derecho de la Universidad de Columbia, en la
Biblio- teca del Congreso estadounidense, en los archivos
judiciales alemanes, en los ar chivos ferroviarios conservados en
Fráncfort y Nuremberg, en el Instituí für Zeitgeschichte d e
Múnich, en los Archivos Federales Alem anes de Coblenza, la
Zentrale Stelle der La ndesjustizverwaltungen de Ludwigsburg, en el
Centro Docum ental Estadounidense d e Berlín, en el Centre de
Documentation Juive Contemporaine de París, en los archivos del Com
ité Judío Estadounidense, y en la Oficina de Investigaciones
Especiales, ads- crita al Departam ento de Justicia estadounidense.
Vivo en Vermont desde 1956, y durante estas décadas he trabajado en
la Universi- dad de Vermont, que me ha dado el tipo de respaldo que
sólo una institución que pro- porciona un empleo fijo, permisos
sabáticos, y ocasionalmente pequeñas cantidades de dinero para la
investigación, puede aportar a lo largo del tiempo. En la universid
ad tam - bién he tenido compañeros que me han apoyado. El primero
fue el ya fallecido L. Jay Gould, que siempre tuvo paciencia
conmigo; y más recientemente, Stanislaw Staron, con quien he
trabajado en el diario escrito por A dam Czerniaków, presidente del
g ueto de Varsovia; y Samuel Bogorad, con quien dicté un curso
sobre el Holocausto. A H. R. TrevorRoper, que escribió varios
artículos sobre el libro cuando se publicó por primera vez, le debo
la mayor parte del reconocimiento recibido por éste. Hermán
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Wouk, novelista, y Claude Lanzmann, cineasta, que han retratado el
destino judío e n empresas artísticas de gran alcance, me
reforzaron en mi propia búsqueda en muchas ocasiones. Mi agente
literario, Theron Raines, hombre de letras que sabe del tema, ha
hecho incesantes esfuerzos en mi nombre. M ax Holmes, director de
Holmes & Meier, asum ió la tarea de publicar la segunda edición
con un profundo conocimiento de lo que yo intentaba hacer. Para mi
familia tengo una mención especial. Mis hijos David y Deborah me
han dado el propósito y la paz. Mi esposa Gwendolyn me ha ayudado
con su amorosa pre- sencia y su fe en mí. Burlington, Vermont
Septiembre de 1984
20
Prefacio a la primera edición
Primeramente, habría que hablar del alcance de este libro. Para que
nadie se confu nda con la palabra «judíos» incluida en el título,
permítaseme señalar que éste no es un libro sobre los judíos. Es un
libro sobre aquellos que destruyeron a los judíos. N o se leerá
mucho acerca de las víctimas. El objetivo enfoca a los
perpetradores. Los siguientes capítulos describirán la enorme
organización de la máquina destruc- tiva alemana y los hombres que
desempeñaron importantes funciones en dicha m áqui- na. Revelarán
la correspondencia, los memorandos, las actas de conferencias que
pa sa- ron de mesa en mesa a medida que la burocracia alemana
tomaba sus pesadas y drásticas decisiones de destruir, completa y
totalmente, a los judíos de Europa. Tra ta- rán de los obstáculos
administrativos y psicológicos que bloquearon periódicamente la
acción, y mostrarán cómo se superaron estos impedimentos. Por otra
parte, no se hará hincapié sobre las consecuencias que las medidas
alemanas tuvieron sobre la comunidad judía de Europa y de otras
partes. N o nos detendremos en los sufrimientos de los
judíos, ni exploraremos las características sociales de la vida en
el gueto o la existencia en los campos. En la medida en que
examinemos las instituciones judías, lo haremos principalmente a
través de los ojos de los alemanes: como herramientas uti lizadas
en el proceso de destrucción. En resumen, este estudio no abarca la
evolución intern a de la organización y de la estructura social
judías. Eso es historia judía. Hace referenc ia a la tempestad que
provocó el naufragio. Eso forma parte de la historia occidental. La
historia de Occidente que a veces ha estado modelada por los
judíos. H a sido cambiada tamb ién en la misma medida o incluso m
ás por aquellos que han actuado contra los judíos, por- que
cuando yo le hago algo a otro, también me hago algo a mí mismo. N o
se ha explorado aún la total importancia de las medidas alemanas;
la destrucción de los judíos europeos no ha sido asimilada todavía
como acontecimiento histórico.
21
Esto no significa que en general se niegue la desaparición de
millones de personas , y tampoco implica que se dude seriamente de
que enormes masas de estas personas fu e- ron ametralladas en
zanjas y gaseadas en campos. Pero reconocer un hecho no sign ifi-
ca aceptarlo en el sentido académico. Los actos inauditos de tal
magnitud sólo son aceptados académicamente cuando se estudian como
pruebas que examinan las con- cepciones existentes sobre la fuerza,
las relaciones entre culturas y la socieda d en su conjunto. H ace
sólo una generación, los incidentes descritos en este libro habrían
si do considerados improbables, no factibles, o incluso
inconcebibles. Ahora han ocurr ido. La destrucción de los judíos
fue un proceso de extremos. Por eso es tan importante como fenómeno
de grupo. Por eso puede servir de examen para las teorías sociales
y políticas. Pero para practicar tales exámenes, no basta con saber
que los judíos han s ido destruidos; es necesario también
comprender cómo se realizó esta empresa. Esa es la historia que se
cuenta en este libro. Burlington, Vermont Octubre de 1960
22
Precedentes
La destrucción alemana de los judíos europeos constituyó un tour de
force\ el hundi- miento de los judíos bajo el asalto alemán supuso
una manifestación de fracaso. Ambos fenómenos fueron el producto
ñnal de una época anterior. Las políticas y medidas antijudías no
comenzaron en 1933. Durante muchos siglos, en muchos países, los
judíos habían sido víctimas de una acción destructiva. ¿Qué
objetivo tenían estas actividades? ¿Cuáles eran los fines de
aquellos que persistían en cometer actos antijudíos? A lo largo de
la historia occidental, se han aplicado contra los hebreos de
la diáspora tres políticas consecutivas. La primera política
antijudía comenzó en el siglo IV d.C. en Roma1. A comienzos de
dicho siglo, durante el reinado de Constantino, la Iglesia
cristiana adquirió pode r en Roma, y el cristianismo se convirtió
en religión estatal. A partir de ese periodo, el Esta do aplicó la
política esclesiástica. Durante los siguientes 12 siglos, la
Iglesia católica presc ribió las medidas que se debían tomar
respecto a los judíos. A l contrario que los romanos pre-
cristianos, que afirmaban no tener monopolio sobre la religión y la
fe, la Iglesia cristiana insistía en la aceptación de la
doctrina cristiana. Para comprender la política cristiana hacia el
judaismo, es esencial darse cuenta de que la Iglesia no buscaba la
conversión tanto para acrecentar su poder (siempre ha hab ido un
número reducido de judíos), como por la convicción de que el deber
de los verdadero s creyentes era salvar a los no creyentes de la
condena al fuego eterno. El celo e n la tarea de
1 La Roma precristiana no tenía una política antijudía. Roma había
aplastado al Estado ind e- pendiente de Judea, pero los judíos de
Roma disfrutaban de igualdad ante la ley. P odían firmar escri-
turas, celebrar matrimonios válidos con romanos, ejercer los
derechos de tutclaje, y ocupar cargos públicos. Otto STOBBE,
Die juden in Deutschland wáhrend des Mittelalters, Leipzig, 1 902,
p. 2.
23
(1940), pp. 239248. Se acusaba a los médicos cristianos nuevos de
matar a los pac ientes, un tribunal
24
La no conversión tuvo consecuencias a largo alcance. La Iglesia,
habiendo fracasa- do en su objetivo de conversión, comenzó a
contemplar a los judíos como un grupo de personas especiales,
diferentes a los cristianos, sordos al cristianismo y pelig rosos
para la fe cristiana. En 1542, Martín Lutero, fundador del
protestantismo, escribió las siguientes líneas: Y, si hubiese una
chispa de sentido común y entendimiento en ellos, tendrían verda-
deramente que pensar de esta forma: oh, Dios mío, hay algo que no
tiene sentido y no va bien en nosotros; nuestra desgracia es dem
asiado grande, dem asiado larga, d emasiado dura; Dios nos ha
olvidado, etc. Yo no soy judío, pero no me gusta m editar seriam
ente sobre la brutal cólera de Dios contra este pueblo, porque me
aterroriza la idea qu e atra- viesa mi cuerpo y mi alma: ¿qué va a
pasar con la cólera eterna en el infierno contra los falsos
cristianos y los descreídos?7
En resumen, si él fuese judío, habría aceptado el cristianismo
hacía tiempo. Un pueblo no puede sufrir durante 1.500 años y seguir
considerándose el pueblo ele- gido. Pero este pueblo estaba ciego.
Había sido golpeado por la cólera de Dios. El l os había golpeado
«con frenesí, ceguera y un corazón enfurecido, con el fuego eterno,
o lo que dicen los profetas: la cólera de Dios se proyectará como
un fuego que nadie podrá sofocar»8. El manuscrito luterano se
publicó en una época de creciente odio a los judíos. Se había
invertido demasiado en 12 siglos de política de conversión, y se
había obtenido muy po co. Desde e l siglo XIII al XVI, los judíos
de Inglaterra, Francia, Alemania, España, Bo hemia e Italia
recibieron ultimatos que sólo les daban una opción: convertirse o
ser expulsa dos. La expulsión es la segunda política antijudía de
la historia. En su origen, esta políti- ca se presentó como la
única alternativa; una alternativa, además, que se dejaba a ele c-
ción de los judíos. Pero mucho después de la separación entre
Iglesia y Estado, mucho después de que el Estado dejase de aplicar
la política eclesiástica, la expulsión y la exclusión siguieron
siendo el objetivo de la actividad antijudía. de Toledo dictó en
1449 una sentencia al efecto de que los cristianos nuevos no er an
elegibles para cargos públicos, y en 1604 se les prohibió el acceso
a la Universidad de Coimbra (ib id..). Los descen- dientes de
judíos o moros tampoco podían servir en la «Milicia de Cristo», el
ejército de Torquemada, encargado de torturar y quemar a los
«herejes». Franz H e l b in g , Die Torcur Geschichte der
Folter im Kriminalverfahren aller Vólker und Zeiten, Berlín, 1902,
p. 118. ' Martín LUTERO, Von denjueden undjren Luegen, Wittenberg,
1543, p. Aiii. Los número s de las páginas de la edición original
del libro de Lutero se sitúan en la parte inferior de c ada dos o
cuatro pá- ginas como sigue: A, Aii, Aiii, B, Bii, Biii, hasta Z,
Zii, Ziii, comenzando de nuevo con a, aii, aiii. 8 Ibid., p. diii.
La referencia al frenesí es una inversión. El frenesí es uno de los
ca stigos por aban- donar al único Dios.
25
cíclica se observa en algunos de los fenómenos recurrentes. Podemos
hablar, por ejem plo, de un con- junto de guerras que se hacen
progresivamente más destructivas, depresiones que di sminuyen de
gra- vedad, etcétera.
26.
tal de Roma, en el siglo IV d.C., se pusiera fin a la igualdad de
ciudadanía de los judíos. «La Iglesia y el Estado cristiano,
decisiones conciliares y leyes imperiales, trabajaron man o a mano
a par-
27
tir de entonces para perseguir a los judíos»10. Aunque la mayoría
de estas leyes no se aplica- ron en la totalidad de la Europa
católica desde el momento de su concepción, si se c onvir- tieron
en precedentes para la era nazi. El cuadro 1.1 compara las medidas
antiju días básicas de la Iglesia católica y los modernos homólogos
puestos en práctica por el régimen nazi1 1. Ningún resumen del
derecho canónico puede ser tan revelador como una descrip- ción del
gueto de Roma, mantenido por el Estado papal hasta la ocupación de
la ciu- dad por el ejército realista italiano en 1870. U n
periodista alemán que visitó el gue to en los días en que se
procedía a su cierre publicó dicha descripción en Neue Freie Press
e11. El gueto constaba de unas cuantas calles húmedas, oscuras y
sucias en las que se h abía hacinado (eingepfercht) a 4.700 seres
humanos. Cuadro 1.1. Medidas canónicas y nazis contra los judíos
DERECHO CANONICO
MEDIDA NAZI
Prohibición de matrimonios mixtos y relaciones se- xuales entre
cristianos y judíos, Sínodo de Elvira, año 306
Ley para la Protección de la Sangre y el Honor Alemanes, 15 de
septiembre de 1935 (RGB11, 1146)
Prohibición de que cristianos y judíos coman juntos, Sínodo de
Elvira, año 306
Se prohíbe a los judíos la entrada en los vagones co- medor
(ministro de Transportes al ministro del Inte- rior, 30 de
diciembre de 1939, Documento NG3995)
No se permite a los judíos ocupar cargos públicos, Sínodo de
Clermont, año 535
Ley para el Reestablecimiento del Funcionariado Civil Profesional,
7 de abril de 1933 (RGB11, 175)
No se permite a los judíos emplear sirvientes ni po- seer esclavos
cristianos, Tercer Sínodo de Orleáns, año 538
Ley para la Protección de la Sangre y el Honor Alemanes, 15 de
septiembre de 1935 (RGB11, 1146)
No se permite a los judíos mostrarse en público du- rante la Semana
Santa, Tercer Sínodo de Orleáns, año 538
Decreto que autoriza a las autoridades locales a prohibir que los
judíos salgan a la calle ciertos días (es decir, en las
festividades nazis), 3 de diciembre de 1938 (RGB1 1, 1676)
Quema de libros en la Alemania nazi
Se prohíbe a los cristianos acudir a médicos judíos, Sínodo
Trullano, año 692
Decreto de 25 de julio de 1938 (RGB11, 969)
Se prohíbe a los cristianos convivir con los judíos en casa de
estos, Sínodo de Narbona, año 1050
Directiva de Goring en la que se establece la concen- tración de
judíos en casas, 28 de diciembre de 1938 (Bormann a Rosenberg, 17
de enero de 1939, PS69)
10 Otto Stobbe, Die Juden in Deutschland wahrend des M ittelalters,
cit., p. 2. 11 La lista de medidas eclesiásticas está tomada en su
totalidad de Johann E. SCHERE R, Die Rechtsverhaltnisse der Juden
in den deutschosterreichischen Landem, Leip zig, 1901, pp. 3949. En
el cuadro 1.1 sólo se cita la primera fecha de cada medida. 12 Cari
Eduard B a u e r n sc h m id , Neue Freie Presse (17 de mayo de
1870). R eimpreso en Aíiganeine Zeitung des Judenthums, Leipzig, 19
de julio de 1870, pp. 580582.
28
Cuadro 1.1. Medidas canónicas y nazis contra los judíos (cont.)
DERECHO CANÓNICO
MEDIDA NAZI
Se obliga a los judíos a pagar impuestos para sostener a la Iglesia
en la misma medida que los cristianos, Sínodo de Gerona, año
1078
La «Sozialausgleichsabgabe» establece que los judíos deben pagar un
impuesto sobre la renta especial en lugar de las donaciones
destinadas a los fines del Par- tido impuestas a los nazis, 24 de
diciembre de 1940 (RGB11, 1666)
Prohibición de trabajar en domingo, Sínodo de Szabolcs, año 1092 Se
prohíbe a los judíos demandar o testificar con- tra los cristianos
en los tribunales, Tercer Concilio de Letrán, año 1179, Canon
26
Propuesta por parte de la Cancillería del Partido de que se prohíba
a los judíos entablar demandas civi- les, 9 de septiembre de 1942
(Bormann al Ministerio de Justicia, 9 de septiembre de 1942,
NG151)
Se prohíbe a los judíos desheredar a descendientes que hubiesen
adoptado el cristianismo, Tercer Con- cilio de Letrán, año 1179,
Canon 26
Decreto capacitando al Ministerio de Justicia para que anule los
testamentos que ofendan el «sano jui- cio del pueblo», 31 de julio
de 1938 (RGB11, 937)
Marcado de las ropas judías con una insignia, Cuar- to Concilio de
Letrán, año 1215, Canon 68 (Copia- do de la legislación del califa
Ornar II [634644], que había decretado que los cristianos llevasen
cin- turones azules y los judíos amarillos)
Decreto de 1 de septiembre de 1941 (RGB11, 547)
Se prohíbe la construcción de nuevas sinagogas, Concilio de Oxford,
año 1222
Destrucción de las sinagogas en todo el Reich, 10 de noviembre de
1938 (Heydrich a Goring, 11 de noviembre de 1938, PS3058)
Se prohíbe a los cristianos asistir a ceremonias ju- días, Sínodo
de Viena, año 1267
Prohibidas las relaciones de amistad con judíos, 24 de octubre de
1941 (Directiva de la Gestapo, L15)
Orden de Heydrich, 21 de septiembre de 1939 (PS3363)
Se prohíbe que los cristianos vendan o alquilen bie- nes inmuebles
a los judíos, Sínodo de Ofen, año 1279
Decreto que establece la venta obligatoria de los bie- nes
inmuebles de los judíos, 3 de diciembre de 1938 (RGB1 I,
1709)
La adopción de la religión judía por un cristiano o la vuelta de un
judío bautizado a la religión judía se define como herejía, Sínodo
de Maguncia, año 1310
La adopción de la religión judía por un cristiano lo pone en
peligro de ser tratado como judío. (Decisión del Oberlandesgericht
Kónigsberg, Cuarto Zivilsenat, 26 de junio de 1942) (Die Jud
en/rage [Vertrauli- che Beilage], 1 de noviembre de 1942, pp.
8283)
Prohibida la venta o transmisión de artículos ecle- siásticos a los
judíos, Sínodo de Lavour, año 1368 Se prohíbe a los judíos actuar
como agentes en la firma de contratos, especialmente contratos de
matrimonio, entre cristianos, Concilio de Basilea, año 1434, Sessio
XIX
Decreto de 6 de julio de 1938 estableciendo la li- quidación de las
agencias inmobiliarias, las agen- cias de corretaje y las agencias
matrimoniales judías que atiendan a no judíos (RGB1 1, 823)
29
Cuadro 1.1. Medidas canónicas y nazis contra los judíos (cont.)
DERECHO CANÓNICO
MEDIDA NAZI
Se prohíbe a los judíos obtener títulos académicos, Concilio de
Basilea, año 1434, Sessio xix
Ley contra el Congestionamiento de las Escuelas y Universidades
Alemanas, 25 de abril de 1933 (RGBl I, 225)
ron en humo durante la conflagración, contenían sus posesiones13.
Esta experiencia
13 Otto STOWASSER, «Zur Geschichte der Wiener Geserah»,
Vierteljahrschrift für Sozial un d Wirtschaftsgeschichte 16 (1922),
p. 117.
30
estaba completamente olvidada cuando, en noviembre de 1938, las
multitudes nazis penetraron de nuevo en las tiendas judías. Las que
más perdieron fueron las empresas aseguradoras alemanas, que
tuvieron que pagar a los propietarios alemanes de los edi-
ficios dañados por la rotura de escaparates. Fue necesario aprender
de nuevo una l ec- ción histórica. Si bien hubo que hacer de nuevo
antiguos descubrimientos, debe resaltarse que otros muchos ni
siquiera se habían sondeado antiguamente. Los precedentes adminis-
trativos de la Iglesia y el Estado eran en sí incompletos. La senda
destructiva ma rcada en siglos pasados era una senda interrumpida.
Las políticas de conversión y expulsión de los judíos podían llevar
a cabo las operaciones destructivas sólo hasta cierto punto. Estas
políticas no sólo eran objetivos; eran también límites ante los
cuales la burocracia tenía que detenerse y que no podía traspasar.
Sólo la eliminación de estas restricciones podía producir el
desarrollo de las operaciones destructivas en su pleno potencial.
Es ta es la razón por la que los administradores nazis se
convirtieron en improvisadores e inn ovado- res, y, por eso, la
burocracia alemana bajo Hitler hizo infinitamente más daño en do ce
años de lo que la Iglesia católica fue capaz en 12 siglos. Cuadro
1.2. Medidas p re nazis y nazis contra los judíos EVOLUCIÓN ESTATAL
PRENAZI
MEDIDA NAZI
Impuesto de protección per cápita (der goldene Opferpfennig)
impuesta a los judíos por el rey Ludovico el Bávaro, 13281337
(Otto Stobbe, Die Juden in Deutschland wáhrend des Mittelalters,
cit., p. 31) La propiedad de los judíos asesinados en una ciudad
alemana se consideraba propiedad pública, «porque los judíos con
sus posesiones pertenecen a la cámara del Reich», disposición
incluida en el código del siglo XIV Regulas juris «Ad decus» (Guido
Kisch, The Jews in Medieval Germany, cit., pp. 360361,
560561)
Decimotercera Ordenanza de la Ley de Ciudada- nía del Reich en la
que se establece que se confis- carán las propiedades de los judíos
tras la muerte de éstos, 1 de julio de 1943 (RGB11, 372)
Confiscación de los créditos de acreedores judíos contra deudores
cristianos al final del siglo XIV en Nuremberg (Otto Stobbe, Die
Juden in Deutschland wahrend des Mittelalters, cit., p. 58)
Undécima Ordenanza de la Ley de Ciudadanía del Reich, 25 de
noviembre de 1941 (RGB1 1, 722)
«Multas»: por ejemplo, la multa de Regensburg por «matar a un niño
cristiano», año 1421 (ibid., pp. 7779)
Decreto del «Pago de Desagravios» por parte de los judíos, 12 de
noviembre de 1938 (RGB11, 1579)
diante exacciones a las víctimas, 1555 (Cecil ROTH, The History nf
the Jews of Italy, Filadelfia, 1946, p. 297)
Pago del muro que rodeaba el gueto de Varsovia mediante exacciones
a las víctimas, 1941 (Ghetto Kommissar Auerswald a Czerniaków,
presidente del Consejo Judío, 22 de octubre de 1941, JM 1112)
31
Cuadro 1.2. Medidas prenazis y nazis contra los judíos (cont.)
EVOLUCIÓN PRENAZI ESTATAL Marcado de los documentos y papeles
personales para establecer que el poseedor o portador era judío
(Zosa S z a jk o w s k i , «Jewish Participation in the Sale of
National Property during the French Revolution», Jewish Social
Studies [1952], p. 291 n.)
______________ MEDIDA NAZI______________
Hacia 1800, el poeta judío Ludwig Borne tuvo que permitir que en su
pasaporte figurase «Jud von Fráncfort» (Heinrich GRAETZ,
Volkstümlich e Geschichce der Juderi, BerlínViena, 1923, vol. 3,
pp. 373374)
Decreto que establece el sellado de los pasaportes, 5 de octubre de
1938 (RGB11, 1342)
Marcado de las casas, horas de compras especiales restricción de
movimientos, siglo XVII, Fráncfort (ibid., pp. 387388)
Marcado de las viviendas judías (Jüdisches Nachrichtenblatt,
Berlín, 17 de abril de 19 42) Decreto que establece las
restricciones de movi- mientos, 1 de septiembre de 1941 (RGB1 I,
547)
Nombres judíos obligatorios en la práctica buro- crática del siglo
xix (Leo M. F ried m an , «American Jewish Ñames», Historia Judaica
[octubre de 1944], p. 154)
Decreto de 5 de enero de 1937 (RGB11, 9) Decreto de 17 de agosto de
1938 (RGB11, 1044)
y
Decreto que establece el uso de tarjetas de identi- ficación, 23 de
julio de 1938 (RGB11, 922)
a otro. Sea cual sea su origen o su destino, la función de estos
estereotipos es s iempre la misma. Se utilizan como justificaciones
para el pensamiento destructivo; se e mplean como excusas para la
acción destructiva. Los nazis necesitaban ese estereotipo.
Precisaban dicha imagen del judío. Por lo tanto, no carece de
importancia el hecho de que cuando Hitler llegó al poder la im
a- gen estuviese todavía ahí. El modelo ya estaba fijado. C
uando Hitler hablaba de los judíos, podía hablar a los alemanes en
un lenguaje familiar. Cuando injuriaba a su víc- tima, resucitaba
una concepción medieval. Cuando gritaba sus feroces ataques contr a
los judíos, despertaba a sus alemanes como de una especie de sopor
ante una ofensi va durante mucho tiempo olvidada. /C uál es,
exactamente, la antigüedad de estas acusa- ciones? ¿Por qué tienen
un tono de tanta autoridad?
32
La imagen del judío que se encuentra en la propaganda y en la
correspondencia nazi se forjó varios siglos antes. Martín
Lutero ya había trazado los primeros esbozos de dich o retrato, y
los nazis, en su época, poco tenían que añadir al mismo. He aquí
unos cuant os extrac- tos del libro Sobre los judíos y sus
mentiras, de Lutero. Permítaseme resaltar, sin embargo, que las
ideas de Lutero las compartían otros en su siglo, y que su modo de
expresión cor respon- día al estilo de la época. Su obra sólo se
cita aquí porque fue una figura sobresaliente en la evolución
del pensamiento alemán, y lo escrito por ese hombre no se puede
olvidar en el descubrimiento de una conceptualización tan
crucial como ésta. El tratado de Lutero sobre los judíos estaba
dirigido directamente a sus lectores, y, en ese relato torrencia l,
las frases descendían sobre ellos como una verdadera avalancha. He
aquí un pasaje: C on esto podréis ver fácilmente cómo interpretan y
obedecen el quinto m andam ien- to de la ley de Dios, a saber, que
son sabuesos sedientos y asesinos de toda la cristiandad, con plena
intención, desde hace ya más de 14 siglos, y de hecho a m enudo
fueron que m a- dos hasta la muerte bajo acusación de haber
envenenado el agua y los pozos, robado y descuartizado niños,
para enfriar en secreto su furia con sangre cristiana14.
Y otro: A hora vemos qué mentira tan obvia, burda y enorme supone
su queja de que noso- tros los mantenem os cautivos. H ace más de
1.400 años que Jerusalén fue destruida, y en este m om ento hace
casi 300 años desde que los cristianos son perseguidos por los
judíos de todo el m undo (como ya se ha señalado antes), de
forma que bien podríam os queja r- nos nosotros de que ellos nos
habían capturado y m atado, lo cual es la verdad des nuda. Adem ás,
hasta ahora desconocem os qué mal los ha traído a nuestro país;
nosotros no fui- mos a buscarlos a Jerusalén15.
Incluso entonces nadie los retenía allí, continuaba Lutero. Podían
ir donde quisie- ran. Porque eran una pesada carga, «como una
plaga, pestilencia, pura desgracia en nuestro país». Habían sido
expulsados de Francia, «un nido especialmente adecuado», y el «am
ado emperador Carlos» los expulso de España, «el mejor nido de
todos». Y este año han sido expulsados de toda la corona bohemia,
incluida Praga, «también un nido adecuado». Igualmente de
Ratisbona, M agdeburgo y otras ciudades16. ¿Se llama a esto
cautividad, a que uno no sea bien recibido en ningún territorio o
casa? Sí, nos m antienen a nosotros los cristianos cautivos en
nuestro país. N os de jan tra- 14 Martín Lutero, Von den Jueden und
Jren Luegen, cit., p. diii. 15 Ibid. 16 Ibid., pp. diii, e.
33
bajar con el sudor de nuestra frente, ganar dinero y propiedad para
ellos, mient ras que ellos se sientan delante del horno, perezosos,
chismorrean, asan peras, comen, b eben, viven tranquilamente y bien
a costa de nuestra riqueza. N os han capturado a nos otros y a
nuestros bienes con su maldita usura, se burlan de nosotros y nos
escupen, por que tra- bajam os y les permitimos ser perezosos
hidalgos que nos poseen a nosotros y a n uestro reino; son, por lo
tanto, nuestros señores, nosotros somos sus siervos con nuestra
propia riqueza, nuestro sudor y nuestro trabajo. Después
ellos m aldicen a nuestro Señor, p ara recom pensarnos y dam os las
gracias. ¿No debería el diablo reír y danzar, si puede di spo- ner
de tal paraíso entre nosotros los cristianos, que puede devorar a
través de los judíos, sus santones, aquello que es nuestro,
tapándonos la boca y la nariz com o recompen sa, burlándose y
maldiciendo a Dios y al hombre por añadidura. N o podían haber
tenido en Jerusalén, en los tiempos de David y Salom ón, con sus
prop iedades unos días tan buenos com o los que disfrutan ahora con
las nuestras, que r oban y hurtan diariamente. Pero aun así se
quejan de que los m antenem os cautivos. Sí, l os teñemos y m
antenem os en cautividad, de la misma forma que yo he capturado mi
cálculo, la pesadez de mi sangre, y todas las demás enferm
edades17.
¿Qué han hecho los cristianos, pregunta Lutero, para merecer tal
destino? «N os- otros no llamamos prostitutas a sus mujeres, y
tampoco las maldecimos, no robamo s y desmembramos a sus hijos, no
envenenamos su agua. N o tenemos sed de su sangre.» Era tal y como
Moisés lo había dicho. Dios los había golpeado con la locura, la
cegue- ra y un corazón enfurecido18. Esta es la imagen que Lutero
traza de los judíos. En primer lugar, quieren goberna r el m
undo19. En segundo lugar, son archicriminales, asesinos de Cristo y
de toda la cris- tiandad20. Finalmente, se refiere a ellos
como una «plaga, pestilencia y pura desg ra
manes no contenían discriminaciones de ese tipo. La leyenda de los
pozos envenenados (siglo XIV) y la de los asesinatos rituales
(siglo X lll) fueron con- denadas por los papas. Johann E. Scherer,
Die rechtsverhaltnisse der Juden, cit. , pp. 3638. Por otra
parte,
34
cía»21. Este retrato que Lutero hace del gobierno judío mundial, la
delincuencia judía y la plaga judía ha sido a menudo repudiado.
Pero, a pesar de la negación y la denunci a, las acusaciones han
sobrevivido. En cuatrocientos años, la imagen no ha cambiado. En
1895, el Reichstag estaba discutiendo una medida, propuesta por la
facción anti- semita, para excluir a los judíos extranjeros. El
orador Ahlwardt pertenecía a esa f ac- ción. He aquí algunos
extractos de su discurso22: Está claro que hay entre nosotros m
uchos judíos de quienes no se puede decir nada malo. Si uno
califica de malos a todos los hebreos, lo hace con el conocim iento
de que las cualidades raciales de esta gente son tales que a
largo plazo no pueden armo nizar con las cualidades raciales de las
gentes alemanas, y que todo judío que en este momento n o haya
hecho nada malo puede, no obstante, bajo las condiciones adecuadas,
hacerlo, por que sus cualidades raciales lo conducen a ello.
Señores, en India había cierta secta, los thug, que elevaba el
asesinato a un acto d e polí- tica. En esta secta había, sin duda,
unos cuantos que no habían cometido nunca perso nal- mente un
crimen, pero en mi opinión los ingleses hicieron lo correcto cuando
exter mina- ron [ausrotteten] a toda la secta, sin plantearse la
cuestión de si un miembro en particular de la misma había cometido
ya un asesinato o no, porque en el momento adecuado cad a miembro
de la secta lo haría.
El señor Rickert [otro diputado que se había opuesto a la exclusión
de los judíos] empezó diciendo que ya teníamos dem asiadas leyes, y
que esa era la razón por la que n o deberíamos ocuparnos de un
nuevo código antijudío. Ese es realmente el argumento más
interesante que se haya presentado jam ás contra el antisemitismo.
¿Deberíamos dejar a los judíos a su albedrío sólo porque
tenemos demasiadas leyes? Bien, pienso que si elimináse- mos a los
judíos [die juden abschaffen], podríamos eliminar la mitad de las
leyes in cluidas ahora en nuestros códigos. Después, el diputado
Rickert dijo que es realmente una vergüenza n o sé si dijo exac-
tamente eso, porque no pude tom ar notas, pero el significado era
que es una ver güenzaque una nación de 50 millones de personas tema
a unos cuantos judíos. [Rickert h abía citado estadísticas para
probar que el número de judíos del país no era excesivo.] Sí,
caballeros, el diputado Rickert tendría razón si se tratase de
luchar con armas honr adas contra un enemigo honrado; entonces
obviamente los alem anes no temerían a un puña- do de gente. Pero
los judíos, que operan com o parásitos, son un problema diferente.
El señor Rickert, que no es tan alto com o yo, teme a un solo
germen de cólera; y, señore s, los judíos son gérmenes de cólera.
(R isas)
Caballeros, es la capacidad infecciosa y el poder de explotación de
los judíos lo qu e está involucrado.
Ahlwardt pidió a continuación a los diputados que barriesen a
«estas bestias de presa [Rotten Sie diese Raubtiere aus]», y
continuó: Si ahora se señala y ése es indudablemente el argumento
de los dos oradores que nos han precedido que el judío también es
humano, debo rechazarlo totalm ente. El judío n o es alemán. S i
dicen ustedes que el judío ha nacido en A lem ania, ha sido criado
po r enfer- meras alemanas, ha obedecido las leyes alemanas, ha
tenido que convertirse en so ldado y qué tipo de soldado, mejor no
hablemos de eso (Risas en el ala derecha) ha cumplido sus deberes,
ha tenido que pagar impuestos, también, pues bien, nada d e eso es
decisivo para la nacionalidad, sino sólo la raza de la que ha
nacido [aus der e r herausgeboren istj. Permítanme utilizar una
analogía banal, que ya he presentado e n discursos anteriores: un
caballo que nace en un establo no es una vaca. (Carcajadas atrona
doras.) U n judío que nace en A lem ania sigue sin ser alemán;
sigue siendo judío.
Ahlwardt puntualizó a continuación que no era cosa de risa, sino un
asunto mortalmen te serio.
36
Es necesario ver la cuestión desde este ángulo. N i siquiera pensam
os en llegar tan lejos, por ejemplo, como los antisem itas
austríacos del Reichsrath, y pedir que s e esta- blezca un fondo
para recompensar a todo aquel que dispare a un judío [dass wir ein
Schussgeld für die Juden beantragen wollten], o que debiésemos
decidir que quien m a te a un judío herede su propiedad. (Risas,
inquietud.) N o pretendemos esas cosas aquí; n o que- remos llegar
tan lejos. Pero lo que sí queremos es una tranquila y sensata
separac ión entre los judíos y los alemanes. Y para conseguirla, es
ante todo necesario que cerremos esa escotilla, de forma que
no pueda entrar ninguno más.
Es notable que dos hombres separados entre sí por trescientos
cincuenta años puedan seguir hablando el mismo lenguaje. La imagen
que Ahlwardt presenta de los judíos e s en sus rasgos básicos una
réplica del retrato luterano. El judío sigue siendo (1) un enem igo
que ha conseguido lo que ningún enemigo externo ha alcanzado:
expulsar a los pobla- dores de Fráncfort hacia las afueras; (2) un
criminal, un bruto, una bestia de pre sa, que comete tantos delitos
que su eliminación permitiría al Reichstag reducir el código pen al
a la mitad, y (3) una plaga o, más precisamente, un germen de
cólera. Bajo el régimen nazi, estas concepciones del judío se
expusieron y repitieron en un flujo casi int ermina- ble de
discursos, carteles, cartas y memorandos. El propio Hitler prefería
conside rar al judío un enemigo, una amenaza, un contrario taimado
y peligroso. He aquí lo que dijo en un discurso pronunciado en
1940, cuando analizaba su «lucha por el poder». Fue una batalla
contra un poder satánico, que había tom ado posesión de todo nues-
tro pueblo, que había acum ulado en sus m anos todos los puestos
claves de la vida cien- tífica, intelectual y económ ica, y
que desde la ubicación privilegiada que le proporc io- naban éstos
vigilaba a toda la nación. Fue una batalla contra un poder que, al
mismo tiempo, tenía la influencia de com batir con la ley a
cualquier hombre que intenta se entablar batalla contra ella, y
contra cualquier hombre que estuviese dispuesto a ofre- cer
resistencia a la expansión de este poder. E n ese momento, los
todopoderosos j udíos nos declararon la guerra23.
El Gauleiter Julius Streicher resaltaba la afirmación de que los
judíos eran delin- cuentes. El que sigue es un extracto de un
discurso típico de Streicher a las Juve ntudes Hitlerianas. Se
escribió en 1935. N iños y niñas, retrotraigámonos algo m ás de
hace diez años. U na guerra la Guerra M un dial se había cernido
sobre los pueblos de la tierra y había dejado finalmente un m
ontón de ruinas. Sólo un pueblo se m antuvo victorioso en esta m
ortal guerra, un p u e- 23 Discurso de Hitler, prensa alemana (1011
de noviembre de 1940).
37
blo del que Cristo dijo que su padre es el demonio. Ese pueblo
había arruinado a l a nación alemana en cuerpo y alma.
Pero entonces apareció Hitler y el mundo se animó con la idea de
que ahora la raza hum ana podría librarse de nuevo de este pueblo
que vaga por el mundo desd e hace siglos y milenios, m arcado por
el signo de Caín. Niños y niñas, aun cuando digan que los judíos
fueron en otro tiempo el pueblo ele- gido, no lo creáis, creednos
por el contrario a nosotros cuando decim os que los j udíos no son
el pueblo elegido. Porque no puede ser que un pueblo elegido actúe
entre los p ueblos como lo hacen los judíos hoy en día. U n pueblo
elegido no va por el m undo haciendo a otros trabajar para ellos,
chu pán- doles la sangre. N o anda entre las gentes para echar a
los cam pesinos de sus t ierras. N o anda entre las gentes para
empobrecer a vuestros padres y conducirlos a la deses peración. U n
pueblo elegido no m ata y tortura a los animales hasta la muerte. U
n pueblo elegido no vive del sudor de otros. U n pueblo
elegido se une a las filas de aquellos qu e viven por- que
trabajan. N un ca olvidéis eso. Niños y niñas, por vosotros hemos
ido a prisión. Por vosotros hemos sufrido siempre. Por vosotros
hemos tenido que aceptar la burla y el insulto, y nos hemos convert
ido en soldados contra los judíos, contra esa institución
organizada de delincuentes mundia les, contra los que ya había
luchado Cristo, el mayor antisem ita de todos los tiempos2 4.
Una serie de nazis, incluidos el jefe de las SS y la Policía
alemanas, Himmler, el juris- ta y Generalgouverneur de
Polonia, Hans Frank, y el ministro de Justicia, Thiera ck, se
inclinaban a creer que los judíos eran una especie inferior, como
un gusano, que p or con- tacto infectaban al pueblo alemán con
enfermedades mortales. Himmler advirtió en una ocasión a sus
generales de las SS que no tolerasen el robo de propiedades que
hubi esen pertenecido a judíos muertos. «Por el simple hecho de
haber exterminado una bacteria afirm ó, no queremos, al final, ser
infectados por esa bacteria y morir de ella.»2 5 Frank se refería
frecuentemente a los judíos como «piojos». Cuando mataron a los
judíos de su dominio polaco, anunció que ahora una Europa enferma
volvería a sanar26. El ministro de Justicia Thierack escribió una
vez la siguiente carta a un preocupado Hitler: U na mujer
plenamente judía, tras el nacim iento de su hijo, vendió su leche a
una doctora, y ocultó el hecho de que era judía. C on esta leche se
alimentó a niños de san- 24 Discurso de Streicher, 22 de junio de
1935, M l. 25 Discurso de Himmler, 4 de octubre de 1943, P S1919.
26 Conferencia de Salud del Generalgouvernement, 9 de julio de
1943, Diario de F rank, PS2233. Las observaciones de Frank se
registran textualmente.
38
gre alem ana en una clínica infantil. Está acusada de fraude. Los
compradores de la leche han sufrido daños, porque la leche de una
judía no puede considerarse alimento para los niños alemanes. La
impúdica conducta de la acusada es también un insulto. Sin em bar-
go, no ha habido una acusación formal para evitar a los padres q u
e no conocen l os hechos preocupaciones innecesarias. Estudiaré los
aspectos de higiene racial que pre- senta el caso con el jefe de
sanidad del Reich27.
The Great War and Modem Memory, Nueva York, 1975, p. 117. 29 Martín
Lutero, Von den Juden in Jren Luegen, cit., p. Aiii. 30 Eduard
FUCHS, Die Juden in der Karíkatur, Múnich, 1921, pp. 160161.
39
físicas. Los atributos físicos no cambiaban; en consecuencia, los
patrones de conduc ta social tenían también que ser inmutables.
Para los antisemitas, los judíos se convirti eron, por
consiguiente, en una «raza»31. La destrucción de los judíos
europeos fue perpetrada fundamentalmente por alemanes y , por lo
tanto, es a ellos a quienes debemos dedicar principalmente nuestra
atención. Lo que les sucedió a los judíos no se puede comprender
sin conocer las deci- siones tomadas por los oficiales alemanes en
Berlín y en el campo de operaciones. Pero los esfuerzos y los
gastos diarios de los alemanes se veían afectados por la condu cta
de las víctimas. En la medida en que un organismo sólo podía
dedicar unos recursos limitados a un fin determinado, el avance de
la operación y su éxito final dependía de cómo res- pondiesen los
judíos. La postura de los judíos ante la destrucción no estuvo
basada en el estímulo del momento. Los judíos de Europa se habían
enfrentado al uso de la fuerza muchas veces en su historia, y
durante esos encuentros habían desarrollado un conjunto de reacc
io- nes que se mantendrían notablemente constantes a lo largo de
siglos. Este patrón se puede retratar en el siguiente diagrama:
Resistencia
Alivio
Evasión
Parálisis
Cumplimiento
El ataque preventivo, la resistencia armada o la venganza estaban
casi com pleta- mente ausentes de la historia del exilio judío. La
última, y única, gran revuelta tuvo lugar en el Imperio romano a
comienzos del siglo II, cuando los judíos aún vivían en
asentamientos com pactos en la región mediterránea oriental, y
cuando todavía imagi- naban una Judea independiente32. Durante la
Edad Media, las comunidades judías ya no se planteaban el entablar
batalla. Los poetas hebreos medievales no celebraba n las artes
marciales33. Los judíos de Europa se situaban bajo la protección de
la autorid ad constituida: esta supeditación era jurídica, física y
psicológica. 31 Respecto a los análisis nazis de la raza, incluidas
formulaciones como «sustancia racial» (Rassekem), «raza
superior» (Hochrasse) y «decadencia racial» (Rasseverfall), véase
Konrad Dürre, «Werden und Bedeutung der Rassen», Die Neue
PropyIden'WeItgeschichte (1 940), Berlín, pp. 89118. 32 La
rebelión, en 115117 d.C., bajo el imperio de Trajano (después de la
destrucción del Tem- plo por los romanos en el 70 d.C., y
antes del levantamiento de Bar Kochba, en 1 32135 d.C.), había
estallado en la Cirenaica, Egipto y Chipre, y su fermento se fue
extendiendo a M esopotamia y a la propia Judea. La dirección y
convergencia de las fuerzas judías indica que el objeti vo era
Jerusalén. Véase Shimon A p p leb a u m , Jews and Greeks in
Ancient Cyrene, Leiden, 1979, pp . 201334 y, particu- larmente, pp.
336337. 33 Véase David SEGAL, «Observations on Three War Poems of
Samuel HaNagid», AJSreview 4 (1979), pp. 165203. HaNagid fue el
único poeta bélico hebreo de la Edad Media.
40
La dependencia psicológica de los judíos europeos la ilustra el
siguiente incidente. En 1096, cuando a las comunidades judías de
Alemania se les advirtió mediante cartas y emisarios enviados
desde Francia que los cruzados iban a venir a matarlos, los d
irigentes judíos de M aguncia replicaron: «N os preocupa
enormemente vuestro bienest ar. En cuanto a nosotros, no hay muchas
razones para temer. N o hemos oído ni una palabra de tales
asuntos, y no se ha insinuado que nuestras vidas estén amenazadas
por la esp ada». Pronto, los cruzados llegaron, «batallón tras
batallón» y cayeron sobre los judíos de Spir a, Worms, Maguncia y
otras ciudades alemanas34. Más de ochocientos años después, un
presi dente del consejo judío de Holanda diría: «El hecho de que
los alemanes hayan perpe- trado atrocidades contra los judíos
polacos no era razón para pensar que se comporta sen [sic] de la
misma forma con los judíos holandeses, en primer lugar porque los
alem anes siempre habían tenido en descrédito a los judíos polacos,
y en segundo lugar porque en los Países Bajos, al contrario
que en Polonia, tenían que tener en cuenta la opinión pública»3 3.
En los Países Bajos, como en Polonia al este, los judíos fueron
sometidos a la aniqu ilación. Entre los judíos de la diáspora, los
actos de oposición armada se habían convertido en algo aislado y
episódico. La fuerza no sería una estrategia judía hasta que la
vida ju día se reconstituyese en un Estado judío. Durante la
catástrofe de 19331945, los casos de opo- sición fueron débiles y
escasos. Ante todo, fueron, cuando y donde ocurrieron, accio nes de
último (nunca primer) recurso36. Los perseguidos rechazaban incluso
los movimie ntos de oposición de los judíos de otros países contra
los opresores, por miedo a que la si tua- ción empeorase en el
interior. Ésa fue la reacción de los judíos de Ancona en 1556,
cuan- do mercaderes judíos del imperio otomano intentaron organizar
un boicot conjunto c on- tra los puertos de A ncona y los de los
Estados papales37. De manera similar, en marzo
se enfrentaron al Estado ruso. Aun así, se debe señalar que las
revueltas de los cam pos de concen- tración de Treblinka y Sobibór
fueron planeadas por prisioneros judíos que habían sido o ficiales
mili- tares, que el principal levantamiento de un gueto tuvo lugar
en Varsovia, y que la actividad partisana judía se concentró en
partes de la U RSS ocupada. 37 C e c il R o t h , The History of
the Jews ofltaly, Filadelfia, 1946, pp. 300 301.
41
referencia a la misión judía enviada por separado como «algo nunca
antes hecho». 40 Frcderick C a r i , The Bulgarianjews and the
Final Solution, 19401944, Pitt sburgh, 1972, pp. 7374, 9296 y
144152. 41 Otto Stobbe, Die Juden in Deutschland wahrend des
Mittelalters, cit., pp. 57 58.
42
Adam Czemiakoiv, Nueva York, 1979, p. 99. 45 Véase el diario de
Czerniaków, entradas del 13 al 24 de octubre de 1939; 2 y 13 d e
noviembre de 1939; 9 de diciembre de 1939; y 21 y 23 de enero de
1940, ibid., pp. 81110, passim; Czerniaków al plenipotenciario del
jefe de distrito para la ciudad de Varsovia, 21 de mayo de 1940,
ibid., pp. 386387.
43
Los comités y subcomités de mitigación formados por los judíos
«prominentes» (los Pro- minente) , tan típicos de la maquinaria de
la United Jewish Appeal después de la Seg un- da Guerra Mundial
fueron comunes en el siglo XIX. Ya durante la década de 1860, gr u-
pos de judíos rusos fueron trasladados a Alem ania en una escala
bastante amplia46 . La reconstrucción e s decir, la reconstrucción
de la vida judía, bien en nuevos lugares o bien, una vez disminuida
la persecución, en su antiguo hogar ha sido cuestión de aj us- te
automático durante cientos de años. La reconstrucción equivale a la
continuidad de la vida judía. La mayor parte de cualquier libro de
historia general judía está dedica da a la historia de los
constantes cambios, los reajustes recurrentes, la intermina ble
recons- trucción de la comunidad judía. Los años posteriores a 1945
estuvieron marcados por uno de los mayores de estos esfuerzos
reconstructores. La siguiente en la escala de reacciones es la
evasión, la huida. En el diagrama, l a acción evasiva no está tan
marcada como los intentos de alivio. C on esto no queremo s decir
que en el patrón de respuesta judío no se produzca la huida, la
ocultación y el escondite. Queremos decir, por el contrario, que
los judíos han puesto menos esper an- zas, menos expectativas y
menos confianza en estos mecanismos. Es cierto que sie mpre han
vagado de un país a otro, pero raramente lo han hecho porque las
restricciones de un régimen se hubiesen vuelto excesivam
enteonerosas. Los judíos han migrado princi- palmente por dos
razones: la expulsión y la depresión económica. Raramente han huido
de un pogromo. Lo soportaban. N o han tenido tendencia a escapar
sino a sobreviv ir den- tro de los regímenes antijudíos. Es un
hecho, ahora confirmado por muchos docum en- tos, que los judíos
intentaron vivir con Hitler. En muchos casos no escaparon cuan do
todavía había tiempo; y aún con más frecuencia, no se quitaron de
delante cuando los asesinos estaban ya sobre ellos. Hay momentos de
desastre inminente en los que casi cualquier acción concebible no
servirá más que para empeorar el sufrimiento o acercar más las
agonías finales. En tales situaciones, las víctimas pueden caer en
la parálisis. La reacción es meramente manifiesta, pero en 1941 un
observador alemán señaló la sintomática inquietud de la comunidad
judía de Galicia mientras esperaba la muerte, entre las sacudidas
de las ope- raciones de exterminio, en «nerviosa
desesperación» (verzweifelte Nervositat)41. Entre los judíos
situados fuera de la zona de destrucción, se manifestaba también
una actitu d
44
quizá resultasen costosas. Como ha dicho un historiador: «uno no
mata a la vaca que quiere ordeñar»49. En la Edad Media, los judíos
desempeñaron funciones económicas vitales. Precisamente la usura de
la que tanto se quejaban Lutero y sus contempo ráneos supuso un
importante catalizador para el desarrollo de un sistema económico
más com - plejo. También en tiempos modernos los judíos han sido
precursores en el comercio, l as profesiones liberales y las artes.
Entre algunos de ellos creció la convicción de qu e las co-
munidades judías eran «indispensables». A comienzos de la década de
los veinte, Hugo Bettauer escribió una novela fantástica titulada
Die Stadt ohne Juden (La ciudad sin judíos)50. Esta novela
altamente sign ificativa, publicada sólo 11 años antes de que
Hitler llegase al poder, describe la expulsión de los judíos de
Viena. El autor muestra que la ciudad no puede mantenerse sin
judíos. Fina l- mente, se les pide que regresen. Ésa era la
mentalidad de los judíos y de sus dirige ntes en vísperas del
proceso de destrucción. Cuando los nazis asumieron el poder, en
1933, s e estableció de nuevo el antiguo patrón de reacción judío,
pero esta vez los resultados fueron catastróficos. Las súplicas
judías no frenaron a la burocracia alemana; la indi s- pensabilidad
judía no la paró. Sin prestar atención al coste, la maquinaria
burocrática, operando con una velocidad cada vez mayor y un efecto
destructivo cada vez más amplio, procedió a aniquilar a los judíos
europeos. La comunidad judía, incapaz de opt ar por la resistencia,
aumentó su cooperación al mismo ritmo que las medidas alemanas,
adelantando así su propia destrucción. En resumen, tanto
perpetradores como víctimas se guiaron por una experiencia de
siglos a la hora de relacionarse entre sí. Los alemanes lo hicieron
con éxito. Los j udíos avanzaron hacia el desastre.
49 Otto Stowasser, «Zur Geschichte der Wiener Geserah», cit., p.
106. 50 Hugo B e t t a u e r , Die Stadt ohne Juden Ein Román i/on
übermorgen, Viena, 1 922.
46
II
Antecedentes
El primer capítulo ha estudiado los paralelos históricos, los
acontecimientos y patr o- nes de épocas anteriores a los nazis que
se repitieron en los años 19331945. Estos acon- tecimientos fueron
los precedentes del proceso de destrucción. A hora debería hablar
se del clima en el que comenzó dicho proceso. Llamaremos
antecedentes a las actividad es diseñadas para crear este clima. La
cuestión específica que hay que abordar en este capítulo es la
siguiente: ¿cuál era el estado de disposición para la acción
antijudía en 1933? La concepción antagonista de los hebreos, la
imagen en la que se retrataba al judío como enemigo, criminal y
pará- sito era ya bastante antigua. La acción administrativa
contra los judíos europeos se había adoptado incluso antes; las
leyes sobre los hebreos eran un producto de tiem pos medievales. Y
en tercer lugar, durante siglos se había desarrollado en Alem ania
u n apa- rato administrativo capaz de funcionar con eficacia a un
elevado nivel de comple jidad. De tal forma, Hitler no tuvo que
crear propaganda alguna. N o tuvo que inventar leyes. No tuvo que
crear una máquina. Tuvo que tomar el poder. El ascenso de A dolf
Hitler a la cancillería constituyó para la burocracia una señal d e
que podía empezar a tomar medidas contra los judíos. Cualquiera que
fuese, el punto de vista del movimiento nazi sería a partir de
entonces el objetivo de toda Alemania. Tal era la atmósfera
general y la expectación en conjunto. El partido nazi, cuyo nombre
com - pleto era Nationalsozialistische Deutsche Arbeiter Partei
(Partido Nacionalsocia lista de los Trabajadores Alemanes [N SD A
P]), se asignó la tarea de activar la burocracia y a toda la
sociedad. Lo que no proporcionó fue un conjunto de elementos
específicos. En quin ce años de actividad no había establecido un
proyecto detallado que debiera aplicarse. El partido se organizó
poco después de la Primera Guerra Mundial. Algunos de sus
fundadores establecieron un programa de 25 puntos, fechado el 24 de
febrero de 1 920,
47
en el cual incluyeron cuatro artículos que trataban, directa o
indirectamente, de los judíos. Estos artículos, que fueron toda la
orientación suministrada por el partido a la burocracia, fueron los
siguientes: 4 Sólo un miembro de la comunidad [Volksgenosse] puede
ser ciudadano. Sólo una pers ona con sangre alemana,
independientemente de su confesión religiosa, puede ser mi em- bro
de la comunidad. Ningún judío puede, por consiguiente, ser miembro
de la comunid ad. 5. Q uien no sea ciudadano debería vivir en A lem
ania sólo com o huésped, bajo la ley aplicable a los extranjeros.
6. El derecho a determinar la jefatura y las leyes del Estado sólo
lo pueden ejerc er los ciudadanos. Exigimos, por lo tanto, que todo
organismo público, independientem ent e de su naturaleza, del
Reich, provincial o local, esté regido sólo por ciudadanos. 8. Es
necesario evitar la inmigración de no alemanes. Exigimos que todos
los no al e- m anes que hayan m igrado a A lem ania después del 2
de agosto de 1914, sean oblig ados a abandonar el Reich inm ediatam
ente1.
El artículo 17 establecía la expropiación de los bienes inmuebles
para propósitos comunitarios. Hitler dio la interpretación de
autoridad de esta disposición, que pre ocu- paba a los seguidores
hacendados del partido, estableciendo que sólo afectaba a la s pro-
piedades de los judíos2. Como después de la guerra nos indicó
Goring, el segundo de ab or- do en el partido, el programa había
sido redactado por «gente muy simple». N i Hitler ni Goring habían
participado en la redacción3. H asta comienzos de la década de los
treinta, el partido no aumentó su maquinaria para incluir
divisiones jurídicas y políticas. La División de Política Interior,
estable cida al final de 1931, estaba dirigida por funcionarios
civiles: primero por el Dr. H elmut Nicolai y después por su
adjunto, Em st von Heydebrand und der Lasa4. Ambos luchar on
Uwe Adam, Judenpolitik im Dritten Reich, cit., p. 28 n.
48
con temas tales como la ciudadanía, las exclusiones y el registro
civil. Los texto s de los borradores se han perdido, pero
Heydebrand resumió sus ideas preliminares en una revista publicada
en 1931. Significativamente, advertía contra el peligro de que s e
aso- ciasen a las regulaciones iniciales algunas consecuencias que
podrían ser demasiad o «horripilantes» (allzu grausige Folgen)5. El
6 de marzo de 1933, siete semanas después de que Hitler se
convirtiese en canci- ller, el Staatssekretar Bang, del Ministerio
de Economía (un hombre del partido), escribió extraoficialmente a
Lammers, jefe de la Cancillería del Reich, para sugerirle algu nas
medidas antijudías (prohibición de la inmigración de judíos
orientales y la revocación del cambio de nombres)6. Durante ese
mes, una comisión privada (Arbeitsgemeinschaft), posi- blemente
reunida por el Ministerio del Interior, trabajó en un elaborado
proyecto de legis- lación antijudía. El grupo, que contenía sólo
uno o dos conocidos antisemitas, consiguió anticipar varias medidas
que se adoptarían en años posteriores, incluidos los despid os, la
prohibición de los matrimonios mixtos, la revocación del cambio de
nombres y la inst itu- ción de la maquinaria de la comunidad judía.
Revisando su trabajo, a la comisión se le ocurrió que sus
propuestas provocarían a las víctimas «un pesado y parcialmente
inme- recido sufrimiento que, por lo tanto, debería mitigarse en la
medida de lo posible [ein schweres, zum Teil unverdientes und
daher nach Móglichkeit zu mildemdes Schicksal]»1 . Hay pocos
indicios, sin embargo, de que la burocracia ministerial se viese
muy a fec- tada por estas iniciativas, o incluso de que fuese
incesantemente consciente de ellas. Por el contrario, estas
incursiones pueden tomarse como indicativos de convergencia de
pensamiento, dentro y fuera del partido, sobre las direcciones que
deberían tomars e y los obstáculos que habría que afrontar en los
asuntos judíos. Los funcionarios estatales n o necesitaban
realmente que les mostrasen el camino. Así, el 3 de octubre de
1932, c asi cuatro meses antes de la subida de Hitler al poder, el
ministro del Interior del Reich, von Gayl, estaba
considerando exigir veinte años de residencia para adquirir la
ciudad anía alemana en el caso de los extranjeros «pertenecientes a
una cultura inferior» (Angehór igen niederer Kultur)8. Se refería,
principalmente, a los judíos polacos. El 23 de d iciembre de 1932,
incluso mientras hombres del partido interesados por exponer y
aislar a los ju - díos exigían que éstos sólo utilizasen
nombres judíos, un funcionario del Ministerio del Interior
prusiano, Hans Globke, redactó una directiva, sólo para uso
interno, en la que
asladadas a subor- dinados del Ministerio del Interior. Toda la
correspondencia está incluida en el d ocumento NG902. 7 Uwe Adam,
Judenpolitik im Dritten Reich, cit., pp. 3338 8 Ibid., p. 43.
49
se prohibía la aprobación de cambios de nombres solicitados por
judíos que podrían haber deseado «disfrazar su ascendencia judía
[ihre Ábkunft [.. .] zu verskhleiem]»9. En marzo y abril de 1933,
el trabajo ministerial para prohibir a los judíos desempeñar cargos
públicos estaba conduciendo ya a las primeras leyes antijudías. Aun
así, el partido consideraba que debería emplear sus sedes y
formaciones para cre ar un clima conducente a que el Estado, las
empresas y los ciudadanos en general pa rticipa- sen en actividades
antijudías. Con este fin, el partido se embarcó en exhortaciones,
mani- festaciones y boicots. En estas cuestiones, al menos,
los hombres del partido po dían rei- vindicar una experiencia
exclusiva. Sin embargo, no disfrutaron de libertad de c rítica. En
especial, la elite intelectual alemana siempre había expresado su
disgusto por la «propaganda» y por los «alborotos». La crudeza del
lenguaje o la discusión iba asocia- da con la gente ordinaria,
carente de educación y vulgar. A veces, la propia palab ra anti-
semita tenía una connotación negativa10. Aun cuando la llegada del
nazismo produjo ciertos intentos de hablar en tonos antijudíos (en
Oslo, un enviado alemán de origen aristocrático, movido por el
nuevo espíritu, convirtió una antigua novela antisemita e n materia
de lectura de su familia)11, el hábito era difícil de adquirir y
fácil de dese char. Esa es, la razón por la que la mayoría de los
altos funcionarios afirmaban sistem átic a- mente después de la
guerra que en principio ellos nunca habían odiado a los judíos. Las
actividades callejeras eran aún menos aceptables para la clase alta
alemana. P ara el año nuevo judío, el 12 de septiembre de 1931, la
formación de las camisas pardas (S A) de Berlín había planeado
molestar a los judíos cuando saliesen de las sinagogas. Calcu-
lando mal la hora de finalización de los servicios, las S A
programaron su operación una hora tarde y acosaron a varios
no judíos. Los organizadores del disturbio fueron j uzga- dos.
Aunque los jueces fueron muy suaves con la condena impuesta a la
formación na zi, el episodio no aumentó el prestigio del
partido12.
ra Jud Süss, de Wilhelm Hauff. 12 Arnold PAUCKER, «Der jüdische
Abwehrkampf», en Werner Mosse (ed.), Entscheidungsjah r 1932. Zur
Judenfrage in der Endphase der Weimarer Republik, Tubinga, 1966,
pp. 4 78479. R B. Wiener,
50
En cualquier caso, los hombres del partido aprovecharon la
oportunidad de lanzar una campaña de violencia contra judíos
individuales y proclamar un boicot antijudío. Esta vez se
produjeron graves repercusiones en otros países. Se inició un
movimiento de boicot contra las exportaciones alemanas, apoyado en
igual medida por judíos y no judíos. El 27 de marzo de 1933, el
vicecanciller Papen se vio obligado a escribir una carta a la Cám
ara de Comercio germanoestadounidense, en la que señalaba que el
número de «excesos» contra estadounidenses era «menos de una
docena», que a cientos de miles de judíos no se les había
molestado, que las grandes editoriales judías seguían funcionando,
que no había habido una N oche de San Bartolomé, etcétera13. En
junio de 1933, el ministro de A suntos Exteriores alemán, von
Neurath, visitó Londres. En su informe al presidente del Reich, von
Hindenburg, el ministro señaló q ue apenas reconocía Londres. La
cuestión judía había salido una y otra vez, y los argu- mentos en
contra no servían de nada. Los ingleses habían declarado que al
juzgar est e asunto se dejaban guiar sólo por el sentimiento
(gefühlsmassig) . Este argumento se lo planteó a von N eurath el
propio rey inglés en una